Barrismo, o las nuevas formas de habitar el fútbol
De las barras a las escuelas de barrismo social. ¿Qué significa y cuáles con los aportes de esta trasformación a partir de la vivencia de unos actores apasionados por el fútbol?
Luisa Fernanda Arenas y Alejandro Sánchez Lopera*
Explorar la relación entre fútbol y violencia ha sido una de las tareas que ha emprendido la línea de trabajo “Fútbol, participación y violencia” del equipo de Cultura Política del IDPAC. Tanto a nivel analítico como de intervención en terreno, el equipo ha interrogado diversos prejuicios que giran en torno al impreciso término “barras bravas”. En lugar de ahondar en esa imprecisión, nos interesa plantear esa relación entre fútbol y violencia en términos de participación política. Específicamente, preguntamos por las formas de habitar el fútbol, o ¿dónde se sitúa y cómo puede entenderse la participación desde las expresiones asociativas del fútbol?
(Lo invitamos a leer: Barras futboleras: una mirada más allá de la violencia)
En el marco de la afición por el fútbol emergen diferentes expresiones asociativas entre las cuales las más reconocidas son las barras futboleras que, a su vez, se dividen en barras tradicionales y populares. Uno de los criterios de división es la composición etárea de sus integrantes, siendo las tradicionales en su mayoría barras de adultos, en contraste con las barras populares —al menos en sus inicios—, en los que la totalidad de sus miembros eran jóvenes; otro criterio es la relación entre la pertenencia y la identidad, pues tal y como mencionan David Aponte, Diana Pinzón y Andrés Vargas (2009 “el sujeto que es parte de las barras tradicionales se identifica como hincha del equipo y no como perteneciente a un grupo social”. Las barras populares se distinguen por la inserción de prácticas festivas que fueron denominadas “nuevas formas de alentar” por quienes hicieron parte de esa transición (ver los partidos de pie y alentar los noventa minutos), así como la defensa del honor del equipo adoptando prácticas violentas, lo cual fue decisivo para separarse de las barras tradicionales. También está la ocupación de tribunas en el estadio: mientras que las barras tradicionales históricamente se han ubicado en las tribunas oriental y occidental, las barras populares ocupan las laterales norte y sur.
De acuerdo con C. Patiño “las barras organizadas se entienden como modos de participación social en sociedades que se pluralizan mientras que se cierran formas de expresión”. Es decir que las barras tienen capacidad de agenciamiento primero sobre asuntos relacionados expresamente con las formas de habitar el fútbol y, con el tiempo, sobre asuntos que trascienden su asistencia al estadio y se relacionan con otros asuntos públicos. Además de esto, entenderlas como formas de participación desde un territorio de disputa como lo ha sido el fútbol, poniendo en contraposición las nociones de fútbol moderno y fútbol popular, también constituye un desafío para las dinámicas que hacen parte de las narrativas del fútbol globalizado.
Para el caso colombiano, su participación va desde repertorios netamente autónomos hasta otros acompañados desde la institucionalidad, pasando por los que combinan ambas formas participativas. Uno de ellos, es la acción colectiva de petición para el mejoramiento de la infraestructura del Estadio Nemesio Camacho El Campín; seguido del surgimiento del barrismo social como concepto clave para situar a los hinchas como ciudadanos y agentes de cambio; y, por último, el surgimiento de escenarios de diálogo locales que permiten la interlocución con la institucionalidad.
Memoria y contexto
Durante la década de los años ochenta, Colombia pudo observar a través de los medios de comunicación televisados y escritos dos tragedias en los estadios del país ocasionadas por la deficiente infraestructura de los estadios. Estos hechos cobraron la vida de espectadores aficionados sin más reparación que algunos actos simbólicos realizados posteriormente.
La primera de ellas, ocurrida el 18 de noviembre de 1981, tuvo lugar en el Estadio Manuel Murillo Toro, en la ciudad de Ibagué, durante un partido entre el Deportes Tolima y el Deportivo Cali. Antes de iniciar el partido, una de las barandas de la tribuna occidental cedió y propició la caída de ésta, dejando como fatídico resultado 19 personas muertas y 45 heridas. La segunda, ocurre menos de un año después, el 7 de marzo de 1982, en el Estadio Pascual Guerrero de Cali, en un encuentro deportivo entre el Deportivo Cali y el América, en donde también cede una baranda metálica ocasionando la caída de varios hinchas desde 3 metros de altura según lo cuenta Alejandro Villanueva.
