El biólogo que le bajó el tono al lenguaje científico
El científico cordobés Álvaro Cogollo representa la relación que se da entre ciencia y cultura. Es así como con el vallenato explica conferencias magistrales y académicas, con contenido científico, pero en un lenguaje más coloquial, accesible y con tono alegre.
Ramiro Guzmán Arteaga*, especial para El Espectador
Una de las cualidades sobresalientes del botánico y científico cordobés Álvaro Cogollo Pacheco es el de lograr traducir el lenguaje monosémico, casi único y exclusivo del mundo científico, al lenguaje plural y diverso de la vida cotidiana. Para ello, se ha valido de unas herramientas que, desde las cualidades estilísticas del hablar y escribir, igualmente distan de las categorías de las ciencias: el vallenato, la pintura, la poesía y el teatro.
Tampoco ha tenido que apoyarse en la complejidad y la rigurosidad de los tipos de investigación, sino en las enseñanzas de viva voz y cuerpo presente que recibió de su familia.
Su abuela María Ascensión Berrocal Martínez, una partera de oficio, le enseñaba los secretos de las plantas medicinales. De su papá, Justiniano Cogollo Berrocal, aprendió el cultivo del maíz, la yuca y el ñame.
Álvaro recuerda el día en el que le preguntó a su mamá, María del Carmen Pacheco Ramos (Q.E.P.D): ¿Por qué la semilla de la cocorilla se parecía a la de la badea? Y recibió una respuesta que lo marcaría: “Ay, mijito, serán familia”.
Años después, Álvaro supo que eso que le había enseñado su mamá era Taxonomía en su pura y silvestre esencia, una palabra que hacía ver más inteligente a los profesores en la Universidad de Antioquia., pero que su mamá se la enseñó traducida a la sencillez.
El Compae Goyo y el virus de la cultura
Pero fueron su papá, don Justiniano Cogollo, “un picotero” de cuantas fiestas y festivales se hacían en los pueblos de Córdoba, y el folclorista Guillermo Valencia Salgado, el Compae Goyo, quienes a inicio de la década de los 70 influyeron en su despertar hacia la cultura.
Recuerda que en el INEM de Montería, donde cursó el bachillerato, el Compae Goyo aprovechaba sus clases de español para compartirles también filosofía, urbanidad y música, con un método y un lenguaje muy particular y provenzal.
“Lo que más nos agradaba era que utilizaba los últimos minutos de su clase para contarnos cuentos o chistes y explicarnos temas propios del folclor cordobés, y en particular el sinuano. Nos recitaba y explicaba cómo se hacía y declamaba una poesía”.
Esas clases para Álvaro Cogollo eran verdaderas fuentes de inspiración, porque en ellas también el Compae Goyo les hablaba de la riquezas y biodiversidad de los recursos naturales del departamento de Córdoba. “Es decir, lo ambiental articulado con el folclor, las composiciones y el contexto geográfico, social y cultural en el que surgen”, recuerda.
Para esa época Álvaro Cogollo se había vinculado a la orquesta del INEM, dirigida por el maestro Tobías Garcés y la base teórica de las clases se las compartía el profesor Francisco Giraldo, quien igualmente interpretaba una armónica y la guitarra.
Se inició interpretando las trompetas y luego el trombón de vara. “Montamos e interpretábamos canciones del momento, como “Yolanda” y “Playa Blanca”. Después de las clases magistrales, el Compae Goyo iba a vernos ensayar y nos llevaba composiciones, a las que les poníamos música.
Álvaro recuerda que “en una de esas visitas nos llevó una composición a la que no le había puesto título; nosotros empezamos a ponerle nombres y finalmente la titulamos “El Compae Goyo”, y así se quedó”.
Influencia del vallenato
En una de las clases de español, el Compae Goyo les puso de tarea un ensayo con tema libre sobre el folclor. “Yo escogí el vallenato, fui a la Biblioteca Departamental David Martínez de Montería, pero fue poco lo que encontré; entonces arranqué para Sincelejo, porque mi papá trabajaba allá, y entrevisté, a punta de libreta y lápiz, a Pacho Rada. Luego me fui para Planeta Rica y entrevisté a Alejo Durán. Cuando le mostré el trabajo al Compae Goyo, se impresionó porque fui el único que había hecho trabajo de campo. Me puso un cinco”.
