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Diana Navarro San Juan siempre se presentó como “negra, marica y puta”. Su historia de vida estuvo marcada por el activismo y la defensa de los derechos de las personas con identidades de género y orientaciones sexuales diversas. Diana falleció en horas de la madrugada del 22 de agosto en el hospital Santa Clara de Bogotá, tras haber estado hospitalizada por más de dos meses. Su grupo más cercano siempre la recordará como una mujer fuerte, inquebrantable, testaruda y directa o como ella decía “despiadadamente honesta”. (América Latina: ¿progresista o retrógrada frente a los derechos LGBTIQ+?)
Llegó a Bogotá en diciembre de 1987, de acuerdo con lo que relató a Mar de Leva Producciones. “Me fui de Barranquilla para poder ser yo. Para que nadie cuestionara mi deseo de ser yo misma. No me echaron de mi casa, yo lo decidí”. Llegó a trabajar en una peluquería, sin embargo, tiempo después le llegaron las primeras propuestas para ejercer el trabajo sexual. “Como todo trabajador colombiano, alquila su cuerpo a raticos”, decía sobre la prostitución, oficio con el cual logró pagar sus estudios universitarios en Medellín. (En video: ¿Por qué “Yo marcho trans”?)
Diana fue la primera mujer trans para muchas cosas. En la década de los 90 fue la primera en empezar estudios profesionales en Colombia como travesti y la primera en graduarse como abogada de la Universidad de Antioquia. En el 2002, durante la alcaldía de Antanas Mockus en Bogotá, logró la expedición del decreto que creó la zona de alto impacto con usos referidos a la prostitución en el barrio Santa Fe. En 2006, fue elegida como una de las ocho personas de la dirección del Polo Democrático, convirtiéndose así en la primera mujer trans en hacer parte de la dirección de un partido político en el país.
Ella nunca cambió el nombre y el sexo que aparecían en sus documentos de identificación. “Tengo una posición política sobre eso. Independientemente del nombre y del sexo que aparezca, el Estado colombiano debe garantizar el ejercicio de mis derechos por lo que soy. Un documento no me hace a mí”, comentó en 2016 para la plataforma “Colombianas, una biografía colectiva”. (Dani García, la travesti que logró la cédula no binaria en Colombia)
En muchas entrevistas, Diana explicaba que dejó la prostitución por falta de tiempo, no porque fuera algo vergonzoso, ni porque lo considerara incorrecto. “La dejé porque ahora me dedico a hacer el trabajo social que siempre quise hacer”, afirmaba. Dedicó su vida al trabajo comunitario en el barrio Santa Fe, ocupando su tiempo en “propiciarles espacios de acogida a las trabajadoras sexuales, representarlas en espacios judiciales y activar acciones productivas para su sostenibilidad”, comenta Wilson Castañeda, director de Caribe Afirmativo.
Si por casualidad se están preguntando ¿Cuántos años tenía Diana? Déjennos decepcionarles pues, como dice su mejor amigo Robinson Sánchez Tamayo, docente universitario y cofundador de la Veeduría Ciudadana a la Política Pública LGBTI Nacional, ese siempre fue su mayor secreto de Estado. Sin embargo, fueron más de 20 años en los que transformó la vida de quienes acudieron a su ayuda, desde activar las rutas de atención en el barrio hasta la asesoría legal en su comunidad.
Robinson Sánchez describe estas acciones como parte de un activismo único. “Ella recibía a todo el mundo en su oficina o en su casa, que muchas veces era lo mismo, para redactar acciones de tutela, derechos de petición o cualquier documento jurídico. Siempre compartía sus conocimientos, sus contactos y su tiempo, no importaba el tipo de relación que tuvieras con ella, incluso aunque estuvieran de pelea”, afirma Sánchez.
Una de las mujeres a quien Diana ayudó legalmente fue a Andrea Cortés, la primera policía trans de Colombia. Lo que más recuerda Cortés era el carácter que tuvo ante el proceso: “me decía ‘vamos a luchar’, aprendí a hacer valer mis derechos”. Sin embargo, la historia de las luchas por hacer valer los derechos de la comunidad trans, que Diana llevó en vida, son inseparables del barrio Santa Fe.
El legado e impacto que Diana dejó quedarán también por siempre guardado en el documental “Diana de Santa Fe”, que ahora evolucionó a “Todas las flores”, de la cineasta puertorriqueña Carmen Oquendo-Villar. A raíz de la producción, surgió una fuerte amistad entre ellas y, de hecho, Cristina González Hurtado (Pochi), directora de la Corporación Femm, estuvo el sábado en el hospital Santa Clara acompañando a Diana y cuenta que le dijo que la persona a quien más quería ver era a Carmen.
“Cuando estábamos en rodajes de la película, recuerdo lo mucho que me hacía madrugar, porque salía cada día a eso de las 6:00 am a dar las rondas por el barrio Santa Fe para ver el estado de las personas, para ocuparse de habitantes de calle, para atender a cualquier chica que hubiera tenido un percance. No le importaba el clima, a veces salía hasta en pijama a donde la llamaran, siempre dispuesta a ayudar a todos y todas de la mejor manera. Y nosotros, con todo el equipo de producción detrás de ella”, recuerda Carmen Oquendo.
Diana logró visibilizar una comunidad que era invisible y su frase, “Yo soy Diana Navarro Sanjuan, negra, marica y puta”, dio un significado único a la comunidad y sus búsquedas de autorreconocimiento. Charlotte Schneider Callejas, su hermana trans más cercana y quien la acompañó hasta el último momento, afirma que “ella daba todo por su comunidad y en ocasiones hasta descuidó su propia salud por aportar al reconocimiento de una comunidad con tantas carencias y complejidades”.
Diana actuó como madre para muches. Trabajadoras sexuales, activistas a quienes ayudó a incursionar en el mundo de la política y sobre todo con Luis Albeiro, hijo de una amiga que no lo podía criar y a quien acogió como suyo. De hecho, en el registro civil de Luis, ella aparece legalmente como su padre. Por eso, su círculo cercano concuerda que la mejor forma de mantener viva la memoria de Diana es siguiendo su ejemplo de trabajo incansable por las personas en situación de vulnerabilidad. (El miedo a ser: así violentaron a las personas LGBTIQ+ en la guerra)
A pesar de su estado de salud durante los últimos dos meses, nunca perdió su capacidad para buscar consensos y hacer un llamado a la comunidad. El sábado en compañía Pochi, Diana le mandó un audio a Liza García Reyes, activista del movimiento LGBTIQ+, con quien compartió el liderazgo en distintas acciones por la población diversa. En ese mensaje, Diana le dijo que la vida da muchas oportunidades y esta, la de su partida y su enfermedad, les dio la oportunidad otra vez de converger, encontrarse y una ocasión para estar más unidos, cuenta Pochi.
“Diana era una mujer tremendamente potente, con una visión muy amplia y una mujer que siempre supo que en este país podían las mujeres trans, las personas trans, tener la totalidad de sus derechos y nunca se negó a hacer algo para lograrlo”, reflexiona Liza García. Por esto, será considerada siempre como una mujer incansable que fue precursora del liderazgo político para las personas trans en Colombia.
El legado de Diana Navarro Sanjuan en la historia de los movimientos por la diversidad sexual y de género en Colombia es innegable. Todos los avances jurídico-políticos que se han dado en este país sobre la situación de personas trans tienen detrás su semilla. El impacto de su trabajo social fue de tal magnitud que distintos sectores están considerando una petición para que el Centro de Atención Integral a la Diversidad Sexual y de Géneros (CAIDSG) Zona Centro se llame Diana Navarro.