2.900 años de historia
En Soacha se han hallado 4.956 piezas cerámicas, un posible observatorio astronómico y espacios de vivienda y rituales de tribus prehispánicas.
Redacción Bogotá
¿Existió hace 900 años una aldea indígena en las mesetas del Valle del Tequendama? Dos grupos de arqueólogos, con una inversión de más de US$7 millones, trabajan desde hace meses para encontrar la respuesta y de paso darle viabilidad a uno de los más importantes megaproyectos de transmisión eléctrica para Bogotá y sus alrededores.
De manera discreta, en terrenos de la empresa Codensa ubicados en la vereda Canoas, Soacha, a pocos kilómetros del Salto del Tequendama, las firmas Ingetec Ingenieros Consultores e Ingeniería & Diseño S.A. se embarcarán hasta diciembre de 2014 en el rescate de miles de restos arqueológicos, algunos con casi tres mil años de antigüedad, que para muchos es una de las más importantes y costosas excavaciones arqueológicas realizadas en la sabana de Bogotá.
Como contó El Espectador hace dos meses, el hallazgo de la posible “aldea” ocurrió el año pasado, durante la realización del Estudio de Impacto Ambiental que por ley debía hacer Empresas Públicas de Medellín para construir la subestación eléctrica Nueva Esperanza, pieza clave de un proyecto estratégico del Gobierno Nacional, que busca incrementar el flujo de energía eléctrica en la zona centro del país.
Una es la historia del polémico proyecto, que tiene más de un año de atraso por cuenta del hallazgo arqueológico y la resistencia de una decena de municipios al occidente y oriente de Bogotá, que hasta ahora se han opuesto a que dos líneas de transmisión eléctrica atraviesen por su territorio.
Otra es la historia de lo que comienza a aparecer en los terrenos de la futura subestación, cuya construcción se aplazó para diciembre de 2014 por orden del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, para garantizar que la megaobra no impida el rescate del asentamiento.
El Espectador tuvo acceso a los informes preliminares realizados por los dos grupos de arqueólogos que fueron contratados para realizar el rescate, que le costará a Empresas Públicas de Medellín y Codensa más de US$7 millones, según le dijo a este diario Luis Fernando Aristizábal, subgerente de la empresa antioqueña.
En uno de los informes, presentado por la firma Ingetec S.A. por parte del jefe del equipo arqueológico, John Alexánder González, se revela que lo hallado preliminarmente en las 18 hectáreas donde se construirá la subestación contiene piezas y rastros de épocas muiscas y premuiscas, unas tan antiguas que se remontan al período Herrera, antes de los muiscas, “ofreciendo una secuencia temporal que se inicia en el 900 a.C. y llega hasta el presente”.
En otras palabras, los más 20 de arqueólogos que en estos momentos trabajan en los terrenos de Codensa esperan encontrar pistas importantes de cómo fue cambiando durante 3.000 años la forma en la que los pobladores de la sabana de Bogotá habitaron estos territorios, antes de que Gonzalo Jiménez de Quesada llegara en 1538.
Hasta ahora, ninguno de los arqueólogos jefes han accedido a hablar con la prensa. Aducen cláusulas de confidencialidad, pactadas entre sus equipos y las dos empresas de energía. Sin embargo, en sus informes preliminares se mencionan algunos de los hallazgos que hoy los tiene preguntándose si, en efecto, lo encontrado en Soacha se trata de una “aldea prehispánica”.
La aldea que comienza a dibujarse en las excavaciones de Nueva Esperanza incluye evidencias de que poco a poco fue incrementando su población, hasta encontrar su más altos índices de densidad en la época muisca. También aparecieron en la zona más de 2.000 tumbas y algunos tipos de cerámica que “insinúan la posibilidad de usos rituales”.
En esta posible aldea, sus pobladores tenían espacios para el rito y espacios para la vivienda, según un mapa proyectado por Ingetec. Asimismo, según los hallazgos del equipo de Tatiana Santa, arqueóloga de Ingenieros & Diseños S.A., en el lugar se encontró un “menhir de tamaño pequeño” que podría estar relacionado con “observaciones astronómicas” (un mecanismo similar al de El Infiernito, en Villa de Leyva).
Finalmente, en términos cuantitativos —cuando aún falta un año y medio de excavaciones—, los dos equipos han encontrado un total de 4.956 piezas, que incluyen más de 16 tipos de cerámica relacionados con cuatro períodos históricos: Herrera, Muisca temprano, Muisca tardío y Postcontacto.
¿Qué pasará con todo este patrimonio? El subdirector científico del Icanh, Ernesto Montenegro, asegura que en el mundo “no hay un solo espacio de este tipo que sea conservado”. Esto debido no sólo a que el rescate de las piezas destruye de por sí el sitio, sino porque en el lugar, más allá del “dibujo” en el suelo, no queda rastro material ni de las viviendas ni ningún otro tipo de estructuras.
