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Nadie conocía la vereda de El Pinde hasta que, en 2015, volaron un tramo del oleoducto Trasandino, que pasa cerca del caserío. En la comunidad viven alrededor de 500 personas y aunque está a un poco más de una hora del casco urbano de Tumaco, en Nariño, sobre la vía que lleva a Pasto, por años se han sentido más afuera que dentro del país.
Al igual que muchas poblaciones de la zona, han sido víctimas del conflicto. Zulia señala que es por eso que allí hay muchas madres cabeza de familia y viudas, que luchan por su comunidad, pero, sobre todo, por un mejor futuro para sus hijos.
“Somos personas de bien que queremos progresar, tener un mejor futuro para todos, salir adelante. Es una zona de conflicto sonada y la forma de mejorar es que los niños no piensen en irse”, dice Héctor Portilla, presidente de la junta de acción comunal de la vereda, quien dice que los chicos comienzan a ser reclutados para irse al monte entre los doce y trece años.
Desde hace dos años, como comunidad trabajan para cambiar estas dinámicas. Hoy se sienten orgullosos de darle los últimos retoques al polideportivo, que construyeron con sus propias manos al lado del colegio. Y aunque esto puede que no parezca una necesidad básica por satisfacer, ha generado algo importante en El Pinde: un sentido de pertenencia tal, que se han organizado para planear y pedir apoyo para sus propios proyectos en el territorio.
Vamos despacio. Con la implementación de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) lograron que se construyera un puente sobre el río, que atraviesa la vereda y los comunica con dos cabildos indígenas. “Antes tenían que pasar entre el río y si se crecía no podían pasar”, dice Portilla.
En 2020 llegaron la Fundación Panamericana para el Desarrollo (FUPAD) y el Fondo de Programas Especial para la Paz a implementar las Zonas Futuro —también conocidas como Zonas Estratégicas de Intervención Integral—, con las que busca lograr el control institucional, romper las economías ilícitas y preservar y defender el medio ambiente. Lo primero que se hizo en la comunidad fue identificar las necesidades de la población, organizarlas y definir los procesos que se desarrollarían.
Se hicieron actividades con los jóvenes, como jornadas de siembra de árboles por el camino que conduce al río, mientras que los habitantes de El Pinde pusieron la mano de obra para la construcción del polideportivo. “Nos organizamos en grupos de cuatro personas, porque todos no podíamos venir siempre y así hicimos la cancha”, dice Zulia, quien añade que “cuando pintamos fue tanta la participación que terminamos en dos días”.
Algo similar ocurrió en Pitalpiragua, a cuarenta minutos del casco urbano de Tumaco. Allí también se hizo una cancha y un parque biosaludable e infantil. “Las mujeres hemos tenido un empoderamiento total, porque aquí todas cogieron palas, se pusieron las botas y estuvieron totalmente entregadas al trabajo. Apoyamos con la mano de obra y participamos en todo”.
En esa comunidad no tienen agua potable, casa comunal ni un centro de atención hospitalaria, pero de la integración de las mujeres ha resultado un movimiento por la paz: ellas hacen talleres y actividades culturales para retomar prácticas que se han perdido, mientras que por otro lado trabajan para conformar una empresa de cacao, uno de los cultivos que más se da en la zona, junto con la palma africana.
Imbilí, a diez minutos de allí, es una de las poblaciones más grandes de la zona. Son alrededor de 3.000 personas las que viven y padecen al río Mira, pues las casas quedan bajo el agua cuando llueve. “Acá empezamos con las Zonas Futuro a trabajar en el 2020 con el mejoramiento de la institución educativa, la placa polideportiva y también nos apoyaron con 150 metros del muro de contención”, indica Amalia Rodríguez, una de las líderes de la comunidad.
Ahora trabajan en el mejoramiento de la cancha de fútbol, una gradería y la cubierta de la placa polideportiva. “Imbilí es una comunidad muy futbolística. Aquí llega todo el mundo por las tardes. La gente se moviliza de otras veredas a participar y por eso esta cancha le devuelve la alegría al pueblo”. Para sus actividades, a los habitantes los convocan por bocina. Por su parte, los comprometidos con la sustitución de cultivos ilícitos han recogido fondos para invertir en otras necesidades de la comunidad.
De acuerdo con Natalia Villa, de FUPAD, en el Pacífico nariñense se han centrado en la promoción del deporte, la cultura y la recreación, así como en el fortalecimiento de las industrias culturales y creativas y en el mejoramiento de las condiciones de salud, lo que incluye las instituciones educativas, como en Imbilí, donde se hicieron nuevos salones y una cubierta en el colegio, así como el fortalecimiento de alcaldías y organizaciones civiles, como la Unidad Indígena del Pueblo Awá (Unipa) y la Diócesis para la prevención del reclutamiento forzado.
Pero quizás una de las inversiones más grandes y visibles se hizo en el Hospital San Andrés de Tumaco. “Este hospital está bajo intervención de la superintendencia desde 2017 y va hasta septiembre de 2022. Nuestro objetivo es sacar adelante la institución que beneficia 449.000 personas, porque no es solo Tumaco sino los municipios del Pacífico nariñense y dos del piedemonte costero”, dijo Pedro Espitia, gerente del hospital.
Es de segundo nivel, en promedio al día nacen cinco niños y por lo general atienden tanto a víctimas de accidentes de tránsito como de la violencia, pero lo encontraron en difíciles condiciones. Con escapes de agua y fallas de energía, camas oxidadas en medio de la pandemia y sin rayos X para tomar una placa. Por eso, fue importante la ayuda de los comerciantes y privados, que ayudaron con dotación y elementos importantes como oxígeno para atender a los contagiados, mientras que de las Zonas Futuro han recibido alrededor de $11.000 millones para renovar el hospital.
Espitia no solo se emociona, sino que muestra con orgullo cómo el lugar está en obra. “No teníamos camas, los nocheros eran bolsas de mercado, la gente ponía la comida en el piso y la sala de cirugía era igual a la canción de Juan Luis Guerra. Con la inversión tenemos camas, nocheros y mesas puente, que es dignidad. Por otro lado, conseguimos una lavandería hospitalaria y ahora tenemos fija una zona de imágenes diagnósticas”.
A finales de este mes terminará la intervención, por lo que se entregarán los avances en infraestructura, mientras que en comunidades como El Pinde le apuestan a buscar recursos para nuevas intervenciones, como un nuevo bioparque, y a fortalecer trabajos que se pueden volver rentables como el reciclaje, pues reconocen que lo más valioso de trabajar entre todos ha sido crear la confianza de que pueden impulsar proyectos que los visibilicen y le brinden un mejor futuro a la comunidad.