El discurso de las empleadas domésticas en Harvard
María Roa Borja participó el viernes 24 de abril con una ponencia en el panel “Mujeres y trabajo para la construcción de paz”, en la conferencia “Colombia: construyendo la paz”.
Andrés Páramo Izquierdo
La primera vez que María Roa oyó hablar de Boston fue en una llamada que la abogada Valentina Montoya le hizo en noviembre del año pasado. La conversación no tuvo muchos pormenores: se trataba de una invitación personal para que integrara el panel titulado “Mujeres y trabajo en la construcción de la paz”. Ella dijo que no, su agenda estaba muy apretada para fin de año.
Valentina Montoya, sin embargo, tuvo razones de sobra para insistirle. Aquí algunas: fue desplazada de Apartadó, Antioquia, luego de que le mataran a su hermana Edith en 1989; se radicó en Medellín para dedicarse durante nueve años seguidos (1996-2005) a engrosar las filas de las empleadas del servicio doméstico; renunció a eso por una disputa con su patrona y decidió dedicarse a trabajos manuales para terceros; en el intermedio visitó el Parque San Antonio, donde se reunió con sus compañeras para hablar de conceptos abstractos, como el de “salario mínimo”; por ello, se afilió a la Corporación Carabantú y posteriormente a la Escuela Nacional Sindical (ENS); en abril de 2013 formalizó, junto con otras 27, el sindicato del que hoy forman parte más de 100: Unión de Trabajadoras del Servicio Doméstico en Colombia (Utrasd), donde es la presidenta.
También le aclaró que la conferencia se daría en abril de este año.
— ¿Pero Boston queda afuera de Medellín?
— Sí, María, queda en Estados Unidos.
Con esta conversación inocente se dio una segunda objeción, esta vez silenciosa, que podía catalogarse incluso como natural: ¿por qué, de un día para otro, una desconocida la llamaba de la nada a ofrecerle un viaje a Estados Unidos?
La desconocida le disipó todas esas dudas a mediados de diciembre en una cafetería del centro de Medellín: allí, a través de una credencial estudiantil mucho más elocuente, pudo acreditar que era quien decía ser: una estudiante del doctorado en derecho de la Universidad de Harvard. Luego le aclaró el camino: la necesitaba viajando a Boston el miércoles 22 de abril de 2015 para sentarse en un panel al lado de otras dos: la profesora Janet Halley, de Harvard, y la funcionaria del Ministerio del Trabajo, Andrea Castaño.
María Roa no necesitaría otro impulso más.
Datos y palabras
De acuerdo con un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2013), hay en el mundo 52,6 millones de trabajadores domésticos. De todos ellos, 80% son mujeres. La investigación revela, a su vez, que solamente 5,3 millones están cubiertos por una legislación laboral del mismo nivel que los demás trabajadores.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) reveló el año pasado que una de cada diez mujeres de la región (11,6%) trabajan en el servicio doméstico: un área precaria y poco regulada, sobre todo si se tienen en cuenta factores como la afiliación a sistemas de seguridad social.
En Colombia, la Corte Constitucional (Sentencia C-310/2007, Sentencia T-387/11) ha acogido la teoría de que los trabajadores del servicio doméstico se encuentran en una situación de vulnerabilidad: tradicionalmente su actividad tiene muy poca importancia jurídica, económica y social: sobre ellos persiste un efecto de invisibilidad manifiesto. No los vemos.
***
Los datos son el mapa. Sirven a quienes desarrollan políticas públicas: está el Convenio 189 de la OIT, un compendio de 27 artículos que a nivel internacional establece los derechos básicos de este tipo de empleados; la Ley 1595 de 2012, que lo ratifica; el Decreto 2616 de 2013, que obliga a los empleadores a afiliar a sus empleados que trabajan por días en una administradora de riesgos laborales y una caja de compensación familiar. Los datos sirven, incluso, para adelantar campañas: “Formalizar a la empleada doméstica sí paga” fue una que aplicó el Ministerio del Trabajo el año pasado.
