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A Patricia, una mujer lesbiana de 32 años, tres paramilitares en Bolívar la drogaron y la violaron. Producto de ese abuso, nació un niño, que tiempo después le arrebataron sus padres considerando que por gustarle las mujeres, no era apta para criarlo. Ni siquiera las sesiones de exorcismo lograron que ella cambiara su orientación sexual. “Me llevaron al psicólogo, al psiquiatra, ante un sacerdote, decían que como yo era así se me había metido el diablo”. Mientras tanto, a casi 700 kilómetros, en Nariño, Alejandra, también lesbiana, relata el temor que vivió cuando guerrilleros irrumpieron en su casa y la amenazaron. Con una escena más: su padre, al enterarse de su orientación sexual en boca de los subversivos que le gritaban que la iban a enseñar qué es ser mujer, le pegó una cachetada seguida de un puño en el rostro.
Sus testimonios, dos de los 63 recopilados en el informe Aniquilar la diferencia, que presenta hoy el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) en Bogotá, devela que la vieja discriminación y violencia que ha vivido la comunidad LGBT por cuenta de sus propias familias, vecinos, escuelas e iglesias constituyó el caldo de cultivo para que luego llegaran los actores armados e hicieran lo que se les viniera en gana con sus vidas. Esa es una de las principales conclusiones que arroja la investigación que duró dos años y recorrió cuatro territorios: Bolívar, Antioquia, Nariño y Bogotá.
En entrevista con El Espectador, Nancy Padra, coordinadora de Enfoque Diferencial de Género del CNMH y una de las cinco autoras del documento, explica las particularidades de la guerra para los LGBT, los estragos que ésta ocasionó en sus cuerpos y cómo han logrado sobreponerse al dolor.
Las cifras sobre violencia contra LGBTI son dispares en todas las instituciones. ¿Por qué tanto inconveniente para unificarlas?
Desde hace poco, en materia de políticas públicas y en la Ley de Víctimas, es que se está poniendo la mirada en este sector. Por ejemplo, sólo la segunda versión del formato único de declaración (2012), a través del cual se recogen las declaraciones de las víctimas, se comienza a preguntar, y todavía de manera incorrecta, por la orientación sexual e identidad de género de las personas. El formato pregunta: ¿usted es hombre, mujer o LGBTI? Cuando se sume el total de mujeres víctimas van a quedar por fuera las mujeres lesbianas y trans. Y cuando sume las LGBTI no se sabrá cuántos gais hay porque no está segregado. Eso es excluyente. Pero también hay otras dificultades como el subregistro, porque no todas las personas LGBTI denuncian, ya sea por desconfianza, desconocimiento o porque naturalizan la violencia y no se identifican como víctimas. De las 63 personas que entrevistamos, sólo 17 habían hecho la declaración.
Nancy Prada, coordinadora de Enfoque Diferencial de Género del CNMH y una de las cinco autoras del informe “Aniquilar la diferencia”. / Óscar Pérez
¿Por qué los intersexuales no aparecen en el informe?
En nuestro trabajo no encontramos en los territorios personas que hubieran sido violentadas por los actores armados en virtud de su intersexualidad. No quisimos hacer sólo un saludo a la bandera al decir LGBTI si en realidad no trabajamos con personas intersexuales.
Una de las conclusiones del documento es que los LGBT han sido blanco de violencia desde antes que empezara el conflicto armado en Colombia. ¿A qué se refiere?
Lo que documentamos en el informe no son cosas del pasado, siguen sucediendo hoy. La sociedad ejerce violencia contra estas personas por su orientación sexual o identidad de género, desde las familias, las escuelas, las religiones y el barrio. El actor armado bebe de esos imaginarios y ese repudio que existen en las sociedades, contra quienes se apartan de las normas de género, y exacerban la violencia con las armas. Es muy parecido a lo que pasa con las mujeres, la guerra no se inventa la violencia sexual contra las mujeres, eso preexistía, pero la exacerba.
¿Y en qué cambiaron los repertorios de violencia con la aparición de guerrillas y paramilitares?
En la guerra no sólo se juegan intereses políticos, económicos y militares, que son los análisis clásicos, también se juegan intereses de orden moral, son un fin en sí mismo. A mí me interesa como actor armado imponer un orden social, que es heteronormativo y donde no caben las personas que se apartan de la heterosexualidad. Esto es un proyecto intencionado y militar de exterminio, no es fruto de un prejuicio.
