Cazatesoros miran a Colombia
Multinacionales especializadas en operaciones submarinas recorren el mundo en busca de tesoros hundidos y nuestro país es uno de los destinos más apetecidos.
Nelson Fredy Padilla
Los tesoros a bordo de los galeones de la época de la Colonia generan entre los cazatesoros el hipnotismo de los “buques suicidantes” del cuento de Horacio Quiroga. Un ejemplo es la compañía Odyssey Marine Explorations, protagonista de la noticia cultural de esta semana: un juez de Tampa, Florida, le ordenó devolverle a España, en un plazo no menor a diez días, un tesoro de 595 mil monedas de oro y plata que en 1804 iban a bordo del galeón Nuestra Señora de las Mercedes.
OME, fundada por Greg Stemm, es una de las cuatro grandes empresas que se dedican a la búsqueda de naufragios y al rescate de fortunas al precio que sea, junto con Plioenician Exploratiosn Limited, de Robert Marx; la exploradora de Claudio Bonifacio, y la Sea Search Armada, dirigida por Jack Harbeston.
Todos estos aventureros han remarcado en sus mapas a Colombia luego de tener acceso a los 40 mil legajos que componen el Archivo General de Indias, conservado en la ciudad española de Sevilla.
¿Por qué? El historiador náutico Daniel de Narváez McAllister señala que Colombia es una potencia mundial en antigüedades náufragas coloniales con más de 1.100 casos documentados en sus aguas. “Hay algunas antiquísimas y de gran interés histórico-cultural, como son las cuatro carabelas de Juan de la Cosa, hundidas en el Golfo de Urabá en 1504”.
El Caribe colombiano era la última escala antes de partir hacia España con las arcas llenas de esmeraldas, oro, plata y tabaco con destino a “Sus Majestades, los Reyes de España”, “Préstamos patrióticos”, “Mesadas eclesiásticas”, “Donativos por la pasada guerra” o “para poner a disposición del Excelentísimo Ministro de Hacienda”. También cargaban “cueros de leones y lobos marinos, pieles de guanaco, perfumes, docenas de Chinchillas y otras especies”.
Un 90% de estos tesoros tenían origen en el Virreinato del Perú y eran transportados a bordo de las Flotas del Mar del Sur, acumulando mercancías y dineros de lo que hoy es Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Panamá. Pero, según De Narváez, el San José, hundido a cientos de metros de las Islas del Rosario, es el más deseado por los cazatesoros, ya que es “el hundimiento más rico del hemisferio occidental porque llevaba la acumulación de seis años de oro y plata, en los años pico de producción de las minas de Potosí y, adicionalmente, de los tres galeones que lo acompañaron entre Panamá y Cartagena uno comenzó a hacer agua, le sacaron su tesoro y se lo pasaron al San José”.
En el Congreso colombiano se llegó a calcular la fortuna en diez mil millones de dólares. No por casualidad, los dueños del submarino Nautilus, reconocido por ser el primero en localizar el naufragio del Titanic en el Atlántico Norte, se han ofrecido desde el gobierno de Belisario Betancur como los mejor preparados para cuando el Gobierno colombiano decida rescatar sus galeones.
Rafael Azuar, director del Museo Nacional de Arqueología Subacuática de España, uno de los expertos enviados por el Ministerio de Cultura a Tampa para el caso del Nuestra Señora de las Mercedes, reveló esta semana que, según los censos de la Armada, en todo el mundo puede haber entre 3.000 y 7.000 barcos españoles hundidos entre los siglos XVI y XIX. Por eso el negocio de Marx se volvió atractivo para aquellos capaces de arriesgar una fortuna para sumergirse cientos o miles de metros bajo el agua. “No es tan fácil como parece. De cinco intentos concretamos uno”, asegura un allegado a una de estas multinacionales. Cuenta que a veces no vale la mejor tecnología del siglo XXI, porque el lecho oceánico resulta inexpugnable. Ya lo advirtió Joseph Conrad en Juventud: “¡El hechizo y el mar! … pasa del bueno al salobre, al amargo mar, el mar que no da nada, excepto golpes duros”. Peor cuando de por medio está la codicia.
El gringo y sus colegas
Quienes vieron entrar a Robert Marx, en junio de 2003, a la audiencia pública convocada por los magistrados de la Corte Constitucional para escuchar a los interesados en el tesoro del galeón San José, quedaron sorprendidos de ver en medio de tanta solemnidad a “un gringo alto, canoso, apuesto y con pinta de donjuán playero en su último cuarto de hora”.
