“A los jóvenes hay que darles oportunidades”
La AFD (Agencia Francesa para el Desarrollo) y El Espectador quieren destacar la valiosa labor de lideresas colombianas que desde diversos campos contribuyen a la construcción de país y que luchan por un mundo más solidario, más justo: un mundo en común.
Mauricio Rodríguez* Especial para El Espectador
Diana Shirley Herreño Bustos nació en Bogotá, tiene 40 años. Es licenciada en pedagogía reeducativa de la Universidad Católica Luis Amigó. Trabaja desde 2007 con el Sistema de Responsabilidad Penal y coordina desde 2017 el programa “Niñez sin rejas-Colombia”, cuya misión es la reinserción a la comunidad de adolescentes y jóvenes que han incurrido en la comisión de un delito, a quienes los jueces han impuesto una sanción no privativa de su libertad. Esta es una iniciativa de la Oficina Católica Internacional para la infancia (BICE, con sede en Ginebra, Suiza) a través de la OPAN (Oficina Pastoral para la Atención de la Niñez y la Familia), de los Religiosos Terciarios Capuchinos. Sus principales apoyos vienen de la fundación alemana Kinder Missions Werk y de la AFD.
¿Cómo lleva a cabo su misión?
Atendemos cada año a aproximadamente 700 adolescentes y jóvenes (en Bogotá y municipios aledaños) mediante intervenciones psicológicas individuales y a sus familias, con el objetivo de ayudarles en su reconocimiento como seres sujetos de derechos y miembros activos de la sociedad. En estas sesiones, posibles gracias a la colaboración de la AFD, les ayudamos a concebir y desarrollar un proyecto de vida valioso, con prácticas restaurativas como encuentros entre víctimas y victimarios, y a través de trabajo social en sus comunidades.
¿Cuáles son los fundamentos de su labor?
Creemos en la recuperación de los jóvenes, que sí es posible que cambien sus conductas y que se les deben dar oportunidades para aprovechar bien su potencial. Y así les ayudamos a construir su resiliencia -la capacidad de afrontar su realidad y superar la adversidad-. No los tratamos como problemas, sino como seres humanos.
Como mujer, ¿cuál ha sido la principal barrera que ha enfrentado y cómo la superó?
No ha sido en el ámbito laboral, sino en mi vida personal: el asesinato de mi cuñada, porque sentí con inmenso dolor lo vulnerables que somos las mujeres. Esta tragedia la afronto con fe en Dios, en el perdón y en la reconciliación.
¿Cuáles son los principales obstáculos en su misión como lideresa de “Niñez sin rejas”?
Estos jóvenes y adolescentes en muchos casos están muy solos. Son estigmatizados y a veces se sienten -como ellos lo dicen- “menospreciados”. Se les dificulta tener acceso a la educación, la salud y el trabajo. Sus familias han perdido la esperanza en su futuro, y restablecerla es tarea difícil. Y en algunos casos miembros de su propia familia delinquen.
¿Cómo se logra vencer esos obstáculos?
En los programas de los Religiosos Terciarios Capuchinos desarrollamos los procesos a través de la pedagogía amigoniana, una pedagogía del amor. Si enseñamos e inspiramos con el ejemplo amoroso, hallaremos siempre fuerza interior y recursos para no darnos por vencidos.
Un mensaje final para la sociedad.
Debemos humanizarnos, nos falta ser más solidarios. Tenemos la posibilidad de contribuir al cambio social en favor de la niñez y la adolescencia de Colombia.
Cuéntenos un caso, sin mencionar su nombre, de adolescente o joven cuyo paso por “Niñez sin rejas” haya dejado una huella positiva profunda.
Francisco (seudónimo) se vinculó al programa cuando tenía 15 años. Tenía una fuerte adicción al consumo de sustancias psicoactivas. Sus vínculos familiares estaban rotos, su madrina velaba por él.
Diseñamos un plan de trabajo para él con el objetivo de que se reconociera como persona valiosa y desarrollara su amor propio. Hicimos encuentros restaurativos -de sanación, perdón y reconstrucción de lazos afectivos- de él con su mamá, con quien regresó a vivir. Con nuestro constante apoyo culminó su bachillerato e ingresó al Sena a formarse como técnico en gastronomía y cocina.
Empezó sus prácticas en una empresa que le pagaba por su labor y con ese dinero mejoró la calidad de vida de su familia. En marzo del año pasado iba a trabajar en España, pero por la pandemia tuvo que aplazar ese sueño. Decidió ingresar al servicio militar, en donde está contento.
