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Crónicas de un etnocidio en el cañón del río Cauca

Aquí estoy, con mis plumas de guacamaya en la cabeza, y con este ardor de guerra en la garganta que no se apaga desde el día que los hombres de a caballo invadieron estas tierras.

Jorge Eliécer David Higuita
16 de enero de 2013 - 03:16 p. m.
Crónicas de un etnocidio en el cañón del río Cauca
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Ellos, los de a caballo y los de armas parecidas al trueno, creyeron que me habían vencido. Pero no es así, nuestra tierra tuvo dignidad y fue defendida por sus hijos con su sangre, sus dientes y su calmado vivir de dueños legítimos.

Les recuerdo…
Don Virgilio Sucerquia fue asesinado por tiros de fusil en la madrugada de un domingo amarillo del mes de Julio de 1998. Su trágica y triste muerte sucedió en la pequeña calle donde transcurrió toda su vida, cerca de su tienda, sus vacas y su río, en el lugar conocido como Orobajo (con acento en la a), en el extremo norte de Sabanalarga, en límites con el municipio de Toledo. Esta aldea lejana, olvidada y solitaria, mereció un titular de primera plana en un diario de circulación nacional por ese suceso, por la muerte de Don Virgilio. El Colombiano, el periódico más godo de Colombia, titulaba en la primera página de su edición dominical: “El último cacique Nutabe ha muerto”.

Y más adelante, el cronista José Guillermo Palacio, enviado a relatar los hechos, escribía como adelantándose a la premonición de una gran tragedia para el país y el mundo: “A los funerales de Don Virgilio Sucerquia debió asistir toda Antioquia. De haberse enterado de su muerte, era responsabilidad del Presidente de la República de Colombia acompañarlo hasta su última morada y cantarle un adiós agradecido… [sin embargo] el cuerpo de Don Virgilio, solitario, putrefacto, agujereado por las balas y ‘ruñido’ por los perros, volvió a la tierra en un cajón de tablas rústicas, construido a última hora… Don Virgilio representaba quinientos años de resistencia de la cultura Nutabe…”

¿Ha muerto Don Virgilio? ¿He muerto yo, el Gran Cacique Mestá, después de 400 años? ¿Ha resultado cierta aquella premonición del cronista José Guillermo Palacio enviado por El Colombiano? La muerte de Don Virgilio, mi sucedáneo, fue una tragedia incalculable para El Cañón. Fue y lo sigue siendo. La extinción de un pueblo o de una especie natural en la tierra es tan grave que debería causar conmoción en todos los rincones del orbe… pero el titular pasó casi desapercibido como aquellos otros hombres que fueron masacrados junto a Virgilio, sin entender que ese hecho marcaba el inicio cruel del despojo último y la disgregación nueva para los herederos y descendientes de la última estirpe Nutabe de Colombia.

Esas muertes de 1998 desplazaron a la gente de esta bodeguita de Orobajo desde entonces. En un principio, casi todos sus habitantes (unos 120) se fueron hacia las veredas vecinas, a la cabecera urbana de Sabanalarga o Medellín, donde intentaron establecerse y escapar de los fantasmas del miedo. Después de muchos años, algunos volvieron, mientras que otros se quedaron desperdigados en otras latitudes, intentando rehacer la vida y mirando el correr del río desde sus sueños nostálgicos.
Esta vez no fueron los hombres de a caballo los que hicieron la masacre. No. Los tiempos han cambiado, y a pesar de que nosotros hemos cambiado poco en medio milenio, ellos, los invasores, sí han cambiado mucho. Ya no son los de a caballo, más bien son los de a pie y los de pájaros de acero. Llegan en un aparato rápido y ruidoso que enloquece a las guacamayas y se quedan por acá atisbando el río. Nosotros les miramos con asombro como en aquellos tiempos, pero no les tememos. Al fin y al cabo esta es nuestra casa, y en ella, todos tienen confianza. Sabemos que no son de aquí y que algún día se irán.

