En Nuquí no solo hay ballenas por conocer
Desde julio, las ballenas jorobadas comienzan a llegar al Pacífico colombiano para aparearse y tener sus crías, lo que ha dado al municipio un potente atractivo turístico, pero no es lo único llamativo. Al fortalecimiento de zonas naturales se suma el rescate del legado cultural.
Mónica Rivera Rueda
“Ahora se mojan los zapatos, pero ya no se ensucian”, dice un hombre tras el paso de una tormenta eléctrica que hubo en Nuquí, Chocó. Se refiere a las vías del casco urbano del municipio, que son escasas y no muy grandes, pero que fueron pavimentadas hace poco, por lo que antes eran todo un tormento durante la temporada de lluvias. El cambio no fue solo ese. En el segundo semestre del año, el avistamiento de ballenas atrae a turistas, más extranjeros que colombianos, por lo que las dinámicas han variado. El municipio ha sido afectado por la violencia y los coletazos del tráfico de drogas, pero en los últimos años ha tenido que reinventarse para fortalecer el turismo como una de sus principales fuentes de ingreso. “Nos tocó aprender a ser tortuga, para caminar”, añade el hombre.
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“Ahora se mojan los zapatos, pero ya no se ensucian”, dice un hombre tras el paso de una tormenta eléctrica que hubo en Nuquí, Chocó. Se refiere a las vías del casco urbano del municipio, que son escasas y no muy grandes, pero que fueron pavimentadas hace poco, por lo que antes eran todo un tormento durante la temporada de lluvias. El cambio no fue solo ese. En el segundo semestre del año, el avistamiento de ballenas atrae a turistas, más extranjeros que colombianos, por lo que las dinámicas han variado. El municipio ha sido afectado por la violencia y los coletazos del tráfico de drogas, pero en los últimos años ha tenido que reinventarse para fortalecer el turismo como una de sus principales fuentes de ingreso. “Nos tocó aprender a ser tortuga, para caminar”, añade el hombre.
Nuquí es un municipio costero de la parte media de Chocó y comparte, junto con Bahía, Bojayá y el Alto Baudó, un lugar especial: el Parque Nacional de Utría, donde hay una ensenada a la que llegan ballenas jorobadas a aparearse y tener sus crías. Están allí entre julio y noviembre, pero la mejor oportunidad para verlas es entre agosto y septiembre, lo que ha aumentado la llegada de turistas durante esta época, en los dos municipios costeros: Nuquí y Bahía Solano.
A Nuquí se llega en avión, porque no hay vías que lo conecten con el resto del país, o en barco, que puede tardar entre seis horas o un día y medio en llegar a Buenaventura, dependiendo de la embarcación, como concluyen la mayoría de los pobladores al hablar de por qué no hay carros en el casco urbano.
Por el agua también se llega a los corregimientos. Los indígenas emberas dobidás se mueven por los rios, mientras por el mar, se ven lanchas llenas de turistas esperando ver saltar o aletear a una ballena entre el agua o, en el mejor de los casos, ver a un ballenato haciendo piruetas en el aire.
Pero este no es todo su atractivo. Josefina Klinger, fundadora de la organización Mano Cambiada, que ha trabajado en la gestión del turismo comunitario, resalta: “Hemos hecho que la niña y el niño de este pueblo sepan que son privilegiados y que es mentira que vivir al lado de la naturaleza con las ballenas, las tortugas, con el río y el agua en todas las manifestaciones los condena a la inequidad”.
Se refiere a los cambios de paradigmas dentro de las comunidades para garantizar un turismo responsable, teniendo como base el cuidado de la vida y el ambiente, pero también de compaginar los tipos de economías con la esencia cultural y el legado de las comunidades que viven allí. Esto lo reconoce la comunidad del corregimiento de Joví, al sur del casco urbano, al que se llega en 20 minutos en lancha. Allí la gente se ha unido para crear el grupo de guías Pichindé, cuyo nombre viene de un árbol que amarra sus raíces a la tierra, con lo que evita que se lo lleve el mar, junto con todo lo demás que haya a su alrededor. Carmen Gamboa, desarrolladora del proyecto, asegura que ha sido un proceso largo, pero que han podido consolidar aprendiendo de turismo y conservación para llevar a los turistas al punto donde el mar y la selva se juntan y, tras un corto paseo en canoa y una caminata, se llega a la cascada de La Chontadura, uno de los atractivos de la región.
No es el único, en otras zonas como Panguí hay espacios para que familias o parejas dentro de la selva y manglares o para que liberen tortugas, mientras que en Jurubirá hay aguas calientes que han sido adecuadas para que los turistas se puedan meter. Los pescadores también han creado circuitos para enseñar a los turistas cómo realizan la pesca responsable, mientras otros grupos como Son de Caña se han dedicado a vender productos gastronómicos y de viche, que ofrecen además de recorridos por la región.
En casos como el de Tribuga, cerca a la ensenada de Utría, donde las ballenas tienen sus ballenatos, están los guardianes del mar del golfo de Tribuga, que trabajan conbuzos nativos para extraer redes de pesca para la conservación de los ecosistemas marinos, dado que a la zona también llegan tiburones con intensiones similares a las de las ballenas. Asimismo, en Jurubirá, lo que en principio fue una iniciativa de jóvenes para reconocer a los anfibios y reptiles de la zona y así enseñarle a la comunidad por qué no debe matarlos, ahora es un circuito que también se ha vuelto atractivo para turistas y expertos para ver especies endémicas como la rana arlequín chocoana, que es roja y negra, y tan venenosa que puede llegar a matar a otro animal e incluso a un ser humano.
“La naturaleza es el 70 % y nosotros, con la magia cultural, le ponemos el resto, que es muy importante”, asegura Josefina Klinger. Lo dice junto a la ensenada de Utría, donde el mar es tan calmado que no hay olas y, al entrar, parece más una piscina. El agua no es el único encanto. Junto al muelle, no hay internet, ni señal de celular, pero hay un sendero que conduce a diferentes tipos de manglar que son la entrada al parque natural, donde creció y por el que la comunidad ha mantenido por más de 10 años un festival, el Migrante, para celebrar la llegada de las ballenas. “Buscamos que los niños crezcan heredando el legado y hacemos el festival como estrategia. Los niños lo tienen con la complicidad, con sus sueños, el surf, la investigación, el canto y el baile. Hoy todo niño quiere ir a conocer el parque antes de ir a Medellín y eso responde a un cambio de su autopercepción, que es lo que buscamos”.
En el municipio se han sentido cambios importantes. A comienzos de este mes, el ministro de Comercio, Industria y Turismo, Luis Carlos Reyes, estuvo en el municipio presentando la marca país “Colombia, El país de la belleza”, mientras que a la par el presidente Petro posesionó en el malecón de Nuquí a la nueva defensora del Pueblo, Iris Marín Ortiz.
No todo está hecho, pues además de los problemas de erosión costera que vive el corregimiento de Termales, que amenaza a otros tres, están las precariedades de un municipio de sexta categoría a las que se suman necesidades para dar educación y salud de calidad. Por ello, Klinger plantea: “Debemos encarar y asumir nuestros miedos para tener la gran valentía de desafiar lo ajeno. Una comunidad no solo necesita el dinero; eso es un resultado. Una comunidad necesita volver a lo común, cambiar el paradigma de la economía, que se volvió antipática. Acá usábamos la minga, el trueque y la mano cambiada, que es intercambiamos mano de obra. Recuperarlo ha sido complicado, pero así hemos comenzado un camino para fortalecer nuestro legado, que son valores que nos identifican”.