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El legado musical de Juancho Polo Valencia

Se cumplen 45 años del fallecimiento de Juan Polo Valencia, quien fue uno de los compositores más enigmáticos de la música vallenata.

Ricardo López Solano
09 de noviembre de 2023 - 07:59 p. m.
Juancho Polo Valencia es reconocido por canciones como "Alicia Dorada", que interpretó Alejo Durán.
Juancho Polo Valencia es reconocido por canciones como "Alicia Dorada", que interpretó Alejo Durán.
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Juan Manuel Polo Cervantes, el popular Juancho Polo, (Cerro de San Antonio, Magdalena, septiembre 18 de 1918 - Fundación, Magdalena, julio 22 de 1978), ha sido uno de los compositores más enigmáticos de la música vallenata, por los casi que indescifrables mensajes ocultos en algunas de sus composiciones, entre otras, “El pájaro Carpintero” y “Lucero espiritual”, y por la melancolía lastimera que se teje en una de sus letras, “Alicia adorada”.

Alrededor de sus excelsas composiciones llenas de poesías y mensajes sublímales, y de su apariencia iletrada y descuidada, se ocultaba un poeta profundo. De su escolaridad el blog Fundación Magdalena refiere lo siguiente:

“Contrario a lo que se dice que era un iletrado, estudió parte de su primaria en la escuela de Monterrubio. Allí solía lucirse leyendo discursos de inspiración propia en ceremonias cívicas y en secciones solemnes. Ana Caba, Josefa Varela y Anaul Moreno fueron algunos de sus maestros”.

Y sobre el origen del apodo Valencia, en otro de los apartes de este blog, dice: “Se había ganado el remoquete de “Valencia” desde joven dada su admiración por el poeta Guillermo Valencia Castillo, de quien se le oyó recitar algunas piezas, y se dice que su padrino el terrateniente Andrés Gamarra Meza así lo llamó para siempre. En su familia, sin embargo, existe la versión de que se ganó el apodo desde sus primeras horas de nacido porque llegó al mundo con la cabeza brillante y pelada, lo que de alguna forma evocaba al poeta payanés”.

De lo anterior, dado el alcance y lo enigmáticas que se muestran algunas de sus composiciones, podríamos inferir, que, como estudiante, no solo se leyó la poesía de Guillermo León Valencia, si no la de muchos de los poetas contemporáneos de su tiempo. Lo que equivaldría a una formación poética autodidacta, pero con mucho fondo e ingenio.

Lo que arrojó la autopsia de Juancho Polo

Hace como unos diez años, Jairo Rafael Núñez Pérez, médico y psiquiatra, que hoy reside en Estados Unidos, amigo de infancia y de estudio en Fundación y en Santa Marta, me comentó que mientras hacia el rural en esta prospera población del Magdalena, “La Esquina del Progreso” de este departamento, le correspondió el honor de hacerle la autopsia a Juancho Polo Valencia.

Estas autopsias, acotó Jairo, hechas sobre las diez de la mañana, las realizaba en el cementerio central, después de atender casos prioritarios de salud que solían llegar al Hospital San Rafael donde laboraba.

Pero aconteció que el 22 de julio de 1978, muy temprano por la mañana, su asistente de autopsia, Armando Peña, imprevistamente llegó a su casa para informarle de una autopsia a la que era menester darle prioridad, porque, por un lado, se trataba de un personaje de la música vallenata muy querido por los fundanenses, el de Juancho Polo Valencia, y por el otro, porque el cadáver lo debían trasladar a Flores de María, un corregimiento algo retirado de Fundación, que era donde residía la familia de este importante cantautor.

Jairo en persona, no conocía a Juancho Polo. Pero si tenía conocimiento de su actividad musical y de sus composiciones más relevantes, como “Lucero espiritual”, “Alicia adorada” y “El pájaro carpintero”, que eran las que más se escuchaban en las emisoras de la costa y en las cantinas y bares, en especial, del mercado de Fundación.

Por igual, cuando Jairo estudiaba medicina en la Universidad del Rosario, en Bogotá, faltando poco para terminar su carrera, alcanzó a escuchar de parte de unos amigos, que Juancho Polo era considerado en la Facultad de Arte y música de la Universidad Nacional, como el compositor más autóctono de Colombia, al tiempo que se enteró que residía en Fundación, su ciudad natal.

Y, aunque Jairo, que, entre otras funciones, ejercía como médico legista, sobre las autopsias, ya en el hospital, tipo nueve de la mañana, su asistente le informaba sobre las intervenciones que, de este tipo, debía realizar en el día. Por lo que su presencia en su casa a esa hora de la mañana lo tomó por sorpresa. Pero por tratarse de que el fallecido, a quien al amanecer lo habían encontrado muerto dentro de su hamaca era Juancho Polo Valencia, no chistó para nada. Y mucho menos, al enterarse que el cadáver lo iban a trasladar a Flores de María. Lo anterior sumado a que el municipio de Fundación no liberaba los cadáveres hasta no tener los resultados de las autopsias refrendadas por la alcaldía, lo de realizar esta autopsia cuanto antes, se justificaba.