Para los años noventa, la inversión en los escenarios deportivos no fue superior pese a los antecedentes de la década anterior. A esto se sumó la introducción del fenómeno del barrismo, que trajo consigo nuevas formas de habitar el fútbol, de alentar. Estas nuevas formas vincularon prácticas festivas y performáticas dentro del estadio como ver los partidos de pie, saltar los noventa minutos y celebrar goles en forma de cascadas o avalanchas, agudizando el riesgo que ya de por sí la débil infraestructura representaba para los asistentes a los estadios. Adicional a esto, la vinculación a las barras tuvo un crecimiento exponencial, aspecto que no había sido considerado en la gestión del riesgo pues para entonces no existían instancias encargadas. De hecho, la última remodelación que se había realizado en el mismo databa de 1968), y la ocupación de esta tribuna nunca había estado al tope.
(Le sugerimos leer: ¿Qué es el fútbol?)
Acción colectiva y construcción de liderazgos
Es en medio de este escenario que para el 6 de mayo de 1998, tras un gol de Millonarios en un clásico local, la celebración de los hinchas terminó en tragedia al romperse la baranda de la tribuna norte y dejar como resultado casi 50 hinchas heridos. Este hecho, sin embargo, se había podido evitar: aproximadamente un año atrás, la barra Comandos Azules #13, en cabeza de su líder Edilberto “Beto” Manrique, realiza una acción colectiva por medio de la recolección de alrededor de 200 firmas con el fin de solicitar a Estadios S.A., la empresa que administraba el estadio, la instalación de los rompe olas para frenar el impacto de las avalanchas, tal y como se veía en los estadios de Argentina. De acuerdo con una entrevista realizada a Manrique, meses atrás se había vuelto a advertir que esto podría pasar puesto que la baranda estaba oxidada y ya se había desprendido en otras ocasiones (como el partido contra Peñarol por la Copa Libertadores, ese mismo año). Este hecho incluso está documentado en una de las primeras revistas de la barra. Las peticiones no fueron escuchadas: aún después de la tragedia, Estadios S.A tardó demasiado en atender la petición y cuando se logró, no se hizo de manera escalonada —como se había sugerido—.
La logística de la recolección de las firmas fue encabezada por Manrique (con el apoyo de líderes de parches emergentes como La Cueva, La CK, La Insurgencia Suba), quien participaba en los escasos escenarios que existían para interlocutar con la institucionalidad. De acuerdo con Manrique, estos parches no solamente emergían desde los territorios, sino que desde la dirigencia de la barra se impulsaba su conformación con el fin de darle mayor orden y control a las acciones en colectivo, puesto que no era lo mismo dirigir reuniones de más de 1.500 personas en el Coliseo Cubierto El Campín, que dirigir 60 o 70 líderes que luego replicaran la información en sus territorios. Así mismo, en el ejercicio de otorgar lugares de poder dentro de la organización, también surgían nuevos liderazgos.
Barrismo social
El barrismo social es un concepto netamente colombiano, no existe otro país con hinchadas organizadas en donde la participación social originada desde la afición al fútbol se enuncie de esta manera. Existen tres momentos clave para rastrear esta construcción. En primer lugar, el concepto se introduce desde la Fundación Juan Manuel Bermúdez Nieto, que se crea en el año 2002; en segundo lugar, la conformación del Colectivo Barrista Colombiano en el año 2006; y por último, la conceptualización del mismo en la legislación colombiana, primero su aparición en la Ley 1270 de 2009, por la cual se crea la Comisión Nacional para la Seguridad, Comodidad y Convivencia en el Fútbol y posteriormente su definición en el Decreto 1007 de 2012, Estatuto del Aficionado al Fútbol en Colombia.
