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Para llegar a Suárez se tiene que pasar por una población con rastros de masacre: Timba, Cauca, el corregimiento por donde los hombres de Evert Velosa, alias HH, entraron a asesinar a los pobladores del Naya en 2001.
La carretera corre a la par con las aguas del río Cauca. El autobús va deprisa dejando rucias las hojas de los árboles por la polvareda que levanta. El oro está todavía lejos de nuestra vista, pero de ahí en adelante las aguas que se riegan por entre cañizales y matorrales nos acompañan arrastrando las piedras y el metal brillante que esconden las minas de Suárez desde hace cuatro siglos.
Cuando llegamos al pueblo, ya el río Ovejas le ha entregado sus aguas al caudaloso Cauca. Los puntos cardinales de la zona nos señalan que arriba de Suárez está la polémica represa La Salvajina. Pero antes de ese embalse está el corregimiento La Toma, pegado a Buenos Aires y Morales, en donde están las minas de oro ancestralmente explotadas por los esclavos que llegaron en 1636, quienes les pagaban la tierra con oro a los españoles que se quedaron por muchos años en Popayán.
La carretera es una trocha, pero hasta allí se llega en carro. Así como llegó el señor Héctor Jesús Sarria en mayo de 2010, para despojar de sus tierras a los negros. Llegó con título minero en mano, licencia ambiental para explotar el metal y un grupo de policías a bordo. Los afros no se dejaron y alegaron el derecho a la consulta previa, por ser comunidades étnicas minoritarias, y a seguir explotando de manera artesanal el oro para su subsistencia.
La Corte Constitucional falló a finales de ese año a favor de las comunidades e impidió que particulares siguieran explotando la mina donde trabajan más de 1.300 mineros artesanales. De las siete mil hectáreas que tiene La Toma, Ingeominas le había otorgado al señor Sarria 99 y 6.507 metros cuadrados de la mina que está localizada en la desembocadura de la quebrada La Turbina, del río Cauca. El título tenía la autorización de explotar oro por 10 años prorrogables.
Desde La Toma hasta las minas de oro hay que caminar veinte minutos. Allá, todos los días los descendientes de los africanos alzan los picos, rompen la roca y sacan a la espalda el costalado de piedras que a los ojos de ellos traen el oro incrustado en sus entrañas. A ésta práctica la llaman la minería de filón, que se hace cavando en socavones que llevan abiertos más de cuatrocientos años. “A cada uno de ellos pueden entrar 40 personas, porque adentro hay muchos túneles pequeños que permiten que varias familias vayan rompiendo, centímetro a centímetro, la roca compacta tras la pinta amarilla”, explica Edwar Mina, el presidente del Consejo Comunitario La Toma.
A esas minas les tiene ganas la AngloGold Ashanti, dicen los negros. La multinacional llegó con ese nombre y luego a través de filiales que terminan asociándose con los mineros tradicionales o con algunos dueños de títulos, como lo quisieron hacer con el señor Sarria en el corregimiento La Toma. “La AngloGold apareció en la zona como Oro Cauca, Sisco y Panamerican Ltda. O como empresas pequeñas con otras denominaciones, pero que pertenecen a la misma AngloGold Ashanti y que pretenden distraer a la gente para permanecer en la zona”, asegura Mina. De hecho, la placa de la multinacional reposa reluciente en el parque central de Suárez. En ese lugar invirtieron sus dineros hace apenas dos años, como lo hizo La Golmain en 1932, que dejó dos microcentrales: la de la cuenca de Ovejas y la de Asnazu.