Le llamó la atención el manejo de la entrevista, la propiedad con que la realizó. Eso tenía una explicación: para entonces, Álvaro se sabía todas las canciones de Alejandro Durán, “porque mi papá era ‘pikotero’ y cuanto disco que salía de Alejo Durán lo compraba para probarlo en la casa, a todo volumen”.
Pero con la tarea, al Compae Goyo también le presentó un listado de árboles que se mencionaban en los vallenatos: el Guayacán, el Carreto, el Higuerón. Lo cual, para entonces, no podía hacer con el porro palayero porque no le escuchaba letras.
Cuando el Pick-Up estaba en la casa, la familia también escuchaba las canciones de orquestas de moda. De esa época recuerda una anécdota: “En una ocasión, cuando apenas salían los discos de 45 revoluciones, que traían un círculo en el centro, mi papá compró uno, pero sin el adaptador para ajustar el disco al plato, por lo que la familia, agrupada alrededor del equipo, se frustró al no poder escuchar la canción ‘Primo Nando’. Entonces mi papá se fue para Cereté, al almacén donde le habían vendido el disco, y le explicaron cómo era que debía utilizarlo con el adaptador”.
Terreno abonado para un nuevo lenguaje
Fue todo este contexto familiar, social, cultural y la relación con la naturaleza el que llevó a Álvaro Cogollo a hacer una transversalidad que le ha permitido bajarle el tono al lenguaje científico y hacerlo más comprensible por profesionales de otras disciplinas, estudiantes, campesinos y todo cuanto puede caber en la esfera pública.
Explica que “es un fenómeno que se da en la ciencia, que en ocasiones se vuelve muy egoísta, diría yo, con el manejo del lenguaje. En ocasiones se cree que porque se use el lenguaje científico se es más importante, pero es un lenguaje exclusivo y de una circulo muy cerrado; por eso pienso que hay que traducir el lenguaje, bajarlo de ese pedestal y hacerlo más a la gente, a la cotidianidad”.
Explica que en lo personal “manejo tres tipos de lenguaje: uno cuando estoy ante un círculo de científicos, otro ante los representantes de las comunidades, como elemento fundamental para la conservación y la toma de decisiones. Pero tengo un tercer lenguaje que es el que más me encanta: el que utilizo en las veredas, donde están los que conocen y conviven con las especies”.
Lo ilustra con un ejemplo: cundo fueron al municipio de El Jardín, Antioquia, se reunieron en el auditorio de la casa de la cultura para mostrar una nueva especie de Magnolia que había descubierto. “Mostramos fotos en diapositivas, les explicamos que era una especie endémica que habíamos descubierto en el municipio, pero los representantes del gobierno no lo distinguían. Luego nos fuimos para una vereda y le preguntamos a un campesino que de inmediato lo identificó: ‘Lo llamamos Centello’. Pero el nombre que le habíamos dado era el de Magnolia jardinesis, que, gracias al trabajo del Jardín Botánico de Medellín y Corantioquia, es ahora el árbol emblemático de Jardín, Antioquia”.
Conferencias con sabor a vallenato
Fue en la Universidad de Antioquia donde se apasionó por el tema de la Taxonomía y el lenguaje; además, tenía todo el terreno abonado para su comprensión. Simultáneamente, había armado un conjunto vallenato con un grupo de amigos.
El conjunto le valió para ser invitado a la Universidad Nacional de Medellín, con el fin de compartir una conferencia sobre los distintos ritmos. Se presentó con el conjunto y explicó los ritmos en vivo. Desde entonces empezó a hacer análisis de contenido de las letras, y su relación con la botánica y la naturaleza.
La primera conferencia con este nuevo modelo fue en Medellín el 27 de febrero de 2007, organizado por el Parque Explora, de Medellín, en el centro de eventos Plaza Mayor.
Recuerda que “allí llego Carlos Vives, quien se subió a cantar el “Compae Chipuco” que yo había montado. La conferencia también la dio posteriormente en la Universidad de Córdoba.
