La guerra de las Farc en la era de los microchips, según “Romaña”
A propósito de la presunta muerte de Henry Castellanos Garzón, alias Edinson Romaña, en Venezuela, fragmento del libro “La segunda Marquetalia”, en el que los disidentes de la antigua guerrilla cuentan sus “secretos” de combate.
Redacción Nacional
“Cuando se produce el cambio de la modalidad operativa del enemigo -estima Romaña- no nos habíamos acoplado a tiempo a esas modificaciones. Estábamos infestados de microchips, lo cual facilitó los bombardeos masivos de la aviación. Sin duda, la infiltración fue la que mayor daño nos causó. (Lea: Inventario de los crímenes de Romaña).
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“Cuando se produce el cambio de la modalidad operativa del enemigo -estima Romaña- no nos habíamos acoplado a tiempo a esas modificaciones. Estábamos infestados de microchips, lo cual facilitó los bombardeos masivos de la aviación. Sin duda, la infiltración fue la que mayor daño nos causó. (Lea: Inventario de los crímenes de Romaña).
Un microchip no se puede mover solo; se necesita a alguien que lo lleve -explica Romaña-. Descubrimos algunos mandos infiltrados. Luego de la acción de Miraflores donde capturamos a más 200 militares como prisioneros de guerra, el ejército empezó a utilizar la aviación con más intensidad para bombardear nuestras posiciones. (La noticia: la versión del gobierno nacional de que Romaña murió en Venezuela).
Se había puesto en marcha un plan: yo debía tomar Gutiérrez (Cundinamarca). Rogelio, John y Rolando a Puerto Lleras. Y Urías y Buendía a Puerto Rico Meta, y la cantidad de guerrilla que iba para allá era muchísima. Habíamos concentrado tropas de los 12 frentes guerrilleros que rodeaban a Bogotá. La idea era tomar esos pueblos y esperar el refuerzo para pelear contra ellos. Hicimos trincheras en la sabana con ese propósito. Pero el enemigo ubicó esas posiciones y luego las bombardeó estrechándonos contra el río Ariari.
De verdad estábamos envalentonados y en el fondo esa fue la causa de un descalabro muy grande en muertos y heridos -opina Romaña-. Va uno a hacer el balance y los mejores comandantes de compañía y de guerrilla, son los muertos. Si bien la operación sobre Mitú tuvo un gran impacto nacional e internacional por tratarse de la primera vez que la guerrilla se tomaba la capital de un departamento, no se justificaba la cantidad de muertos que se venían dando.
Y ahí es cuando interviene Manuel Marulanda y dice: “bueno, tenemos que hacer un alto, para realizar un balance exhaustivo que nos permita establecer qué es lo que nos está pasando”. Y ese balance tuvo lugar en 2007 en el campamento de Pilones, abajo de Ranchón, por el Papaneme arriba, municipio de La Uribe. Participaron el Mono Jorge y unos 50 comandantes de frentes, de compañías, entre ellos Aldinever, Leonel, Yerson, Darío, Rolando, Enrique, Leiber, Robles, y muchos otros.
El ejército y sus brigadas móviles en sus desplazamientos por la selva sembraban minas por todas partes. Fueron muchos los guerrilleros que cayeron en ellas quedando muertos, mutilados o lisiados. Esos guerrilleros deambulan hoy como invisibles en ciudades y campos, ignorados por el Estado y por algunos de sus antiguos comandantes, (con la honrosa excepción, entre otros de Walter, Romaña y el Paisa.
Son ellos, igual que los militares que cayeron en campos minados, víctimas del conflicto, como lo son también, lamentablemente, los civiles. Los bombardeos de la fuerza aérea del Estado estaban arrasando con sus explosiones muchas vidas guerrilleras y demoliendo grandes extensiones de selva virgen haciendo un uso desproporcionado de la fuerza al lanzar toneladas de bombas sobre los campamentos insurgentes.
La guerrilla no tenía aviación, ni baterías ni misiles antiaéreos para defenderse. A través de infiltrados, y de supuestos amigos, las fuerzas militares lograron sembrar microchips en algunos campamentos que satelitalmente les reportaban las coordenadas exactas para los bombardeos de precisión. Estos microchips eran introducidos también en los víveres, en los generadores de energía, en los radios transistores y de comunicaciones, en todos los aparatos electrónicos.
Con esta información de la ubicación exacta procedían a los bombardeos nocturnos -explica Edinson Romaña-. Claro que también en muchas ocasiones engañamos al comando del ejército al colocar fuera de los campamentos microchips que detectábamos en las provisiones y en la carga que llegaba. Esos lugares eran bombardeados furiosamente por la aviación. Les hacíamos perder el esfuerzo y toneladas de explosivos, sin resultados.
Y en algunos casos esperábamos el desembarco, causándoles bajas sensibles. El bombardeo que más nos afectó fue el del curso de mandos medios del Bloque Jorge Briceño acaecido por una aglomeración que contrariaba la directriz de Marulanda Vélez de evitar concentraciones de tropas guerrilleras. Murieron 38 mandos medios. Los responsables de este desastre nunca fueron reconvenidos ni llamados a responder disciplinariamente.
Ya había muerto el comandante en jefe Manuel Marulanda Vélez. La gran mayoría de mandos y combatientes cree que hubo algo más en la generación de este hecho que terminó debilitando sensiblemente al Bloque Oriental de las FARC y a toda la organización armada. Esto no puede seguir así -había conceptuado Marulanda en la reunión de Pilones.
Seis horas de charla de Manuel Marulanda Vélez hablando de que teníamos que volver a la modalidad anterior de pequeños comandos con misiones concretas, colocando minas, atacando con fuego, aplicando los principios del secreto, la movilidad y la sorpresa. No más grandes concentraciones de guerrilla para pelear en masa -nos decía-. Esta no es una guerra de posiciones.
En las peleas participábamos 1.000, 1.500 hombres y mujeres, lo cual se estaba convirtiendo en hábito, y cuando se peleaba en comandos tácticos, los guerrilleros sentían que les faltaba algo. Si se mandaba una Compañía con planes de combate, ya ésta no peleaba como antes, si no miraba el despliegue de grandes cantidades de gente a su lado. Entonces el camarada Manuel dijo que había que incrementar la utilización de minas.
Estas no deben pasar de 30 gramos, porque ese tamaño es suficiente para herir un soldado y sacar a 10 del combate. Así los fuimos frenando -dice Romaña- y los combates a gran escala empezaron a pasar a un segundo plano. A cada guerrillero se le dotaba entre 5 y 10 minas. Estas fueron consideradas un combatiente más al que no le daba hambre, no le daba sueño, no le daba pereza y podía estar las 24 horas de guardia. Los guerrilleros empezaron entonces a colocarles nombres a sus minas, como Pedro, Juan, Mireya, Diana… Fue cuando el ejército cambió su modalidad operativa y solo buscaba a la guerrilla en pequeñas unidades de 10 o 20 hombres para atacarla.
El propósito de Marulanda eran neutralizar el Plan Patriota, y el despliegue de tanta tropa en esas montañas. Con esta forma de operar el comandante en jefe puso andar a 5 mil soldados por un sólo camino si querían evitar bajas lamentables e impactantes. Entonces todos acampaban pegados a los caminos. De esa manera nos daban tiempo para abastecernos, hacer escuelas móviles y reuniones. Gracias a las minas y a la guerra de comandos se evitó tanto desgaste. Ya no había sino que esperar a los comandos del ejército. En el Yarí entrenamos a más 800 francotiradores. Eso ayudó, sin duda”.