Los testimonios, sin embargo, dan la imagen. De las 750.000 empleadas domésticas que hay en este país, una basta para darle profundidad al contexto que hay en los números. Esto fue lo que se oyó en el David Rockefeller Center para estudios latinoamericanos de la Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetts, el 24 de abril de este año:
“Les agradezco, sobre todo, haberse salido del molde, porque sé que no es lo común invitar a hablar a una persona como yo, que no tengo título (…) (gracias al Convenio 189) sabemos que no tenemos por qué pedir la caridad de los empleadores. En algunas partes les decimos ‘patrones’. Y aunque, por ejemplo, les agradecemos mucho la ropa de segunda que nos regalan, sabemos que esta no es negociable con nuestro salario”.
El discurso
Ella dice que en el avión no sintió miedo. Que iba con Dios. Que estaba más preocupada por la escala en Miami y las puertas de entrada que por su ponencia en el panel. El viaje final a Boston era, de todas formas, la recta final, el alivio, el capítulo que cerraba meses de trabajo (editar, reeditar, repasar en voz alta, buscar datos) y de papeleo ridículo (un tramitador para el pasaporte, sacarse las huellas en la Embajada de Estados Unidos de Medellín pero viajar a la de Bogotá a rendir la entrevista, recibir cartas de recomendación para que no creyeran que se quedaría allá como inmigrante ilegal).
Ella dice que le pareció maravilloso ese primer encuentro con un mundo desconocido. “Era una ciudad muerta, los árboles estaban pelados, pelados”.
Ella dice que el discurso final, ese que dijo una vez terminó de leer todo su documento, le salió de la carrera que llevaba a toda velocidad:
“(...) Soy de Apartadó, Antioquia, donde la sangre rueda más que el agua. (…) No me da pena decir que no soy universitaria, pero el conocimiento lo tengo. No lloro (para) generar tristeza, sino de alegría de estar aquí en estos momentos y compartir, entregarles a ustedes todo eso que nosotras padecemos el día al día, hora a hora, minuto a minuto y segundo a segundo. Donde entregamos todo en las casas de ustedes. Lo dejamos todo con orgullo y con honor, mientras nos es bien pago. Quiero dejar esto como reflexión. Si ustedes tienen en sus casas (una) empleada del servicio doméstico, valórenla. Somos seres humanos y aquí estamos para apoyarlos. Por eso estoy aquí, muchísimas gracias”.
Vea el discurso completo de María Roa en: http://bit.ly/1GDEMKA
La primera vez que María Roa oyó hablar de Boston fue en una llamada que la abogada Valentina Montoya le hizo en noviembre del año pasado. La conversación no tuvo muchos pormenores: se trataba de una invitación personal para que integrara el panel titulado “Mujeres y trabajo en la construcción de la paz”. Ella dijo que no, su agenda estaba muy apretada para fin de año.
Valentina Montoya, sin embargo, tuvo razones de sobra para insistirle. Aquí algunas: fue desplazada de Apartadó, Antioquia, luego de que le mataran a su hermana Edith en 1989; se radicó en Medellín para dedicarse durante nueve años seguidos (1996-2005) a engrosar las filas de las empleadas del servicio doméstico; renunció a eso por una disputa con su patrona y decidió dedicarse a trabajos manuales para terceros; en el intermedio visitó el Parque San Antonio, donde se reunió con sus compañeras para hablar de conceptos abstractos, como el de “salario mínimo”; por ello, se afilió a la Corporación Carabantú y posteriormente a la Escuela Nacional Sindical (ENS); en abril de 2013 formalizó, junto con otras 27, el sindicato del que hoy forman parte más de 100: Unión de Trabajadoras del Servicio Doméstico en Colombia (Utrasd), donde es la presidenta.
También le aclaró que la conferencia se daría en abril de este año.
— ¿Pero Boston queda afuera de Medellín?
— Sí, María, queda en Estados Unidos.
Con esta conversación inocente se dio una segunda objeción, esta vez silenciosa, que podía catalogarse incluso como natural: ¿por qué, de un día para otro, una desconocida la llamaba de la nada a ofrecerle un viaje a Estados Unidos?
La desconocida le disipó todas esas dudas a mediados de diciembre en una cafetería del centro de Medellín: allí, a través de una credencial estudiantil mucho más elocuente, pudo acreditar que era quien decía ser: una estudiante del doctorado en derecho de la Universidad de Harvard. Luego le aclaró el camino: la necesitaba viajando a Boston el miércoles 22 de abril de 2015 para sentarse en un panel al lado de otras dos: la profesora Janet Halley, de Harvard, y la funcionaria del Ministerio del Trabajo, Andrea Castaño.
