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El 4 de julio de 1986 el papa Juan Pablo II llegó a Popayán, Cauca como parte de su visita por el país. Todo estaba planeado para que representantes de los grupos indígenas le dieran un saludo en su lengua, pero lejos de querer seguir el protocolo, Guillermo Tenorio, uno de los dirigentes del Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric), subió a la tarima con un fuerte discurso para la iglesia.
“Cumplimos 500 años de una historia hecha del silencio, del dolor, del desprecio, de la marginación y del martirio desconocido porque es martirio de indio. Contamos con una historia de lucha que ha sido de vida o muerte para nuestra cultura. Muchos hermanos han sucumbido frente a la agresión sin piedad del conquistador y muchos nos hemos mantenido en pie”, dice uno de los primeros apartes de las dos hojas con las que subió a la tarima.
La idea de pronunciar unas palabras frente al papa surgió desde el momento en que su comunidad supo que el máximo jerarca de la iglesia visitaría la región. Cinco meses antes del esperado día presentaron ante el arzobispado de Popayán el discurso, pero la desaprobación desde el primer instante fue tajante: no podrían hablar de la situación actual de los indígenas, no podían hablar contra el Estado y definitivamente no podían irse en contra de la iglesia.
“Para la víspera de la llegada del papa me llamaron, me presenté a la curia y me dieron la credencial, pero advirtiendo que no fuera a agregar nada más allá de lo que estaba planeado en el protocolo. Únicamente el saludo, no más, pero nosotros teníamos la carta que habíamos escrito mucho tiempo antes y estaba aprobado por el cabildo indígena del Cauca”.
Ya en la tarima y tras referirse al martirio indígena, prosiguió a hablar sobre el despojo de sus tierras y la lucha por mantener sus costumbres y su religión. Y así comenzó a hablar sobre la iglesia católica. “Ha habido un sector de la Iglesia que ha visto en las luchas indígenas, representados los sufrimientos de Cristo por una verdadera liberación y por el derecho a vivir, que es por lo cual nosotros luchamos. Y así como aquellos representantes de Cristo en la tierra que han estado en nuestro lado, también son perseguidos y asesinados”.
Tenorio siguió su discurso hablando de Pedro Nel Rodríguez, un cura de Corinto, Cauca que fue asesinado como al sacerdote indígena paez Álvaro Ulcué Chocué y fue en ese momento que Gregorio Caicedo, un sacerdote de la diócesis de Popayán lo interrupción impidiendo que continuara con su discurso.
“‘No sé por qué se ha interrumpido la intervención de vuestro representante’, dijo el vicario de Cristo a los indígenas. Cuando el Papa culminó la lectura de sus palabras y por petición suya, Tenorio pudo continuar hablando”, se leía en primera plana de El Espectador.
Así al volver a la tarima, leyó los últimos cinco párrafos de su discurso, en los que resaltaba el trabajo del sacerdote indígena y pedía la intervención del sumo pontífice ante la comisión de Derechos Humanos para que reconocieran sus esfuerzos.
“En seguida de que se terminó de leer la carta nos hicieron entrar en un lugar donde había un poco de cardenales y arzobispos. Llegaron dos miembros de la policía militar y nos intentaron meter miedo. Los cardenales les advirtieron que hacíamos parte del protocolo y les dijeron que no nos podían tocar a los dos indígenas que estábamos ahí”, recuerda el indígena.
Tras el incidente, el papa se encontró con los dos indígenas paeces que asistieron al evento. Tenorio recuerda que hablaron luego de la sacristía, unos tres minutos. “Yo sentía una alegría muy grande cuando me hablaba. En ese instante conversamos de la muerte del padre Ulcué (quien había sido asesinado días atrás en Santander de Quilichao); de los fondos que prometió el papa Pablo VI que llegaron a Bogotá y no fue entregada a los indígenas, y sobre la situación del orden público que en ese momento se vivía en los pueblos indígenas”.
Posterior a eso, en los siguientes días, Tenorio llamó la atención del país. Asegura que viajó por varias universidades narrando su anécdota de aquel encuentro con el papa, del que asegura no sintió miedo. “Cuando uno va a decir la verdad uno no tiene por qué temer y eso ocurrió en esta situación”.