Así se mueve un dealer de marihuana en tiempos de persecución
Un cultivador revela que está aprovechando el decreto que permite tener hasta 20 plantas para consumo personal para vender hierba “a un grupo muy cerrado de amigos”. Consumidores dicen que la Policía ya está aplicando un decreto que solo existe en el papel. Semana definitiva para el futuro de la dosis mínima.
Joseph Casañas - Twitter: @joseph_casanas
“La Policía está alborotada. Hace como 15 días me trataron como un delincuente. En el bolsillo de la chaqueta me encontraron un cogollito (de marihuana) y me pusieron un comparendo de $208.000”, cuenta Juan Castro*.
“Ahora lo mejor es no dar papaya y fumar en la casa. Hay una persecución tremenda y lo mejor es cuidarse. Si uno corre el riesgo de fumar en un parque, mejor hacerlo en la noche y llevar un cigarrillo para camuflar el olor. Hay que estar atento al sonido de las motos (de la Policía)”, dice Luciana Acero*. Lea también: En Colombia se arman porros con nueve híbridos de marihuana
“Antes compraba la yerba y la echaba relajado en la maleta. Ahora me toca fraccionarla y esconderla en varias partes. Unos gramos en la maleta, otros en la chaqueta, un poquito en el canguro de la bici. Toca ingeniárselas porque la cosa está tenaz”, explica Ricardo González*.
Son testimonios de consumidores de marihuana que, aunque tienen claro que desde 2012 la Corte Constitucional determinó que el porte de la dosis mínima (20 gramos) no es penalizable, consideran que el mensaje enviado por el nuevo gobierno ha creado un ambiente de incertidumbre.
De acuerdo con Acero, la situación actual se puede comparar con lo que sucedió en mayo de 2016, cuando 2.500 miembros de la Fuerza Pública ingresaron a la calle del Bronx, entonces el expendio de droga más grande de Bogotá. “Después de ese operativo, por unos meses, la droga fue más difícil de conseguir y el precio subió. Sin embargo, eso fue momentáneo. Al poco tiempo el negocio se reactivó, pero el precio no bajó. De hecho, sigue subiendo”. Además: Sin químicos ni violencia: la marihuana hecha en casa
Andrés Acosta*, un expendedor de droga del sur de Bogotá, explica que “como el Bronx era el centro de acopio y distribución para toda la ciudad, después de la orden de Peñalosa los costos operacionales subieron. Algo parecido está pasando ahora. Con lo que ha ordenado Duque, traer la droga desde Cauca o Antioquia es cada vez más difícil, aunque no imposible. Y eso, lógicamente, aumenta los precios”.
Desde entonces, según Acosta, el gramo de Corinto, una especie de marihuana salvaje que se da en el Cauca, subió a entre $700 y $800. Actualmente, el mismo gramo puede llegar a costar hasta $1.000. También: Marihuana medicinal, la industria para mejorar la calidad de vida
Sin embargo, el negocio se ha diversificado. Desde hace al menos año y medio, Acosta puso en marcha un autocultivo, un espacio amparado por la ley para sembrar hasta 20 plantas de marihuana de las que, según el decreto 613 de 2017, “pueden extraerse estupefacientes, exclusivamente para uso personal”.
Acosta explica que de su monocultivo, un 30 % del producto canábico es empleado para la fabricación de elementos de uso medicinal, como cremas o ungüentos, mientras el 70 % restante es empleado para consumo recreativo, es decir, para fumar. Este porcentaje que, de acuerdo con la ley, debería ser para uso personal, él lo está vendiendo “a un círculo muy cercano de amigos”.
Acero, consumidora, y quien le compra weed a Acosta, dice que esta marihuana que se comercializa desde los autocultivos es más económica que la que se consigue vía microtráfico. También: Así es el negocio de las drogas sintéticas
“Antes del auge de los autocultivos, destinaba mensualmente $50.000 de mi presupuesto para comprar yerba. Ahora compro la misma cantidad (20 gramos) con $20.000 y me dura mucho más. Lo que pasa es que, para muchos, la marihuana de los autocultivos no es tan fuerte como la del microtráfico y, es lógico, pues esta weed está alimentada con frutas, con abonos naturales. Esa otra marihuana es sucia, tiene muchos químicos y está manchada de sangre”.
Acosta, quien es estudiante de agronomía, dice que “en Colombia se fuma mucha marihuana, pero los colombianos no la sabemos fumar. Se consume cualquier cosa, se maltrata la planta y no se tiene respeto por ella. Falta tecnificación, pero eso obedece a la satanización y el desconocimiento que se tiene de la mata”.
Según explica, en Bogotá es costosa la manutención de un autocultivo. “Sobre todo porque estas plantas deben tener iluminación permanente y, por ejemplo, en mi caso, un recibo de la energía me puede llegar hasta en $800.000 y eso que el cultivo lo tengo en estrato 3”. Así camina América Latina en políticas de drogas
El joven, que tiene estudios en agronomía en una universidad privada, dice que ahora extrema medidas para poder entregar la droga que le compra su circulo cerrado.
"Ahora es mejor verse en bibliotecas o cafeterías, charlar un rato y entregar el pedido. Encontrarse en los parques para entregar weed, ahora es mala idea, están llenas de policías. Sin embargo, hay gente que aún lo hace. Un clásico es que se deje un maleta por ahí 'abandonada' y después de un tiempo alguien la recoge".