Posteriormente, durante el festival vallenato en Valledupar de 2018, Álvaro Cogollo habló, en la Plaza Alfonso López, en compañía de Carlos Vives y del compositor Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa (el compositor de “Campanas”). Conversaron del origen de la naturaleza, de los orígenes de la guacharaca y la caja, de la inspiración y relación entre los compositores, los árboles y los cultivos.
Explicó la taxonomía del guayacán, los campanos, el cardón guajiro, del ecosistema en el que nacen y crecen estos árboles y plantas que han inspirado a los compositores; también del Indio Manuel María, “ese que sabe curar con plantas desconocidas”. Pero también del dividivi
“Ahora tengo otro reto que son las aves y el medio ambiente, montañas, ríos, los pueblos, porque la idea es publicar un libro con todo ese trabajo”, dice.
Muchos se preguntan ¿por qué Álvaro incorporó a sus conferencias el vallenato y no el porro, siendo San Pelayo cuna de este género y siendo que él es de allí? Explica que “el vallenato es cantado, tiene una letra que me transporta al campo que yo quiero, el vallenato tiene nombres como El Guayacán, El Higuerón; en cambio los nombres y las letras de los porros, no obstante que algunos son cantados, no son fáciles de relacionar, desde los nombres que le han sido asignados, con la naturaleza, ejemplo: La Butaca, Roque Guzmán, etc.”
En cambio “fíjate que muchos vallenatos tienen hasta un mensaje casi que premonitorio, porque un ciego como Leandro Díaz fue capaz de describir, por anticipado el Fenómeno del Niño, de la degradación del medio ambiente, a través de un verano y una sequía que nunca habían visto ni padecido.
Álvaro entona un pasaje:
“Ahora se ven lo árboles llorando
viendo rodar su vestido
Lo que ha tenido con grandes placeres
lo que el invierno con gusto les da
a una a una se ven de caer
y por el suelo les toca rodar”.
O canciones que describen la destrucción del ecosistema, como “La Profecía”, de la autoría de Julio Oñate Martínez. Y la canta:
“Destruyeron de manera irresponsable
los bosques de dividivi, tu barrera natural
y tumbaron esos grandes carretales
allá arriba en La Guajira no
ha quedado ni un guayacán”.
Un jardín que aún no germina
Dentro de todo ese mundo a Álvaro Cogollo le inquieta que en Colombia no se explote toda esa potencialidad de biodiversidad y que solo se esté pensando en explotar la minería y el petróleo.
Un sueño de Álvaro Cogollo Pacheco es el de construir en Córdoba, su departamento de origen, un jardín botánico, con sede principal en Montería, en el que ha venido insistiendo desde cuando en el año 2009 fue condecorado por la Asamblea Departamental de Córdoba, con la medalla al mérito educativo, cultural de ciencia y tecnología “Orlando Benítez Palencia” (resolución No. 092 de 2009).
Ese día se empezó hablar del proyecto, el cual, posteriormente, quiso retomar el alcalde de Montería Marcos Daniel Pineda García, pero para Álvaro Cogollo “no pasó de ser una buena intención”.
El proyecto ha pasado por nueve ministros de Ambiente, cinco gobernadores, cuatro alcaldes, tres directores de la Corporación Autónoma de los Valles del Sinú y San Jorge (CVS).
El último intento por revivir el proyecto lo hizo el ministro de Ambiente Carlos Eduardo Correa Escaff, el 26 de abril del 2022, cuando en medio de aplausos y prensa a su favor, por ser también la fecha de su cumpleaños, develó la valla donde supuestamente se construiría el Jardín. Desde entonces nunca más se volvió a hablar del Jardín para Montería.
Le puede interesar: El Jardín botánico del Sinú germina en medio de una nueva cosecha de promesas
El pasado 22 de febrero, cuando le pregunté sobre lo que le habían dicho del proyecto, expresó su total desilusión. “Parece que esta es otra promesa incumplida, otro elefante blanco”, dijo.
