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Su nombre es Ammarantha Wass: activista, feminista, trans y ciega desde los dos años. Su vida es el trabajo comunitario y la lucha contra las desigualdades sociales, a las que ha tenido que enfrentar desde distintos frentes. En las mañanas recibe clases de Lenguas Extranjeras en la Universidad Pedagógica, pero quien apenas la conoce cree que es de la carrera de Sociales. Y en las tardes trabaja por los derechos humanos, aunque no sea un empleo remunerado. (Lea aquí: Por primera vez, Estado colombiano pedirá perdón a lesbiana por discriminarla)
Hace tres años renunció al puesto que tenía en una importadora de repuestos hidráulicos porque lo de ella eran las humanidades. Tomó la decisión, pese a críticas de personas con discapacidad que le advirtieron que estaba desaprovechando una oportunidad. Tenía un contrato indefinido, después de que a los 17 años iniciara sus prácticas de tecnología en Gestión de Mercados en el Sena. (Video: #SinClóset, un nuevo espacio para la diversidad)
Sin embargo, ella prefiere los días en el barrio Santa Fe, de Bogotá, donde trabaja con la organización Cuerpos en Resistencia para dignificar a las trabajadoras sexuales y participa de un proyecto que busca recuperar la memoria de las prostitutas que han sido víctimas del conflicto armado, en especial de las trans. (“Yo salí del clóset a los 19 años”: Camila Chaín)
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Foto: Gustavo Torrijos - El Espectador
Después de conocer las experiencias de esas mujeres, asegura que ella la “sacó barata” porque, dice, muchas de las trabajadoras sexuales trans llegaron al Santa Fe porque sus familias las excluyeron cuando salieron del clóset. Ammarantha inició su tránsito el año pasado y eso le costó que la echaran de su hogar, que ha sobrevivido gracias al trabajo doméstico y reciclaje. A su madre le agradece que, con apenas haber cursado hasta segundo de primaria, la haya apoyado en su infancia y adolescencia con las tareas educativas. Su relación se mantiene, pero cuando va a visitarla no se le permite entrar si no es con ropa masculina.
Dos sudaderas y dos buzos es lo único que queda del antiguo clóset de Ammarantha, y está reservado para cuando va a Suba. Del resto, su ropa ya está acorde con su identidad de género. Faldas, medias, tacones y baletas se apoderaron del ropero de Wass en su casa en el 20 de Julio, que comparte con dos amigos. (Fotos desde la cárcel El Buen Pastor, donde una lesbiana hizo historia)
Hacer el tránsito también le ha mostrado otras clases de discriminaciones. “A mí por ciega me sobreestiman y me admiran por cosas estúpidas como cruzar una calle. Pero el ser trans ya tiene todo un estereotipo de la ‘pervertida’, ‘puta’ o que ‘va contra la naturaleza’”, afirma. Desde que cambió su identidad de género, los hombres de su barrio también la han acosado en la calle e incluso le han ofrecido plata por sexo. “El ser trans también me ha mostrado todo lo que sufre una mujer aquí en Bogotá o en cualquier parte de Colombia”, agrega.
Ammarantha se trasvistió por primera vez en una marcha antiteletón. Sus compañeros de lucha, con alguna discapacidad, se molestaron. “Para eso había una marcha gay”, dijeron con repudio algunos. “Dentro de la población con discapacidad también hay unas hipermasculinidades. El machismo está en la sociedad grande y en las poblaciones pequeñas”, explica Wass.
No le importó, y al siguiente año, en una nueva marcha, hizo un performance desnuda para rechazar la “estigmatización de lástima hacia las personas con discapacidad” que, según esta población, promueve la Teletón, y para exigir garantías reales para ejercer sus derechos. El nombre de Ammarantha nació precisamente en esas protestas. Una de sus grandes amigas, quien también le regaló las primeras prendas de vestir femeninas, le dijo que tenía que identificarse con ese nombre. Así quería llamar a su primera hija. A ella le gustó y asegura que significa etimológicamente tal y lo que es: “la digna, la que no se cae, la que no se marchita”.
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*Sin Clóset es el espacio de El Espectador para hablar de diversidad sexual