A Jairo lo primero que le pregunté fue por lo del alcoholismo crónico que rodeaba la imagen de Juancho Polo, por el estado en el que encontró su hígado. Y lo que me comentó al respecto, es que hasta donde lo alcanzó a revisar, no encontró huellas de cirrosis o de hígado graso. Eso sí, el hígado parecía que estuviera ligeramente inflamado. Un pequeño aumento de volumen debido por supuesto, al insumo regular de alcohol, pero nada más. Al comienzo, lo de la afección del hígado, me aclaró, puede ser asintomático, pero, posteriormente, puede complicarse.

Tampoco hubo indicación de ictericia (coloración amarillenta de piel, uñas y porción blanca del globo ocular). En resumidas cuentas, la conclusión a la que Jairo llegó es que su muerte se debió a un infarto en la pared diafragmática del corazón. Por otro lado, su corazón no presentaba cardiomegalia, que consiste en un agrandamiento de este órgano.

Cuando Jairo llegó a la casa de Juancho Polo, este se encontraba acostado en una hamaca bocarriba, con una botella de ron abierta a su lado derecho, que debió ser de ron Caña, el ron más popular por esa época en esta región del Magdalena, y que era el que más ingería este gran exponente de la música vallenata.

Una vez que Jairo completó la inspección externa del cadáver de Juan Polo Valencia, regresó a su casa, para luego dirigirse hacia el hospital en donde recogió los instrumentos que iba a requerir para realizar la autopsia. Y de ahí partió hacia el cementerio. El procedimiento de la autopsia duró unos cuarenta minutos. Terminada esta diligencia regresó al hospital para continuar con sus labores habituales.

Sobre los resultado de la autopsia de Juancho Polo, Jairo me comentó que le hubiese gustado hacerla más detallada. Pero, por un lado, pesaba en el traslado del cadáver a Flores de María, y por el otro, porque Fundación no contaba con un patólogo que pudiese, bajo la mirada del microscopio, hacer observaciones tipo histológicas.

Un aspecto importante a tener en cuenta es que en aquel entonces no existía la Fiscalía, como tampoco se contaba en la mayoría de las localidades con patólogos, para realizar autopsias que incluyeran estudios microscópicos de tejidos, para así arribar a diagnósticos más precisos.

La versión de la muerte de Juancho Polo Valencia

El comentarista de música vallenata Carlos Tinoco, en su popular programa de YouTube, Carlos Tinoco TV, asegura que Clemente Sarmiento, en cuya casa en Barranquilla las estadías de Juancho Polo eran frecuentes, le había comentado que la muerte de este insigne personaje de nuestro folclor se debió a un puntapié, producto de una pelea, que el 18 julio de 1978, recibió en la cavidad abdominal. Un fuerte impacto, que terminó afectándole, según el decir de su amigo Clemente, algunos de los órganos de esta región, lo que le produjo una hemorragia interna, que cuatro días después desembocó en su muerte.

Este video se lo envié al amigo Jairo, quien me comentó, que en la autopsia no encontró sangrado abdominal. Y el hígado y el bazo que son los órganos que más colectan sangre en el abdomen, no daban muestra de hemorragias. Con esto no se descarta que haya podido sufrir un trauma debido a un puntapié. Más, sin embargo, no hay evidencia por parte de la autopsia que este tipo de trauma (puntapié) fue el causante directo de su muerte. De hecho, en la autopsia se descubrió, que un infarto de cara diafragmática fue el causante de su deceso.

La violencia en Fundación

En el transcurso de esta entrevista, Jairo me comentó que la violencia por lo del boom de la marihuana mantenía en vilo a Fundación y a sus corregimientos vecinos, entre otros, Santa Rosa, Algarrobo, Bosconia, El Copey, Caracolicito, El Retén, Aracataca y Buenos Aires, en 1976, año en que hizo el rural, se encontraba en su pico más alto. En especial, los fines de mes, cuando de USA llegaban los pagos de la mercancía exportada, y con ello, las inconformidades que se daban por los tumbes que se hacían entre compinches, lo que llevaba a que los muertos y los heridos se duplicaran. En promedio, en los fines de mes llegaban a la morgue unos seis cadáveres y una que otra vez hasta diez, mientras que, en el resto del mes, el promedio por semana era de unos tres individuos.

Y en cuanto a la atención oportuna del hospital de Fundación, algunas veces, por la falta de recursos esta se veía afectada. El hospital San Rafael que contaba con una ambulancia, no era raro que se encontrara dañada o que no contara con efectivo para comprar gasolina. Así las cosas, si un herido requería de una cirugía urgente y compleja, para lo que era menester trasladarlo a Santa Marta o a Barranquilla, a sus familiares o a sus dolientes les tocaba costear este gasto. Y en caso de daño de la ambulancia, el desplazamiento en vehículos particulares también corría por cuenta de los dolientes. En lo que respecta a los muertos, a estos, por lo general, los traían amontonados en la carrocería del camión que los transportaba. A los heridos los acomodaban en la cabina del chofer, y si no cabían adelante, les tocaba viajar en la carrocería, al igual que los cadáveres.