La noción de barrismo social parte de la necesidad de vivir la pasión por el fútbol desde nuevas miradas, ya que “La Funda”, como muchos de sus beneficiarios le llaman cariñosamente, surge tras un hecho que conecta la realidad del conflicto armado del país con la experiencia de pertenecer a una barra y hacer parte de dinámicas como los viajes para alentar al equipo donde vaya a jugar. El 19 de mayo de 2002, regresando de un viaje a Medellín, uno de los buses de la barra Disturbio Rojo es interceptado en Cisneros (Antioquia) por paramilitares que acaban con la vida de Juan Manuel Bermúdez Nieto y Alex Julián Gómez. A partir de este momento, Luis Bermúdez, padre de uno de los hinchas asesinados, decide convocar a los compañeros de aliento de su hijo para generar escenarios de diálogo y construcción entre miembros de las barras que a partir de ese momento se llamaron escuelas de barrismo social —dando origen a este concepto. Es desde esta Fundación que las barras futboleras empiezan a verse como organizaciones juveniles a través de las cuales es posible generar procesos de agenciamiento que los sitúan en lógica de ciudadanía, distinto a como se leían estas estructuras organizativas a través de la narrativa de los medios de comunicación finalizando los años noventa.
Posteriormente la noción se extiende hacia otras hinchadas, dando paso a la creación en el año 2006 del Colectivo Barrista Colombiano, que terminaría impactando la definición establecida en el Estatuto del Aficionado al Fútbol en Colombia – Decreto 1007 de 2012. Allí se define a los barristas como “sujetos sociales y participativos”, y al barrismo social como las “acciones encaminadas a redimensionar las formas de expresión y las prácticas de los integrantes de las barras de fútbol que inciden negativamente en los ámbitos individual, comunitario y colectivo, y de potenciar los aspectos positivos que de la esencia del barrismo deben rescatarse”. Adicional a ello, la ley establece unos pilares a través de los cuales se buscó confeccionar una política pública del barrismo social: Económico, recreo-deportivo, ambiental, social, participativo y cultural.
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Diálogo en territorio: participación con mediación institucional
El surgimiento de la legislación asociada al fútbol en Colombia y principalmente en Bogotá propicia también la creación de diversos escenarios de diálogo entre las entidades distritales y las organizaciones, dentro de los cuales es posible situar las llamadas Mesas de Barras Futboleras. Dadas las situaciones contrarias a la convivencia en distintas localidades de Bogotá, entidades locales como las alcaldías y el sector salud y la policía, comenzaron entre los años 2008 y 2010 a convocar líderes de las distintas organizaciones en el territorio, más conocidas como parches, para abordar la conflictividad entre barras de distintos colores. Ejemplo de ello es el sector salud, a través del Hospital Pablo VI de Bosa, desde donde no solamente se convocó a los jóvenes para debatir sobre estas situaciones, sino que también se logró vincular laboralmente como gestores territoriales a varios líderes con el fin de abordar el tema de la violencia desde la salud pública, de acuerdo con una entrevista realizada a Juan Pablo Saíz, profesional pionero del programa de barras que inicia en esta localidad y posteriormente se extiende a la ciudad. Del estigma de “barras bravas” se pasó entonces al análisis de la vulneración de derechos en las instancias en que se socializan los barristas —como las familias—.
En un primer momento, las mesas de barras tuvieron como objetivo generar espacios para construir acuerdos de convivencia previniendo consecuencias fatales derivadas de sus prácticas. Con el paso del tiempo estos procesos maduraron en algunas localidades de Bogotá, abriendo la oportunidad de construir territorio ya no únicamente desde la apuesta por la convivencia a través de la palabra, sino del desarrollo de acciones puntuales pensadas por los líderes de las barras para el beneficio de sus organizaciones y comunidades.
Posteriormente, y gracias a estos avances a nivel territorial, las acciones que se desarrollaron desde estos espacios de participación han contribuido a mitigar el estigma social hacia las barras y los han situado, ya no sólo como sujetos que propician la violencia, sino como agentes de transformación. Estos avances lograron que, desde hace una década, estas instancias autónomas y no reglamentadas, evolucionaran a lo que hoy se conoce como Consejos Locales de Barras Futboleras, escenarios desde donde se proponen acciones para la territorialización de las distintas políticas enfocadas a esta población, logrando cambios sustanciales en sus realidades y en el territorio. Y tejiendo así otra de las formas de habitar el fútbol.