Francisco tiene hoy en día 19 años, su autoestima y confianza en su futuro son buenas, está muy agradecido con “Niñez sin rejas” y nos ayuda con su testimonio como embajador ante diversas entidades y la comunidad.
* Profesor de liderazgo, Universidad Externado.
Diana Shirley Herreño Bustos nació en Bogotá, tiene 40 años. Es licenciada en pedagogía reeducativa de la Universidad Católica Luis Amigó. Trabaja desde 2007 con el Sistema de Responsabilidad Penal y coordina desde 2017 el programa “Niñez sin rejas-Colombia”, cuya misión es la reinserción a la comunidad de adolescentes y jóvenes que han incurrido en la comisión de un delito, a quienes los jueces han impuesto una sanción no privativa de su libertad. Esta es una iniciativa de la Oficina Católica Internacional para la infancia (BICE, con sede en Ginebra, Suiza) a través de la OPAN (Oficina Pastoral para la Atención de la Niñez y la Familia), de los Religiosos Terciarios Capuchinos. Sus principales apoyos vienen de la fundación alemana Kinder Missions Werk y de la AFD.
¿Cómo lleva a cabo su misión?
Atendemos cada año a aproximadamente 700 adolescentes y jóvenes (en Bogotá y municipios aledaños) mediante intervenciones psicológicas individuales y a sus familias, con el objetivo de ayudarles en su reconocimiento como seres sujetos de derechos y miembros activos de la sociedad. En estas sesiones, posibles gracias a la colaboración de la AFD, les ayudamos a concebir y desarrollar un proyecto de vida valioso, con prácticas restaurativas como encuentros entre víctimas y victimarios, y a través de trabajo social en sus comunidades.
¿Cuáles son los fundamentos de su labor?
Creemos en la recuperación de los jóvenes, que sí es posible que cambien sus conductas y que se les deben dar oportunidades para aprovechar bien su potencial. Y así les ayudamos a construir su resiliencia -la capacidad de afrontar su realidad y superar la adversidad-. No los tratamos como problemas, sino como seres humanos.
Como mujer, ¿cuál ha sido la principal barrera que ha enfrentado y cómo la superó?
No ha sido en el ámbito laboral, sino en mi vida personal: el asesinato de mi cuñada, porque sentí con inmenso dolor lo vulnerables que somos las mujeres. Esta tragedia la afronto con fe en Dios, en el perdón y en la reconciliación.
¿Cuáles son los principales obstáculos en su misión como lideresa de “Niñez sin rejas”?
Estos jóvenes y adolescentes en muchos casos están muy solos. Son estigmatizados y a veces se sienten -como ellos lo dicen- “menospreciados”. Se les dificulta tener acceso a la educación, la salud y el trabajo. Sus familias han perdido la esperanza en su futuro, y restablecerla es tarea difícil. Y en algunos casos miembros de su propia familia delinquen.
¿Cómo se logra vencer esos obstáculos?
En los programas de los Religiosos Terciarios Capuchinos desarrollamos los procesos a través de la pedagogía amigoniana, una pedagogía del amor. Si enseñamos e inspiramos con el ejemplo amoroso, hallaremos siempre fuerza interior y recursos para no darnos por vencidos.
Un mensaje final para la sociedad.
Debemos humanizarnos, nos falta ser más solidarios. Tenemos la posibilidad de contribuir al cambio social en favor de la niñez y la adolescencia de Colombia.
Cuéntenos un caso, sin mencionar su nombre, de adolescente o joven cuyo paso por “Niñez sin rejas” haya dejado una huella positiva profunda.
Francisco (seudónimo) se vinculó al programa cuando tenía 15 años. Tenía una fuerte adicción al consumo de sustancias psicoactivas. Sus vínculos familiares estaban rotos, su madrina velaba por él.
Diseñamos un plan de trabajo para él con el objetivo de que se reconociera como persona valiosa y desarrollara su amor propio. Hicimos encuentros restaurativos -de sanación, perdón y reconstrucción de lazos afectivos- de él con su mamá, con quien regresó a vivir. Con nuestro constante apoyo culminó su bachillerato e ingresó al Sena a formarse como técnico en gastronomía y cocina.
Empezó sus prácticas en una empresa que le pagaba por su labor y con ese dinero mejoró la calidad de vida de su familia. En marzo del año pasado iba a trabajar en España, pero por la pandemia tuvo que aplazar ese sueño. Decidió ingresar al servicio militar, en donde está contento.
Francisco tiene hoy en día 19 años, su autoestima y confianza en su futuro son buenas, está muy agradecido con “Niñez sin rejas” y nos ayuda con su testimonio como embajador ante diversas entidades y la comunidad.
* Profesor de liderazgo, Universidad Externado.