En Colombia hay racismo y tenemos que hablar del tema
Los estudiantes de Pa’lante Pacífico en la Universidad de Los Andes sienten el racismo en carne propia y con este texto alimentan un debate necesario.
Por: Mayra Catalina Barrios*, Diana León** y Juan Camilo Cárdenas***
La muerte reciente de Anderson Arboleda en Puerto Tejada ha generado una conexión directa con la brutalidad policial hacia la población negra de Estados Unidos, que ha despertado una nueva ola de protestas sociales por la muerte de George Floyd, y una preocupación por la violencia hacia los jóvenes negros en nuestro país. Estas dos muertes simplemente nos recuerdan que es la violencia y discriminación hacia la población afrodescendiente, y en particular hacia los más jóvenes, parte de los problemas por resolver. Mientras se resuelve ante la justicia el caso de Anderson Arboleda, el miedo de los jóvenes negros a la discriminación y la violencia por su color de piel continúa vigente.
En este texto queremos plantear tres puntos. Primero, el racismo y la discriminación en nuestro país es real y, para eliminarlos, hay que comprenderlos desde el contexto social, económico y cultural en que se han ido cultivando por siglos. En segundo lugar, debemos ser conscientes de que más allá de las categorías convencionales de autoreconocimiento (afro, negro, raizal, blanco, mestizo), hay un problema asociado a la tonalidad de piel y al fenotipo o “la pinta” que despiertan los estigmas que alimentan la discriminación hacia personas de piel más oscura. En tercer lugar, abrir oportunidades económicas para los jóvenes afrodescendientes de este país que quieren formarse y romper las brechas que existen hoy va a depender de combatir directamente las formas sutiles o explícitas que estos jóvenes sufren cuando deciden, por ejemplo, migrar desde sus poblaciones de origen para estudiar en las grandes ciudades que históricamente han tenido una población negra casi inexistente en la educación superior. Un ejemplo de ello está en el grupo de más de 20 jóvenes del litoral Pacífico que han logrado acceder al programa de Pa´lante Pacífico de la Universidad de los Andes y han viajado a Bogotá a enfrentarse al reto de una alta exigencia académica y a la vez la complejidad de esta ciudad. Este texto lo escribimos con una de estas estudiantes, proveniente de Quibdó, y recogiendo los testimonios de varios de sus compañeros.
Trataremos de desarrollar estos puntos desde varias voces. En primer lugar, desde la evidencia de encuestas utilizando el tono de la piel como determinante de las condiciones de discriminación que viven las personas de piel más oscura. Por otra parte, desde métodos de campo y recordando un experimento que realizamos hace un tiempo en el mercado laboral donde demostramos la discriminación que sufren las personas negras, y finalmente desde las mismas voces de jóvenes que se han atrevido a migrar del Pacífico colombiano para entrar a la educación superior a formarse y contribuir a cerrar las brechas educativas existentes.
Pigmentocracia en Colombia
Comencemos por la relación entre la tonalidad de la piel y los miedos y oportunidades de los jóvenes. En el contexto latinoamericano debemos enfrentar estos temas desde las particularidades propias y alejándonos un poco de las divisiones de segregación de países en Europa o Norte América. Esto es lo que Edward Telles (Universidad de California) ha llamado la Pigmentocracia en América Latina, y que los profesores Fernando Urrea y Carlos Viáfara de la Universidad del Valle con sus estudios han confirmado para nuestro país. Más que las categorías tradicionales de autoreconocimiento, es la tonalidad de piel la que mejor predice logros educativos, salariales o de ingresos de las personas en nuestra región. Usando esa misma metodología de registrar la tonalidad de piel con una paleta de colores, en la Encuesta Longitudinal de Colombia de la Universidad de los Andes recogimos estos datos para la muestra de 10.000 hogares colombianos. En esa encuesta, en el módulo de jóvenes, les hicimos la siguiente pregunta a quienes tenían entre 10 y 13 años: “¿Evitas pasar por lugares de tu barrio por miedo a ser atacado por alguien?”. En la gráfica vemos los porcentajes de respuestas afirmativas para los cuatro estratos de la muestra y por agrupaciones de la tonalidad de la paleta de colores. Destacamos dos cosas, los temores a ser atacados de las personas de piel negra, y segundo, que este fenómeno se mantiene sin mayores diferencias por estrato socioeconómico.