Y no es para menos. En calidad de científico, Álvaro Cogollo Pacheco, habiendo nacido en El Tapón, jurisdicción de Cereté, Córdoba, tiene un brillante historial que, además de ser biólogo egresado de la Universidad de Antioquia, incluye más de 40 años de experiencia en exploraciones botánicas en diferentes regiones del país, lo que le ha permitido descubrir más de 150 especies de plantas nuevas para la ciencia, de las cuales 18 han sido dedicadas en su honor por colegas botánicos nacionales y extranjeros.
Su producción científica se basa en la participación en más de 56 proyectos de investigación en los campos de la florística, taxonomía, ecología, etnobotánica, biodiversidad y conservación; además de 60 publicaciones entre libros, capítulos de libros y artículos en revistas nacionales, extranjeras y la participación en 75 eventos científicos nacionales e internacionales (Colombia, Argentina, Panamá, Ecuador, Estados Unidos y China, entre otros).
Ha sido docente ocasional en las Universidades de Antioquia y Nacional sede Medellín, en las cátedras de Fitogeografía, Taxonomía y Botánica económica. Ha recibido varias distinciones y premios. Vinculado al Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe de Medellín desde hace 37 años, donde ha ocupado los cargos de curador de herbario, director científico y actualmente investigador senior, ha dirigido 15 trabajos de tesis a estudiantes de Biología, Agronomía e ingeniería Forestal de las universidades de Antioquia, Nacional de Colombia y de Los Andes. Ha realizado pasantías de investigación sobre flora de Colombia en los Jardines Botánicos de Missouri y de New York.
Pero fue ese entretejido de conocimientos el que lo llevó a ser un reconocido científico, y a comprender que la cultura, y el vallenato en particular, sirve para explicar conferencias magistrales y académicas, con contenido científico, pero en un lenguaje más coloquial, accesible y con tono alegre.
También reconoce que, además de la influencia de ese entorno familiar en el que creció, “todo esto también nació de una tarea de español [del Compae Goyo]. “Yo no sé a quién más de los estudiantes, pero a mí me tocaron sus enseñanzas, me hizo enamorarme del folclor, en fin, me influenció la metodología de sus clases cargadas de saberes de la cotidianidad”.
* Comunicador Social-Periodista, Mg en Educación y docente de la Universidad del Sinú-Elías Bechara Zainúm
Una de las cualidades sobresalientes del botánico y científico cordobés Álvaro Cogollo Pacheco es el de lograr traducir el lenguaje monosémico, casi único y exclusivo del mundo científico, al lenguaje plural y diverso de la vida cotidiana. Para ello, se ha valido de unas herramientas que, desde las cualidades estilísticas del hablar y escribir, igualmente distan de las categorías de las ciencias: el vallenato, la pintura, la poesía y el teatro.
Tampoco ha tenido que apoyarse en la complejidad y la rigurosidad de los tipos de investigación, sino en las enseñanzas de viva voz y cuerpo presente que recibió de su familia.
Su abuela María Ascensión Berrocal Martínez, una partera de oficio, le enseñaba los secretos de las plantas medicinales. De su papá, Justiniano Cogollo Berrocal, aprendió el cultivo del maíz, la yuca y el ñame.
Álvaro recuerda el día en el que le preguntó a su mamá, María del Carmen Pacheco Ramos (Q.E.P.D): ¿Por qué la semilla de la cocorilla se parecía a la de la badea? Y recibió una respuesta que lo marcaría: “Ay, mijito, serán familia”.
Años después, Álvaro supo que eso que le había enseñado su mamá era Taxonomía en su pura y silvestre esencia, una palabra que hacía ver más inteligente a los profesores en la Universidad de Antioquia., pero que su mamá se la enseñó traducida a la sencillez.
El Compae Goyo y el virus de la cultura
Pero fueron su papá, don Justiniano Cogollo, “un picotero” de cuantas fiestas y festivales se hacían en los pueblos de Córdoba, y el folclorista Guillermo Valencia Salgado, el Compae Goyo, quienes a inicio de la década de los 70 influyeron en su despertar hacia la cultura.
Recuerda que en el INEM de Montería, donde cursó el bachillerato, el Compae Goyo aprovechaba sus clases de español para compartirles también filosofía, urbanidad y música, con un método y un lenguaje muy particular y provenzal.
