El modelo Yanama para mitigar el hambre en La Guajira
En Uribia, Manaure, Riohacha y Maicao (La Guajira), 25 comunidades wayús resisten al hambre a través del Yanama –trabajo comunitario–, un proyecto que salió de sus saberes y es apoyado por la organización Acción Contra el Hambre.
En el plato hay un buen pedazo de chivo guisado, acompañado por un trozo de yuca, frijoles cocidos y arroz. En las rancherías de La Guajira no todos los días se come caprino, a menos que sea motivo de festejo, por lo que seguramente se trata de un día muy importante para la comunidad Curarir, un territorio wayú en el municipio de Maicao.
Tal vez hace mucho que no comen chivo, pero lo ofrecieron para festejar el Yanama, que en español sinifica trabajo comunitario, con lo que han resistido al hambre, la sequía y las enfermedades. A la ranchería llegaron autoridades indígenas de otras comunidades: mujeres vestidas de wayuushein (la manta tradicional) y muchos portando uwomü (el sombrero wayú).
La Guajira es un territorio especialmente seco, en donde las temperaturas pueden alcanzar los 45ºC, el suelo es árido y hay poca vegetación (predominan los cactus). Los animales, en su mayoría perros y chivos, caminan bajo el fuerte sol, resistiendo a la ausencia de agua, mientras se sostienen en sus huesudas patas y en cuerpos que fácilmente dejan ver sus costillas.
Ese panorama tampoco es alentador para las comunidades humanas: Según la Secretaría de Salud de La Guajira, en lo que va del año 2022 se han registrado 177 casos de desnutrición aguda, moderada y severa en niños y niñas menores de cinco años en ese departamento, en donde el 51,4 % son indígenas. Adicionalmente, 37 han fallecido por enfermedades asociadas a la desnutrición y 16 por Enfermedades Diarreicas Agudas (EDA).
(Lea: “Debilidad institucional en La Guajira: 15 gobernadores distintos en tres periodos”)
“Nosotros cultivamos en épocas de lluvia, por lo que cuando se acrecentaba la sequía, no había comida. El agua la sacábamos del suelo con ayuda de un molino, pero cuando no había mucho viento, no teníamos agua suficiente. La situación acá ha sido bastante precaria”, dice Alirio José López, líder de la comunidad Curarir, a quien se le dificulta hablar español, pues su lengua es el wayuunaiki.
Las comunidades almacenan el agua que extraen o que cae en la época de lluvia en jagüeyes (reservorios), allí se abastecen de agua y también lo hacen los chivos y perros, que en ocasiones defecan ahí mismo. En las rancherías el agua no es potable, eso explica la diarrea y otras enfermedades en menores. Sin embargo, recientemente se construyó un abrevadero, para que solo allí la consuman los animales.
Frente a esas dificultades, entre muchas a las que se enfrentan los wayús, fue que el trabajo comunitario mejoró la situación de la comunidad Curarir y de otras 24, ubicadas en los municipios de Uribia, Manaure, Riohacha y Maicao. Como lo cuenta Alirio, “se implementó una huerta comunitaria, con una técnica de riego por goteo. También fue intervenido el molino con un sistema de energía solar, lo que ha mejorado el bombeo para extraer el agua”.
Pareciera que la resiliencia al hambre en estas zonas de La Guajira ha sido dada por naturaleza, por lo que, con apoyo de un grupo de trabajadores y voluntarios de la organización no gubernamental Acción Contra el Hambre, esa capacidad de adaptación se materializó en prácticas y en trabajo.
(Lea también: “Interconectan mercados de gas natural entre la costa Caribe y el interior del país”)
“Yanama es un proyecto holístico, que tuvo cuatro propósitos: seguridad alimentaria y medios de vida; recuperación socioeconómica y sistemas de mercado; aguas y saneamiento e higiene, y política y práctica de gestión del riesgo de desastres”, cuenta Aura Esther Toro, coordinadora de la iniciativa.
Fue así que las comunidades, con el apoyo de la organización, mejoraron su adaptabilidad y fortalecieron su soberanía alimentaria. En medio de la sequía, buscaron formas para cultivar durante todo el año, diversificar su dieta, hacer el saneamiento de sus recursos hídricos, facilitar la extracción de agua y desarrollar economías sostenibles a través de la agricultura y las artesanías tradicionales: mochilas, mantas, manillas, sandalias y sombreros, tal como lo cuenta Fidelina Uriana, hija de la autoridad indígena de Palastamana, en Manaure.