Estos temores de los jóvenes pueden estar bien arraigados y pueden tener consecuencias sobre sus oportunidades, por ejemplo en el mercado laboral, donde encontrarán barreras de entrada asociadas al color de su piel.
Un argumento recurrente contra esta hipótesis es que es el menor nivel educativo el que realmente genera discriminación laboral hacia las personas negras, sobre todo si tenemos en cuenta que efectivamente sus logros educativos son menores en promedio a los de las personas mestizas o blancas. Para poder separar una cosa de la otra, junto al Observatorio de Discriminación Racial de la Universidad de los Andes, en el año 2013 hicimos un experimento en campo para probar esta conjetura y que fue publicado por DeJusticia con el título de “La discriminación racial en el trabajo, un estudio experimental en Bogotá”. En ese experimento enviamos más de 900 hojas de vida, construidas a propósito, para evaluar qué factores determinan que a una persona la llamen a entrevista para ofertas de trabajo de entrada al mercado laboral, a donde la mayoría de jóvenes aspiran comenzar su camino de generación de ingresos. En esas hojas de vida incluimos al azar fotos de personas blancas, mestizas, indígenas y negras, y agregamos un teléfono celular al que los empresarios interesados debían llamar si querían buscar a esta persona para una entrevista. Recordemos que estas hojas de vida tenían aleatoriamente diferentes niveles de experiencia laboral, lugar de residencia y todas ellas tenían el mismo nivel educativo de bachillerato. Después de enviar las hojas de vida comenzamos a recibir las llamadas telefónicas y encontramos que el 19 % de las hojas de vida con la fotografía de una persona blanca generaron una llamada para entrevista, mientras que ese porcentaje fue del 9,1 % para aquellas con una fotografía de una persona negra.
¿Cómo construimos un futuro sin discriminación ni racismo para los jóvenes?
Hemos visto el escenario que los jóvenes negros enfrentan cuando llegan a Bogotá a estudiar o a buscar trabajo, y deben enfrentar un ambiente de estigmas y estereotipos que se han acumulado a lo largo de siglos de exclusión hacia esta población, después de la extracción violenta de cerca de 12 millones de africanos que fueron traídos a la fuerza a las Américas durante cuatro siglos. El texto anexo que recoge las voces de otros estudiantes, escrito por Mayra Catalina Barrios, coautora de este artículo, refuerza lo que los datos de encuestas y experimentos nos dicen.
En un estudio publicado en el 2012 por Daron Acemoglu, Camilo García y James Robinson en el Journal of Comparative Economics, los autores estudian municipios colombianos que tuvieron minas de oro en los siglos 17 y 18 con los municipios aledaños donde éstas no existieron y por ende tuvieron menor presencia de esclavos africanos. Dos y tres siglos después, la herencia de ese proceso esclavista generó que hoy esos municipios muestren mayores niveles de pobreza, menores niveles de asistencia escolar, vacunación y provisión de bienes públicos, además de una mayor desigualdad de la tierra.
Acabar con los estigmas y estereotipos que alimentan el racismo y la discriminación en nuestro país requiere mejores conversaciones para contrarrestarlos, inhibirlos y, sobre todo, prevenirlos. Es necesario aumentar la visibilización del problema, del lamentable nivel de “normalización” que tiene hoy en Colombia y lo que como sociedad estamos perdiendo al excluir de oportunidades educativas y laborales para los jóvenes que descienden de africanos y anhelan entrar a hacer parte del camino de progreso que ha beneficiado a tantos en el interior de Colombia.
* Semillero del Pacífico y Estudiante de Pa’lante Pacífico, Universidad de los Andes.