Era el ya legendario Robert Marx, uno de los cazatesoros más reconocidos del mundo a través de su compañía Plioenician Exploratiosn Limited. Hoy tiene 72 años y en su página de internet se presenta como el fundador del Consejo de Arqueología Submarina de los Estados Unidos y asegura haber participado en 3.000 casos a lo largo de 50 años en 62 países.
En el punto 13 de sus gestas destaca que fue el “organizador y director” de una expedición a los islotes colombianos de Roncador y Quitasueño, así como a la Isla Providencia, que dio como resultado “la localización de un número importante de restos de embarcaciones coloniales”, seis de los cuales califica de “principales”.
Eso fue entre junio y julio de 1963 y luego volvió entre mayo y noviembre de 1965. ¿Qué hizo durante sus exploraciones? No respondió la pregunta de El Espectador a pesar de que se le envió a su correo electrónico personal. En aquella audiencia de 2003 dijo tener conocimiento suficiente para rescatar el galeón San José a cambio del 50% de su tesoro. Sus hazañas han sido registradas en películas de Hollywood, documentales de la BBC, NBC y The History Channel, al igual que por periódicos como The New York Times y El País, de Madrid.
Marx no resultó El pirata iletrado Walter Kennedy, de Marcel Schwob. No. Vino, explicó con lujo de detalles su motivación “comercial e histórica” y aunque la Corte no le dio la razón sino instó al gobierno a defender, como ordena la Constitución, el patrimonio cultural y material sumergido, no ha abandonado el sueño de hacer en aguas colombianas “el más grande hallazgo de tesoro colonial de la historia”.
El bonachón italiano Claudio Bonifacio, de 61 años, es su competencia. El año antepasado la Guardia Civil española lo incluyó en la “Operación Bahía 2”, con cargos de cohecho, atentado contra el patrimonio y asociación ilícita, por extraer ilegalmente bienes sumergidos. Ya había sido detenido cuando intentaba ser el primero en llegar hasta los cofres del Las Mercedes. Vive hace 36 años en Sevilla y se ufana de tener 18 mil fotocopias de rutas de navíos y naufragios del Archivo de Indias, con lo que arma expediciones submarinas por todo el mundo. Una fuente que lo conoce dice que sonríe con cierta malicia cuando le hablan de sus planes en Colombia.
Lo mismo se puede decir del fundador de OME, Greg Stemm, quien no sólo vive obsesionado por las riquezas de los galeones, sino porque cada vez que encuentra alguno las acciones de su compañía se disparan en la Bolsa de Nueva York. A mediados de los noventa, Stemm y el otro cofundador de la empresa, John Morris, fueron investigados por la Comisión del Mercado de Valores de Estados Unidos bajo sospecha de haber dado información inflada sobre un tesoro colonial.
Nadie sabe para quién trabaja, la empresa que capitalizó las pretensiones de Robert Marx fue la Sea Search Armada, de Jack Harbeston, reconocida como la primera descubridora de las probables coordenadas en las que estaría hundido el San José. Lo habría demostrado durante el gobierno de Belisario Betancur y cuando se disponía a intervenir con su tecnología submarina el Gobierno, a través de un decreto, le bloqueó el permiso de exploración y le redujo la posibilidad de sus ganancias a un 5% del valor del tesoro.
Desde entonces demandó a la Nación colombiana y en julio de 2007 logró que la Sala Civil de la Corte Suprema de Justicia le reconociera el derecho al 50%. Sin embargo, no ha podido hacer efectiva la sentencia porque la Dirección Marítima de la Armada tiene suspendidos los permisos de búsqueda.
Según el senador Jairo Clopatofsky, estas empresas tienen tanto poder que a su lobby en el Congreso Nacional le atribuye el hecho de que un proyecto de ley presentado por él haya sido hundido dos veces por falta de apoyo. “Detrás de este tema hay demasiados intereses”.
Para no prestarse a la rapiña, el Gobierno Nacional, a través del Ministerio de Cultura, prefiere por ahora defender los bienes sumergidos in situ, es decir, trabaja en la elaboración de un mapa nacional de los naufragios para conservarlos bajo el agua como museos submarinos de acceso restringido. Así ya funciona uno en Canadá.