Montenegro, sin embargo, reconoce que el volumen de recursos que ha sido invertido en los trabajos de rescate y el área de la misma la convierte “en una excavación excepcional” en el país.
¿Existió hace 900 años una aldea indígena en las mesetas del Valle del Tequendama? Dos grupos de arqueólogos, con una inversión de más de US$7 millones, trabajan desde hace meses para encontrar la respuesta y de paso darle viabilidad a uno de los más importantes megaproyectos de transmisión eléctrica para Bogotá y sus alrededores.
De manera discreta, en terrenos de la empresa Codensa ubicados en la vereda Canoas, Soacha, a pocos kilómetros del Salto del Tequendama, las firmas Ingetec Ingenieros Consultores e Ingeniería & Diseño S.A. se embarcarán hasta diciembre de 2014 en el rescate de miles de restos arqueológicos, algunos con casi tres mil años de antigüedad, que para muchos es una de las más importantes y costosas excavaciones arqueológicas realizadas en la sabana de Bogotá.
Como contó El Espectador hace dos meses, el hallazgo de la posible “aldea” ocurrió el año pasado, durante la realización del Estudio de Impacto Ambiental que por ley debía hacer Empresas Públicas de Medellín para construir la subestación eléctrica Nueva Esperanza, pieza clave de un proyecto estratégico del Gobierno Nacional, que busca incrementar el flujo de energía eléctrica en la zona centro del país.
Una es la historia del polémico proyecto, que tiene más de un año de atraso por cuenta del hallazgo arqueológico y la resistencia de una decena de municipios al occidente y oriente de Bogotá, que hasta ahora se han opuesto a que dos líneas de transmisión eléctrica atraviesen por su territorio.
Otra es la historia de lo que comienza a aparecer en los terrenos de la futura subestación, cuya construcción se aplazó para diciembre de 2014 por orden del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, para garantizar que la megaobra no impida el rescate del asentamiento.
El Espectador tuvo acceso a los informes preliminares realizados por los dos grupos de arqueólogos que fueron contratados para realizar el rescate, que le costará a Empresas Públicas de Medellín y Codensa más de US$7 millones, según le dijo a este diario Luis Fernando Aristizábal, subgerente de la empresa antioqueña.
En uno de los informes, presentado por la firma Ingetec S.A. por parte del jefe del equipo arqueológico, John Alexánder González, se revela que lo hallado preliminarmente en las 18 hectáreas donde se construirá la subestación contiene piezas y rastros de épocas muiscas y premuiscas, unas tan antiguas que se remontan al período Herrera, antes de los muiscas, “ofreciendo una secuencia temporal que se inicia en el 900 a.C. y llega hasta el presente”.
En otras palabras, los más 20 de arqueólogos que en estos momentos trabajan en los terrenos de Codensa esperan encontrar pistas importantes de cómo fue cambiando durante 3.000 años la forma en la que los pobladores de la sabana de Bogotá habitaron estos territorios, antes de que Gonzalo Jiménez de Quesada llegara en 1538.
Hasta ahora, ninguno de los arqueólogos jefes han accedido a hablar con la prensa. Aducen cláusulas de confidencialidad, pactadas entre sus equipos y las dos empresas de energía. Sin embargo, en sus informes preliminares se mencionan algunos de los hallazgos que hoy los tiene preguntándose si, en efecto, lo encontrado en Soacha se trata de una “aldea prehispánica”.
La aldea que comienza a dibujarse en las excavaciones de Nueva Esperanza incluye evidencias de que poco a poco fue incrementando su población, hasta encontrar su más altos índices de densidad en la época muisca. También aparecieron en la zona más de 2.000 tumbas y algunos tipos de cerámica que “insinúan la posibilidad de usos rituales”.
En esta posible aldea, sus pobladores tenían espacios para el rito y espacios para la vivienda, según un mapa proyectado por Ingetec. Asimismo, según los hallazgos del equipo de Tatiana Santa, arqueóloga de Ingenieros & Diseños S.A., en el lugar se encontró un “menhir de tamaño pequeño” que podría estar relacionado con “observaciones astronómicas” (un mecanismo similar al de El Infiernito, en Villa de Leyva).
Finalmente, en términos cuantitativos —cuando aún falta un año y medio de excavaciones—, los dos equipos han encontrado un total de 4.956 piezas, que incluyen más de 16 tipos de cerámica relacionados con cuatro períodos históricos: Herrera, Muisca temprano, Muisca tardío y Postcontacto.
¿Qué pasará con todo este patrimonio? El subdirector científico del Icanh, Ernesto Montenegro, asegura que en el mundo “no hay un solo espacio de este tipo que sea conservado”. Esto debido no sólo a que el rescate de las piezas destruye de por sí el sitio, sino porque en el lugar, más allá del “dibujo” en el suelo, no queda rastro material ni de las viviendas ni ningún otro tipo de estructuras.
Montenegro, sin embargo, reconoce que el volumen de recursos que ha sido invertido en los trabajos de rescate y el área de la misma la convierte “en una excavación excepcional” en el país.