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Asalto a Marquetalia

El escritor y sociólogo que mejor conoce las zonas de conflicto en Colombia viajó a La Habana para reconstruir con los fundadores de las Farc los episodios que llevaron al surgimiento de esa guerrilla hace 50 años. Hoy, los días definitivos, según los generales Álvaro Valencia Tovar y Belarmino Pinilla y el comandante insurgente Jaime Guaracas.

Alfredo Molano Bravo / Especial para El Espectador
15 de junio de 2014 - 02:00 a. m.
El 14 de junio, la FAC bombardeó con proyectiles de alto poder el altiplano de Marquetalia, que era la sede del comando de ‘Marulanda’.  / Archivo - El Espectador
El 14 de junio, la FAC bombardeó con proyectiles de alto poder el altiplano de Marquetalia, que era la sede del comando de ‘Marulanda’. / Archivo - El Espectador
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La luna de miel entre Rojas Pinilla y los partidos tradicionales se comenzó a romper a principios de 1956. El precio del café se desplomó. De un promedio de 80 centavos de dólar la libra en el año 54, bajó en 1957 a 65 centavos libra. La economía, que hasta entonces se había mostrado solvente, se resintió y la banca y la industria acusaron creciente malestar. De otro lado, liberales y conservadores no tenían duda de que la intención del Jefe Supremo era hacerse reelegir por la ANAC entre el 58 y el 62, apoyado en la Tercera Fuerza, el nuevo partido. Para rematar, el enriquecimiento de la familia Rojas era comidilla de toda reunión. Belisario Betancur, Guillermo León Valencia, Alberto Lleras Camargo impulsaron una alianza conspirativa. La sede de la Andi se convirtió en el cuartel general donde se organizó la caída del régimen. La Iglesia y un sector de militares se unieron al movimiento y el 10 de mayo de 1957 Rojas y su familia salieron rumbo al exterior.

Por aquellos días las columnas de marcha que habían huido organizadamente de Villarrica con cerca de 10.000 personas se fundaron en las regiones de El Pato, Guayabero y el Ariari, y crearon, según el general Valencia Tovar, las repúblicas independientes. Charro Negro, Manuel Marulanda y Ciro Trujillo dominaron, con unos pocos hombres armados, los caminos entre Riochiquito y Gaitania y dirigieron la colonización campesina armada de estas últimas zonas desde los campamentos guerrilleros de La Símbula en Cauca y El Támaro en Tolima. Según Jaime Guaracas —uno de los comandantes—, los guerrilleros tumbaron selva, sembraron maíz y fundaron el pueblo de Riochiquito.

No eran estas zonas las únicas que habían vuelto a la pelea. Sumapaz, el norte del Valle, el oriente de Huila, el occidente de Cundinamarca, Quindío, el noroeste de Antioquia, el Magdalena Medio, guerrillas y cuadrillas de bandoleros retomaron las armas. A diferencia del gobierno de Rojas, que consideraba la violencia —a decir de Gonzalo Sánchez, gran estudioso del fenómeno— una gigantesca ola de criminalidad, para el Frente Nacional en sus primeros días se trataba de una verdadera guerra civil no declarada. Sobre esta premisa Alberto Lleras creó, un mes después de posesionarse como presidente, la Comisión Especial de Rehabilitación y, poco después, la Comisión Nacional Investigadora de las Causas de la Violencia, que iniciaron acercamientos con los grupos armados buscando negociar su desmovilización a cambio de programas sociales: tierras, créditos, vías, asistencia técnica, salud, educación. Las mismas promesas de siempre. El daño de la violencia en vidas había sido enorme: 240.000 homicidios.

El Gobierno puso el énfasis del plan de rehabilitación en el departamento del Tolima, donde era gobernador Darío Echandía, que ofrecía volver “a pescar de noche”, y donde la violencia había sido particularmente brutal: 35.000 casas campesinas habían sido incendiadas. A pesar de los diagnósticos que mostraban la íntima relación de la tierra con la guerra, las inversiones se dirigieron principalmente hacia la construcción de obras públicas.