** Semillero del Pacífico, Universidad de los Andes
*** Facultad de Economía, Universidad de los Andes
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Las voces de estudiantes que migran para estudiar en la universidad
Por: Mayra Catalina Barrios
Estudiante Pa’lante Pacífico, Universidad de los Andes.
La región en donde se concentra la mayor cantidad de afrodescendientes en Colombia es la región Pacífica. El que los jóvenes de esta región tengan la oportunidad de movilizarse a las grandes urbes del país con el objetivo de lograr sus sueños y mejorar sus condiciones de vida implica grandes retos.
El que es, quizás, el mayor de los retos para estos jóvenes tiene nombre propio: el color de piel. Y es que ser una persona negra en medio de una población mayormente mestiza-blanca ya es un motivo para sentir cómo se activa el estigma asociado a prejuicios y pensamientos negativos de la sociedad hacia la población afro.
Históricamente, desde la época de la colonización, se ha hecho ver a las personas de tez oscura como seres inferiores, ignorantes, bestias, esclavos y como máquinas de mucha capacidad de fuerza física que se pueden explotar fácilmente para realizar labores extremadamente complejas.
Afortunadamente, los tiempos de la esclavitud quedaron atrás, sin olvidar las arduas batallas que los ancestros africanos libraron reclamando por sus derechos y su libertad; pero, infortunadamente, la mente de muchos colombianos (y la de muchas personas alrededor del mundo) sigue atada al pasado, a los estigmas sociales.
El Estado colombiano ha estado memorablemente en deuda con los pueblos afrocolombianos. Es por esto que ha creado diversos mecanismos y programas que posibilitan que muchos jóvenes talentosos puedan acceder a una institución de educación superior. Sin embargo, en este camino hacia el éxito los jóvenes han encontrado muchos obstáculos, la mayoría de estos con base en el color de su piel. En ese sentido, desde el Semillero del Pacífico de la Universidad de Los Andes hemos recopilado testimonios de los estudiantes del programa Pa’lante Pacífico, los cuales provienen de Quibdó, Buenaventura y Tumaco; así como también hemos compilado experiencias de más estudiantes del Litoral Pacífico establecidos en las tres principales ciudades del país: Bogotá, Medellín y Cali, quienes también viven estas mismas realidades en otros lugares de Colombia.
Con respecto a la discriminación racial, los grupos de estas tres ciudades coinciden fuertemente en el siguiente señalamiento: “es extremadamente incómodo e indignante ver que por ser negro las personas cruzan de calle, aprietan más fuerte sus pertenencias, siempre estén al pendiente de ti o se aparten de tu lado por miedo a que les roben”.
Es decir, ya hay una predisposición de la sociedad a creer que todos los afros son ladrones, y son actitudes que son muy frecuentes en las calles, en cualquier sistema masivo de transporte, en lugares públicos o, incluso, hasta en instituciones privadas.
Por otro lado, también es muy común que el intelecto de las personas negras se vea menospreciado u opacado por algunas personas mestizas-blancas. Muchos de los jóvenes entrevistados que asisten a una universidad prestigiosa en alguna de estas tres ciudades manifiestan que es muy normal escuchar expresiones como: "¿y este negro cómo hizo para entrar acá?”, “¿será que este negro sí está entendiendo lo que está explicando el profesor?”, “este negro no puede ser monitor o parte del consejo de estudiantes”, “él no puede exponer en este foro porque es negro”, entre otras. Todas estas se escuchan casi susurrantes entre los demás estudiantes.
Además, no se pueden pasar por alto los comentarios de algunos profesores que, al ver estudiantes negros en sus clases, piensan más de una vez cómo modificar sus palabras para no sonar “tan racistas” al referirse a la población afro. Incluso, también hay profesores que piensan durante varios minutos con qué otra palabra reemplazar la palabra “negro”, pues creen que decir “negro” es racista porque suponen que ser “negro” es malo. De igual manera, algunos estudiantes expresan que algunos profesores les han hecho comentarios como: “escribes y hablas muy bien para ser negro”, “eres muy inteligente para ser negro”, suponiendo que lo hacen en forma de halago, pero que a la larga termina siendo una ofensa.
