El pueblo Wayúu que aprendió a vivir sin agua en La Guajira
Este departamento está marcado en rojo en los mapas del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales del Gobierno. Un tono con el que señalan las zonas en las que menos llueve en todo el país: no llega a 50 días al año.
Redacción EFE
Para llevar agua a su casa, Iris Aguilar recorre cada tres días los 56 kilómetros que separan su aldea de la ciudad de Uribia, en la desértica Guajira donde la lluvia es un sueño tan remoto en el tiempo como lejano es el Estado.
Este departamento está marcado en rojo en los mapas del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales del Gobierno. Un tono con el que señalan las zonas en las que menos llueve en todo el país: no llega a 50 días al año.
El camino que lleva a Makú, la ranchería en la que vive Iris Aguilar, se abre paso entre centenares de cactus, verticales y amenazadores, hogar de decenas de chivos. Es una trocha impracticable de arenas amarillas, presa fácil del lodo en las escasas veces en que hay lluvias. En Makú, las casas tienen techos de hojalata que, como en Macondo, coronan paredes de barro y cañabrava; las gallinas corretean sobre el suelo de tierra y el graznido de los pavos reales es lo único que perturba el silencio.
"No hay agua en todo el sector. Es la única parte en la que tenemos que distribuirla con nuestros vecinos", explica en un torpe castellano Aguilar, matriarca de la etnia wayú, pueblo aborigen que habita un vasto territorio seco en la parte norte de Suramérica, entre Colombia y Venezuela.
La situación es dramática, para obtener agua necesitan un molino de viento que la extrae del subsuelo. Pero cuando no sopla la brisa esta se acaba "y entonces uno tiene que inventársela".
Aunque el cielo esté tapado, el viento es caliente y mueve a toda velocidad las aspas del viejo molino construido en la época del general Gustavo Rojas Pinilla, dictador entre 1953 y 1957. En este desierto es habitual ver camiones cisterna atravesar sus llanuras acarreando el agua de las plantas desalinizadoras de la costa del Caribe hacia Uribia.
Lea: La página de la Universidad Nacional se podrá leer en wayuunaiki y nasa yuwe
Alquilar uno de estos camiones cisterna cargado de agua potable cuesta $ 120.000. "Hay que reservar esa agua solamente para tomar porque para hacer aseo uno tiene que irse a kilómetros y kilómetros a lavar", lamenta Aguilar.
Un tren de más de 150 vagones atraviesa Uribia varias veces al día. Unas veces vacío y otras lleno, va a la mina de carbón de Cerrejón, la más grande a cielo abierto del mundo, que explota una empresa privada.
Al cercano pueblo de Carrizal, donde nació Eliécer Santander, el agua la llevan "los del tren", como les llaman los vecinos. Pese a que reconozcan que lo que suple la falta de inversión del Estado en La Guajira es la iniciativa privada, son muchas las denuncias de los vecinos de que algunas de esas empresas han desplazado a comunidades enteras.
Santander, que tiene 14 años y de mayor quiere ser ingeniero, estudia en la institución etnoeducativa Maleiwamana y recorre cada día en bicicleta los 23 kilómetros que separan Uribia de su aldea.
"La situación es muy crítica. Para conseguir agua para el colegio duramos hasta dos meses para que nos traigan un carrotanque con agua, y eso tenemos que cuidarlo como si fuera oro", explica la rectora de la escuela Maleiwamana, Viviana Constán.
A pesar de que los wayú han aprendido a "pervivir con la necesidad apremiante" del agua, la situación ha empeorado en los últimos tiempos. "El agua es lo que da vida. Ahora con los cambios climáticos el sol es más caliente. Antes, las albercas naturales duraban más", dice, pero explica que "lo agreste de nuestro territorio enseña desde pequeños a vivir en él".
En esta escuela, los profesores priorizan el agua para el consumo de los niños porque muchos de ellos llegan a pie, con una botellita en la mano para mitigar la sed producto de la deshidratación por el intenso calor: "caminan de dos a tres horas cada día".
"Se siente mucho la necesidad del agua, a pesar de que tenemos el mar ahí", dice la rectora mientras señala las aguas turquesas del mar Caribe, que comienza a pocos kilómetros de allí, donde termina el desierto.
En la ranchería Makú la falta de agua ha sido un problema permanente desde hace años. "Es un tema que no cambia, así pueda estar un presidente u otro", apunta Aguilar. "A veces me provoca decirles: no más, váyanse de acá, somos una nación aparte, nuestro vecino es Venezuela y Colombia. Fíjese cómo vivíamos antes y no conocíamos la plata", agrega.