En 1959 se emplearon 6.700 hombres en 110 frentes de trabajo, en uno de los cuales Manuel Marulanda fue inspector jefe de carretera. Muchos de sus compañeros, sin desarmarse puesto que el programa no lo exigía, trabajaron bajo sus órdenes en la construcción de la carretera Aleluyas-El Carmen. El general Belarmino Pinilla, quien fue después comandante de la flotilla de helicópteros que ocupó Marquetalia, recuerda que “Tirofijo trabajaba de noche como taxista en Neiva para redondear el sueldo”.

Los guerrilleros volvieron a trabajar el campo. Charro Negro recibió un préstamo y se dedicó a negociar bestias y a dar funciones de cine en los pueblos con una máquina que el programa le facilitó. Isauro Yosa compró una mejora e hizo un hato lechero. Joselo se fundó en Planadas. Isaías Pardo abrió una finca. “Usted no se imagina lo que era ese hombre derribando monte”, recuerda Jaime Guaracas, su compañero, que colonizó tierra en Gaitania. Marulanda compró una casa en Gaitania; mientras tanto, Ciro Trujillo se empeñaba en construir el pueblo de Riochiquito. Las guerrillas de autodefensa se transformaron en un movimiento agrarista. Charro Negro fue nombrado presidente de la Unión Sindical de Agricultores de Tolima y Huila, y Ciro Trujillo ocupó idéntico cargo en la Unión de Agricultores de Riochiquito y Tierradentro.

Cabe recordar que el 1º de enero de ese año Fidel Castro entró victorioso a La Habana y poco después el Che Guevara en Punta del Este acusó a Estados Unidos de importar a América Latina la Guerra Fría. En Colombia, el presidente Lleras Camargo había aprobado el Plan Lazo, a la sombra de la Alianza para el Progreso, siendo comandante del Ejército el general Ruiz Novoa, que había dirigido el Batallón Colombia en Corea. Se trataba de una estrategia que daba gran importancia a los efectos psicológicos de la acción cívico-militar inspirada en la doctrina de Seguridad Nacional. El triunfo de la Revolución cubana impulsó —como reacción a ella y a su influencia regional— la aplicación de esta teoría como una estrategia de contención del comunismo. Al ser nombrado Ruiz Novoa ministro de Guerra por el presidente Valencia (1962-1966), convirtió el Plan Lazo en fundamento de la guerra contrainsurgente.

El programa de rehabilitación integró también a excombatientes del liberalismo como los generales Mariachi y Arboleda, que se habían separado de los comunes y sostenían con ellos una guerra abierta. Mariachi acusó al movimiento agrario de Marquetalia del robo de 200 reses; Isaías Pardo respondió: “Las tomamos porque el Gobierno no nos ha cumplido las promesas”. Mariachi invitó a Charro Negro a una reunión en Gaitania para arreglar el problema. Charro asistió. Se trataba de una emboscada de la cual no salió vivo.

Marulanda viajó a Neiva y a Ibagué a denunciar el asesinato. La respuesta del Ejército fue clara: “Ya vamos para allá a imponer orden”. Marulanda entendió el mensaje y de regreso a Gaitania reorganizó a sus hombres, que dejaron abandonadas las herramientas de trabajo y volvieron a los fusiles. Era el 11 de enero de 1960.

El movimiento agrario de Marquetalia se transformó en Autodefensa Regular, que, según testimonio de Guaracas, fue creada “con la misión de estar patrullando, previendo cualquier peligro para poder trabajar más tranquilos”. No obstante, Marulanda montó emboscadas contra el Ejército en las carreteras El Carmen y el Alto, donde les quitó varios fusiles a las tropas del Gobierno. La reacción de la Sexta Brigada fue, según el propio Mariachi, armar un grupo de exguerrilleros liberales o limpios.

A mediados de 1961 el Partido Comunista citó a una conferencia de autodefensas en El Támaro —que desde entonces se llamó Marquetalia— a la que acudieron delegados de El Pato, Natagaima y Guayabero y donde los representantes del comité central hicieron a Marulanda una fuerte crítica por las acciones contra la fuerza pública. Marulanda argumentó que él no se iba a dejar liquidar ni por el Gobierno ni por los limpios.