Las negras también barequean en las riveras del río Ovejas. Mueven la batea y como si fueran una máquina van clasificando los gramos de oro puro. Ese que ellas llaman “de ley 850 o 900”. Tras ese mineral también llegaron en 2005 las retroexcavadoras de los ilegales. En los tiempos del paramilitarismo. Cuando el bloque Calima se movía a sus anchas entre el Valle y el Cauca. En la época en que arrojaban los cuerpos inertes desde el puente de la Balsa al río Cauca. Luego vino la desmovilización de los cabecillas y la maquinaria salió de la zona con esfuerzo de la comunidad. Pero eso le costó el destierro a Edwar Mina. El líder comunitario tuvo que abandonar su pueblo natal en 2008.
El año pasado, después de la tragedia ambiental en Zaragoza, Valle, regresaron ocho retroexcavadoras. Tres de ellas fueron halladas en el mes de julio en los territorios colectivos del Consejo Comunitario de La Toma, en la localidad de San Juan. Una comisión internacional, ambientalistas del país y demás organizaciones sociales acompañaron la misión de verificación y pidieron al Gobierno hacer efectivo el retiro de la maquinaria y apoyar la minería artesanal de los afrodescendientes. Sin embargo, Ingeominas ya le ha concesionado a la AngloGold Ashanti 350 hectáreas en todo el municipio y a la Anglo American Gold 5.950. Muchos de esos títulos se acercan a los predios del corregimiento La Toma. Pero los afrodescendientes dicen que pelearán por la titulación colectiva que exigió la Corte en 2010 y que hasta la fecha el Gobierno no ha cumplido. Mientras tanto, el título del señor Sarria sigue suspendido.
La alianza con los ilegales
La llegada de nuevos pobladores a Buenos Aires ha provocado una profunda contradicción entre los mineros ancestrales y los procesos comunitarios. Los paisas han colonizado la zona. Los molinos de pisón ya no son los que trituran el mineral, sino grandes máquinas que funcionan con acpm o gasolina, y que se apostaron a lado y lado de la cuenca del río Teta que atraviesa la población.
Este municipio queda pegado a Suárez y es la cabecera de Timba, Cauca. También el 40% de los habitantes vive de la minería. El punto de extracción está en el lecho del río Ovejas y Teta y a sus alrededores, donde están las minas de filón. Ahí, la cooperativa de mineros de Buenos Aires es la dueña de algunos títulos con los que explotan la mina desde hace más de 20 años. La forma de extraer el metal es con los conocidos molinos californianos, que trabajan empujados por los mineros. La rentabilidad de la mina es apenas de subsistencia.
“Cuando llegaron las nuevas propuestas, todo cambió”, dice Adelmo Carabalí, exalcalde de Buenos Aires. Los venideros se han asociado con los mineros de la zona. Ellos se han dejado tentar con propuestas que sobrepasan los 50 millones de pesos. Les dicen: “Tú pones el hueco, yo pongo el dinero. Nosotros ponemos la maquinaria, la tecnología, y además te vamos a dar de anticipo 50 o 100 millones de pesos”, explica Carabalí. Tal y como pasó en Suárez en 2010, cuando asesinaron a ocho personas en una mina de La Toma. Hoy se sabe que todos eran foráneos, posiblemente de Zaragoza, Valle, menos el dueño de la tierra donde se explotaba el metal que era originario de Suárez.
Los molinos fueron llegando uno tras otro. Entre 2005 y 2007, período en que Carabalí fue alcalde, llegaron cuatrocientos mineros procedentes del Bagre, Antioquia, y del Urabá chocoano. Había más de diez retroexcavadoras que fueron retiradas por el alcalde, pero se incrementaron los molinos grandes hasta llegar a más de cien en los cuatro años que este afrodescendiente ejerció como primera autoridad de Buenos Aires. Hoy hay más de cuatrocientos de estos molinos, y las riveras del río Ovejas están invadidas de casas improvisadas y grandes entables que no dan tregua a la “locomotora de la minería” que se incrementa con los llamados pequeños mineros.
