“En La Mojana hay soluciones del siglo XIX para problemas del siglo XXI”
El Espectador habló con Sandra Vilardy, directora ejecutiva de Parques Nacionales Cómo Vamos (PNCV) y profesora de la Universidad de los Andes, sobre la crisis que afronta la subregión de La Mojana por el desbordamiento del río Cauca.
Carlos Eduardo Díaz Rincón
En menos de 15 días se cumplirán nueve meses desde que se rompió el dique que contenía las aguas del río Cauca en la subregión de La Mojana. La emergencia se presentó en el sector de Cara de Gato, San Jacinto del Cauca (Bolívar), uno de los 11 municipios que comprenden este territorio ubicado en la Depresión Momposina, del norte de Colombia. De acuerdo con datos de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo (UNGRD), las inundaciones han dejado más de 100 mil damnificados, daños en cerca de 35 mil bienes e innumerables pérdidas para arroceros, ganaderos y otros pequeños productores.
Desde que ocurrió la tragedia en agosto de 2021, las obras de mitigación han estado a cargo de la UNGRD, con una inversión inicial de $20 mil millones. Una creciente súbita a inicios de marzo generó un debilitamiento de cerca de 600 metros, además de fracturas en el extremo norte de los trabajos. Allí fueron suspendidas las obras y se estableció un nuevo cronograma que tiene un avance del 20 %, con labores complementarias de dragado y construcción de un canal en el margen derecho del río. Para ello, se destinó una nueva inversión de $10 mil millones.
Esto se suma a la firma, el pasado 31 de marzo, del primer documento CONPES de Declaración de Importancia Estratégica Regional (DIER), que busca solucionar la crisis de La Mojana con un presupuesto de $1,8 billones. El megaproyecto, que iniciará en el segundo trimestre de 2022, comprende la construcción de diques, tablestacados, estructuras en concreto y 33 compuertas para regular el agua de los caños y las ciénagas.
El Espectador habló con Sandra Vilardy Quiroga, directora ejecutiva de Parques Nacionales Cómo Vamos (PNCV), alianza de organizaciones que trabaja en temas de conservación de la biodiversidad para la adaptación climática. Según explicó, el principal problema de las obras de La Mojana es no reconocer la importancia biológica e histórica de la subregión: amortiguar el agua de los ríos Cauca, San Jorge y Magdalena.
¿Por qué ha sido tan complicada la gestión del riesgo en La Mojana?
Este es un territorio que nos ha costado muchísimo entender a los colombianos, y por tanto a la gestión territorial de la región. Es una depresión tectónica, lo que quiere decir que está por debajo del nivel del mar y que por naturaleza es cóncava y receptora de agua. Esa naturaleza ha marcado la cultura y las formas de habitar ese territorio durante la mayor parte del tiempo. Han sido formas de vida adaptadas a lo que llamamos los pulsos de inundación; es decir, cuando las aguas suben y las aguas bajan. Hablar de inundaciones en La Mojana es un error que se ve desde territorios secos, porque es una región en la que su naturaleza está marcada por las dinámicas del agua.
¿A qué se debe la crisis de inundaciones que se agrava cada año?
El problema empieza cuando la política pública y de desarrollo económico quiere aspirar a que ese territorio se comporte de una manera diferente, y para eso se empiezan a llevar a cabo obras de infraestructura hidráulica como los diques, que pretenden controlar los pulsos de inundación en una zona que tradicionalmente es acumuladora de agua. Las actividades económicas pasan de ser dinámicas en el tiempo a ser permanentes geográfica y temporalmente. Así, la ganadería inicia un proceso de expansión y los cultivos empiezan a desaparecer. Por ejemplo, el arroz mojanero de toda la vida cambia por un arroz secano.
Esas construcciones han sido muy rígidas para optimizar el crecimiento económico del territorio y lo que han hecho es generar una falsa sensación de seguridad que consiste en controlar el agua, secar y desecar esas zonas para volverlas productivas. Los modelos de ingeniería que diseñaron esas obras fueron muy optimistas y no contaron con los factores de crisis y la variabilidad climáticas. Lo que pasa actualmente es que la regulación de los ríos ha estado profundamente alterada y ahora con la incidencia de la crisis climática, es muy difícil controlarla.
¿Cómo valora las obras que adelanta la UNGRD en La Mojana?