*Investigadores del Observatorio de Participación Ciudadana (IDPAC)
Explorar la relación entre fútbol y violencia ha sido una de las tareas que ha emprendido la línea de trabajo “Fútbol, participación y violencia” del equipo de Cultura Política del IDPAC. Tanto a nivel analítico como de intervención en terreno, el equipo ha interrogado diversos prejuicios que giran en torno al impreciso término “barras bravas”. En lugar de ahondar en esa imprecisión, nos interesa plantear esa relación entre fútbol y violencia en términos de participación política. Específicamente, preguntamos por las formas de habitar el fútbol, o ¿dónde se sitúa y cómo puede entenderse la participación desde las expresiones asociativas del fútbol?
(Lo invitamos a leer: Barras futboleras: una mirada más allá de la violencia)
En el marco de la afición por el fútbol emergen diferentes expresiones asociativas entre las cuales las más reconocidas son las barras futboleras que, a su vez, se dividen en barras tradicionales y populares. Uno de los criterios de división es la composición etárea de sus integrantes, siendo las tradicionales en su mayoría barras de adultos, en contraste con las barras populares —al menos en sus inicios—, en los que la totalidad de sus miembros eran jóvenes; otro criterio es la relación entre la pertenencia y la identidad, pues tal y como mencionan David Aponte, Diana Pinzón y Andrés Vargas (2009 “el sujeto que es parte de las barras tradicionales se identifica como hincha del equipo y no como perteneciente a un grupo social”. Las barras populares se distinguen por la inserción de prácticas festivas que fueron denominadas “nuevas formas de alentar” por quienes hicieron parte de esa transición (ver los partidos de pie y alentar los noventa minutos), así como la defensa del honor del equipo adoptando prácticas violentas, lo cual fue decisivo para separarse de las barras tradicionales. También está la ocupación de tribunas en el estadio: mientras que las barras tradicionales históricamente se han ubicado en las tribunas oriental y occidental, las barras populares ocupan las laterales norte y sur.
De acuerdo con C. Patiño “las barras organizadas se entienden como modos de participación social en sociedades que se pluralizan mientras que se cierran formas de expresión”. Es decir que las barras tienen capacidad de agenciamiento primero sobre asuntos relacionados expresamente con las formas de habitar el fútbol y, con el tiempo, sobre asuntos que trascienden su asistencia al estadio y se relacionan con otros asuntos públicos. Además de esto, entenderlas como formas de participación desde un territorio de disputa como lo ha sido el fútbol, poniendo en contraposición las nociones de fútbol moderno y fútbol popular, también constituye un desafío para las dinámicas que hacen parte de las narrativas del fútbol globalizado.
Para el caso colombiano, su participación va desde repertorios netamente autónomos hasta otros acompañados desde la institucionalidad, pasando por los que combinan ambas formas participativas. Uno de ellos, es la acción colectiva de petición para el mejoramiento de la infraestructura del Estadio Nemesio Camacho El Campín; seguido del surgimiento del barrismo social como concepto clave para situar a los hinchas como ciudadanos y agentes de cambio; y, por último, el surgimiento de escenarios de diálogo locales que permiten la interlocución con la institucionalidad.
Memoria y contexto
Durante la década de los años ochenta, Colombia pudo observar a través de los medios de comunicación televisados y escritos dos tragedias en los estadios del país ocasionadas por la deficiente infraestructura de los estadios. Estos hechos cobraron la vida de espectadores aficionados sin más reparación que algunos actos simbólicos realizados posteriormente.
La primera de ellas, ocurrida el 18 de noviembre de 1981, tuvo lugar en el Estadio Manuel Murillo Toro, en la ciudad de Ibagué, durante un partido entre el Deportes Tolima y el Deportivo Cali. Antes de iniciar el partido, una de las barandas de la tribuna occidental cedió y propició la caída de ésta, dejando como fatídico resultado 19 personas muertas y 45 heridas. La segunda, ocurre menos de un año después, el 7 de marzo de 1982, en el Estadio Pascual Guerrero de Cali, en un encuentro deportivo entre el Deportivo Cali y el América, en donde también cede una baranda metálica ocasionando la caída de varios hinchas desde 3 metros de altura según lo cuenta Alejandro Villanueva.