Tampoco hay que olvidar que en la región Pacífica hay personas mulatas (mezcla entre blanco y negro), y que es una burla para la población mestiza-blanca autoreconocerse como una persona negra por el simple hecho de tener un color de piel un poco más claro. No hay que olvidar que en Colombia los policías también empujan a los jóvenes negros contra la pared, les piden sus identificaciones y los requisan solo por ser negros. Igualmente, hay que recordar que lucir el cabello natural y demás raíces africanas no es símbolo de vicios y vandalismo. Asimismo, ser una mujer negra no debería significar tener miedo de caminar sola por las calles y escuchar cómo convierten tus atributos físicos en objetos de deseo sexual. De la misma forma, ser un hombre negro no significa poseer poderes especiales, particularmente sexuales. Ser negro no se limita exclusivamente a ritmos musicales. Ser el único negro en medio de una población mestiza-blanca no implica ser el centro de mofas, comentarios despectivos y malos tratos. Ser negro es sinónimo de resistencia. Ser negro no simboliza valer menos como persona. Ser negro no debería significar que la balanza de la vida está en tu contra, que se deben superar más obstáculos de lo normal para llegar a tener algún éxito y que debes luchar cada día para superar a los mestizos-blancos para demostrar que todos somos iguales.
Las anteriores son apenas unas pocas de las muchas razones por las que los jóvenes negros manifiestan nunca haber sentido rechazo en sus lugares de origen con respecto a su color de piel, hasta que llegaron a las grandes ciudades. En Colombia el racismo existe, y es una cruel y silenciosa realidad que está presente en el día a día de muchas personas, especialmente, afrocolombianas e indígenas. Es por esto que muchos jóvenes pertenecientes a estas etnias han tenido que labrar su propio camino para lograr el éxito no solo en el ámbito académico, sino también en el deportivo, artístico, etc., con el fin de lograr un poco de reconocimiento y ser tratados con igualdad.
Por: Mayra Catalina Barrios*, Diana León** y Juan Camilo Cárdenas***
La muerte reciente de Anderson Arboleda en Puerto Tejada ha generado una conexión directa con la brutalidad policial hacia la población negra de Estados Unidos, que ha despertado una nueva ola de protestas sociales por la muerte de George Floyd, y una preocupación por la violencia hacia los jóvenes negros en nuestro país. Estas dos muertes simplemente nos recuerdan que es la violencia y discriminación hacia la población afrodescendiente, y en particular hacia los más jóvenes, parte de los problemas por resolver. Mientras se resuelve ante la justicia el caso de Anderson Arboleda, el miedo de los jóvenes negros a la discriminación y la violencia por su color de piel continúa vigente.
En este texto queremos plantear tres puntos. Primero, el racismo y la discriminación en nuestro país es real y, para eliminarlos, hay que comprenderlos desde el contexto social, económico y cultural en que se han ido cultivando por siglos. En segundo lugar, debemos ser conscientes de que más allá de las categorías convencionales de autoreconocimiento (afro, negro, raizal, blanco, mestizo), hay un problema asociado a la tonalidad de piel y al fenotipo o “la pinta” que despiertan los estigmas que alimentan la discriminación hacia personas de piel más oscura. En tercer lugar, abrir oportunidades económicas para los jóvenes afrodescendientes de este país que quieren formarse y romper las brechas que existen hoy va a depender de combatir directamente las formas sutiles o explícitas que estos jóvenes sufren cuando deciden, por ejemplo, migrar desde sus poblaciones de origen para estudiar en las grandes ciudades que históricamente han tenido una población negra casi inexistente en la educación superior. Un ejemplo de ello está en el grupo de más de 20 jóvenes del litoral Pacífico que han logrado acceder al programa de Pa´lante Pacífico de la Universidad de los Andes y han viajado a Bogotá a enfrentarse al reto de una alta exigencia académica y a la vez la complejidad de esta ciudad. Este texto lo escribimos con una de estas estudiantes, proveniente de Quibdó, y recogiendo los testimonios de varios de sus compañeros.