He dicho que se irán… ¿será cierto esta vez? Los de ahora han dicho que quieren el río, no más, que no les interesa estas peñoleras, ni las matas de maíz, ni las guacamayas, ni este aire que enciende los fogones en las cocinas con sólo desearlo. Sólo quieren el río y que lo van a devolver, que harán un gran charco. ¿Para qué? Yo no entiendo, dicen que para hacer la luz… pero pregunto, si la luz está hecha, la que yo conozco llega puntual en las mañanas y se va en las tardes, y la otra es la que alumbra en las cocinas y en la noche con las estrellas.

No conozco más luz, ellos la llaman la luz eléctrica. ¿Qué será?... Para eso dicen que quieren nuestro río, y entonces quieren comprar nuestras tierras. Pero estas tierras no se venden, no nos pertenecen, son de nuestros abuelos, son de nuestros nietos. No, no se venden. ¿Por qué, para dónde podemos irnos? No, no se venden…

Como no se venden viene la tragedia. Tienen que irse, nos dicen, tienen que irse o el río los ahogará… ¿Cómo, es posible? ¿El río que tanto amamos, que nos arrulla, que nos da oro, comida, felicidad, nos ahogará? No, sigo sin entender. Que tenemos que irnos, que lo ha dicho el gobierno, si no el río nos ahogará.

-¿Ahogará? ¿Y acaso ustedes no son buenos “bogas”?
Sí, somos excelentes bogas, talentosos nadadores. Esa es también nuestra esperanza. Posiblemente lleguemos a otra orilla de manera silenciosa, como siempre lo hemos hecho hasta ahora. Porque sépalo usted, nadie sabía de nosotros, ¡nadie!, nos creían muertos, aniquilados por el zarpazo del olvido, pero no, nos mantuvimos como pueblo, como familia Nutabe, en el vientre de estas montañas, alimentados por este hermoso río. Nunca necesitamos nada del Estado. Aquí nuestro oro, nuestros peces, el combustible de la leña, el maíz, los tamarindos, el anón, los limones, la yuca. Aquí nuestras esbeltas mujeres, nuestras plantas para la enfermedad, nuestros mitos en los remolinos de las aguas y en sus cavernas profundas. Aquí todo. Lejos del mundo, lejos, muy lejos, a 14 horas o dos días de Sabanalarga.

Ahora han venido con sus helicópteros, sus ejércitos y sus fotógrafos. Creen que somos miserables porque no tenemos luz eléctrica. Pero es mentira. No nos faltaba nada, nunca nos faltó nada hasta que ellos vinieron por este río. Pero hasta donde sabemos, el río, igual que las montañas, los árboles, las estrellas y los truenos, son de los dioses, no nos pertenecen, es un regalo para todos. Nadie puede decir: este río es mío, este aire es mío, este cielo azul es mío, este calor de infierno es mío. Nadie, absolutamente nadie. Ni antes, ni ahora, ni después. Es contra natura, es contradecir los dioses, alimentar su furia. ¿Entonces, por qué han dicho que este río es de ellos y que nosotros debemos irnos? Bien, que nos muestren su título de propiedad y nosotros les mostramos el nuestro. Está bien, iremos a los estrados judiciales porque no somos seres de guerra. Que nos muestren su título de poseedores legítimos de este río, nuestro “Patrón Mono”; que nos lo muestren y nosotros nos vamos a morir debajo de las piedras, como las lagartijas, vencidos por siempre, ahora sí por siempre… mientras tanto, aquí seguiremos oteando las guacamayas y viendo aumentar la estatura de estas montañas que siempre nos han abrigado.

Gran Cacique Mestá, desde la otra orilla del río y del tiempo,
Cañón del Cauca, Septiembre de 2012

Memorias de una travesía por el Gran Cañón del río Cauca

“Justicia, grita el caballero…
Justicia, repite su montura.
Justicia, grita don Quijote…
Justicia, relincha Rocinante.
Justicia grita el hombre
y justicia relincha delirante su caballo.
Grito… relincho… justicia
“Justicia… justicia… justicia”.
He aquí un verso precioso, eneasílabo,
desconocido de los dioses.
He aquí un verso
que no conocen los dioses todavía.”
León Felipe.