“Lo que más nos agradaba era que utilizaba los últimos minutos de su clase para contarnos cuentos o chistes y explicarnos temas propios del folclor cordobés, y en particular el sinuano. Nos recitaba y explicaba cómo se hacía y declamaba una poesía”.
Esas clases para Álvaro Cogollo eran verdaderas fuentes de inspiración, porque en ellas también el Compae Goyo les hablaba de la riquezas y biodiversidad de los recursos naturales del departamento de Córdoba. “Es decir, lo ambiental articulado con el folclor, las composiciones y el contexto geográfico, social y cultural en el que surgen”, recuerda.
Para esa época Álvaro Cogollo se había vinculado a la orquesta del INEM, dirigida por el maestro Tobías Garcés y la base teórica de las clases se las compartía el profesor Francisco Giraldo, quien igualmente interpretaba una armónica y la guitarra.
Se inició interpretando las trompetas y luego el trombón de vara. “Montamos e interpretábamos canciones del momento, como “Yolanda” y “Playa Blanca”. Después de las clases magistrales, el Compae Goyo iba a vernos ensayar y nos llevaba composiciones, a las que les poníamos música.
Álvaro recuerda que “en una de esas visitas nos llevó una composición a la que no le había puesto título; nosotros empezamos a ponerle nombres y finalmente la titulamos “El Compae Goyo”, y así se quedó”.
Influencia del vallenato
En una de las clases de español, el Compae Goyo les puso de tarea un ensayo con tema libre sobre el folclor. “Yo escogí el vallenato, fui a la Biblioteca Departamental David Martínez de Montería, pero fue poco lo que encontré; entonces arranqué para Sincelejo, porque mi papá trabajaba allá, y entrevisté, a punta de libreta y lápiz, a Pacho Rada. Luego me fui para Planeta Rica y entrevisté a Alejo Durán. Cuando le mostré el trabajo al Compae Goyo, se impresionó porque fui el único que había hecho trabajo de campo. Me puso un cinco”.
Le llamó la atención el manejo de la entrevista, la propiedad con que la realizó. Eso tenía una explicación: para entonces, Álvaro se sabía todas las canciones de Alejandro Durán, “porque mi papá era ‘pikotero’ y cuanto disco que salía de Alejo Durán lo compraba para probarlo en la casa, a todo volumen”.
Pero con la tarea, al Compae Goyo también le presentó un listado de árboles que se mencionaban en los vallenatos: el Guayacán, el Carreto, el Higuerón. Lo cual, para entonces, no podía hacer con el porro palayero porque no le escuchaba letras.
Cuando el Pick-Up estaba en la casa, la familia también escuchaba las canciones de orquestas de moda. De esa época recuerda una anécdota: “En una ocasión, cuando apenas salían los discos de 45 revoluciones, que traían un círculo en el centro, mi papá compró uno, pero sin el adaptador para ajustar el disco al plato, por lo que la familia, agrupada alrededor del equipo, se frustró al no poder escuchar la canción ‘Primo Nando’. Entonces mi papá se fue para Cereté, al almacén donde le habían vendido el disco, y le explicaron cómo era que debía utilizarlo con el adaptador”.
Terreno abonado para un nuevo lenguaje
Fue todo este contexto familiar, social, cultural y la relación con la naturaleza el que llevó a Álvaro Cogollo a hacer una transversalidad que le ha permitido bajarle el tono al lenguaje científico y hacerlo más comprensible por profesionales de otras disciplinas, estudiantes, campesinos y todo cuanto puede caber en la esfera pública.
Explica que “es un fenómeno que se da en la ciencia, que en ocasiones se vuelve muy egoísta, diría yo, con el manejo del lenguaje. En ocasiones se cree que porque se use el lenguaje científico se es más importante, pero es un lenguaje exclusivo y de una circulo muy cerrado; por eso pienso que hay que traducir el lenguaje, bajarlo de ese pedestal y hacerlo más a la gente, a la cotidianidad”.
