Chinulito, entre los recuerdos de la violencia y el abandono del estado
Los pobladores de este corregimiento, ubicado al norte de Sucre, tienen la determinación de dejar atrás las secuelas de odio producto de la violencia en la región. Reclaman al Estado viviendas dignas, un centro de salud y una escuela, entre otros derechos básicos.
Otoniel Umaña Murgueitio/ @otonielumaa
“Pensé que el verdadero dolor era el que sentía uno cuando se moría un hijo, un padre o algo así, pero después de la violencia del año 2000 he descubierto que uno tiene miles de dolores”. Esa es la forma como Arides Romero, exconcejal del municipio de Colosó, Sucre, siente la masacre de 13 personas, ocurrida el 13 de septiembre en el corregimiento de Chinulito, cuando un grupo paramilitar dirigido por el desaparecido Rodrigo Mercado Peluffo, alias Cadena, los acribilló por considerarlos soplones de la guerrilla.
Colosó está ubicado en los Montes de María. Por su territorio pasaban los diferentes grupos armados hacia el norte o el sur. De sus 8.000 habitantes, la mitad viven en corregimientos y veredas.
Otro afectado por la violencia es el exalcalde Dájer Manrique, quien entregó el cargo el 31 de diciembre. Su padre era conductor de transporte público del municipio. En el 2000, en un sector conocido como “curva del diablo”, en la carretera hacia Sincelejo, lo mataron los paramilitares porque creían que era colaborador de la guerrilla: “me tocó ponerme a trabajar en el carro que dejó mi papá, asumir esa labor y manejar, incluso sin licencia, ante la necesidad”.
Al corregimiento de Chinulito lo atacaron sin piedad y lo dejaron en la miseria. Alrededor de 450 familias, que hoy reclaman indemnización colectiva e individual, tuvieron que huir por amenazas y matanzas selectivas. Luis Rafael Romero, de la vereda Arenita, asegura que en los crímenes hubo complicidad de la fuerza pública. No se guarda nada de la rabia que le da recordar esos episodios: “aquí la masacre la hicieron los paramilitares y el Ejército. Unos venían con la cara tapada y otros no”.
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Dennis Manuel Mercado es quizá el hombre más respetado por su sabiduría en el corregimiento Ceiba. Tradicionalmente calzas botas para el barro, se cuelga su machete con agarradera de color amarillo en la cintura, su gorra desgastada de color blanco y se mete todo el día a trabajar en el vivero que tiene en su finca. Ahí tiene al menos 3.000 árboles de aguacate, y mango Tommy y Lorenzo. Sueña tener un mercado sostenido y que sus hijos continúen la tradición. Cuenta que los mataron a todos los líderes de las organizaciones sociales, como presidentes y tesoreros, y de esa manera era muy difícil sostenerse en el territorio. Durante los 8 años que estuvo por fuera reflexionaba sobre el tiempo que les iba a tomar recuperar la dinámica social productiva. El rompimiento del tejido social fue muy duro, asegura. “En Sincelejo empezaron a hacer escuela delictiva muchos niños y jóvenes. Las madres que se quedaron en Chinulito al poco tiempo empezaron a llorar a sus hijos muertos que habían engrosado bandas delictivas”.
A Sincelejo también llegó, con lo que tenía puesto, Rogelio Rojas, su esposa y sus hijas de 7, 9 y 10 años: “nos tocó dormir en las terrazas, pedir limosna para comer y eso es vergonzoso”.
Félix Mauricio Hernández trabaja como enlace comunitario y es el coordinador de la Mesa de Víctimas en Colosó. Dice que le tocó sufrir en carne propia lo que considera es un desamparo por parte del Estado: “sacaron al Ejército, a la Policía y quedamos en poder de esas bandas oscuras”. Además, cuenta que se acostaban a las 5 o 6 de la tarde sin saber quién iba a amanecer muerto.
La violencia también los dejó sin la institución más importante que tenían: el bachillerato técnico agropecuario, el mejor del departamento. “No lo hemos podido recuperar porque nos faltan $7.000 millones. El municipio no tiene, el departamento no tiene. La que tiene los recursos es la nación”, afirma el exalcalde Dájer Manrique.
¿Qué esperan las personas que retornaron?
“Cuando regresamos no encontramos nada. Era volver a empezar y sin ayuda”, dice Edith Romero lideresa de la vereda Arenita.