El problema es que mientras los legisladores y el Gobierno deciden qué hacer para protegerse de esta fiebre, los exploradores Stemm, Marx, Bonifacio y Harbeston, mapa propio en mano, planean su estrategia para hacer realidad las leyendas de “las flotas de galeones cargados con los caudales de Potosí, Quito y Veracruz” que hizo famosas García Márquez en El amor en los tiempos del colera y en sus cuentos sobre “los buques fantasma de las aguas antiguas del Caribe diáfano”.
Otros naufragios famosos
Documentos de la Unesco y de la Convención Internacional para la Protección de Bienes Sumergidos reportan que en el mundo pueden existir alrededor de un millón de naufragios de todas las épocas. Uno de los más reconocidos es el del galeón Nuestra Señora de Atocha, hundido durante un huracán en 1622 en costas de la Florida y localizado en 1985 con un tesoro avaluado en 400 millones de dólares. En la lista también figuran la nao Santa Cruz, hundida en Zahara de los Atunes en 1555. En ese mismo año se fue a pique en la playa portuguesa de Buarcos y Carrapateira la nao San Salvador. En 1563 se hundió en las Bahamas la capitana de la Flota de Nueva España. En 1588, el Gerona' superviviente de la Armada Invencible, zozobró en la costa irlandesa de Portballintrae. Al año siguiente, en la playa de Troia (Portugal) se hundió la nao Nuestra Señora del Rosario. En 1600, el San Diego, sobrecargado, se fue a pique en Cavite (Filipinas) ante el ataque de una flota holandesa.
Cuentos de navegantes
Así se llama el compendio de relatos que le editó Alfaguara al escritor español Arturo Pérez-Reverte y que incluye la visión del mar de varios de los más grandes escritores contemporáneos. En él, por ejemplo, se puede navegar con La viuda Ching pirata, la historia de Jorge Luis Borges sobre las corsarias “hábiles en la persecución y saqueo de naves de alto bordo”, como Mary Read, que en 1720 se batía a duelo, con pistolones o espadas, con cualquier marinero. Otro de sus personajes es la irlandesa Anne Bonney, “de senos altos y pelo fogoso”. Pero la más veterana de todas es La Viuda de Ching, que tuvo 40 mil hombres bajo su mando y dejó en su testamento órdenes precisas de cómo repartir su fortuna de los mares de Asia.
Los tesoros a bordo de los galeones de la época de la Colonia generan entre los cazatesoros el hipnotismo de los “buques suicidantes” del cuento de Horacio Quiroga. Un ejemplo es la compañía Odyssey Marine Explorations, protagonista de la noticia cultural de esta semana: un juez de Tampa, Florida, le ordenó devolverle a España, en un plazo no menor a diez días, un tesoro de 595 mil monedas de oro y plata que en 1804 iban a bordo del galeón Nuestra Señora de las Mercedes.
OME, fundada por Greg Stemm, es una de las cuatro grandes empresas que se dedican a la búsqueda de naufragios y al rescate de fortunas al precio que sea, junto con Plioenician Exploratiosn Limited, de Robert Marx; la exploradora de Claudio Bonifacio, y la Sea Search Armada, dirigida por Jack Harbeston.
Todos estos aventureros han remarcado en sus mapas a Colombia luego de tener acceso a los 40 mil legajos que componen el Archivo General de Indias, conservado en la ciudad española de Sevilla.
¿Por qué? El historiador náutico Daniel de Narváez McAllister señala que Colombia es una potencia mundial en antigüedades náufragas coloniales con más de 1.100 casos documentados en sus aguas. “Hay algunas antiquísimas y de gran interés histórico-cultural, como son las cuatro carabelas de Juan de la Cosa, hundidas en el Golfo de Urabá en 1504”.
El Caribe colombiano era la última escala antes de partir hacia España con las arcas llenas de esmeraldas, oro, plata y tabaco con destino a “Sus Majestades, los Reyes de España”, “Préstamos patrióticos”, “Mesadas eclesiásticas”, “Donativos por la pasada guerra” o “para poner a disposición del Excelentísimo Ministro de Hacienda”. También cargaban “cueros de leones y lobos marinos, pieles de guanaco, perfumes, docenas de Chinchillas y otras especies”.