Una de las principales consecuencias de esto es quitarles a los LGBT la posibilidad de amar. ¿En qué consiste esta forma de victimización?
La guerra les ha impedido amar porque justamente han sido atacadas al entablar relaciones amorosas con personas de su mismo género, se hacen visibles porque empezaron a vivir con alguien. Pero también se fracturaron los vínculos de la sociedad en su conjunto. ¿Los reconoce como ciudadanos de derechos plenos? Según los testimonio de las víctimas, no. Dicen que cuando se vieron atacados, la comunidad estuvo de acuerdo con esos ataques. Y en algunos casos, incluso, la idea de violentarles surgió en ella que le solicitó a los grupos armados la limpieza social. Ellos fueron los autores materiales, pero con el beneplácito de las comunidades. Precisamente hoy tendremos una exposición fotográfica, que se llama “Esta guerra nos ha impedido amar (nos)”, que termina con un espejo para que la gente se mire y se pregunte: ¿qué papel he jugado en esta historia?
¿Y las familias, escuelas e iglesias cómo han contribuido a esa violencia?
Existe una suerte de circularidad de las violencias. Eso quiere decir que una niña trans la violentan en su casa y la echan, en el colegio se burlan y lo abandona y no tiene entonces formación, y termina en una peluquería o en la prostitución, que son los contextos que resultan siendo impactados por los actores armados. La manera de romper con esa espiral es impactar una de las esferas, por ejemplo la escuela para que las personas se formen y salgan de esa circularidad.
Tras una eventual firma de paz, la guerrilla se desmoviliza pero se siguen reproduciendo los estereotipos en las comunidades. ¿Cuál es el mensaje de este informe frente a ese escenario?
Hoy nos están violentando las Farc, luego desaparecen y se desmovilizan, pero el problema es que si persisten los discursos y las prácticas justificadoras ya no van a ser los guerrilleros quienes me violen, sino el vecino, el señor del barrio. Cambia el autor de la violencia pero ésta no desaparece. No hay paz posible si no cambian los imaginarios y las prácticas violentas estructuradas.
¿Y qué hacer con las bandas criminales? Porque ellas son hoy el principal actor armado que ataca a los LGBTI.
Esa es una pregunta que no se ha empezado a mirar. Estamos concentrados en La Habana y es comprensible, un paso a la vez, las Farc tienen una historia muy larga y hay que tener esa negociación, pero con su desmovilización quedan otra vez estos pequeños grupos sin una cabeza ejerciendo esas violencias. Eso es algo que no hemos pensado como país, pero la problemática está puesta en el informe.
La Fuerza Pública también violenta a esta población. ¿Cómo será el proceso con ella en el posconflicto?
Con ésta hay una responsabilidad mayor, uno no puede decir “vamos a hacer campañas de concientización con los guerrilleros”, pero con la Fuerza Pública, sí. Son instituciones legales y estatales que tienen el deber de reconocer los derechos humanos, su deber es la defensa de la población. Cuando son ellos los que cometen las violencias, la sensación de desamparo de las víctimas es más desgarradora porque “me está violentando quien debía cuidarme”. Y entonces, ¿a quién busco para que me cuide, si quien viene a golpearme es el militar?
¿Cómo han logrado sobrevivir los LGBT en la guerra?
Hay gente que ha tenido que invisibilizarse, mantenerse en el clóset, pero la visibilidad en algunos casos ha servido; una víctima dijo que para evitar que la reclutaran se hizo “el más marica de los maricas”, porque ningún ejército quiere maricas en sus filas. Hay otro tipo de acciones como la confrontación directa con el armado y los mecanismos de afrontamiento. A algunos la espiritualidad les ayudó mucho, pero también las iglesias les coartaron la posibilidad de ser quienes eran. Otra persona cuenta que, luego de ser víctima de esclavitud sexual, participó durante diez años en una iglesia cristiana, le sirvió la idea de Dios para reponerse del dolor, pero el precio de eso fue dejar de ser gay porque estaba mal visto por la Iglesia. Al cabo de unos años se retiró, porque nunca dejó de ser homosexual. También están las resistencias organizadas, los colectivos políticos, el arte, el teatro, la literatura y la memoria histórica, para que el país no olvide lo que les ha pasado.
¿Qué pasa en Antioquia, departamento que registra el mayor número de víctimas LGBTI (439 de 1.795)?
En este tema lo que habría que mirar es cómo está la organización política en estos territorios porque eso es lo que jalona que la gente se organice para denunciar. Donde hay más movilización social, van a aparecer más casos.