“En el año 2000, la mina más grandecita que había, que tenía molinos californianos, estaba en 50 millones de pesos. Este año hay unas minas que pueden estar avaluadas en más de dos mil o cinco mil millones de pesos”, dice el exalcalde, enfatizando que el oro que sale de las minas también se lo llevan los mismos colonos, quienes han incrementado los precios del metal. Antes $30 mil, ahora $60 mil y hasta $80 mil pagan por un gramo en la zona.
Tal parece que quienes dominan los molinos y las retroexcavadoras están asociados con el paramilitarismo y el narcotráfico, que tienen como corredor principal hacia el Pacífico, precisamente, al municipio de Buenos Aires, que es la cabecera de la región del Naya. De hecho, hace unas semanas fue capturado por las autoridades, alias El Indio William, sindicado de ser el jefe de ‘Los Rastrojos’ en el Valle del Cauca, y quien, según dicen los pobladores de Buenos Aires, era el dueño de un entable o montaje mediano de barriles para triturar el mineral en la zona. “Hay muchos haciéndose pasar por mineros o socios de ellos. La minería no ha llegado sola. Los homicidios en Buenos Aires, entre 2004 y 2010, pasaron de dos a 25 cada año”, asegura el exalcalde.
Del lado de la minería legal, la multinacional AngloGold Ashanti ha solicitado 42.113 hectáreas en el municipio de Buenos Aires, y 26.465 en Suárez, todas para la explotación de oro y otros minerales. Por eso, ambos municipios están en la lista de la “locomotora de la minería”, pero muchos de los negros no la quieren porque saben que cuando llegue, se extinguirán el barequeo y el mazamorreo, y porque sus riquezas auríferas, con las que no se han enriquecido pero han sobrevivido, se irán en un vagón y no quedarán de herencia para sus hijos.
Son las tres de la tarde, salimos de Suárez. El ambiente es cálido, pero a la vez tenso. La estación de Policía es más grande que la plaza de mercado y queda al frente de la vereda Chirriadero, Morales, donde dieron de baja a alias Alfonso Cano hace cuatro meses. Las minas se esconden detrás de las montañas de la cordillera occidental. Voy contemplando las aguas del río Cauca que parece se devolvieran conmigo, y con ellas el oro que va arrastrando. Quizás en los próximos días, semanas o meses, cuando el Gobierno anuncie que la locomotora minera y de las regalías está en su punto más alto, regresen la AngloGold Ashanti, la Cosigo Resources, la Anglo American Colombia, o por qué no, don Jesús Sarria, a ocupar estos territorios, y con ellos, una nueva guerra que divida a las comunidades de Suárez y Buenos Aires. Entonces los negros, sumidos en el profundo silencio, quizás sean esclavos de la minería tecnificada, o del exilio que ya vivió Edwar Mina.
Una región de embalses y minas
Al partir de Buenos Aires y Suárez vienen dos recuerdos: que la primera población fue escenario de la masacre del Naya en 2001, y la segunda, víctima de la construcción de la represa La Salvajina (1986), cuando despojaron a los negros de sus tierras y las inundaron con las aguas del río Cauca. Hoy, el embalse baja su caudal y aún se ven troncos secos de los cultivos que sin compasión fueron ahogados hace 27 años y que la empresa nunca reparó. También por el proyecto de la multinacional Unión Fenosa que sigue latente, y que pretende desviar el río Ovejas a la Salvajina para generar más energía eléctrica para la Costa Caribe y el Valle del Cauca. Pero los negros no comen cuento, y dicen que detrás de ese proyecto llegarán las multinacionales a ocupar el lecho del río seco para extraer completamente el mineral dorado. Si lo logran, el corregimiento de La Toma quedaría aislado de la minería y de la vida.
La Universidad del Cauca tiene en este municipio un título minero de 205.315 hectáreas para la explotación de metales preciosos, en los predios que han venido peleando los negros y colonos de la región del Naya.
Para ver infografía sobre la explotación de oro en la costa pacífica delm Cauca, clic aquí.