Explica que en lo personal “manejo tres tipos de lenguaje: uno cuando estoy ante un círculo de científicos, otro ante los representantes de las comunidades, como elemento fundamental para la conservación y la toma de decisiones. Pero tengo un tercer lenguaje que es el que más me encanta: el que utilizo en las veredas, donde están los que conocen y conviven con las especies”.
Lo ilustra con un ejemplo: cundo fueron al municipio de El Jardín, Antioquia, se reunieron en el auditorio de la casa de la cultura para mostrar una nueva especie de Magnolia que había descubierto. “Mostramos fotos en diapositivas, les explicamos que era una especie endémica que habíamos descubierto en el municipio, pero los representantes del gobierno no lo distinguían. Luego nos fuimos para una vereda y le preguntamos a un campesino que de inmediato lo identificó: ‘Lo llamamos Centello’. Pero el nombre que le habíamos dado era el de Magnolia jardinesis, que, gracias al trabajo del Jardín Botánico de Medellín y Corantioquia, es ahora el árbol emblemático de Jardín, Antioquia”.
Conferencias con sabor a vallenato
Fue en la Universidad de Antioquia donde se apasionó por el tema de la Taxonomía y el lenguaje; además, tenía todo el terreno abonado para su comprensión. Simultáneamente, había armado un conjunto vallenato con un grupo de amigos.
El conjunto le valió para ser invitado a la Universidad Nacional de Medellín, con el fin de compartir una conferencia sobre los distintos ritmos. Se presentó con el conjunto y explicó los ritmos en vivo. Desde entonces empezó a hacer análisis de contenido de las letras, y su relación con la botánica y la naturaleza.
La primera conferencia con este nuevo modelo fue en Medellín el 27 de febrero de 2007, organizado por el Parque Explora, de Medellín, en el centro de eventos Plaza Mayor.
Recuerda que “allí llego Carlos Vives, quien se subió a cantar el “Compae Chipuco” que yo había montado. La conferencia también la dio posteriormente en la Universidad de Córdoba.
Posteriormente, durante el festival vallenato en Valledupar de 2018, Álvaro Cogollo habló, en la Plaza Alfonso López, en compañía de Carlos Vives y del compositor Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa (el compositor de “Campanas”). Conversaron del origen de la naturaleza, de los orígenes de la guacharaca y la caja, de la inspiración y relación entre los compositores, los árboles y los cultivos.
Explicó la taxonomía del guayacán, los campanos, el cardón guajiro, del ecosistema en el que nacen y crecen estos árboles y plantas que han inspirado a los compositores; también del Indio Manuel María, “ese que sabe curar con plantas desconocidas”. Pero también del dividivi
“Ahora tengo otro reto que son las aves y el medio ambiente, montañas, ríos, los pueblos, porque la idea es publicar un libro con todo ese trabajo”, dice.
Muchos se preguntan ¿por qué Álvaro incorporó a sus conferencias el vallenato y no el porro, siendo San Pelayo cuna de este género y siendo que él es de allí? Explica que “el vallenato es cantado, tiene una letra que me transporta al campo que yo quiero, el vallenato tiene nombres como El Guayacán, El Higuerón; en cambio los nombres y las letras de los porros, no obstante que algunos son cantados, no son fáciles de relacionar, desde los nombres que le han sido asignados, con la naturaleza, ejemplo: La Butaca, Roque Guzmán, etc.”
En cambio “fíjate que muchos vallenatos tienen hasta un mensaje casi que premonitorio, porque un ciego como Leandro Díaz fue capaz de describir, por anticipado el Fenómeno del Niño, de la degradación del medio ambiente, a través de un verano y una sequía que nunca habían visto ni padecido.
Álvaro entona un pasaje:
“Ahora se ven lo árboles llorando
viendo rodar su vestido
Lo que ha tenido con grandes placeres
lo que el invierno con gusto les da
a una a una se ven de caer
y por el suelo les toca rodar”.
O canciones que describen la destrucción del ecosistema, como “La Profecía”, de la autoría de Julio Oñate Martínez. Y la canta:
“Destruyeron de manera irresponsable
los bosques de dividivi, tu barrera natural
y tumbaron esos grandes carretales
allá arriba en La Guajira no
ha quedado ni un guayacán”.