Adicionalmente, “en las huertas se ha cosechado frijol guajirito, frijol caupí y maíz, que hacen parte de los alimentos que siempre se han dado en la zona, pero, con el sistema de goteo se cosechó melón, patilla, limón, ají y auyama. Nuestra familias se han organizado y están trabajando con el ganado caprino (chivo): hacen su comercialización, producción de leche y venta”, cuenta Dilia Mejia Arpushana, autoridad de la comunidad de Atapo, en Uribia.
El trabajo comunitario permitió a los wayús desarrollar un proyecto que potencializa sus recursos y capacidades para mitigar problemas como la seguridad alimentaria y la ausencia de agua, sin la necesidad de cambiar su cultura o adaptarse a las costumbres heredadas de la colonia y a otras más globalizadas. “Nosotros hacemos un intercambio de conocimiento. Ellos aprenden de nuestros saberes ancestrales y nosotros aprendemos de ellos”, cuenta Alirio.
Tal vez, en ese trabajo, una de las diferencias culturales más importantes, pero que sí mejoró la alimentación de los niños, fue el consumo de huevos. Luego de varias conversaciones, Acción Contra el Hambre instaló en los territorios galpones de gallinas ponedoras –los wayús tradicionalmente han tenido gallinas criollas, que no producen la misma cantidad de huevos–. “Hoy se producen casi 40 huevos diarios para la comunidad y también los vendemos. No sé si era por el olor, pero les teníamos asco, estábamos muy acostumbrados a la carne. Los huevos también van al comedor escolar”, cuenta Silvia Cambar, miembro de la comunidad Curarir.
El trabajo que han hecho se ha vuelto ejemplo para otras comunidades cercanas y a través de ello envían un mensaje contundente al Gobierno Nacional: “si nos quieren ayudar a solucionar el hambre y la sequía pueden seguir este modelo Yanama, que salió de nuestros saberes. Aquí cada miembro de la comunidad aporta algo y se transforma en trabajo sostenible”, lo que se opone a muchos programas asistencialistas, que se basan en el abastecimiento de mercados y en ocasiones, de productos empaquetados que poco tienen que ver con su cultura, no perduran en el tiempo y hasta terminan en medio de contratos y corrupción.
“Para nosotros, los wayús, lo principal es el agua potable, porque con ella podemos mejorar nuestra calidad de vida y nuestra alimentación. Yo solo le digo al Gobierno que nuestro territorio hace parte de La Guajira y que este departamento hace parte de Colombia. Hay muchos que gobiernan el país y nuestros municipios, pero no los conocen”, dice Dilian.
*Este artículo fue posible gracias a una invitación de Acción Contra el Hambre.
En el plato hay un buen pedazo de chivo guisado, acompañado por un trozo de yuca, frijoles cocidos y arroz. En las rancherías de La Guajira no todos los días se come caprino, a menos que sea motivo de festejo, por lo que seguramente se trata de un día muy importante para la comunidad Curarir, un territorio wayú en el municipio de Maicao.
Tal vez hace mucho que no comen chivo, pero lo ofrecieron para festejar el Yanama, que en español sinifica trabajo comunitario, con lo que han resistido al hambre, la sequía y las enfermedades. A la ranchería llegaron autoridades indígenas de otras comunidades: mujeres vestidas de wayuushein (la manta tradicional) y muchos portando uwomü (el sombrero wayú).
La Guajira es un territorio especialmente seco, en donde las temperaturas pueden alcanzar los 45ºC, el suelo es árido y hay poca vegetación (predominan los cactus). Los animales, en su mayoría perros y chivos, caminan bajo el fuerte sol, resistiendo a la ausencia de agua, mientras se sostienen en sus huesudas patas y en cuerpos que fácilmente dejan ver sus costillas.
Ese panorama tampoco es alentador para las comunidades humanas: Según la Secretaría de Salud de La Guajira, en lo que va del año 2022 se han registrado 177 casos de desnutrición aguda, moderada y severa en niños y niñas menores de cinco años en ese departamento, en donde el 51,4 % son indígenas. Adicionalmente, 37 han fallecido por enfermedades asociadas a la desnutrición y 16 por Enfermedades Diarreicas Agudas (EDA).
(Lea: “Debilidad institucional en La Guajira: 15 gobernadores distintos en tres periodos”)
“Nosotros cultivamos en épocas de lluvia, por lo que cuando se acrecentaba la sequía, no había comida. El agua la sacábamos del suelo con ayuda de un molino, pero cuando no había mucho viento, no teníamos agua suficiente. La situación acá ha sido bastante precaria”, dice Alirio José López, líder de la comunidad Curarir, a quien se le dificulta hablar español, pues su lengua es el wayuunaiki.