Poco tiempo después, el Ejército ocupó El Hueco, uno de los campamentos de las autodefensas, de donde la fuerza pública pudo pasar a San Miguel y La Suiza, ya en el corazón de Marquetalia. El control sobre el movimiento de los pobladores, la información sobre sus parcelas y la limitación de su abastecimiento se hicieron críticos. La estrategia de control sobre un área determinada buscó impedir, según el general Álvaro Valencia Tovar, que las guerrillas de Marquetalia se regaran por toda la región, que era precisamente el objetivo que Marulanda planteó en esa conferencia y que está implícito en la expresión “guerrilla rodada”.

A principios del año 62, el Ejército entró a Natagaima en son de guerra por considerar que el Partido Comunista ejercía de hecho la autoridad sobre la zona, que por lo demás había sido sede del Consejo Supremo de Indias, fundado por Quintín Lame en 1920, de donde había salido años atrás una de las marchas hacia El Davis. La gente huyó a las márgenes del río Anchique.

Las tropas oficiales mataron, según se denunció, más de 15 personas, entre ellas a Avenegra, que había regresado de Villarrica. En honor a esos muertos se organizó un grupo de autodefensa que se llamó 26 de Septiembre, fecha de la masacre. Un mes después, Álvaro Gómez pronunció su famoso discurso sobre las repúblicas independientes. Lleras Camargo hizo caso omiso del ataque de Gómez, pero el alto mando del Ejército tomó nota y comenzó a elaborar la gigantesca operación militar que denominó “Operación Soberanía”.

Más allá de los aspectos puramente tácticos, lo esencial de la nueva estrategia fue la política de acercamiento a la población civil. El Plan Lazo elaboró estrategias diferentes para las regiones de Marquetalia y Riochiquito. Mientras para Marquetalia planeó una operación militar de tierra arrasada, para Riochiquito ensayó al comienzo operativos cívico-militares. Gilberto Vieira denunció en la Cámara los planes militares y responsabilizó al Gobierno de los efectos que ello pudiera traer al país.

Durante todo el año 1963, Marulanda amplió la influencia de las autodefensas regulares a una gran área comprendida por Balsillas, Aipe, Palermo, Órganos, Chapinero, San Luis, La Julia, Aipecito, en Huila; El Carmen, Natagaima, El Patá, Monte Frío, Praga, Casadecinc, Santa Rita, Sur de Atá y Gaitania, en Tolima. Esta amplia región fue la que en realidad constituyó la denominada “República Independiente de Marquetalia”, donde, previendo los operativos del Ejército, las guerrillas se dedicaron a cultivar maíz y arroz, a construir depósitos para almacenar alimentos y pertrechos, a organizar a la población civil bajo unas normas de convivencia y a adiestrar unidades y mandos militares. Dice Guaracas: “Ese año se orientó construir caletas en la profundidad de la selva y almacenar allá la provisión que más se pudiera, según las posibilidades de cada familia. Pensábamos que si una familia tenía que esconderse tuviera por lo menos para seis meses de sobrevivencia... Estábamos creando zonas de reserva”.

A fines del año las autodefensas, después de celebrar la Nochebuena y el Año Nuevo, se atrincheraron en puntos estratégicos para esperar la ofensiva de las Fuerzas Militares. Valencia Tovar dice que en marzo de 1964 hubo siete ataques de la guerrilla al Ejército que le causaron nueve bajas. Ese mismo mes, un avión desconocido hasta entonces para las guerrillas, el T-33, hizo los primeros vuelos rasantes sobre el cañón del Atá. Por esos días Arturo Alape fue enviado por el Partido Comunista a Guayabero, y Jacobo Arenas y Hernando González a Marquetalia.

El 16 de abril “nos confundimos en un abrazo fraterno con Manuel Marulanda y un grupo de muchachos que ya esperaban el avance de la tropa”, escribió Jacobo en su Diario de la Resistencia. Una de las primeras medidas tomadas por los guerrilleros fue citar a una conferencia para informar sobre la Operación Marquetalia, que se veía venir, y nombrar un secretariado de resistencia compuesto por Marulanda, Isauro Yosa y los recién llegados. Escribieron una carta abierta al presidente Guillermo León Valencia donde puntualizaron: “Nuestro ‘delito’, que la locura de vuestra excelencia estimula, reside en nuestra firme oposición al sistema bipartidista del Frente Nacional”.

