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                                                                                                                                  El Dominical, un lazo espiritual en 1948

                                                                                                                                  Dirigir El Espectador Dominical fue la primera gran responsabilidad de Guillermo Cano, que supo integrar un equipo de colaboradores y hacer la propuesta cultural que aún vive en este diario.

                                                                                                                                  María Alejandra Medina C.

                                                                                                                                  Archivo / Algunas de las portadas del Magazín en las que escribió Gabriel García Márquez.
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Hojeando el legajo de ese año, algo no cuadra. Luego de las tiras cómicas del 28 de marzo de Juan El Intrépido y Juan sin Miedo, viene un salto a “Historia de un disparo”, del 2 de mayo.
                                                                                                                                  El autor es Jorge Padilla, quien tres semanas antes había salido a almorzar con Jorge Eliécer Gaitán y, pasada la 1 p. m., lo vio tomar la Séptima hacia el norte. “De pronto oímos un ruido seco, pequeño, casi infantil. Luego tres detonaciones más”, escribió. Hacía cinco días Gaitán le había leído la última página del último libro que leyó el caudillo, El cero y el infinito, que narra la ejecución de un mártir de la revolución rusa durante la Gran Purga de los años treinta. “Una muerte semejante”, para Padilla. (Lea: El día que Guillermo Cano asumió como Secretario de dirección y redacción)
                                                                                                                                   
                                                                                                                                  El Dominical nació el mismo año en que ocurrió el día más definitivo del siglo XX en Colombia, el 9 de abril. Ese viernes la atención del periódico estuvo primero en la Conferencia Panamericana en la capital, reporteada por Guillermo Cano. Luego de la 1 p. m. se conoció el atentado a Gaitán. “Al poco tiempo, en medio de la turbación callejera y la incitación a la revuelta desde las emisoras, se supo del deceso del caudillo. De afán se cambió la primera página y se alcanzó a incluir una rápida propuesta del director Luis Cano de exigir la renuncia al presidente Ospina”. El episodio está recogido en Tinta indeleble: Guillermo Cano, vida y obra (2012).
                                                                                                                                   
                                                                                                                                  Esa edición del diario no pudo circular. Tampoco las de los tres días siguientes. Había ocurrido El Bogotazo. Da la casualidad que esta semana, en una conferencia en Bogotá, el historiador colombo-alemán Herbert Braun, autor de Mataron a Gaitán: Vida pública y violencia  urbana en Colombia (1987), habló del orgullo que, trascendiendo los  antagonismos políticos, sentían los colombianos de todas las posiciones sociales al saberse parte de una Nación, una pertenencia que se materializó en cosas que todos compartían, como “los periodiquitos” –dicho con cariño-, algo que era suyo, de todos. Los periódicos.
                                                                                                                                   
                                                                                                                                  “En la lujosa mansión de la urbe, lo mismo que en la solariega casa de la hacienda o en la reducida vivienda del obrero, habrá un lazo espiritual que lo unirá a usted, apreciado lector, con esos otros millares de compatriotas, y es este ejemplar de El Espectador – Dominical”. Son explicaciones que este diario les dio a sus lectores el 24 de octubre del 48, después de varios meses de publicación del magazine. Hubo “centenares de cartas y llamadas telefónicas que revelan el interés que nuestro magazine ha suscitado y la más variada gama de opiniones respecto de lo que estamos haciendo y lo que dejamos de hacer”.
                                                                                                                                   
                                                                                                                                  La carta abierta realmente era una invitación al lector para que “acompañara mentalmente” a los responsables del Dominical “en el agitado proceso que implica la preparación, redacción, armada, impresión y nacimiento de cada edición”. Era una bienvenida a imaginar el apremio que aun hoy, diferente, prevalece en la sala de redacción. El texto del  colaborador, la ilustración, la llamada telefónica, la “chiva”, el “bote”, el cierre del viernes. “A las siete de la noche, con el cabello en desorden, enfundado el largo y nervioso cuerpo en una blusa de dril, Guillermo Cano, frente a las platinas atenderá a los últimos detalles de la armada”.
                                                                                                                                   
                                                                                                                                  Se cambiaban de lugar los lingotes de plomo para lograr una mejor presentación del artículo. Al rato, “la música asordinada y monocorde de la rotativa, complementada a la mañana siguiente por esa otra alegre clarinada de los voceadores que gritan: “El Espectador – Dominical”. Era un renovado magazine, una evolución del “Fin de semana” que había estado liderado hasta entonces por Eduardo Zalamea. Sin perder el cupo para toda la familia, había espacio para la literatura, la pintura, la divulgación científica, las tiras cómicas, la filatelia, y mucha, mucha producción internacional. 
                                                                                                                                   
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                                                                                                                                  El Espectador - Dominical tuvo colaboradores como Camilo Pardo Umaña, reconocido por su investigación histórica y crítica taurina –otra de  las pasiones de Guillermo Cano; el médico español Félix Martí Ibáñez, que desde Nueva York enviaba textos “sobre los más variados y apasionantes temas de actualidad”, según la carta abierta; Gustavo Wills, “Hamlet”, con sus cuentos y ensayos literarios; Darío Bautista, con reportajes económicos; Felipe González, en la crónica policiaca, y Gonzalo González, con la sección “Preguntas y Respuestas”.
                                                                                                                                   