No soy optimista. La Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres es una entidad reactiva. Lamentablemente, sus acciones preventivas no están basadas en una ciencia integradora, necesaria para la adaptación climática. Yo tuve la oportunidad de dirigir hace unos años el proceso de delimitación de humedales con el Instituto Humboldt y le entregamos al país una serie de recomendaciones para mejorar la resiliencia climática en las zonas de humedales. A pesar de esto, esos productos científicos no han sido tenidos en cuenta y seguimos haciendo una prevención de desastres, sin comprender que ese término tiene que estar completamente incorporado en lo que es la adaptación climática y de los ecosistemas.
¿Cuál es el problema de las obras de infraestructura?
Son modelos clásicos que no se adaptan a los retos que nos implica la crisis climática. Se trata de proyectos que tienen hasta 100 años de retorno, sin contemplar que las lluvias de hoy en día nunca se habían visto ni en Colombia ni en el planeta. Son soluciones del siglo XIX para problemas del siglo XXI.
¿Por qué sigue primando este tipo de enfoques?
Porque los procesos de contratación pública de megaobras, como el dique que está planteado para La Mojana, también generan una serie de intereses, mucho más grandes que hacer procesos de adaptación basados en ecosistemas y en ciencia. Estamos en este debate del país que contrata, contra el conocimiento científico dialogante que sigue construyendo y cerrando incertidumbres para poder hacer la gestión territorial. Ahí tenemos un desequilibrio muy importante.
¿Cómo se podría solucionar la crisis de La Mojana?
Hay que partir de que es incongruente luchar contra el agua, porque esta ha dominado históricamente las relaciones sociales, económicas y culturales del territorio. También hay que reconocer que cualquier moderación hidrológica tiene que basarse en modelos de cambio climático. Debe haber obras de infraestructura, pero no megaobras, siguiendo ejemplos dolorosos como lo que sucedió en el Katrina y los diques que estaban rodeando New Orleans y Luisiana. Ahí hay un aprendizaje muy grande para la ingeniería, que yo creo que Colombia todavía no lo tiene tan claro.
También hay que pensar en soluciones basadas en la naturaleza, como lo es la restauración y recuperación de la capacidad de regulación hídrica y la renovación de los ecosistemas que antes contenían el agua. En otros casos hay que plantear esfuerzos por reubicar a algunas poblaciones. Adicionalmente, hay que hacer una adaptación de las actividades económicas, por su importancia histórica y tradicional. A veces lo que sucede en Colombia, de manera ingenua, es que dicen “vamos a mitigar”, pero sin tener evaluado cuánto se va a salvar y cuántas vidas o recursos van a aceptar perder. A la adaptación climática y a la gestión que hacen alcaldes y gobernadores le falta muchísima ciencia y mucho conocimiento para la toma de decisiones.
En menos de 15 días se cumplirán nueve meses desde que se rompió el dique que contenía las aguas del río Cauca en la subregión de La Mojana. La emergencia se presentó en el sector de Cara de Gato, San Jacinto del Cauca (Bolívar), uno de los 11 municipios que comprenden este territorio ubicado en la Depresión Momposina, del norte de Colombia. De acuerdo con datos de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo (UNGRD), las inundaciones han dejado más de 100 mil damnificados, daños en cerca de 35 mil bienes e innumerables pérdidas para arroceros, ganaderos y otros pequeños productores.
Desde que ocurrió la tragedia en agosto de 2021, las obras de mitigación han estado a cargo de la UNGRD, con una inversión inicial de $20 mil millones. Una creciente súbita a inicios de marzo generó un debilitamiento de cerca de 600 metros, además de fracturas en el extremo norte de los trabajos. Allí fueron suspendidas las obras y se estableció un nuevo cronograma que tiene un avance del 20 %, con labores complementarias de dragado y construcción de un canal en el margen derecho del río. Para ello, se destinó una nueva inversión de $10 mil millones.
Esto se suma a la firma, el pasado 31 de marzo, del primer documento CONPES de Declaración de Importancia Estratégica Regional (DIER), que busca solucionar la crisis de La Mojana con un presupuesto de $1,8 billones. El megaproyecto, que iniciará en el segundo trimestre de 2022, comprende la construcción de diques, tablestacados, estructuras en concreto y 33 compuertas para regular el agua de los caños y las ciénagas.
El Espectador habló con Sandra Vilardy Quiroga, directora ejecutiva de Parques Nacionales Cómo Vamos (PNCV), alianza de organizaciones que trabaja en temas de conservación de la biodiversidad para la adaptación climática. Según explicó, el principal problema de las obras de La Mojana es no reconocer la importancia biológica e histórica de la subregión: amortiguar el agua de los ríos Cauca, San Jorge y Magdalena.
¿Por qué ha sido tan complicada la gestión del riesgo en La Mojana?
