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Dentro de la majestuosa selva amazónica se encuentra Villagarzón, un municipio del piedemonte, ubicado en Putumayo. A primera vista, me llama la atención las gigantescas montañas y el clima húmedo, donde confluyen indígenas, campesinos, algunos funcionarios públicos de las instituciones creadas por el Acuerdo de Paz, y personas con uniformes de grandes empresas extractivas. Todos con la misma cordialidad, pero con cosmovisiones muy diferentes.
A unas cuantas cuadras del centro urbano se encuentra la Asociación de Cabildos Indígenas Ingas del Municipio de Villagarzón Putumayo (ACIMVIP), que tiene como objetivo proteger y mejorar las condiciones del pueblo Inga de este municipio. La ACIMVIP también trabaja por la defensa del territorio y el fortalecimiento cultural y económico de 11 comunidades indígenas que agrupan a 766 familias Ingas: más de 2.500 personas.
La Asociación, liderada por Carlos López desde hace más de ocho años, cuenta con once gobernadores que trabajan de la mano con Ginny Alba –la coordinadora de Derechos Humanos–, Luis Jansasoy –el mayor encargado del gobierno propio–, el Taita Vicente Jacanamijoy –el guía espiritual–, y otros que, a pesar de no estar presentes, dieron su vida por este propósito, como Robinson López, quien murió por Covid-19 mientras lideraba diferentes proyectos para fortalecer a la organización.
Con el fin de apoyar algunas tareas de la ACIMVIP para su participación en el caso sobre violaciones de los derechos humanos de los pueblos indígenas que adelanta la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), Ginny, el mayor Luis e integrantes de la Guardía Indígena me llevaron a ver los resultados de su arduo trabajo. Con ellos salimos del centro de Villagarzón para acercarnos cada vez más a la selva.
Al inicio es fácil dejarse deslumbrar por el contraste de colores: el celeste del cielo despejado y con pocas nubes, y el verde profundo de la selva. Tras un tiempo de camino, se puede notar que los árboles empiezan a perder fuerza, como si su verde, impactante a la distancia, fuera una víctima más de la guerra. De cerca, las hojas se ven quemadas, de un color blanco y una textura carrasposa. El mayor Luis, quien conoce a la perfección su territorio, me explicó que ese debilitamiento de los enormes árboles se debe a la aspersión con el herbicida glifosato, usado en Colombia para frenar la expansión de cultivos declarados ilícitos.
Entre los árboles debilitados por el glifosato, aparecen cultivos abandonados, llenos de maleza. Son cosechas que se están dañando. Con una risa irónica, el mayor cuenta: “Muchas ONG, junto al gobierno, vienen a ofrecernos ideas de lo que llaman emprendimientos. Entonces, nos convencen de usar nuestros territorios para sembrar nuevas especies, como cacao. Pero estos supuestos negocios no funcionan, pues nadie compra el producto”.
Después de este recorrido largo y poco alentador, el clima empieza a cambiar: el aire se hace ligero, el paisaje reverdece y las hojas ya no parecen maltratadas. Llegamos a la Vereda Alto Alguacil, donde está el Tambo, un lugar sagrado para el pueblo Inga donde realizan las ceremonias de Yagé. Con satisfacción y orgullo, el mayor Luis cuenta que este es uno de los territorios que la ACIMVIP ha logrado proteger. A pesar de que parece enorme, Luis hace énfasis en que solo es un pedazo de las 32 mil hectáreas que han logrado salvaguardar.
Poder disfrutar de este territorio es una pequeña muestra del trabajo de la ACIMVIP en esta región. Se sienten orgullosos, pues la lucha no ha sido fácil. Este territorio lo han tenido que proteger de los grupos armados ilegales y de las ONG que intentan convencerlos de adelantar otras actividades que no son adecuadas para el suelo amazónico. A pesar de los logros frente a la protección del territorio, aún persisten las preocupaciones más vitales: de qué vivir y con qué comer. Al final, proteger los territorios no da dinero para subsistir.
En todo caso, con sus propias manos han construido soluciones que nunca llegaron ni del Estado, ni de la academia, ni de las ONG. Este es el caso de Sacha Muiu, una planta de procesamiento de alimentos creada por la ACIMVIP para el aprovechamiento sostenible de especies amazónicas. Allí transforman la materia prima que abunda en la zona en un producto para la comercialización. Parece un sueño, y lo es. Sacha Muiu busca procesar el moriche, también conocido como canangucha, un fruto amazónico derivado de una palma. El aceite se usa para restaurar la piel y para protegerse del sol, así como para hacer mermeladas e incluso jabones y otros productos. Actualmente, la planta tiene la capacidad de producir 500 litros de aceite de moriche al año para fines cosméticos.
Para ello, los Ingas empiezan recolectando y seleccionando los frutos maduros de la palma de Canangucha y luego la llevan a Sacha Muiu, donde se repite el proceso de selección por peso y calidad. Posteriormente, se procede al despulpado del fruto, es decir, se separan la semilla, la cáscara y la pulpa para así continuar con la deshidratación. Luego se coloca la pulpa al sol, y una vez esté seca, se pasa por una prensa con una tela muy delgada que logra separar las grasas saturadas. Después de este proceso, se separa el aceite extra virgen y las grasas que se usan en la industria cosmética.
Por si fuera poco, Sacha Muiu cuenta con los permisos legales para la operación y comercialización, un plan de manejo forestal y cultural que permite la reforestación de los sitios sagrados de los morichales, un camión con capacidad de 8 toneladas, dos equipos para la transformación de la pulpa y una página web para promocionar sus productos.
No ha sido un proceso fácil. En tres ocasiones, se han presentado a Visión Amazonía, un programa del Gobierno Nacional que financia propuestas de las comunidades indígenas y campesinas del país. De este programa lograron recibir una primera inversión con lo que han logrado todos estos avances. Sin embargo, aún necesitan recibir capacitaciones para poder acceder al mercado internacional y dinero para seguir fortaleciendo la producción. No es una tarea sencilla, pero poco a poco van logrando sus metas.
La ACIMVIP es una organización sólida, que deriva su fuerza del propósito que la orienta: mejorar las condiciones de vida del pueblo Inga de Villagarzón. Han logrado consolidarse organizativamente y han puesto en marcha ideas con un gran potencial de éxito que combinan el respeto y la protección del territorio amazónico. Además, la Asociación ha logrado revivir la esperanza, los sueños y metas del pueblo Inga en Villagarzón. Sacha Muiu, más que una planta de procesamiento, es el sueño de un pueblo de no depender nunca más de un Estado que poco los ha tenido en cuenta y alcanzar así el buen vivir.
Los niños ven con emoción las nuevas máquinas de procesamiento, las madres y abuelas cuentan cómo van a recoger el moriche para llevarlos a la Sacha Muiu, los padres y taitas no dejan de hablar de cómo llegar a las grandes ciudades para la comercialización. Los once resguardos que representa la Asociación no paran de celebrar el proyecto productivo que sin duda será un éxito. La ACIMVIP ha logrado proteger el territorio y darle forma a los sueños de una comunidad entera.
(*) Investigadora de Dejusticia
Este artículo hace parte del especial #TejidoVivo, producto de una alianza periodística entre el centro de estudios Dejusticia y El Espectador.