                                                                                                                                  Guillermo Cano Isaza “era el alma del Dominical y empezaba a serlo del periódico”, según la periodista y escritora Flor Romero, depositaria de confianza del director del magazine, quien le permitió pasar de recibir dictados a ser redactora, como se cuenta en Tinta indeleble.  Fue él quien amalgamó y sacó adelante el proyecto que perdura, trasformado, ahora en los festivos. Esa gran responsabilidad que asumió en 1948, tan sólo cuatro años después de haber llegado con su cartón de bachiller a la redacción, no le quedó grande, así como tampoco le holgaría la dirección general de El Espectador, que, a los 27 años, recibió en 1952.
                                                                                                                                   
                                                                                                                                   

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Pero el cuento de Gabo no estaba, por lo menos no en el archivo del periódico. Ardió con otras centenas de ejemplares en el incendio de 1952 en El Espectador, que quedaba en la Avenida Jiménez, donde hoy existe un Crepes & Waffles. Cuatro años atrás, cuando ese edificio apenas se estrenaba como sede, Guillermo Cano Isaza, el segundo hijo del gerente de la publicación, se iniciaba como director del magazine de los domingos. “Se diría que a este mozo dinámico se le ha subido el apellido a la cabeza, porque, a los 23 años, el negro cabello comienza a blanqueársele sobre las sienes”, dice una carta abierta al público lector del Dominical, en 1948. (Le puede interesar: 'Guillermo Cano se preparaba para grandes destinos')
                                                                                                                                   
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                                                                                                                                  El autor es Jorge Padilla, quien tres semanas antes había salido a almorzar con Jorge Eliécer Gaitán y, pasada la 1 p. m., lo vio tomar la Séptima hacia el norte. “De pronto oímos un ruido seco, pequeño, casi infantil. Luego tres detonaciones más”, escribió. Hacía cinco días Gaitán le había leído la última página del último libro que leyó el caudillo, El cero y el infinito, que narra la ejecución de un mártir de la revolución rusa durante la Gran Purga de los años treinta. “Una muerte semejante”, para Padilla. (Lea: El día que Guillermo Cano asumió como Secretario de dirección y redacción)
                                                                                                                                   
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                                                                                                                                  La carta abierta realmente era una invitación al lector para que “acompañara mentalmente” a los responsables del Dominical “en el agitado proceso que implica la preparación, redacción, armada, impresión y nacimiento de cada edición”. Era una bienvenida a imaginar el apremio que aun hoy, diferente, prevalece en la sala de redacción. El texto del  colaborador, la ilustración, la llamada telefónica, la “chiva”, el “bote”, el cierre del viernes. “A las siete de la noche, con el cabello en desorden, enfundado el largo y nervioso cuerpo en una blusa de dril, Guillermo Cano, frente a las platinas atenderá a los últimos detalles de la armada”.
                                                                                                                                   
                                                                                                                                  Se cambiaban de lugar los lingotes de plomo para lograr una mejor presentación del artículo. Al rato, “la música asordinada y monocorde de la rotativa, complementada a la mañana siguiente por esa otra alegre clarinada de los voceadores que gritan: “El Espectador – Dominical”. Era un renovado magazine, una evolución del “Fin de semana” que había estado liderado hasta entonces por Eduardo Zalamea. Sin perder el cupo para toda la familia, había espacio para la literatura, la pintura, la divulgación científica, las tiras cómicas, la filatelia, y mucha, mucha producción internacional. 
                                                                                                                                   
                                                                                                                                  “El modelo fueron las páginas de  Reader’s Digest, Paris Match o  Magazine Digest. El agregado de El Espectador fue abrir sus páginas a nuevos exponentes de la escritura o el arte, como Gabriel García Márquez, Jorge Padilla, Felipe González Toledo, Germán Pinzón o Manuel Mejía Vallejo. Una visión que permitió a Guillermo Cano sacar a  relucir otra de sus condiciones innatas: la de cazatalentos”, se lee en Tinta indeleble. Cano obtuvo el éxito “trasnochando con la redacción, editando o compartiendo enfoques con un destacado  periodista que desde el primer número estaba destinado a ser su gran amigo y alma y nervio del proyecto: Álvaro Pachón de la Torre”.
                                                                                                                                   
                                                                                                                                  El Espectador - Dominical tuvo colaboradores como Camilo Pardo Umaña, reconocido por su investigación histórica y crítica taurina –otra de  las pasiones de Guillermo Cano; el médico español Félix Martí Ibáñez, que desde Nueva York enviaba textos “sobre los más variados y apasionantes temas de actualidad”, según la carta abierta; Gustavo Wills, “Hamlet”, con sus cuentos y ensayos literarios; Darío Bautista, con reportajes económicos; Felipe González, en la crónica policiaca, y Gonzalo González, con la sección “Preguntas y Respuestas”.
                                                                                                                                   
                                                                                                                                  Guillermo Cano Isaza “era el alma del Dominical y empezaba a serlo del periódico”, según la periodista y escritora Flor Romero, depositaria de confianza del director del magazine, quien le permitió pasar de recibir dictados a ser redactora, como se cuenta en Tinta indeleble.  Fue él quien amalgamó y sacó adelante el proyecto que perdura, trasformado, ahora en los festivos. Esa gran responsabilidad que asumió en 1948, tan sólo cuatro años después de haber llegado con su cartón de bachiller a la redacción, no le quedó grande, así como tampoco le holgaría la dirección general de El Espectador, que, a los 27 años, recibió en 1952.
                                                                                                                                   
                                                                                                                                   

                                                                                                                                  Read more!

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