Trataremos de desarrollar estos puntos desde varias voces. En primer lugar, desde la evidencia de encuestas utilizando el tono de la piel como determinante de las condiciones de discriminación que viven las personas de piel más oscura. Por otra parte, desde métodos de campo y recordando un experimento que realizamos hace un tiempo en el mercado laboral donde demostramos la discriminación que sufren las personas negras, y finalmente desde las mismas voces de jóvenes que se han atrevido a migrar del Pacífico colombiano para entrar a la educación superior a formarse y contribuir a cerrar las brechas educativas existentes.
Pigmentocracia en Colombia
Comencemos por la relación entre la tonalidad de la piel y los miedos y oportunidades de los jóvenes. En el contexto latinoamericano debemos enfrentar estos temas desde las particularidades propias y alejándonos un poco de las divisiones de segregación de países en Europa o Norte América. Esto es lo que Edward Telles (Universidad de California) ha llamado la Pigmentocracia en América Latina, y que los profesores Fernando Urrea y Carlos Viáfara de la Universidad del Valle con sus estudios han confirmado para nuestro país. Más que las categorías tradicionales de autoreconocimiento, es la tonalidad de piel la que mejor predice logros educativos, salariales o de ingresos de las personas en nuestra región. Usando esa misma metodología de registrar la tonalidad de piel con una paleta de colores, en la Encuesta Longitudinal de Colombia de la Universidad de los Andes recogimos estos datos para la muestra de 10.000 hogares colombianos. En esa encuesta, en el módulo de jóvenes, les hicimos la siguiente pregunta a quienes tenían entre 10 y 13 años: “¿Evitas pasar por lugares de tu barrio por miedo a ser atacado por alguien?”. En la gráfica vemos los porcentajes de respuestas afirmativas para los cuatro estratos de la muestra y por agrupaciones de la tonalidad de la paleta de colores. Destacamos dos cosas, los temores a ser atacados de las personas de piel negra, y segundo, que este fenómeno se mantiene sin mayores diferencias por estrato socioeconómico.
Estos temores de los jóvenes pueden estar bien arraigados y pueden tener consecuencias sobre sus oportunidades, por ejemplo en el mercado laboral, donde encontrarán barreras de entrada asociadas al color de su piel.
Un argumento recurrente contra esta hipótesis es que es el menor nivel educativo el que realmente genera discriminación laboral hacia las personas negras, sobre todo si tenemos en cuenta que efectivamente sus logros educativos son menores en promedio a los de las personas mestizas o blancas. Para poder separar una cosa de la otra, junto al Observatorio de Discriminación Racial de la Universidad de los Andes, en el año 2013 hicimos un experimento en campo para probar esta conjetura y que fue publicado por DeJusticia con el título de “La discriminación racial en el trabajo, un estudio experimental en Bogotá”. En ese experimento enviamos más de 900 hojas de vida, construidas a propósito, para evaluar qué factores determinan que a una persona la llamen a entrevista para ofertas de trabajo de entrada al mercado laboral, a donde la mayoría de jóvenes aspiran comenzar su camino de generación de ingresos. En esas hojas de vida incluimos al azar fotos de personas blancas, mestizas, indígenas y negras, y agregamos un teléfono celular al que los empresarios interesados debían llamar si querían buscar a esta persona para una entrevista. Recordemos que estas hojas de vida tenían aleatoriamente diferentes niveles de experiencia laboral, lugar de residencia y todas ellas tenían el mismo nivel educativo de bachillerato. Después de enviar las hojas de vida comenzamos a recibir las llamadas telefónicas y encontramos que el 19 % de las hojas de vida con la fotografía de una persona blanca generaron una llamada para entrevista, mientras que ese porcentaje fue del 9,1 % para aquellas con una fotografía de una persona negra.