Un 90% de estos tesoros tenían origen en el Virreinato del Perú y eran transportados a bordo de las Flotas del Mar del Sur, acumulando mercancías y dineros de lo que hoy es Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Panamá. Pero, según De Narváez, el San José, hundido a cientos de metros de las Islas del Rosario, es el más deseado por los cazatesoros, ya que es “el hundimiento más rico del hemisferio occidental porque llevaba la acumulación de seis años de oro y plata, en los años pico de producción de las minas de Potosí y, adicionalmente, de los tres galeones que lo acompañaron entre Panamá y Cartagena uno comenzó a hacer agua, le sacaron su tesoro y se lo pasaron al San José”.
En el Congreso colombiano se llegó a calcular la fortuna en diez mil millones de dólares. No por casualidad, los dueños del submarino Nautilus, reconocido por ser el primero en localizar el naufragio del Titanic en el Atlántico Norte, se han ofrecido desde el gobierno de Belisario Betancur como los mejor preparados para cuando el Gobierno colombiano decida rescatar sus galeones.
Rafael Azuar, director del Museo Nacional de Arqueología Subacuática de España, uno de los expertos enviados por el Ministerio de Cultura a Tampa para el caso del Nuestra Señora de las Mercedes, reveló esta semana que, según los censos de la Armada, en todo el mundo puede haber entre 3.000 y 7.000 barcos españoles hundidos entre los siglos XVI y XIX. Por eso el negocio de Marx se volvió atractivo para aquellos capaces de arriesgar una fortuna para sumergirse cientos o miles de metros bajo el agua. “No es tan fácil como parece. De cinco intentos concretamos uno”, asegura un allegado a una de estas multinacionales. Cuenta que a veces no vale la mejor tecnología del siglo XXI, porque el lecho oceánico resulta inexpugnable. Ya lo advirtió Joseph Conrad en Juventud: “¡El hechizo y el mar! … pasa del bueno al salobre, al amargo mar, el mar que no da nada, excepto golpes duros”. Peor cuando de por medio está la codicia.
El gringo y sus colegas
Quienes vieron entrar a Robert Marx, en junio de 2003, a la audiencia pública convocada por los magistrados de la Corte Constitucional para escuchar a los interesados en el tesoro del galeón San José, quedaron sorprendidos de ver en medio de tanta solemnidad a “un gringo alto, canoso, apuesto y con pinta de donjuán playero en su último cuarto de hora”.
Era el ya legendario Robert Marx, uno de los cazatesoros más reconocidos del mundo a través de su compañía Plioenician Exploratiosn Limited. Hoy tiene 72 años y en su página de internet se presenta como el fundador del Consejo de Arqueología Submarina de los Estados Unidos y asegura haber participado en 3.000 casos a lo largo de 50 años en 62 países.
En el punto 13 de sus gestas destaca que fue el “organizador y director” de una expedición a los islotes colombianos de Roncador y Quitasueño, así como a la Isla Providencia, que dio como resultado “la localización de un número importante de restos de embarcaciones coloniales”, seis de los cuales califica de “principales”.
Eso fue entre junio y julio de 1963 y luego volvió entre mayo y noviembre de 1965. ¿Qué hizo durante sus exploraciones? No respondió la pregunta de El Espectador a pesar de que se le envió a su correo electrónico personal. En aquella audiencia de 2003 dijo tener conocimiento suficiente para rescatar el galeón San José a cambio del 50% de su tesoro. Sus hazañas han sido registradas en películas de Hollywood, documentales de la BBC, NBC y The History Channel, al igual que por periódicos como The New York Times y El País, de Madrid.
Marx no resultó El pirata iletrado Walter Kennedy, de Marcel Schwob. No. Vino, explicó con lujo de detalles su motivación “comercial e histórica” y aunque la Corte no le dio la razón sino instó al gobierno a defender, como ordena la Constitución, el patrimonio cultural y material sumergido, no ha abandonado el sueño de hacer en aguas colombianas “el más grande hallazgo de tesoro colonial de la historia”.
El bonachón italiano Claudio Bonifacio, de 61 años, es su competencia. El año antepasado la Guardia Civil española lo incluyó en la “Operación Bahía 2”, con cargos de cohecho, atentado contra el patrimonio y asociación ilícita, por extraer ilegalmente bienes sumergidos. Ya había sido detenido cuando intentaba ser el primero en llegar hasta los cofres del Las Mercedes. Vive hace 36 años en Sevilla y se ufana de tener 18 mil fotocopias de rutas de navíos y naufragios del Archivo de Indias, con lo que arma expediciones submarinas por todo el mundo. Una fuente que lo conoce dice que sonríe con cierta malicia cuando le hablan de sus planes en Colombia.