Este es un territorio que nos ha costado muchísimo entender a los colombianos, y por tanto a la gestión territorial de la región. Es una depresión tectónica, lo que quiere decir que está por debajo del nivel del mar y que por naturaleza es cóncava y receptora de agua. Esa naturaleza ha marcado la cultura y las formas de habitar ese territorio durante la mayor parte del tiempo. Han sido formas de vida adaptadas a lo que llamamos los pulsos de inundación; es decir, cuando las aguas suben y las aguas bajan. Hablar de inundaciones en La Mojana es un error que se ve desde territorios secos, porque es una región en la que su naturaleza está marcada por las dinámicas del agua.
¿A qué se debe la crisis de inundaciones que se agrava cada año?
El problema empieza cuando la política pública y de desarrollo económico quiere aspirar a que ese territorio se comporte de una manera diferente, y para eso se empiezan a llevar a cabo obras de infraestructura hidráulica como los diques, que pretenden controlar los pulsos de inundación en una zona que tradicionalmente es acumuladora de agua. Las actividades económicas pasan de ser dinámicas en el tiempo a ser permanentes geográfica y temporalmente. Así, la ganadería inicia un proceso de expansión y los cultivos empiezan a desaparecer. Por ejemplo, el arroz mojanero de toda la vida cambia por un arroz secano.
Esas construcciones han sido muy rígidas para optimizar el crecimiento económico del territorio y lo que han hecho es generar una falsa sensación de seguridad que consiste en controlar el agua, secar y desecar esas zonas para volverlas productivas. Los modelos de ingeniería que diseñaron esas obras fueron muy optimistas y no contaron con los factores de crisis y la variabilidad climáticas. Lo que pasa actualmente es que la regulación de los ríos ha estado profundamente alterada y ahora con la incidencia de la crisis climática, es muy difícil controlarla.
¿Cómo valora las obras que adelanta la UNGRD en La Mojana?
No soy optimista. La Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres es una entidad reactiva. Lamentablemente, sus acciones preventivas no están basadas en una ciencia integradora, necesaria para la adaptación climática. Yo tuve la oportunidad de dirigir hace unos años el proceso de delimitación de humedales con el Instituto Humboldt y le entregamos al país una serie de recomendaciones para mejorar la resiliencia climática en las zonas de humedales. A pesar de esto, esos productos científicos no han sido tenidos en cuenta y seguimos haciendo una prevención de desastres, sin comprender que ese término tiene que estar completamente incorporado en lo que es la adaptación climática y de los ecosistemas.
¿Cuál es el problema de las obras de infraestructura?
Son modelos clásicos que no se adaptan a los retos que nos implica la crisis climática. Se trata de proyectos que tienen hasta 100 años de retorno, sin contemplar que las lluvias de hoy en día nunca se habían visto ni en Colombia ni en el planeta. Son soluciones del siglo XIX para problemas del siglo XXI.
¿Por qué sigue primando este tipo de enfoques?
Porque los procesos de contratación pública de megaobras, como el dique que está planteado para La Mojana, también generan una serie de intereses, mucho más grandes que hacer procesos de adaptación basados en ecosistemas y en ciencia. Estamos en este debate del país que contrata, contra el conocimiento científico dialogante que sigue construyendo y cerrando incertidumbres para poder hacer la gestión territorial. Ahí tenemos un desequilibrio muy importante.
¿Cómo se podría solucionar la crisis de La Mojana?
Hay que partir de que es incongruente luchar contra el agua, porque esta ha dominado históricamente las relaciones sociales, económicas y culturales del territorio. También hay que reconocer que cualquier moderación hidrológica tiene que basarse en modelos de cambio climático. Debe haber obras de infraestructura, pero no megaobras, siguiendo ejemplos dolorosos como lo que sucedió en el Katrina y los diques que estaban rodeando New Orleans y Luisiana. Ahí hay un aprendizaje muy grande para la ingeniería, que yo creo que Colombia todavía no lo tiene tan claro.
También hay que pensar en soluciones basadas en la naturaleza, como lo es la restauración y recuperación de la capacidad de regulación hídrica y la renovación de los ecosistemas que antes contenían el agua. En otros casos hay que plantear esfuerzos por reubicar a algunas poblaciones. Adicionalmente, hay que hacer una adaptación de las actividades económicas, por su importancia histórica y tradicional. A veces lo que sucede en Colombia, de manera ingenua, es que dicen “vamos a mitigar”, pero sin tener evaluado cuánto se va a salvar y cuántas vidas o recursos van a aceptar perder. A la adaptación climática y a la gestión que hacen alcaldes y gobernadores le falta muchísima ciencia y mucho conocimiento para la toma de decisiones.