¿Cómo construimos un futuro sin discriminación ni racismo para los jóvenes?
Hemos visto el escenario que los jóvenes negros enfrentan cuando llegan a Bogotá a estudiar o a buscar trabajo, y deben enfrentar un ambiente de estigmas y estereotipos que se han acumulado a lo largo de siglos de exclusión hacia esta población, después de la extracción violenta de cerca de 12 millones de africanos que fueron traídos a la fuerza a las Américas durante cuatro siglos. El texto anexo que recoge las voces de otros estudiantes, escrito por Mayra Catalina Barrios, coautora de este artículo, refuerza lo que los datos de encuestas y experimentos nos dicen.
En un estudio publicado en el 2012 por Daron Acemoglu, Camilo García y James Robinson en el Journal of Comparative Economics, los autores estudian municipios colombianos que tuvieron minas de oro en los siglos 17 y 18 con los municipios aledaños donde éstas no existieron y por ende tuvieron menor presencia de esclavos africanos. Dos y tres siglos después, la herencia de ese proceso esclavista generó que hoy esos municipios muestren mayores niveles de pobreza, menores niveles de asistencia escolar, vacunación y provisión de bienes públicos, además de una mayor desigualdad de la tierra.
Acabar con los estigmas y estereotipos que alimentan el racismo y la discriminación en nuestro país requiere mejores conversaciones para contrarrestarlos, inhibirlos y, sobre todo, prevenirlos. Es necesario aumentar la visibilización del problema, del lamentable nivel de “normalización” que tiene hoy en Colombia y lo que como sociedad estamos perdiendo al excluir de oportunidades educativas y laborales para los jóvenes que descienden de africanos y anhelan entrar a hacer parte del camino de progreso que ha beneficiado a tantos en el interior de Colombia.
* Semillero del Pacífico y Estudiante de Pa’lante Pacífico, Universidad de los Andes.
** Semillero del Pacífico, Universidad de los Andes
*** Facultad de Economía, Universidad de los Andes
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Las voces de estudiantes que migran para estudiar en la universidad
Por: Mayra Catalina Barrios
Estudiante Pa’lante Pacífico, Universidad de los Andes.
La región en donde se concentra la mayor cantidad de afrodescendientes en Colombia es la región Pacífica. El que los jóvenes de esta región tengan la oportunidad de movilizarse a las grandes urbes del país con el objetivo de lograr sus sueños y mejorar sus condiciones de vida implica grandes retos.
El que es, quizás, el mayor de los retos para estos jóvenes tiene nombre propio: el color de piel. Y es que ser una persona negra en medio de una población mayormente mestiza-blanca ya es un motivo para sentir cómo se activa el estigma asociado a prejuicios y pensamientos negativos de la sociedad hacia la población afro.
Históricamente, desde la época de la colonización, se ha hecho ver a las personas de tez oscura como seres inferiores, ignorantes, bestias, esclavos y como máquinas de mucha capacidad de fuerza física que se pueden explotar fácilmente para realizar labores extremadamente complejas.
Afortunadamente, los tiempos de la esclavitud quedaron atrás, sin olvidar las arduas batallas que los ancestros africanos libraron reclamando por sus derechos y su libertad; pero, infortunadamente, la mente de muchos colombianos (y la de muchas personas alrededor del mundo) sigue atada al pasado, a los estigmas sociales.
El Estado colombiano ha estado memorablemente en deuda con los pueblos afrocolombianos. Es por esto que ha creado diversos mecanismos y programas que posibilitan que muchos jóvenes talentosos puedan acceder a una institución de educación superior. Sin embargo, en este camino hacia el éxito los jóvenes han encontrado muchos obstáculos, la mayoría de estos con base en el color de su piel. En ese sentido, desde el Semillero del Pacífico de la Universidad de Los Andes hemos recopilado testimonios de los estudiantes del programa Pa’lante Pacífico, los cuales provienen de Quibdó, Buenaventura y Tumaco; así como también hemos compilado experiencias de más estudiantes del Litoral Pacífico establecidos en las tres principales ciudades del país: Bogotá, Medellín y Cali, quienes también viven estas mismas realidades en otros lugares de Colombia.