Para los años noventa, la inversión en los escenarios deportivos no fue superior pese a los antecedentes de la década anterior. A esto se sumó la introducción del fenómeno del barrismo, que trajo consigo nuevas formas de habitar el fútbol, de alentar. Estas nuevas formas vincularon prácticas festivas y performáticas dentro del estadio como ver los partidos de pie, saltar los noventa minutos y celebrar goles en forma de cascadas o avalanchas, agudizando el riesgo que ya de por sí la débil infraestructura representaba para los asistentes a los estadios. Adicional a esto, la vinculación a las barras tuvo un crecimiento exponencial, aspecto que no había sido considerado en la gestión del riesgo pues para entonces no existían instancias encargadas. De hecho, la última remodelación que se había realizado en el mismo databa de 1968), y la ocupación de esta tribuna nunca había estado al tope.
(Le sugerimos leer: ¿Qué es el fútbol?)
Acción colectiva y construcción de liderazgos
Es en medio de este escenario que para el 6 de mayo de 1998, tras un gol de Millonarios en un clásico local, la celebración de los hinchas terminó en tragedia al romperse la baranda de la tribuna norte y dejar como resultado casi 50 hinchas heridos. Este hecho, sin embargo, se había podido evitar: aproximadamente un año atrás, la barra Comandos Azules #13, en cabeza de su líder Edilberto “Beto” Manrique, realiza una acción colectiva por medio de la recolección de alrededor de 200 firmas con el fin de solicitar a Estadios S.A., la empresa que administraba el estadio, la instalación de los rompe olas para frenar el impacto de las avalanchas, tal y como se veía en los estadios de Argentina. De acuerdo con una entrevista realizada a Manrique, meses atrás se había vuelto a advertir que esto podría pasar puesto que la baranda estaba oxidada y ya se había desprendido en otras ocasiones (como el partido contra Peñarol por la Copa Libertadores, ese mismo año). Este hecho incluso está documentado en una de las primeras revistas de la barra. Las peticiones no fueron escuchadas: aún después de la tragedia, Estadios S.A tardó demasiado en atender la petición y cuando se logró, no se hizo de manera escalonada —como se había sugerido—.
La logística de la recolección de las firmas fue encabezada por Manrique (con el apoyo de líderes de parches emergentes como La Cueva, La CK, La Insurgencia Suba), quien participaba en los escasos escenarios que existían para interlocutar con la institucionalidad. De acuerdo con Manrique, estos parches no solamente emergían desde los territorios, sino que desde la dirigencia de la barra se impulsaba su conformación con el fin de darle mayor orden y control a las acciones en colectivo, puesto que no era lo mismo dirigir reuniones de más de 1.500 personas en el Coliseo Cubierto El Campín, que dirigir 60 o 70 líderes que luego replicaran la información en sus territorios. Así mismo, en el ejercicio de otorgar lugares de poder dentro de la organización, también surgían nuevos liderazgos.
Barrismo social
El barrismo social es un concepto netamente colombiano, no existe otro país con hinchadas organizadas en donde la participación social originada desde la afición al fútbol se enuncie de esta manera. Existen tres momentos clave para rastrear esta construcción. En primer lugar, el concepto se introduce desde la Fundación Juan Manuel Bermúdez Nieto, que se crea en el año 2002; en segundo lugar, la conformación del Colectivo Barrista Colombiano en el año 2006; y por último, la conceptualización del mismo en la legislación colombiana, primero su aparición en la Ley 1270 de 2009, por la cual se crea la Comisión Nacional para la Seguridad, Comodidad y Convivencia en el Fútbol y posteriormente su definición en el Decreto 1007 de 2012, Estatuto del Aficionado al Fútbol en Colombia.
