"El infierno en que se queman es la envidia", por Alejandro Buenaventura

Una reflexión personal sobre el confinamiento obligatorio y la advertencia de que "la envidia aniquiló la protesta".

Alejandro Buenaventura * / Especial para El Espectador
24 de abril de 2020 - 04:46 p. m.
Alejandro Buenaventura pregunta: ¿Todos los seres vivos del planeta, hoy, ya están “condenados” y el verdadero infierno del hombre actual es la envidia? / Ilustración de archivo
Alejandro Buenaventura pregunta: ¿Todos los seres vivos del planeta, hoy, ya están “condenados” y el verdadero infierno del hombre actual es la envidia? / Ilustración de archivo
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Cuando Peralta, el campesino caritativo, usando la virtud que le dio el Maestro como premio a su bondad, le gana treintaitresmil millones de almas al Diablo y las manda para el cielo, jamás imagina el trastorno que puede causar. Tan grave, que mi Dios tiene que llamar a Santo Tomas de Aquino y a Santa Teresa de Jesús, asesores en Teología, para que lo resuelvan.

Después de mucho cavilar se decide que las almas no pueden entrar al cielo ni volver al infierno sino que permanecerán dando vueltas hasta el juicio final y se envía  a San Pedro para que entere a Peralta del veredicto.

Entonces él pregunta con sabia ingenuidad: “De manera que dende en vida ya son gente del Patas” y la respuesta de San Pedro será: “Si, y el infierno en que se queman es la envidia”.

Como todas las parábolas, esta de: En la Diestra de Dios Padre, no hace más que abrirnos los ojos y ponernos a pensar; ¿Quiere decir que todos los seres vivos del planeta, hoy, ya están “condenados”  y que el verdadero infierno del hombre actual es la envidia?

Detengámonos en la envidia ahora que la humanidad, aparentemente, ha llegado a ese momento del juicio final y aparecen unas fuerzas del más allá, que en realidad son del más acá y ante la incapacidad de encontrar soluciones nos encierran con un cariñoso: “Quédate en casa”, pero lo que no dicen es ¿Cuánto tiempo? ¿Hasta cuándo? 

¿Hasta que no nos muramos del virus pero nos muramos del hambre?

 Y  lo que parece ser más cierto es que no importa si nos morimos ya que, si nos morimos, somos un problema menos. ¡Lo que importa es que no contagiemos! Cada que contagiamos a alguien le agrandamos el problema a los gobiernos porque va llegar el momento en que no tendrán un ESMAD capaz de detener a las hordas que se levanten como tsunamis de seres humanos desesperados y porque los agentes también  pueden contagiarse y suceder que las últimas comidas, que estaban presupuestadas para ellos, se acaben y entonces se devuelvan a agarrar las de los jefes.

El hombre ha utilizado la envidia para dominar al hombre.

Porque si al que tiene menos y quiere tener lo del otro, tú le ofreces arrebatarlo y entregárselo si te paga el favor con buenos intereses, lo hará y no se conformará con lo de ese, puesto que querrá lo del otro y lo del otro, hasta acumular tanto, que solo lo detendrá la envidia de  los demás.

La envidia genera y vive de la desigualdad. Si existieran dos seres humanos idénticos no existiría la desigualdad y por lo tanto no existiría la envidia, pero no hay seres iguales, Caín se suponía igual a Abel, ¿por qué entonces tiene necesidad de matarlo? Porque Dios prefirió la ofrenda de Abel. Es decir los hombres nacen iguales, según todas las leyes, pero la sociedad los diferencia a partir de los intereses. Unas tribus africanas tomaban prisioneros a hermanos negros de otras tribus utilizando la guerra y se los vendían a los comerciantes europeos para que ellos los vendieran en América como esclavos.

Dicen que el virus que nos llegó ataca a todos por igual. Pero van apareciendo las dudas. No solo los “primeros ministros” no se mueren sino que es en los estratos medios y hacia abajo dónde genera más víctimas y porque es allí donde su efecto en la economía empieza a destruir todos los valores al generar el hambre. El hambre, “coral del hombre” como decía Neruda.

Estamos encerrados esperando por el hambre, unos encerrados en callejones de miseria, en cuartuchos, en pocilgas, en prisiones de interés familiar, en apartamentos tipo jaula, en casas de ladrillo barato sin repellar, otros en espacios diminutos pero presentables y unos cuantos en mansiones, villas, condominios de lujo o en Palacios de Gobierno. Unos sufriendo con el miedo y otros acumulando tesoros con el miedo. La pandemia no es idéntica para todos y el encierro no es igual.

El problema es que eso ha sido siempre así y ya la gente estaba resignada, con la ayuda de Dios, y si protestaba era perfectamente justificado echarle agua, golpearla, cegarla, o inclusive, condenarla a muerte. Pero el Covid del demonio cambió todo o lo está cambiando. Ya huele mal, ya hay angustia, ya se prepara la gran marcha y la macabra represión, ¿hasta cuándo, repito, aguantáremos? 

Lo más grave es que la envidia aniquiló la protesta. La convirtió en algo peligroso o comprable. Para lo primero se estableció el poder y para lo segundo se utilizó el dinero. Se llegó a perfeccionar un proverbio tan sabio que lo hemos aceptado como una ley de la vida: “¿Cuál es tu enemigo? El de tu oficio”. Es decir que tu rival es tu colega, porque solo con él puedes perder tu lugar, tu sueldo, tu sustento o tu trono y el hombre se convirtió en un “lobo para el hombre”.

¿Será que esta humanidad, estas almas víctimas de la envidia, necesitaban un virus demoledor, venido de no se sabe dónde para hacerla reaccionar? ¿Para que se arranque de una vez por todas la desgracia que puede aniquilarla? ¿Será que podremos salvarnos de la envidia, pecado CAPITAL, sin tener que acudir a Peralta o a Santo Tomás de Aquino?

* Toda una vida dedicada al arte y más específicamente al arte escénico en todas sus manifestaciones, el teatro, el cine, la televisión. Como dramaturgo, libretista, guionista, director de actores y director de puesta en escena, actor y hasta tramoyista. Con algo de novelista, cuentista y poeta.

Por Alejandro Buenaventura * / Especial para El Espectador

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