09 de septiembre de 2016 - 03:39 p. m.

Así nació El Espectador

Fragmento de “autobiografía de un periódico”, escrito por Gabriel Cano Villegas.

Gabriel Cano Villegas

Archivo / En la calle de “El Codo”, en Medellín, comenzó El Espectador.
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En una vieja, oscura y húmeda casucha de la calle de “El Codo”, en Medellín, se imprimió el 22 de marzo de 1887 el primer número de El Espectador. Era una pequeña de cuatro páginas, cada una de ellas del tamaño de un octavo de pliego de 70 x 100, medida común del papel de imprenta en esa época; se publicaba dos veces por semana, y su edición alcanzaba escasamente al medio millar de ejemplares. El modesto taller había sido adquirido a base de cuotas voluntarias suscritas por amigos personales y políticos de mi padre, que más tarde les fueron devueltas religiosamente, no obstante la permanente y franciscana pobreza del negocio. (Le puede interesar: Gabriel Cano Villegas: untado de tinta)

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Se componía el equipo de unos cuantos chibaletes de madera dotados con sendas fuentes de pica, smallpica, long-primer y breviario -equivalentes a los doce, diez, ocho y seis puntos de los modernos linotipos-, y unas ocas más de mayor cuerpo ara titulares y anuncios, y de una prensa ‘Washington’, de mano, que podría hacer de 100 a 200 tiros por hora, según fuese la fuerza muscular del prensista que la operara.

La ‘Washington’ consistía en una plancha o cama de acero, de setenta centímetros de ancho por un metro de largo, que rodaba sobre dos canales paralelas mediante un manubrio que se movía en ambas direcciones, es decir, de ida y vuelta. Sobre la plancha se colocaban, dentro de un marco metálico, los moldes tipográficos que contenían lasas cuatro páginas del periódico, apretados -o ‘justificados’, en el argot del oficio- con cuñas de madera; en un bastidor con lecho de bayeta y cubierta de género blanco, inclinado hacia atrás en ángulo obtuso con la plancha, se colocaba el papel haciéndolo encajar en la parte inferior y al lado izquierdo dentro de unos cuantos alfileres como guías para los márgenes; un segundo bastidor, que se llamaba la frasqueta, revestido con una hoja de cartón a la cual se le abrían los huecos correspondientes a las cuatro páginas del periódico, se doblaba sobre el primero para aprisionar el papel; luego se bajaban ambos sobre la plancha y así el papel se ponía en contacto con los moldes, previamente entintados con un rodillo de cola, y el carro de la máquina, mediante la primera operación del manubrio, corría hasta colocarse debajo de otra plancha de acero que se hacía bajar por medio de un pesado brazo o palanca, hasta poner en contacto ambas planchas, con lo cual se producía la impresión de los moldes sobre el papel. Con otra vuelta del manubrio en sentido contrario al anterior, la cama volvía a su posición primitiva, el prensista levantaba el bastidor y la frasqueta juntos, luego desdoblaba esta última, que se elevaba casi hasta el techo, retiraba el pliego impreso solo por un lado, de una mesa adjunta a la prensa, para volver luego a imprimir en la misma forma otro, y otro, y otros pliegos, hasta el fin. Pero como el papel no estaba impreso sino por una sola cara, había después que darle vuelta para imprimirlo por la otra, repitiendo hasta terminar el mismo lento, pesado y agotador proceso.

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Archivo / En la calle de “El Codo”, en Medellín, comenzó El Espectador.
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En una vieja, oscura y húmeda casucha de la calle de “El Codo”, en Medellín, se imprimió el 22 de marzo de 1887 el primer número de El Espectador. Era una pequeña de cuatro páginas, cada una de ellas del tamaño de un octavo de pliego de 70 x 100, medida común del papel de imprenta en esa época; se publicaba dos veces por semana, y su edición alcanzaba escasamente al medio millar de ejemplares. El modesto taller había sido adquirido a base de cuotas voluntarias suscritas por amigos personales y políticos de mi padre, que más tarde les fueron devueltas religiosamente, no obstante la permanente y franciscana pobreza del negocio. (Le puede interesar: Gabriel Cano Villegas: untado de tinta)

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Se componía el equipo de unos cuantos chibaletes de madera dotados con sendas fuentes de pica, smallpica, long-primer y breviario -equivalentes a los doce, diez, ocho y seis puntos de los modernos linotipos-, y unas ocas más de mayor cuerpo ara titulares y anuncios, y de una prensa ‘Washington’, de mano, que podría hacer de 100 a 200 tiros por hora, según fuese la fuerza muscular del prensista que la operara.

La ‘Washington’ consistía en una plancha o cama de acero, de setenta centímetros de ancho por un metro de largo, que rodaba sobre dos canales paralelas mediante un manubrio que se movía en ambas direcciones, es decir, de ida y vuelta. Sobre la plancha se colocaban, dentro de un marco metálico, los moldes tipográficos que contenían lasas cuatro páginas del periódico, apretados -o ‘justificados’, en el argot del oficio- con cuñas de madera; en un bastidor con lecho de bayeta y cubierta de género blanco, inclinado hacia atrás en ángulo obtuso con la plancha, se colocaba el papel haciéndolo encajar en la parte inferior y al lado izquierdo dentro de unos cuantos alfileres como guías para los márgenes; un segundo bastidor, que se llamaba la frasqueta, revestido con una hoja de cartón a la cual se le abrían los huecos correspondientes a las cuatro páginas del periódico, se doblaba sobre el primero para aprisionar el papel; luego se bajaban ambos sobre la plancha y así el papel se ponía en contacto con los moldes, previamente entintados con un rodillo de cola, y el carro de la máquina, mediante la primera operación del manubrio, corría hasta colocarse debajo de otra plancha de acero que se hacía bajar por medio de un pesado brazo o palanca, hasta poner en contacto ambas planchas, con lo cual se producía la impresión de los moldes sobre el papel. Con otra vuelta del manubrio en sentido contrario al anterior, la cama volvía a su posición primitiva, el prensista levantaba el bastidor y la frasqueta juntos, luego desdoblaba esta última, que se elevaba casi hasta el techo, retiraba el pliego impreso solo por un lado, de una mesa adjunta a la prensa, para volver luego a imprimir en la misma forma otro, y otro, y otros pliegos, hasta el fin. Pero como el papel no estaba impreso sino por una sola cara, había después que darle vuelta para imprimirlo por la otra, repitiendo hasta terminar el mismo lento, pesado y agotador proceso.

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Por Gabriel Cano Villegas

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