“El Patrón Mono” es el río Cauca, nombrado así por los habitantes del cañón de este inmenso río en el Noroccidente de Antioquia, porque les provee del sustento cotidiano, tanto ahora a sus pobladores actuales como hace unos dos mil años a sus antepasados amerindios. Sus playas son ricas en oro, sus aguas contienen peces y seres míticos, sus terrazas cercanas son aptas para la agricultura, y en sus montañas aledañas nacen bosques y quebradas, que hacen posible la vida de aves, animales domésticos y frutos tropicales. Es un patrón benévolo, paciente y silencioso que niega pocas veces el trabajo. Un buen patrón en suma, como pocos, en este país de grandes injusticias laborales.

Y es “mono” este río por su color rubio, achocolatado, atribuido entre otras cosas a los grandes sedimentos que lleva, luego de recorrer gran parte de Colombia, pues viene desde el sur, desde el mítico páramo del Volcán Puracé, donde nace además su otro gemelo mono llamado “Gran Río de la Magdalena”.
Y es sagrado este río mono para el “Pueblo Cañonero” por las virtudes dichas, además de otras que sólo son perceptibles desde el aspecto simbólico, relacionadas con el arraigo y la permanencia, las historias tejidas alrededor de su cuenca, los seres mitológicos que lo pueblan, los ciclos de vida, la recreación, el encuentro y el aprendizaje de oficios milenarios como el de “bogas” y “barequeros”.

¿Y quién es el “Pueblo Cañonero” que llama al río Cauca “El Patrón Mono”? “Los Cañoneros” son los descendientes de los antiguos indígenas Nutabes, Katíos, Ebéxicos, Peques e Ituangos, que no quiere ser reconocido por las autoridades nacionales encargadas de dicha tarea, ni por quienes han ostentado y ostentan el gran proyecto hidroeléctrico “Hidroituango”, conocido hoy como “Proyecto Ituango EPM”[1].

Por ese desconocimiento que hace el “Proyecto Ituango EPM” y la Dirección de Etnias del Ministerio del Interior y Justicia a “Los Cañoneros”, y porque dicho proyecto represará al “Patrón Mono”, cambiando en consecuencia el ambiente y la cultura de sus habitantes ancestrales, impidiendo en consecuencia las labores tradicionales que el “Pueblo Cañonero” ha realizado ininterrumpidamente por varios siglos, tales como el barequeo, la pesca y la agricultura, lo que propiciará una alteración profunda a este grupo étnico, incluida su disolución o extinción… por ese desconocimiento, y solicitando justicia, un grupo de personas e instituciones realizaron una “Travesía por el Cañón del Cauca”[2] en Julio de 2011, con el objeto de hacer visible a la comunidad local, nacional e internacional, las particularidades del “Pueblo Cañonero” y los impactos que se ciernen sobre dicho grupo étnico, de no realizarse el tratamiento adecuado que por derecho le corresponde, y que son de obligatorio cumplimiento a los operadores del proyecto.

La Travesía inició en la zona urbana de Sabanalarga, un pequeño municipio perteneciente a la subregión del Occidente Antioqueño, cuyo territorio es uno de los principales afectados por el proyecto hidroeléctrico mencionado, y donde habitan la mayoría de “Cañoneros”, ubicados en las veredas de La Aurora, Membrillal, Remartín, Nohavá y Orobajo, quienes han iniciado un proceso para su reconocimiento como grupo étnico.
La Travesía quiso corroborar inicialmente que es eso del “Cañón del río Cauca” en el Noroccidente Antioqueño, y para ello se trepó hasta las cimas de la cordillera Central, a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar, en el sitio conocido como Tarascón, perteneciente al poblado de El Oro en el municipio de Sabanalarga. En esta altura prodigiosa y desde su frío penetrante, su niebla y sus bosques nubosos, se comprueba el adjetivo del cañón aludido, que podría ser, por el vértigo y la inmensidad que procura, El Gran Cañón del Río Cauca: una justa manera de nombrar este paisaje único en el mundo, que poco tiene que envidiar al Cañón del Chicamocha en Santander o al Gran Cañón del Colorado en Estados Unidos. Quien asiste por primera vez a este Gran Cañón del Cauca queda anonadado, pleno de preguntas por su origen geológico, por el origen de sus dioses al crear tan inmensas montañas, y por la manera como sus habitantes las moldean y usan para su provecho cotidiano.