Las primeras 40 familias regresaron a Chinulito de manera voluntaria 5, 8 y hasta 15 años después de las masacres, pero el acompañamiento del Estado fue nulo, asegura Franklin Jaraba, quien fuera miembro de la Mesa Departamental de Víctimas y hoy es secretario de Gobierno de Colosó. “El estado no ha cumplido su labor y no ha invertido en lo que dijo a la población víctima, que era el tema de vivienda”. Es por esta razón que al caminar por el corregimiento se ven decenas de casas abandonadas, con grietas y árboles que han crecido dentro de ellas.
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Los proyectos productivos con los que sueñan las víctimas están empantanados. La región es la principal productora de Ñame, un tubérculo similar a la yuca, y son cientos de hectáreas las sembradas, como lo asegura Alfredis Manuel Romero quien considera que ya es hora de que el ñame de los Montes de María sea conocido a nivel internacional. Sin embargo, no hay vías de acceso que les permitan sacarlo de las fincas. “De aquí se saca si lo vienen a comprar en máquinas o en burro para el pueblo, pero esta cosecha está estancada y si no la compran tocará tirarla por allá y que se pierda”.
El 50 % los cultivos de ñame y aguacates en el municipio se pierden debajo de los árboles. En Chinulito no hay acueducto y el servicio de energía no es eficiente; hay veredas donde no llega. La asociación de retornados reclama viviendas dignas porque en una casa viven hasta cuatro familias. La escuela y el centro de salud deben ser reconstruidos. No hay un escenario deportivo en el corregimiento.
“En el campo se hacen necesarios los relevos generacionales porque si no, de allá de la ciudad donde usted viene se van a quedar sin comida y nos van a importar una comida llena de químicos que no vale la pena”, dice Franklin Jaraba.
Quieren ser productivos, transformar y comercializar la materia prima. Ven una oportunidad porque están ubicados en una región estratégica: al lado del Golfo de Morrosquillo donde se habla de construir un gran puerto.
Ellos no quieren saber más de violencia. “Vimos cómo la muerte se alimentaba de la guerra, como la tierra se alimentaba de lágrimas de las madres, esposas e hijos que perdieron a sus seres queridos en una guerra absurda. Queremos que no olviden el pasado pero que no convivan con él. Debemos sacar de nuestros corazones las secuelas de odio”, es el mensaje de Dennis Manuel Mercado.
“Pensé que el verdadero dolor era el que sentía uno cuando se moría un hijo, un padre o algo así, pero después de la violencia del año 2000 he descubierto que uno tiene miles de dolores”. Esa es la forma como Arides Romero, exconcejal del municipio de Colosó, Sucre, siente la masacre de 13 personas, ocurrida el 13 de septiembre en el corregimiento de Chinulito, cuando un grupo paramilitar dirigido por el desaparecido Rodrigo Mercado Peluffo, alias Cadena, los acribilló por considerarlos soplones de la guerrilla.
Colosó está ubicado en los Montes de María. Por su territorio pasaban los diferentes grupos armados hacia el norte o el sur. De sus 8.000 habitantes, la mitad viven en corregimientos y veredas.
Otro afectado por la violencia es el exalcalde Dájer Manrique, quien entregó el cargo el 31 de diciembre. Su padre era conductor de transporte público del municipio. En el 2000, en un sector conocido como “curva del diablo”, en la carretera hacia Sincelejo, lo mataron los paramilitares porque creían que era colaborador de la guerrilla: “me tocó ponerme a trabajar en el carro que dejó mi papá, asumir esa labor y manejar, incluso sin licencia, ante la necesidad”.
Al corregimiento de Chinulito lo atacaron sin piedad y lo dejaron en la miseria. Alrededor de 450 familias, que hoy reclaman indemnización colectiva e individual, tuvieron que huir por amenazas y matanzas selectivas. Luis Rafael Romero, de la vereda Arenita, asegura que en los crímenes hubo complicidad de la fuerza pública. No se guarda nada de la rabia que le da recordar esos episodios: “aquí la masacre la hicieron los paramilitares y el Ejército. Unos venían con la cara tapada y otros no”.