Trabaja como un suerte de espía. Cuida cada paso, cambia los nombres de sus contactos en el celular y, tiene varios teléfonos.
* Nombres modificados para protección de las fuentes.
También le puede interesar: "Decomisar la dosis mínima: ¿Populismo o necesidad?"
“La Policía está alborotada. Hace como 15 días me trataron como un delincuente. En el bolsillo de la chaqueta me encontraron un cogollito (de marihuana) y me pusieron un comparendo de $208.000”, cuenta Juan Castro*.
“Ahora lo mejor es no dar papaya y fumar en la casa. Hay una persecución tremenda y lo mejor es cuidarse. Si uno corre el riesgo de fumar en un parque, mejor hacerlo en la noche y llevar un cigarrillo para camuflar el olor. Hay que estar atento al sonido de las motos (de la Policía)”, dice Luciana Acero*. Lea también: En Colombia se arman porros con nueve híbridos de marihuana
“Antes compraba la yerba y la echaba relajado en la maleta. Ahora me toca fraccionarla y esconderla en varias partes. Unos gramos en la maleta, otros en la chaqueta, un poquito en el canguro de la bici. Toca ingeniárselas porque la cosa está tenaz”, explica Ricardo González*.
Son testimonios de consumidores de marihuana que, aunque tienen claro que desde 2012 la Corte Constitucional determinó que el porte de la dosis mínima (20 gramos) no es penalizable, consideran que el mensaje enviado por el nuevo gobierno ha creado un ambiente de incertidumbre.
De acuerdo con Acero, la situación actual se puede comparar con lo que sucedió en mayo de 2016, cuando 2.500 miembros de la Fuerza Pública ingresaron a la calle del Bronx, entonces el expendio de droga más grande de Bogotá. “Después de ese operativo, por unos meses, la droga fue más difícil de conseguir y el precio subió. Sin embargo, eso fue momentáneo. Al poco tiempo el negocio se reactivó, pero el precio no bajó. De hecho, sigue subiendo”. Además: Sin químicos ni violencia: la marihuana hecha en casa
Andrés Acosta*, un expendedor de droga del sur de Bogotá, explica que “como el Bronx era el centro de acopio y distribución para toda la ciudad, después de la orden de Peñalosa los costos operacionales subieron. Algo parecido está pasando ahora. Con lo que ha ordenado Duque, traer la droga desde Cauca o Antioquia es cada vez más difícil, aunque no imposible. Y eso, lógicamente, aumenta los precios”.
Desde entonces, según Acosta, el gramo de Corinto, una especie de marihuana salvaje que se da en el Cauca, subió a entre $700 y $800. Actualmente, el mismo gramo puede llegar a costar hasta $1.000. También: Marihuana medicinal, la industria para mejorar la calidad de vida
Sin embargo, el negocio se ha diversificado. Desde hace al menos año y medio, Acosta puso en marcha un autocultivo, un espacio amparado por la ley para sembrar hasta 20 plantas de marihuana de las que, según el decreto 613 de 2017, “pueden extraerse estupefacientes, exclusivamente para uso personal”.
Acosta explica que de su monocultivo, un 30 % del producto canábico es empleado para la fabricación de elementos de uso medicinal, como cremas o ungüentos, mientras el 70 % restante es empleado para consumo recreativo, es decir, para fumar. Este porcentaje que, de acuerdo con la ley, debería ser para uso personal, él lo está vendiendo “a un círculo muy cercano de amigos”.
Acero, consumidora, y quien le compra weed a Acosta, dice que esta marihuana que se comercializa desde los autocultivos es más económica que la que se consigue vía microtráfico. También: Así es el negocio de las drogas sintéticas
“Antes del auge de los autocultivos, destinaba mensualmente $50.000 de mi presupuesto para comprar yerba. Ahora compro la misma cantidad (20 gramos) con $20.000 y me dura mucho más. Lo que pasa es que, para muchos, la marihuana de los autocultivos no es tan fuerte como la del microtráfico y, es lógico, pues esta weed está alimentada con frutas, con abonos naturales. Esa otra marihuana es sucia, tiene muchos químicos y está manchada de sangre”.
Acosta, quien es estudiante de agronomía, dice que “en Colombia se fuma mucha marihuana, pero los colombianos no la sabemos fumar. Se consume cualquier cosa, se maltrata la planta y no se tiene respeto por ella. Falta tecnificación, pero eso obedece a la satanización y el desconocimiento que se tiene de la mata”.
Según explica, en Bogotá es costosa la manutención de un autocultivo. “Sobre todo porque estas plantas deben tener iluminación permanente y, por ejemplo, en mi caso, un recibo de la energía me puede llegar hasta en $800.000 y eso que el cultivo lo tengo en estrato 3”. Así camina América Latina en políticas de drogas
El joven, que tiene estudios en agronomía en una universidad privada, dice que ahora extrema medidas para poder entregar la droga que le compra su circulo cerrado.
"Ahora es mejor verse en bibliotecas o cafeterías, charlar un rato y entregar el pedido. Encontrarse en los parques para entregar weed, ahora es mala idea, están llenas de policías. Sin embargo, hay gente que aún lo hace. Un clásico es que se deje un maleta por ahí 'abandonada' y después de un tiempo alguien la recoge".
Trabaja como un suerte de espía. Cuida cada paso, cambia los nombres de sus contactos en el celular y, tiene varios teléfonos.
* Nombres modificados para protección de las fuentes.
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