La noción de barrismo social parte de la necesidad de vivir la pasión por el fútbol desde nuevas miradas, ya que “La Funda”, como muchos de sus beneficiarios le llaman cariñosamente, surge tras un hecho que conecta la realidad del conflicto armado del país con la experiencia de pertenecer a una barra y hacer parte de dinámicas como los viajes para alentar al equipo donde vaya a jugar. El 19 de mayo de 2002, regresando de un viaje a Medellín, uno de los buses de la barra Disturbio Rojo es interceptado en Cisneros (Antioquia) por paramilitares que acaban con la vida de Juan Manuel Bermúdez Nieto y Alex Julián Gómez. A partir de este momento, Luis Bermúdez, padre de uno de los hinchas asesinados, decide convocar a los compañeros de aliento de su hijo para generar escenarios de diálogo y construcción entre miembros de las barras que a partir de ese momento se llamaron escuelas de barrismo social —dando origen a este concepto. Es desde esta Fundación que las barras futboleras empiezan a verse como organizaciones juveniles a través de las cuales es posible generar procesos de agenciamiento que los sitúan en lógica de ciudadanía, distinto a como se leían estas estructuras organizativas a través de la narrativa de los medios de comunicación finalizando los años noventa.
Posteriormente la noción se extiende hacia otras hinchadas, dando paso a la creación en el año 2006 del Colectivo Barrista Colombiano, que terminaría impactando la definición establecida en el Estatuto del Aficionado al Fútbol en Colombia – Decreto 1007 de 2012. Allí se define a los barristas como “sujetos sociales y participativos”, y al barrismo social como las “acciones encaminadas a redimensionar las formas de expresión y las prácticas de los integrantes de las barras de fútbol que inciden negativamente en los ámbitos individual, comunitario y colectivo, y de potenciar los aspectos positivos que de la esencia del barrismo deben rescatarse”. Adicional a ello, la ley establece unos pilares a través de los cuales se buscó confeccionar una política pública del barrismo social: Económico, recreo-deportivo, ambiental, social, participativo y cultural.
(Le puede interesar:¿Para qué tantos programas de fútbol?)
Diálogo en territorio: participación con mediación institucional
El surgimiento de la legislación asociada al fútbol en Colombia y principalmente en Bogotá propicia también la creación de diversos escenarios de diálogo entre las entidades distritales y las organizaciones, dentro de los cuales es posible situar las llamadas Mesas de Barras Futboleras. Dadas las situaciones contrarias a la convivencia en distintas localidades de Bogotá, entidades locales como las alcaldías y el sector salud y la policía, comenzaron entre los años 2008 y 2010 a convocar líderes de las distintas organizaciones en el territorio, más conocidas como parches, para abordar la conflictividad entre barras de distintos colores. Ejemplo de ello es el sector salud, a través del Hospital Pablo VI de Bosa, desde donde no solamente se convocó a los jóvenes para debatir sobre estas situaciones, sino que también se logró vincular laboralmente como gestores territoriales a varios líderes con el fin de abordar el tema de la violencia desde la salud pública, de acuerdo con una entrevista realizada a Juan Pablo Saíz, profesional pionero del programa de barras que inicia en esta localidad y posteriormente se extiende a la ciudad. Del estigma de “barras bravas” se pasó entonces al análisis de la vulneración de derechos en las instancias en que se socializan los barristas —como las familias—.
En un primer momento, las mesas de barras tuvieron como objetivo generar espacios para construir acuerdos de convivencia previniendo consecuencias fatales derivadas de sus prácticas. Con el paso del tiempo estos procesos maduraron en algunas localidades de Bogotá, abriendo la oportunidad de construir territorio ya no únicamente desde la apuesta por la convivencia a través de la palabra, sino del desarrollo de acciones puntuales pensadas por los líderes de las barras para el beneficio de sus organizaciones y comunidades.
Posteriormente, y gracias a estos avances a nivel territorial, las acciones que se desarrollaron desde estos espacios de participación han contribuido a mitigar el estigma social hacia las barras y los han situado, ya no sólo como sujetos que propician la violencia, sino como agentes de transformación. Estos avances lograron que, desde hace una década, estas instancias autónomas y no reglamentadas, evolucionaran a lo que hoy se conoce como Consejos Locales de Barras Futboleras, escenarios desde donde se proponen acciones para la territorialización de las distintas políticas enfocadas a esta población, logrando cambios sustanciales en sus realidades y en el territorio. Y tejiendo así otra de las formas de habitar el fútbol.
*Investigadores del Observatorio de Participación Ciudadana (IDPAC)