Lo mismo se puede decir del fundador de OME, Greg Stemm, quien no sólo vive obsesionado por las riquezas de los galeones, sino porque cada vez que encuentra alguno las acciones de su compañía se disparan en la Bolsa de Nueva York. A mediados de los noventa, Stemm y el otro cofundador de la empresa, John Morris, fueron investigados por la Comisión del Mercado de Valores de Estados Unidos bajo sospecha de haber dado información inflada sobre un tesoro colonial.
Nadie sabe para quién trabaja, la empresa que capitalizó las pretensiones de Robert Marx fue la Sea Search Armada, de Jack Harbeston, reconocida como la primera descubridora de las probables coordenadas en las que estaría hundido el San José. Lo habría demostrado durante el gobierno de Belisario Betancur y cuando se disponía a intervenir con su tecnología submarina el Gobierno, a través de un decreto, le bloqueó el permiso de exploración y le redujo la posibilidad de sus ganancias a un 5% del valor del tesoro.
Desde entonces demandó a la Nación colombiana y en julio de 2007 logró que la Sala Civil de la Corte Suprema de Justicia le reconociera el derecho al 50%. Sin embargo, no ha podido hacer efectiva la sentencia porque la Dirección Marítima de la Armada tiene suspendidos los permisos de búsqueda.
Según el senador Jairo Clopatofsky, estas empresas tienen tanto poder que a su lobby en el Congreso Nacional le atribuye el hecho de que un proyecto de ley presentado por él haya sido hundido dos veces por falta de apoyo. “Detrás de este tema hay demasiados intereses”.
Para no prestarse a la rapiña, el Gobierno Nacional, a través del Ministerio de Cultura, prefiere por ahora defender los bienes sumergidos in situ, es decir, trabaja en la elaboración de un mapa nacional de los naufragios para conservarlos bajo el agua como museos submarinos de acceso restringido. Así ya funciona uno en Canadá.
El problema es que mientras los legisladores y el Gobierno deciden qué hacer para protegerse de esta fiebre, los exploradores Stemm, Marx, Bonifacio y Harbeston, mapa propio en mano, planean su estrategia para hacer realidad las leyendas de “las flotas de galeones cargados con los caudales de Potosí, Quito y Veracruz” que hizo famosas García Márquez en El amor en los tiempos del colera y en sus cuentos sobre “los buques fantasma de las aguas antiguas del Caribe diáfano”.
Otros naufragios famosos
Documentos de la Unesco y de la Convención Internacional para la Protección de Bienes Sumergidos reportan que en el mundo pueden existir alrededor de un millón de naufragios de todas las épocas. Uno de los más reconocidos es el del galeón Nuestra Señora de Atocha, hundido durante un huracán en 1622 en costas de la Florida y localizado en 1985 con un tesoro avaluado en 400 millones de dólares. En la lista también figuran la nao Santa Cruz, hundida en Zahara de los Atunes en 1555. En ese mismo año se fue a pique en la playa portuguesa de Buarcos y Carrapateira la nao San Salvador. En 1563 se hundió en las Bahamas la capitana de la Flota de Nueva España. En 1588, el Gerona' superviviente de la Armada Invencible, zozobró en la costa irlandesa de Portballintrae. Al año siguiente, en la playa de Troia (Portugal) se hundió la nao Nuestra Señora del Rosario. En 1600, el San Diego, sobrecargado, se fue a pique en Cavite (Filipinas) ante el ataque de una flota holandesa.
Cuentos de navegantes
Así se llama el compendio de relatos que le editó Alfaguara al escritor español Arturo Pérez-Reverte y que incluye la visión del mar de varios de los más grandes escritores contemporáneos. En él, por ejemplo, se puede navegar con La viuda Ching pirata, la historia de Jorge Luis Borges sobre las corsarias “hábiles en la persecución y saqueo de naves de alto bordo”, como Mary Read, que en 1720 se batía a duelo, con pistolones o espadas, con cualquier marinero. Otro de sus personajes es la irlandesa Anne Bonney, “de senos altos y pelo fogoso”. Pero la más veterana de todas es La Viuda de Ching, que tuvo 40 mil hombres bajo su mando y dejó en su testamento órdenes precisas de cómo repartir su fortuna de los mares de Asia.