Para llevar agua a su casa, Iris Aguilar recorre cada tres días los 56 kilómetros que separan su aldea de la ciudad de Uribia, en la desértica Guajira donde la lluvia es un sueño tan remoto en el tiempo como lejano es el Estado.
Este departamento está marcado en rojo en los mapas del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales del Gobierno. Un tono con el que señalan las zonas en las que menos llueve en todo el país: no llega a 50 días al año.
El camino que lleva a Makú, la ranchería en la que vive Iris Aguilar, se abre paso entre centenares de cactus, verticales y amenazadores, hogar de decenas de chivos. Es una trocha impracticable de arenas amarillas, presa fácil del lodo en las escasas veces en que hay lluvias. En Makú, las casas tienen techos de hojalata que, como en Macondo, coronan paredes de barro y cañabrava; las gallinas corretean sobre el suelo de tierra y el graznido de los pavos reales es lo único que perturba el silencio.
"No hay agua en todo el sector. Es la única parte en la que tenemos que distribuirla con nuestros vecinos", explica en un torpe castellano Aguilar, matriarca de la etnia wayú, pueblo aborigen que habita un vasto territorio seco en la parte norte de Suramérica, entre Colombia y Venezuela.
La situación es dramática, para obtener agua necesitan un molino de viento que la extrae del subsuelo. Pero cuando no sopla la brisa esta se acaba "y entonces uno tiene que inventársela".
Aunque el cielo esté tapado, el viento es caliente y mueve a toda velocidad las aspas del viejo molino construido en la época del general Gustavo Rojas Pinilla, dictador entre 1953 y 1957. En este desierto es habitual ver camiones cisterna atravesar sus llanuras acarreando el agua de las plantas desalinizadoras de la costa del Caribe hacia Uribia.
Lea: La página de la Universidad Nacional se podrá leer en wayuunaiki y nasa yuwe
Alquilar uno de estos camiones cisterna cargado de agua potable cuesta $ 120.000. "Hay que reservar esa agua solamente para tomar porque para hacer aseo uno tiene que irse a kilómetros y kilómetros a lavar", lamenta Aguilar.
Un tren de más de 150 vagones atraviesa Uribia varias veces al día. Unas veces vacío y otras lleno, va a la mina de carbón de Cerrejón, la más grande a cielo abierto del mundo, que explota una empresa privada.
Al cercano pueblo de Carrizal, donde nació Eliécer Santander, el agua la llevan "los del tren", como les llaman los vecinos. Pese a que reconozcan que lo que suple la falta de inversión del Estado en La Guajira es la iniciativa privada, son muchas las denuncias de los vecinos de que algunas de esas empresas han desplazado a comunidades enteras.
Santander, que tiene 14 años y de mayor quiere ser ingeniero, estudia en la institución etnoeducativa Maleiwamana y recorre cada día en bicicleta los 23 kilómetros que separan Uribia de su aldea.
"La situación es muy crítica. Para conseguir agua para el colegio duramos hasta dos meses para que nos traigan un carrotanque con agua, y eso tenemos que cuidarlo como si fuera oro", explica la rectora de la escuela Maleiwamana, Viviana Constán.
A pesar de que los wayú han aprendido a "pervivir con la necesidad apremiante" del agua, la situación ha empeorado en los últimos tiempos. "El agua es lo que da vida. Ahora con los cambios climáticos el sol es más caliente. Antes, las albercas naturales duraban más", dice, pero explica que "lo agreste de nuestro territorio enseña desde pequeños a vivir en él".
En esta escuela, los profesores priorizan el agua para el consumo de los niños porque muchos de ellos llegan a pie, con una botellita en la mano para mitigar la sed producto de la deshidratación por el intenso calor: "caminan de dos a tres horas cada día".
"Se siente mucho la necesidad del agua, a pesar de que tenemos el mar ahí", dice la rectora mientras señala las aguas turquesas del mar Caribe, que comienza a pocos kilómetros de allí, donde termina el desierto.
En la ranchería Makú la falta de agua ha sido un problema permanente desde hace años. "Es un tema que no cambia, así pueda estar un presidente u otro", apunta Aguilar. "A veces me provoca decirles: no más, váyanse de acá, somos una nación aparte, nuestro vecino es Venezuela y Colombia. Fíjese cómo vivíamos antes y no conocíamos la plata", agrega.