La conferencia adoptó una estrategia fundamental: “La movilidad absoluta y total de las guerrillas y la no aceptación de una guerra de posiciones”. La preocupación central consistió, en ese momento, en la evacuación de la población civil del teatro de guerra. Fue una tarea ardua y triste. Guaracas recuerda que “los hombres acompañaban a sus mujeres y a sus hijos hasta el lomo de la cordillera, donde los despedían y regresaban a los comandos”. Las familias cargaban lo poco que podían llevar a cuestas —una muda, un par de gallinas, algún marrano— hacia lugares previamente determinados por el secretariado o estado mayor del movimiento llamado Bloque Sur.

El 18 de mayo a las 9 de la mañana Caracol informó que la Operación Soberanía contra la República Independiente de Marquetalia había comenzado. Marulanda dijo, según Guaracas: “Ahora sí se nos vienen para acá”. El Gobierno emprendió la operación con el experimentado Batallón Colombia al mando de José Joaquín Matallana y efectivos de los batallones Tenerife, Roocke, Boyacá, Galán, comandados por el brigadier Currea Cubides.

Oficialmente, el general Valencia Tovar sostuvo: “Los efectivos sumados apenas pasaban de 1.200 hombres”; la guerrilla calculó que la fuerza osciló entre 10.000 y 16.000 soldados, apoyados por aviones T-33 y por siete helicópteros. Según Guaracas, las guerrillas estaban compuestas por 30 hombres armados. “El arma más ventajosa era una carabina San Cristóbal; las demás, ocho fusiles M1, y el resto, fusiles de perilla”. Gregorio Fandiño, sargento que participó en los combates, da una cifra exacta: 3.375 militares.

Según El Espectador, el Ejército la consideró “una operación civilizadora”. El 21 de mayo publicó en primera plana un reportaje de Jack Brannan. “El ejército (de EE.UU.) reveló hoy (en Washington) que ha contribuido a la eliminación de los bandidos que aterrorizaron la campiña de Colombia durante los últimos 16 años. Un vocero militar añadió que el Ejército suministró asesores de operaciones bélicas especiales y helicópteros al Ejército colombiano. Desde 1958 los merodeadores perdieron todos sus objetivos políticos y se dedicaron meramente al robo y al asesinato... y se calcula que en 10 años mataron 23.000 personas”.

El primer gran encuentro tuvo lugar en La Suiza, sobre el río Atá, el 20 de mayo. Fue un combate intermitente que permitió a la guerrilla de Isaías Pardo montar una emboscada donde cayeron los primeros soldados. “La radio —escribió Jacobo— informó de un oficial muerto y varios soldados heridos”. Guaracas, que participó en el combate, no habló de bajas, pero sí de “trilla al Ejército”. El 7 de junio, El Espectador tituló: “Ola de terrorismo anoche en el país: 28 bombas en Bogotá, 5 en Medellín, 1 en Manizales y 3 en Palmira”.

El 14 de junio, la FAC bombardeó con proyectiles de alto poder el altiplano de Marquetalia, que era la sede del comando de Marulanda. El bombardeo fue acompañado por ametrallamientos aéreos que facilitaron el desembarco de 400 unidades aerotransportadas. El hoy general Belarmino Pinilla, quien comandaba como capitán la flotilla de helicópteros, recuerda así la acción: “Habíamos construido una base para helicópteros en la cordillera, donde congregamos la tropa de asalto, unos 400 hombres. Para esa operación utilizamos cuatro helicópteros: dos Iraquois y dos Kamande giro entremezclado. Acordamos hacer un circuito elíptico que recorríamos a prudente distancia. Las máquinas cargaban y descargaban alternativamente la tropa en un potrero donde estaba el comando central de Tirofijo. Yo fui el primero en entrar a Marquetalia en el helicóptero con Matallana. Hice un vuelo estacionario a 10 metros de la choza sabiendo que los guerrilleros estaban ahí, pero al oírnos salieron disparados de la sorpresa tan berraca. Yo le había dicho a Matallana: ahí no se puede aterrizar, entonces hago un vuelo estacionario y ustedes saltan y que Dios los proteja”.