Un jardín que aún no germina
Dentro de todo ese mundo a Álvaro Cogollo le inquieta que en Colombia no se explote toda esa potencialidad de biodiversidad y que solo se esté pensando en explotar la minería y el petróleo.
Un sueño de Álvaro Cogollo Pacheco es el de construir en Córdoba, su departamento de origen, un jardín botánico, con sede principal en Montería, en el que ha venido insistiendo desde cuando en el año 2009 fue condecorado por la Asamblea Departamental de Córdoba, con la medalla al mérito educativo, cultural de ciencia y tecnología “Orlando Benítez Palencia” (resolución No. 092 de 2009).
Ese día se empezó hablar del proyecto, el cual, posteriormente, quiso retomar el alcalde de Montería Marcos Daniel Pineda García, pero para Álvaro Cogollo “no pasó de ser una buena intención”.
El proyecto ha pasado por nueve ministros de Ambiente, cinco gobernadores, cuatro alcaldes, tres directores de la Corporación Autónoma de los Valles del Sinú y San Jorge (CVS).
El último intento por revivir el proyecto lo hizo el ministro de Ambiente Carlos Eduardo Correa Escaff, el 26 de abril del 2022, cuando en medio de aplausos y prensa a su favor, por ser también la fecha de su cumpleaños, develó la valla donde supuestamente se construiría el Jardín. Desde entonces nunca más se volvió a hablar del Jardín para Montería.
Le puede interesar: El Jardín botánico del Sinú germina en medio de una nueva cosecha de promesas
El pasado 22 de febrero, cuando le pregunté sobre lo que le habían dicho del proyecto, expresó su total desilusión. “Parece que esta es otra promesa incumplida, otro elefante blanco”, dijo.
Y no es para menos. En calidad de científico, Álvaro Cogollo Pacheco, habiendo nacido en El Tapón, jurisdicción de Cereté, Córdoba, tiene un brillante historial que, además de ser biólogo egresado de la Universidad de Antioquia, incluye más de 40 años de experiencia en exploraciones botánicas en diferentes regiones del país, lo que le ha permitido descubrir más de 150 especies de plantas nuevas para la ciencia, de las cuales 18 han sido dedicadas en su honor por colegas botánicos nacionales y extranjeros.
Su producción científica se basa en la participación en más de 56 proyectos de investigación en los campos de la florística, taxonomía, ecología, etnobotánica, biodiversidad y conservación; además de 60 publicaciones entre libros, capítulos de libros y artículos en revistas nacionales, extranjeras y la participación en 75 eventos científicos nacionales e internacionales (Colombia, Argentina, Panamá, Ecuador, Estados Unidos y China, entre otros).
Ha sido docente ocasional en las Universidades de Antioquia y Nacional sede Medellín, en las cátedras de Fitogeografía, Taxonomía y Botánica económica. Ha recibido varias distinciones y premios. Vinculado al Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe de Medellín desde hace 37 años, donde ha ocupado los cargos de curador de herbario, director científico y actualmente investigador senior, ha dirigido 15 trabajos de tesis a estudiantes de Biología, Agronomía e ingeniería Forestal de las universidades de Antioquia, Nacional de Colombia y de Los Andes. Ha realizado pasantías de investigación sobre flora de Colombia en los Jardines Botánicos de Missouri y de New York.
Pero fue ese entretejido de conocimientos el que lo llevó a ser un reconocido científico, y a comprender que la cultura, y el vallenato en particular, sirve para explicar conferencias magistrales y académicas, con contenido científico, pero en un lenguaje más coloquial, accesible y con tono alegre.
También reconoce que, además de la influencia de ese entorno familiar en el que creció, “todo esto también nació de una tarea de español [del Compae Goyo]. “Yo no sé a quién más de los estudiantes, pero a mí me tocaron sus enseñanzas, me hizo enamorarme del folclor, en fin, me influenció la metodología de sus clases cargadas de saberes de la cotidianidad”.
* Comunicador Social-Periodista, Mg en Educación y docente de la Universidad del Sinú-Elías Bechara Zainúm