Montañas pertenecientes a las gigantes cordilleras Central y Occidental, unidas por el “Patrón Mono”, quien visto desde la gran altura de Tarascón, es apenas un pequeño hilo en el hoyo de esa gran magnificencia del relieve.

Descendiendo de Tarascón llegamos a la primera vereda donde pernoctar, luego de realizar paradas en algunas fondas camineras donde la comisión de la Travesía descansó, hidrató sus cuerpos y retrató el paisaje. Es Cañaona, conocida también como vereda La Aurora, pequeña comunidad de unos 100 habitantes, construida en el lomo de una montaña mediana, donde el aire es fresco y la vista se recrea con las panorámicas del Gran Cañón del Cauca.

Nos recibe en su casa doña Rosa Angélica Rojas con claro de maiz, mazamorra y una alegría y hospitalidad pocas veces vista a esta altura del siglo XXI. Con humildad y generosidad permite que la comisión de La Travesía se instale en su casa, que los caballos se alimenten en su pesebrera y que la reunión nocturna con la comunidad sobre el proyecto hidroeléctrico, pueda llevarse a cabo. En la reunión se expresan grandes preocupaciones por el futuro de su territorio; temores que irán en aumento, ha medida que La Travesía avanza y conversa. “¿Qué pasará cuando ya no tengamos la bodeguita de Orobajo, donde ocurren nuestras fiestas y encuentros y donde intercambiamos productos del cañón y la montaña?”, es la pregunta latente de aquella primera reunión en Cañaona, amenizada por miles de estrellas y gemidos del viento.

Doña Rosa improvisa almohadas y mantas para todos y nos vamos a descansar. En la madrugada, los gallos y los cascos de los caballos en la pesebrera nos despiertan, sumados a los gritos de nuestro baquiano y arriero acompañante. Un café, un breve desayuno y nada de baño (no hubo agua en la casa de doña Rosa desde el día anterior) para continuar la jornada; gratas y sentidas despedidas de nuestros anfitriones y el camino que se alista para recibirnos.

La meta siguiente es la vereda de Nohavá. Esta vez el camino es menos agreste por no ser en picada como el del día anterior, sino a través de la montaña. Rodillas poco dolidas y menos sudor en esta caminada, donde se sube y se baja, y donde se pueden observar cultivos de caña, café, plátano, maíz, fríjol y frutales. Las viviendas de Nohavá, construidas en la técnica ancestral del bahareque y la tapia, están juntas a diferencia de las de La Aurora, ubicadas en un pequeño hoyo que forma la gran montaña circundante, rodeada de bosques y cultivos. Hay en Nohavá una campana símbolo de la unidad cañonera, sobreviviente a una de las tantas huidas de la gente de Orobajo. Allí se hizo sonar al final de la reunión con la comunidad y se contó su historia corajuda.

Luego de la reunión en Nohavá, efectuada a media mañana y extendida hasta el mediodía, la comisión de La Travesía almorzó en la escuela para continuar luego hacia la vereda de Remartín, ubicada montaña abajo, en el espinazo de otra loma, desde donde se divisan las haciendas del Jagüe y Toyúgano[3] y los varíados portachuelos (también llamados abras o boquerones) que son característicos del relieve en la zona baja e intermedia del cañón del Cauca.

En Remartín nos recibió el líder Fabián Feria, oriundo de Orobajo y presidente de la Junta de Acción Comunal de Remartín. Nos instalamos en la escuela donde armamos nuestro campamento y nuestro sitio de reunión, mientras gozamos de la bella tarde y sus crepúsculos. Descansamos un poco y nos dimos a la tarea de recorrer la vereda, probar sus pasteles de pollo campesino y retratar algunas escenas cotidianas. Nos enteramos allí, que Remartín será la sede de los “Juegos deportivos cañoneros del 2011”, que se efectuarán en agosto de este año, con participación de delegaciones de las veredas pertenecientes a distintos municipios del cañón del Cauca. Para terminar la reunión se había programado fiesta veredal, pero el invierno y el cansancio pudieron más y nos vimos abocados a echarnos a dormir.