Con respecto a la discriminación racial, los grupos de estas tres ciudades coinciden fuertemente en el siguiente señalamiento: “es extremadamente incómodo e indignante ver que por ser negro las personas cruzan de calle, aprietan más fuerte sus pertenencias, siempre estén al pendiente de ti o se aparten de tu lado por miedo a que les roben”.
Es decir, ya hay una predisposición de la sociedad a creer que todos los afros son ladrones, y son actitudes que son muy frecuentes en las calles, en cualquier sistema masivo de transporte, en lugares públicos o, incluso, hasta en instituciones privadas.
Por otro lado, también es muy común que el intelecto de las personas negras se vea menospreciado u opacado por algunas personas mestizas-blancas. Muchos de los jóvenes entrevistados que asisten a una universidad prestigiosa en alguna de estas tres ciudades manifiestan que es muy normal escuchar expresiones como: "¿y este negro cómo hizo para entrar acá?”, “¿será que este negro sí está entendiendo lo que está explicando el profesor?”, “este negro no puede ser monitor o parte del consejo de estudiantes”, “él no puede exponer en este foro porque es negro”, entre otras. Todas estas se escuchan casi susurrantes entre los demás estudiantes.
Además, no se pueden pasar por alto los comentarios de algunos profesores que, al ver estudiantes negros en sus clases, piensan más de una vez cómo modificar sus palabras para no sonar “tan racistas” al referirse a la población afro. Incluso, también hay profesores que piensan durante varios minutos con qué otra palabra reemplazar la palabra “negro”, pues creen que decir “negro” es racista porque suponen que ser “negro” es malo. De igual manera, algunos estudiantes expresan que algunos profesores les han hecho comentarios como: “escribes y hablas muy bien para ser negro”, “eres muy inteligente para ser negro”, suponiendo que lo hacen en forma de halago, pero que a la larga termina siendo una ofensa.
Tampoco hay que olvidar que en la región Pacífica hay personas mulatas (mezcla entre blanco y negro), y que es una burla para la población mestiza-blanca autoreconocerse como una persona negra por el simple hecho de tener un color de piel un poco más claro. No hay que olvidar que en Colombia los policías también empujan a los jóvenes negros contra la pared, les piden sus identificaciones y los requisan solo por ser negros. Igualmente, hay que recordar que lucir el cabello natural y demás raíces africanas no es símbolo de vicios y vandalismo. Asimismo, ser una mujer negra no debería significar tener miedo de caminar sola por las calles y escuchar cómo convierten tus atributos físicos en objetos de deseo sexual. De la misma forma, ser un hombre negro no significa poseer poderes especiales, particularmente sexuales. Ser negro no se limita exclusivamente a ritmos musicales. Ser el único negro en medio de una población mestiza-blanca no implica ser el centro de mofas, comentarios despectivos y malos tratos. Ser negro es sinónimo de resistencia. Ser negro no simboliza valer menos como persona. Ser negro no debería significar que la balanza de la vida está en tu contra, que se deben superar más obstáculos de lo normal para llegar a tener algún éxito y que debes luchar cada día para superar a los mestizos-blancos para demostrar que todos somos iguales.
Las anteriores son apenas unas pocas de las muchas razones por las que los jóvenes negros manifiestan nunca haber sentido rechazo en sus lugares de origen con respecto a su color de piel, hasta que llegaron a las grandes ciudades. En Colombia el racismo existe, y es una cruel y silenciosa realidad que está presente en el día a día de muchas personas, especialmente, afrocolombianas e indígenas. Es por esto que muchos jóvenes pertenecientes a estas etnias han tenido que labrar su propio camino para lograr el éxito no solo en el ámbito académico, sino también en el deportivo, artístico, etc., con el fin de lograr un poco de reconocimiento y ser tratados con igualdad.