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En medio de las obras para la construcción de los nuevos laboratorios de ingeniería en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC), en Tunja, fueron halladas 15 tumbas y más de 300 restos indígenas de un pueblo muisca que tuvo un asentamiento en la zona. Este descubrimiento no es el primero, pues desde 1934 se conoció una comunidad muisca que vivió allí hace más de 500 años, y además se han encontrado objetos que podrían ser hasta del siglo III a. de C.
De acuerdo con una investigación del antropólogo Pedro Argüello, director de posgrados de Patrimonio Cultural de la UPTC, bajo el campus se conservan los restos de lo que los indígenas denominaban un cercado, que eran los lugares donde vivían los caciques y sus familias, pero además eran importantes centros de reuniones políticas, de mercado, de entierros y de actos rituales, como lo demuestran los monolitos encontrados allí y que son comunes en otras zonas aledañas a la capital boyacense.
El más reciente descubrimiento fue de 15 tumbas que estaban aproximadamente a 50 centímetros de profundidad. Junto a ellas, 500 kilos de vestigios cerámicos y líticos, entre los que se destacan cuentas de collar, conchas, piezas de cerámica y tejidos, lo que es representativo e importante para la investigación de lo que hay bajo tierra en la sede de la Universidad Pedagógica.
“Se hicieron excavaciones de a 10 centímetros en cuadrículas de dos por dos metros y encontramos unas 60 huellas de poste que nos indican que era un área de vivienda y enterramiento. En el lote encontramos concentraciones de material entre cerámica lítico y restos de animales, que relacionamos a un basurero”, dijo en 2019 la arqueóloga Tatiana Santos, cuando iniciaron la extracción de los restos.
Una parte de los hallazgos fueron enviados a la Universidad Externado para su restauración, entre los cuales se hicieron más hallazgos importantes. “Encontramos dos cuerpos de infantes, que por su edad no se puede determinar el sexo. El más pequeño tiene seis meses aproximadamente, era un bebé que murió en esa época y fue el que se enterró en una de las ollas que se utilizaba como urna funeraria; el otro es un niño de unos cuatro años”, aseveró el profesor Mario Rodríguez, quien se encargó de la restauración con un grupo de estudiantes del pregrado de Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural Mueble.
Los hallazgos
Con el paso de los años han sido diversos los descubrimientos en la zona, pero los principales son, sin lugar a dudas, los monolitos o monumentos de piedra, que se asocian con el mito de Goranchacha, un muisca hijo del Sol, que predicaba las enseñanzas de Bochica y cuya relación se dio por las similitudes del hallazgo con las crónicas de indias de fray Pedro Simón, que hablan del templo del Goranchacha.
Su localización es importante dado que la mayoría de las excavaciones se han dado alrededor de estas piezas, como las excavaciones realizadas por la investigadora Neila Castillo en 1984, de las que se obtuvieron tanto cerámicas como una vivienda del período Herrera, que es anterior a la de los muiscas y que, por su estructura y lejanía con otras casas, se cree que era un lugar especial para las cabezas de la comunidad.
Seguido de esto, han sido de gran valor los enterramientos humanos descubiertos en diferentes puntos de la universidad, de los cuales extrajeron más de 400 restos con los que los investigadores han logrado determinar características similares a los indígenas chibchas del altiplano cundiboyacense, así como individuos de todos los períodos prehispánicos. Los vestigios estudiados no dejan notar variabilidad en materia sociopolítica y es claro que lo que hay debajo del UPTC es una de las comunidades más importantes de la época.
Aunque no se habla de una necrópolis, para Pedro Argüello es bastante particular lo que ocurre en la UPTC, debido a que cada vez que hacen una excavación encuentran restos humanos. “Me da la impresión que esta área de los santuarios tenía una importancia ritual demasiado grande para su época. Son demasiados restos”.
En el caso de las viviendas, entre los hallazgos ha habido estructuras entre tres y siete metros de diámetro y, de hecho, en el exterior de una se registró un posible canal de drenaje y seis enterramientos humanos que demuestran la fuerte correlación entre la vivienda con la muerte. De la misma forma, la investigadora Helena Pradilla resalta que los estudios y el hallazgo de elementos, como conchas y caracoles marinos, demuestra que en la época había rutas de intercambio de productos entre la región Caribe y el altiplano cundiboyacense.
“En el pasado se pensaba que había un comercio, pero tampoco es demasiado. A veces me gusta pensar que el hallazgo de estos elementos es porque personas viajaban lejos por alguna razón o tal vez sí había una serie de intercambios, pero a una escala muy pequeñita. En efecto, es una rareza este tipo de hallazgos, que nos indica que si había una escala de comercio, no era tan grande”, aseguró el antropólogo Argüello.
La búsqueda continúa
Esta semana fueron encontradas dos tumbas dentro de la universidad, por otros trabajos que se están realizando, por lo que hablar de hallazgos allí es una constante y por ello se tiene un plan arqueológico en la zona que protege el área donde se encontraron los monolitos y que hoy tiene acceso al público, así como la zona donde se encontraron las viviendas.
Sumado a esto, se han hecho trabajos de la mano con otras universidades para investigar y preservar, como el de la restauración de más 100 objetos que se hizo con el Externado.
“Encontramos piezas que fueron utilizadas como ofrendatario y que tenían elementos asociados en su interior con el que enterraron a las personas en su momento y urnas de entierro con otra serie de artefactos particulares. Es muy común encontrar niños, pero es muy raro que hayan sido enterrados en urnas de cerámica”, explicó Rodríguez.
No es la única curiosidad. “El avance de lo nuestro es tan lento, que hay muchas opciones y teorías que no podemos comprobar. Por ejemplo, dentro de los objetos que se han encontrado, y que no se enviaron al Externado, hay un collar en oro con unas cuentas que no se habían reportado para el área muisca”, indicó Argüello.
Para Carlo Emilio Piazzini, profesor del Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia, si bien son importantes este tipo de hallazgos en el país, también lo es continuar con su investigación y preservación. “Falta crear una política de gestión nacional. Hay universidades con muestras de referencias de arqueología que son importantes para los investigadores, pero que no tienen referencias museales. Esos lugares deberían tener más apoyo del Estado, porque al final son bibliotecas que no son un best seller, sino que su gran valor es científico y no la consulta todo el mundo, requiere cuidados, un gran espacio y climatización de ambiente, porque siguen deteriorándose”.
Entre los objetos que se restauraron hay una vasija que al parecer pertenecería a un guerrero y que se volvió a armar con pastas y resanes, que María José Otero -una de las encargadas del proceso- señala que se hace para “darle una apariencia más aceptable al ojo cuando sean expuestas las piezas”.
Al respecto, Piazzini hace un símil y resalta que la arqueología es como un libro con hojas arrancadas, manchas y textos ilegibles que deben analizarse desde diferentes tribunas. “También pasa que muchas veces se dice: qué olla tan linda se encontró, pero esos hallazgos son como las letras, no las podemos leer sin un contexto, que es el sitio y lo que estaba alrededor, por eso excavamos con cuidado, porque así se articulan para tener una idea, para ver qué historia puede reconstruirse”.