Las comunidades almacenan el agua que extraen o que cae en la época de lluvia en jagüeyes (reservorios), allí se abastecen de agua y también lo hacen los chivos y perros, que en ocasiones defecan ahí mismo. En las rancherías el agua no es potable, eso explica la diarrea y otras enfermedades en menores. Sin embargo, recientemente se construyó un abrevadero, para que solo allí la consuman los animales.
Frente a esas dificultades, entre muchas a las que se enfrentan los wayús, fue que el trabajo comunitario mejoró la situación de la comunidad Curarir y de otras 24, ubicadas en los municipios de Uribia, Manaure, Riohacha y Maicao. Como lo cuenta Alirio, “se implementó una huerta comunitaria, con una técnica de riego por goteo. También fue intervenido el molino con un sistema de energía solar, lo que ha mejorado el bombeo para extraer el agua”.
Pareciera que la resiliencia al hambre en estas zonas de La Guajira ha sido dada por naturaleza, por lo que, con apoyo de un grupo de trabajadores y voluntarios de la organización no gubernamental Acción Contra el Hambre, esa capacidad de adaptación se materializó en prácticas y en trabajo.
(Lea también: “Interconectan mercados de gas natural entre la costa Caribe y el interior del país”)
“Yanama es un proyecto holístico, que tuvo cuatro propósitos: seguridad alimentaria y medios de vida; recuperación socioeconómica y sistemas de mercado; aguas y saneamiento e higiene, y política y práctica de gestión del riesgo de desastres”, cuenta Aura Esther Toro, coordinadora de la iniciativa.
Fue así que las comunidades, con el apoyo de la organización, mejoraron su adaptabilidad y fortalecieron su soberanía alimentaria. En medio de la sequía, buscaron formas para cultivar durante todo el año, diversificar su dieta, hacer el saneamiento de sus recursos hídricos, facilitar la extracción de agua y desarrollar economías sostenibles a través de la agricultura y las artesanías tradicionales: mochilas, mantas, manillas, sandalias y sombreros, tal como lo cuenta Fidelina Uriana, hija de la autoridad indígena de Palastamana, en Manaure.
Adicionalmente, “en las huertas se ha cosechado frijol guajirito, frijol caupí y maíz, que hacen parte de los alimentos que siempre se han dado en la zona, pero, con el sistema de goteo se cosechó melón, patilla, limón, ají y auyama. Nuestra familias se han organizado y están trabajando con el ganado caprino (chivo): hacen su comercialización, producción de leche y venta”, cuenta Dilia Mejia Arpushana, autoridad de la comunidad de Atapo, en Uribia.
El trabajo comunitario permitió a los wayús desarrollar un proyecto que potencializa sus recursos y capacidades para mitigar problemas como la seguridad alimentaria y la ausencia de agua, sin la necesidad de cambiar su cultura o adaptarse a las costumbres heredadas de la colonia y a otras más globalizadas. “Nosotros hacemos un intercambio de conocimiento. Ellos aprenden de nuestros saberes ancestrales y nosotros aprendemos de ellos”, cuenta Alirio.
Tal vez, en ese trabajo, una de las diferencias culturales más importantes, pero que sí mejoró la alimentación de los niños, fue el consumo de huevos. Luego de varias conversaciones, Acción Contra el Hambre instaló en los territorios galpones de gallinas ponedoras –los wayús tradicionalmente han tenido gallinas criollas, que no producen la misma cantidad de huevos–. “Hoy se producen casi 40 huevos diarios para la comunidad y también los vendemos. No sé si era por el olor, pero les teníamos asco, estábamos muy acostumbrados a la carne. Los huevos también van al comedor escolar”, cuenta Silvia Cambar, miembro de la comunidad Curarir.
El trabajo que han hecho se ha vuelto ejemplo para otras comunidades cercanas y a través de ello envían un mensaje contundente al Gobierno Nacional: “si nos quieren ayudar a solucionar el hambre y la sequía pueden seguir este modelo Yanama, que salió de nuestros saberes. Aquí cada miembro de la comunidad aporta algo y se transforma en trabajo sostenible”, lo que se opone a muchos programas asistencialistas, que se basan en el abastecimiento de mercados y en ocasiones, de productos empaquetados que poco tienen que ver con su cultura, no perduran en el tiempo y hasta terminan en medio de contratos y corrupción.
“Para nosotros, los wayús, lo principal es el agua potable, porque con ella podemos mejorar nuestra calidad de vida y nuestra alimentación. Yo solo le digo al Gobierno que nuestro territorio hace parte de La Guajira y que este departamento hace parte de Colombia. Hay muchos que gobiernan el país y nuestros municipios, pero no los conocen”, dice Dilian.
*Este artículo fue posible gracias a una invitación de Acción Contra el Hambre.