En el Gran Cañón del Cauca el sol es inclemente. Dada la característica especial del ecosistema presente en esta región, perteneciente a la zona de vida bosque seco tropical (ecosistema bastante escaso en el mundo y en Colombia por supuesto), cada día tocaba madrugar para avanzar en los caminos y escapar momentáneamente al látigo del sol del medio día. Ese día entonces volvimos a levantarnos temprano, dado que la vereda siguiente a visitar sería Orobajo, ubicada a la orilla del “Patrón Mono”, donde la temperatura alta y la sequedad son bastante notorias.

El camino de Remartín a Orobajo resultó escabroso al principio, dadas las altas pendientes que hubo que remontar y al estado de la trocha cerrera, donde caminantes y caballos resbalaron continuamente, en un ascenso en ocasiones bastante peligroso para la comisión. Superada la primera loma del día, y visualizando el mítico poblado de Orobajo, empezamos a descender al fondo del cañón bajo un azul pleno y un verde primaveral de rastrojos y bosques espinosos. La loma de descenso se llama Uvital y ofrece unas vistas excelentes del cañón, donde resaltan los meandros del río Cauca, sus frondosos bosques nativos a lado y lado del caudal y el pequeño pueblo o bodega de Orobajo, como perdido en esa inmensidad, con sus techos luminosos de zinc, no obstante oxidados por el tiempo.

Al mediodía arribamos a sus pocas calles, en medio de la algarabía de chicharras y loras que volaban por encima de las espigas de los cultivos de maíz, en un clima abrasador y una luz detonante. La primera casa de Orobajo es una tienda y ya la primera comisión de avanzada de La Travesía estaba instalada en ella, refrescando la garganta y recuperando la energía. Unas cuantas cervezas heladas, muchos saludos y la sensación extraña de visitar un lugar que va a ser devorado por las aguas de una represa. Orobajo tiene esta fatalidad de que va a ser ahogado, y todos sabemos de esa muerte lenta. Por eso apuramos nuestras cámaras fotográficas en sus casas, rostros y sentires, como quien embalsama un instante y un lugar que ya no será, y que sólo será posible en el recuerdo. Es entonces una visita angustiante porque el aire está impregnado de una derrota y una pérdida inconmensurable. Sin embargo parece un domingo normal, día de descanso, de músicas, de encuentro cañonero y de una visita especial (la de nuestra Travesía).

Quien nos recibe es el hijo del “cacique” último del que se tenga noticia en Orobajo, llamado don Virgilio Sucerquia, considerado por los antropólogos como un “Gran Señor”, un “Bigman”, un redistribuidor, que mantenía la cohesión del grupo étnico cañonero en la comunidad de Orobajo y sus veredas vecinas, y que fue vilmente asesinado junto con otras 5 personas en 1998. El terror hizo entonces que su población emigrara casi hasta la disolución, pero la fortaleza de siglos les hizo volver a su terruño, donde reconstruyeron sus casas, sembraron maíz y yuca, y se dedicaron al oficio de siempre junto al “Patrón Mono” que los arrulla: barequiar, extraer oro de sus orillas. Edi Sucerquia, como líder de Orobajo, mantiene entonces el linaje de la parentela de su padre, guiando a su comunidad hacia la superación de la encrucijada presente. ¿Dónde ir si el río Cauca será represado y con ello borrado su poblado ancestral con toda la herencia que contiene?

Esa misma pregunta se la hacen los de Barbacoas, otra “bodeguita” del otro lado del río, perteneciente al municipio de Peque, que también correrá la misma suerte que Orobajo. Las respuestas son hoy insuficientes, y de seguro mañana serán insatisfactorias porque la historia que será anegada no tiene precio y por tanto jamás será compensada. Es la misma pregunta y el mismo reclamo que se hacen en La Aurora, Nohavá, Remartín, Membrillal y en otras veredas relacionadas con el “Patrón Mono”, donde a pesar de que no serán inundados sus poblados, la fuente básica de su economía y su cultura, esto es, el barequeo, ya no podrá ser ejercida.