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Dennis Manuel Mercado es quizá el hombre más respetado por su sabiduría en el corregimiento Ceiba. Tradicionalmente calzas botas para el barro, se cuelga su machete con agarradera de color amarillo en la cintura, su gorra desgastada de color blanco y se mete todo el día a trabajar en el vivero que tiene en su finca. Ahí tiene al menos 3.000 árboles de aguacate, y mango Tommy y Lorenzo. Sueña tener un mercado sostenido y que sus hijos continúen la tradición. Cuenta que los mataron a todos los líderes de las organizaciones sociales, como presidentes y tesoreros, y de esa manera era muy difícil sostenerse en el territorio. Durante los 8 años que estuvo por fuera reflexionaba sobre el tiempo que les iba a tomar recuperar la dinámica social productiva. El rompimiento del tejido social fue muy duro, asegura. “En Sincelejo empezaron a hacer escuela delictiva muchos niños y jóvenes. Las madres que se quedaron en Chinulito al poco tiempo empezaron a llorar a sus hijos muertos que habían engrosado bandas delictivas”.
A Sincelejo también llegó, con lo que tenía puesto, Rogelio Rojas, su esposa y sus hijas de 7, 9 y 10 años: “nos tocó dormir en las terrazas, pedir limosna para comer y eso es vergonzoso”.
Félix Mauricio Hernández trabaja como enlace comunitario y es el coordinador de la Mesa de Víctimas en Colosó. Dice que le tocó sufrir en carne propia lo que considera es un desamparo por parte del Estado: “sacaron al Ejército, a la Policía y quedamos en poder de esas bandas oscuras”. Además, cuenta que se acostaban a las 5 o 6 de la tarde sin saber quién iba a amanecer muerto.
La violencia también los dejó sin la institución más importante que tenían: el bachillerato técnico agropecuario, el mejor del departamento. “No lo hemos podido recuperar porque nos faltan $7.000 millones. El municipio no tiene, el departamento no tiene. La que tiene los recursos es la nación”, afirma el exalcalde Dájer Manrique.
¿Qué esperan las personas que retornaron?
“Cuando regresamos no encontramos nada. Era volver a empezar y sin ayuda”, dice Edith Romero lideresa de la vereda Arenita.
Las primeras 40 familias regresaron a Chinulito de manera voluntaria 5, 8 y hasta 15 años después de las masacres, pero el acompañamiento del Estado fue nulo, asegura Franklin Jaraba, quien fuera miembro de la Mesa Departamental de Víctimas y hoy es secretario de Gobierno de Colosó. “El estado no ha cumplido su labor y no ha invertido en lo que dijo a la población víctima, que era el tema de vivienda”. Es por esta razón que al caminar por el corregimiento se ven decenas de casas abandonadas, con grietas y árboles que han crecido dentro de ellas.
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Los proyectos productivos con los que sueñan las víctimas están empantanados. La región es la principal productora de Ñame, un tubérculo similar a la yuca, y son cientos de hectáreas las sembradas, como lo asegura Alfredis Manuel Romero quien considera que ya es hora de que el ñame de los Montes de María sea conocido a nivel internacional. Sin embargo, no hay vías de acceso que les permitan sacarlo de las fincas. “De aquí se saca si lo vienen a comprar en máquinas o en burro para el pueblo, pero esta cosecha está estancada y si no la compran tocará tirarla por allá y que se pierda”.
El 50 % los cultivos de ñame y aguacates en el municipio se pierden debajo de los árboles. En Chinulito no hay acueducto y el servicio de energía no es eficiente; hay veredas donde no llega. La asociación de retornados reclama viviendas dignas porque en una casa viven hasta cuatro familias. La escuela y el centro de salud deben ser reconstruidos. No hay un escenario deportivo en el corregimiento.
“En el campo se hacen necesarios los relevos generacionales porque si no, de allá de la ciudad donde usted viene se van a quedar sin comida y nos van a importar una comida llena de químicos que no vale la pena”, dice Franklin Jaraba.
Quieren ser productivos, transformar y comercializar la materia prima. Ven una oportunidad porque están ubicados en una región estratégica: al lado del Golfo de Morrosquillo donde se habla de construir un gran puerto.
Ellos no quieren saber más de violencia. “Vimos cómo la muerte se alimentaba de la guerra, como la tierra se alimentaba de lágrimas de las madres, esposas e hijos que perdieron a sus seres queridos en una guerra absurda. Queremos que no olviden el pasado pero que no convivan con él. Debemos sacar de nuestros corazones las secuelas de odio”, es el mensaje de Dennis Manuel Mercado.