El recuerdo de Guaracas coincide en este punto: “Abandonamos el campo y quemamos la casa de Marulanda porque no se iba a permitir que el enemigo se sirviera de sus cosas”. Un par de francotiradores dificultaron el avance de la tropa. Matallana declaró que la lentitud en coronar el objetivo se debía al minado del área. Jacobo dio cuenta de que el 15 de junio dos cazas “lanzaron bombas sobre el caleterío donde se concentraba la mayoría de las familias en la selva. Quince niños resultaron muertos”. Guaracas confirmó el episodio. El general Pinilla lo niega: “Nunca bombardeamos blancos civiles, pero —confiesa— sí utilizamos napalm”. Marulanda había instruido a su gente: “Cuando los aviones ametrallan o bombardean, lo están haciendo a tientas, no están apuntando sobre cada uno de nosotros porque no nos ven. No hay que asustarse ni perder el control ni la moral porque quien pierde el control queda bajo la acción del pánico, y en ese momento no se sabe para dónde coger”. Se advirtió también un brote de lo que los guerrilleros llamaron “viruela negra”, cuyos síntomas eran una fiebre altísima y la aparición de llagas.

Las guerrillas no pudieron contener la fuerza del Ejército y se movieron hacia lo que se conocía como el alto de Trilleras, que Marulanda había señalado como el sitio de reunión. Según Guaracas, 25 hombres pasaron la noche esperando el combate, divertidos por los chistes de Marulanda. Fue la última noche que “íbamos a dormir cerca de nuestras casas”. A las 4 de la mañana se comenzó a preparar la emboscada. El Ejército entró en el área después de un intenso bombardeo y cuando todo les parecía dominado, la guerrilla atacó y, según Jacobo, causó siete muertos y 20 heridos al Ejército. Guaracas comentó sobre el combate: “Fue una pelea larga, muy buena”. Cerca de allí el Ejército intentó otro desembarco para izar la bandera nacional, pero “la guerrilla lo impidió hasta última hora”.

El 18 de junio, por fin, el Ejército logró asegurar el área. Los altos mandos, dice Jacobo con sorna, “hicieron entrega al Gobierno, con la presencia de varios ministros, de Marquetalia libre de bandoleros”. Cuatro días más tarde, cuando el Gobierno celebraba el triunfo, fue activada una bomba de alto poder que permitió a los guerrilleros recoger una ametralladora calibre 50 y varios fusiles. El 22 de junio el Ejército ocupó totalmente la región con lo que —escribió Jacobo— “la guerra pasaba de la resistencia a la guerra guerrillera auténtica”. La guerrilla se hizo invisible y el Ejército perdió todo contacto con ella.

Los bombardeos continuaron intermitentes sobre posiciones que la guerrilla había abandonado. En medio de ellos, el secretariado de resistencia citó el 20 de julio a una asamblea que aprobó el Programa Agrario cuyo primer punto convocaba a la lucha por una “reforma agraria auténtica: que cambie de raíz la estructura social del campo, entregando en forma gratuita la tierra a los campesinos que la trabajen o quieran trabajarla, sobre la base de la confiscación de la propiedad latifundista”.

El segundo punto decía que los colonos, ocupantes arrendatarios, aparceros agregados recibirían títulos de propiedad sobre los terrenos que explotaran y se crearía la unidad económica en el campo, y llamó a la creación de un Frente Único del Pueblo. Guaracas opinó que la declaración fue la respuesta a la ocupación de todo ese territorio de colonización de Marquetalia, “donde los campesinos habían descargado sus hachas para fundar y construir un rancho”.

La revista Life informó pormenorizadamente los resultados de la Operación Marquetalia: los bandoleros no sólo no habían sido derrotados sino que habían logrado consolidarse como fuerza guerrillera. Concluía que la ocupación militar había costado 300 millones de pesos. A lo que Ruiz Novoa respondió con un “no tanto”. Según los cálculos de Jacobo, se habían incendiado 100 ranchos, ocupado los terrenos abiertos, devorado 100.000 gallinas, robado 10.000 reses, encarcelado 2.000 campesinos y asesinado 200.

La guerrilla se esfumó, se volvió un fantasma para el Ejército.

 

Por Alfredo Molano Bravo / Especial para El Espectador

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