Incertidumbre mayúscula que el “Proyecto Ituango EPM” no ha medido ni considerado en su real dimensión, a pesar de tener licencia ambiental para adelantar la megaobra.
La reunión en Orobajo fue muy distinta a las realizadas en las veredas anteriores. Una sensación de esperanza rota, de miedos acumulados, de pocas opciones frente a la adversidad. Pero La Travesía llevaba fuerza, alegría y esperanza, y allí dejo sus semillas solidarias. El compromiso fue enorme, y ante los delegados de las veredas cañoneras, La Travesía adquirió la deuda de acompañar con sus conocimientos e ímpetus al “Pueblo Cañonero”.

La reunión terminó casi a la medianoche, y la madrugada del siguiente día fue mayor, pues nos esperaba la jornada más dura de toda la expedición. Poco se durmió, y a poco de empezar a cantar los gallos, las carpas se levantaron y tomamos el camino aún en la oscuridad, esta vez, rumbo al Jagüe, nuestra próxima estación.

Para llegar al Jagüe fue mucho el sudor que se derramó y muchos los lodazales que tuvimos que pasar; para algunos tal vez fue el pantano más horroroso que hayan pisado las suelas de sus zapatos; para otros, baquianos o caminantes experimentados, un camino difícil, donde el pantano efectivamente se saborea y se mezcla con el sudor. Por ello la estadía en El Jagüe fue para reponer energías, reflexionar sobre la travesía y planificar tareas. Ya la expedición estaba bastante avanzada y sólo nos restaba el último trayecto para volver al punto de partida en la zona urbana de Sabanalarga. En El Jagüe tuvimos oportunidad de saborear la gastronomía típica del cañón, expresada en sancocho de gallina criolla, fríjoles, mazamorra y arepa de buen tamaño, además de conocer las historias de los hallazgos arqueológicos encontrados en este lugar. Un sitio con una riqueza tal en historia antiquísima que se remonta a varios milenios, que valdría la pena declarar como museo in situ en el futuro que le espera a la región.

Al siguiente día nos enrutamos hacia Membrillal, la vereda más poblada de todas las visitadas, con una población cercana a las 400 personas, distante del río Cauca una hora aproximadamente. Un 95% de su población depende directamente del “Patrón Mono”, pues sus tierras son pocas y áridas para tantos habitantes, siendo la minería artesanal o el barequeo, la fuente de su sustento. Nos reunimos con su comunidad a las once de la mañana, en un lunes festivo que por allí no se guarda.

Bastantes jóvenes en la reunión y muchas inquietudes sobre su futuro. Por primera vez escuchamos hablar del turismo como una opción que les ha vendido el proyecto hidroeléctrico para reemplazar las actividades actuales; también hablaron de crear pequeñas empresas, no se sabe cuáles, pero “la teoría del emprendimiento” hace campaña. ¿Será posible mantener la potestad sobre el “Patrón Mono” cuando éste se devuelva y ahogue a Orobajo y Barbacoas e impida barequiar al resto de comunidades cañoneras? Está por verse si el “Patrón Mono” continúa acompañando a los cañoneros a pesar de los cambios tecnológicos, o si por el contrario el nuevo patrón es EPM, gran multinacional pública, perteneciente a la capital de Antioquia, Medellín, la metrópoli de la montaña…

En la tarde continuamos hacia la zona urbana de Sabanalarga en medio de una grata llovizna que nos acompañó el resto del día, junto con el zumbido de helicópteros militares. En Sabanalarga había ocurrido un secuestro en la mañana y el pueblo estaba bastante alborotado. De suerte este suceso ocurrió en el último día de La Travesía, porque si no la historia hubiera sido otra…¡Qué lastima! Es Colombia, donde la guerra nunca cesa…

Gran Cañón del Río Cauca, Julio de 2011.

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Por Jorge Eliécer David Higuita

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