María Roa no necesitaría otro impulso más.
Datos y palabras
De acuerdo con un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2013), hay en el mundo 52,6 millones de trabajadores domésticos. De todos ellos, 80% son mujeres. La investigación revela, a su vez, que solamente 5,3 millones están cubiertos por una legislación laboral del mismo nivel que los demás trabajadores.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) reveló el año pasado que una de cada diez mujeres de la región (11,6%) trabajan en el servicio doméstico: un área precaria y poco regulada, sobre todo si se tienen en cuenta factores como la afiliación a sistemas de seguridad social.
En Colombia, la Corte Constitucional (Sentencia C-310/2007, Sentencia T-387/11) ha acogido la teoría de que los trabajadores del servicio doméstico se encuentran en una situación de vulnerabilidad: tradicionalmente su actividad tiene muy poca importancia jurídica, económica y social: sobre ellos persiste un efecto de invisibilidad manifiesto. No los vemos.
***
Los datos son el mapa. Sirven a quienes desarrollan políticas públicas: está el Convenio 189 de la OIT, un compendio de 27 artículos que a nivel internacional establece los derechos básicos de este tipo de empleados; la Ley 1595 de 2012, que lo ratifica; el Decreto 2616 de 2013, que obliga a los empleadores a afiliar a sus empleados que trabajan por días en una administradora de riesgos laborales y una caja de compensación familiar. Los datos sirven, incluso, para adelantar campañas: “Formalizar a la empleada doméstica sí paga” fue una que aplicó el Ministerio del Trabajo el año pasado.
Los testimonios, sin embargo, dan la imagen. De las 750.000 empleadas domésticas que hay en este país, una basta para darle profundidad al contexto que hay en los números. Esto fue lo que se oyó en el David Rockefeller Center para estudios latinoamericanos de la Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetts, el 24 de abril de este año:
“Les agradezco, sobre todo, haberse salido del molde, porque sé que no es lo común invitar a hablar a una persona como yo, que no tengo título (…) (gracias al Convenio 189) sabemos que no tenemos por qué pedir la caridad de los empleadores. En algunas partes les decimos ‘patrones’. Y aunque, por ejemplo, les agradecemos mucho la ropa de segunda que nos regalan, sabemos que esta no es negociable con nuestro salario”.
El discurso
Ella dice que en el avión no sintió miedo. Que iba con Dios. Que estaba más preocupada por la escala en Miami y las puertas de entrada que por su ponencia en el panel. El viaje final a Boston era, de todas formas, la recta final, el alivio, el capítulo que cerraba meses de trabajo (editar, reeditar, repasar en voz alta, buscar datos) y de papeleo ridículo (un tramitador para el pasaporte, sacarse las huellas en la Embajada de Estados Unidos de Medellín pero viajar a la de Bogotá a rendir la entrevista, recibir cartas de recomendación para que no creyeran que se quedaría allá como inmigrante ilegal).
Ella dice que le pareció maravilloso ese primer encuentro con un mundo desconocido. “Era una ciudad muerta, los árboles estaban pelados, pelados”.
Ella dice que el discurso final, ese que dijo una vez terminó de leer todo su documento, le salió de la carrera que llevaba a toda velocidad:
“(...) Soy de Apartadó, Antioquia, donde la sangre rueda más que el agua. (…) No me da pena decir que no soy universitaria, pero el conocimiento lo tengo. No lloro (para) generar tristeza, sino de alegría de estar aquí en estos momentos y compartir, entregarles a ustedes todo eso que nosotras padecemos el día al día, hora a hora, minuto a minuto y segundo a segundo. Donde entregamos todo en las casas de ustedes. Lo dejamos todo con orgullo y con honor, mientras nos es bien pago. Quiero dejar esto como reflexión. Si ustedes tienen en sus casas (una) empleada del servicio doméstico, valórenla. Somos seres humanos y aquí estamos para apoyarlos. Por eso estoy aquí, muchísimas gracias”.
Vea el discurso completo de María Roa en: http://bit.ly/1GDEMKA