Con relación a los heridos de gravedad, cuando se trataba de bandas del narcotráfico, sus compañeros o familiares, bajo amenaza de muerte, le exigían al médico que los atendiera, a que les salvasen la vida. Y aunque estaba prohibido ingresar al hospital, en el cinto, se les veía la cacha de sus pistolas, y sin que nadie se atreviese a detenerlos, como Pedro por su casa, se abrían paso por la portería.

Ya dentro de las instalaciones del hospital, por una ventana, se asomaban a la sala de cirugía. Su actitud era atemorizante. Pero si durante la cirugía se percataban que el cirujano se había esforzado lo indecible para salvar la vida de su familiar o amigo, no tomaban represalias. Eso sí, reclamaban al médico porque había atendido y salvado la vida a uno de sus rivales. En estos casos se les explicaba que, como médicos, por igual, les tocaba atender a todos los heridos que requerían de atención. Esto al entenderlo, dejaban de reclamar.

Fundación, el remanso de paz y de tranquilidad que una vez fue

En el periodo de tiempo que viví en Fundación, finales de 1955-1969, era un remanso de paz y tranquilidad. De niños a la escuela íbamos solos y a pie. ya de adolescentes caminábamos por todo el municipio a cualquier hora del día o de la noche, incluso en la madrugada, sin correr ningún tipo de riesgos. Los sábados por la noche con un grupo de amigos, Jairo Bohórquez, mi hermano José, Marco Ramírez, Álvaro Álvarez, entre otros, salíamos a buscar bailes en los diferentes barrios de esta población, y en muchos de ellos, sin ser invitados, éramos bien recibidos.

Y en las horas de la madrugada, también a pie, y en patota, regresábamos a nuestras casas, sanos y salvo sin haber sufrido sofoco alguno. Días muy felices, en especial en los carnavales, cuando por ese entonces las muchachas de los barrios populares y alguna que otra de la sociedad iban a los salones de bailes disfrazadas de monas, que consistía en un faldón amplio con capucha de tela de color brillante que cubría los brazos, pero no las manos, aunque algunas usaban guantes. Y entre los accesorios adicionales, con el número pegado a la capa, contaban con un antifaz que les tapaba toda la cara, y con una varita delgada que llevaban en una de sus manos, la utilizaban para azotar a los niños que les halaran la capa.

Por esa época en Fundación, a lo que ahora llaman casetas de bailes, se les llamaban salones, entre otros, El Salón Paraíso y Las Sonrisas de Juanita, que eran los más tradicionales y los más concurridos. Al salón seleccionado asistíamos en el día y parte de la noche, y tipo ocho de la noche en adelante, rematábamos la jornada en el Club de Fundación, en donde bailábamos hasta entrada la madrugada. Esa era nuestra rutina en los cuatro días de carnavales. Y el miércoles de cenizas, en pantaloneta y camiseta y descalzos, salíamos igualmente en patota, a arrojar aguas a los transeúntes desprevenidos. Eran cinco días de jolgorio y felicidad, en los cuales nunca tuvimos problemas ni sofocos, como tampoco se presentaron peleas o hechos que lamentar.

Pero en la medida que cogía fuerza la marimba, las cosas empezaron a cambiar, y a las monas, el municipio le prohibió el uso de antifaces, que en los salones de baile eran empleados por el sicariato para cometer crímenes o cobros de cuentas. Las horas de estar por la calle se redujeron considerablemente. Y la paz y la tranquilidad de otros tiempos fueron desapareciendo como por encanto.

El sepelio de Juancho Polo

Me comentó Tulio González, uno de los grandes parranderos de la época de oro de las parrandas de Fundación, y que, entre otras, en tres oportunidades parrandeó con Juan Polo Valencia; que su sepelio, fue el más grande que se recuerde de los celebrados en esta población. Sus seguidores, los amigos y la autoridad municipal no permitieron a sus familiares que se llevaran su cadáver para Flores de María.

Alfredo Gutiérrez encabezó el sepelio y en el cementerio interpretó algunos de sus temas más representativos. Al entierro de Juancho llegaron seguidores de Monterrubio, Media Luna, Garrapata, Algarrobo, Pivijay, San Ángel, Aracataca, Reten, Ciénaga y Santa Marta. La muchedumbre cubrió de cinco a seis cuadras. Los balcones de los edificios, al igual que los techos de las casas, estaban repletos de los admiradores de su música. Y los carros y taxis que seguían la caravana, que ni se diga. El ataúd salió de su residencia en hombros de sus familiares, amigos y admiradores. A pie recorrieron como 2 kilómetros. Lo pasaron por los lugares que en vida solía frecuentar, como el mercado público, el centro, la plaza 7 de agosto y por donde acostumbraba a tomarse sus tragos.

Juancho Polo, me refirió el amigo Tulio, no sabía quién era el mismo y cuanto lo quería la gente.

Una gran pena que Juancho Polo Valencia nunca se hubiese imaginado cuanto lo apreciaban, admiraban y querían sus seguidores incondicionales ¡Que en paz descanse!

Por Ricardo López Solano

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