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Entre el domingo 1º y el martes 3 de agosto, los 4.041 campesinos de Ituango que habían sido desplazados de 32 veredas del municipio antioqueño, por cuenta de las amenazas de grupos ilegales que se disputan el control del territorio, pudieron retornar a sus casas, tras una jornada de éxodo que había comenzado el 21 de julio. Las autoridades responsabilizaron de este hecho a las disidencias de las Farc y emitieron una orden de captura para dos de sus líderes, alias Camilo y Santiago Machín, y para alias Richard, perteneciente al Clan del Golfo. Machín fue capturado el pasado 3 de agosto en la vereda Quebradoncita (Ituango), en un operativo de la Policía, el Ejército y la Fiscalía General de la Nación, y es señalado de ser la cabeza de un grupo de ocho hombres armados que se encargan de actividades de narcotráfico, extorsión, ataques contra la Fuerza Pública, desplazamiento forzado, homicidio y reclutamiento de personas en por lo menos ocho veredas de Ituango.
De acuerdo con Diego Molano, ministro de Defensa, se han enfocado los esfuerzos en mantener el control del orden público en la zona y se dispusieron hombres “de la Séptima División del Ejército en las 32 veredas para que se cumpliera el primer requisito del retorno: las condiciones de seguridad”. Y aunque se llegaron a algunos acuerdos con las comunidades para que volvieran a sus territorios, entre la población persisten algunas dudas. El Espectador habló con Carlos Andrés Posada, líder de la vereda El Mandarino, en Ituango, para saber en qué condiciones se realizó el retorno a las veredas, las pérdidas que tuvieron en sus fincas y los acuerdos a los que llegaron con los gobiernos local y nacional.
¿Cómo llegaron a la decisión de regresar a la vereda?
Primero nos pusimos de acuerdo entre todos los presidentes de las juntas de acción comunal y luego con las comunidades. Nosotros decíamos que si las comunidades estaban decididas a regresar, nosotros no seríamos los únicos que nos íbamos a quedar.
¿Cómo fue el proceso para salir del casco urbano?
Todo el mundo quería regresarse a la vez y eso no se podía. Entonces el uno tira el mercado, el otro tiraba la colchoneta, el otro tiraba el bolsito y el otro tiraba al niño. Mucha gente se regresó incluso sin las cosas, las dejaron guardadas por ahí para que después se las mandaran en un transporte. El lunes en la noche alcanzamos a llegar todos. El viaje fue un poquito complicado para los que venían en la chiva (transporte tipo escalera), porque llevaba sobrecupo, y el riesgo de accidente era grande por la carretera tan mala.
¿Por qué hubo demoras para salir hacia la vereda?
La gente ya estaba desesperada, son 87 familias. Primero me dijeron que me colaboraban con tres chivas y la gente no cupo en esos transportes. Entonces por la tarde mandaron otra escalera y una buseta, porque como el viaje era con bolsos, mercado y con todo, pues eso ocupaba más espacio. El último carro lo despaché a las 5:40 de la tarde y salí en la moto adelante. Como la carretera estaba tan mala, en la moto me demoré una hora y cuarenta minutos, cuando normalmente son 50 minutos del pueblo hasta la vereda. Esa carretera está tan mala, que a uno no le dan ganas de cogerla.
¿Qué los motivaba a regresar pronto?
Se nos estaban perdiendo las cosas y si nos quedábamos otros ocho o 15 días más no íbamos a encontrar ni vivienda cuando volviéramos. Algunos perdimos marranas de cría, gallinas, perros, muchas cositas. Animales que se murieron de hambre o que se fracturaron intentando escapar. También perdimos cosechas de fríjol, y claro, también por el invierno, por haberlas descuidado y no recogerlas a tiempo. Se perdió mucha papaya, maracuyá, no hubo forma de cogerla. Entre todos siempre mandamos un carro cada ocho días con entre nueve y once toneladas de papaya y maracuyá para Medellín y no se pudo mandar. También se perdió aguacate y guanábana. Y eso que apenas fueron 12 días, cómo hubiera sido si nos quedamos más tiempo. La gente se pone a pensar en todo lo que tiene que luchar para tener sus cosas y que le toque salir y dejar todo así. Gente que sufría porque había dejado a la gallina sacando pollitos, una vaquita que va a criar, una marrana que está que se cría. Todo eso lo afectaba mucho a uno.
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¿Cuáles fueron los acuerdos que lograron con la Alcaldía y con el ministro del Interior, Diego Palacios?
A uno siempre le prometen mucho, pero le cumplen muy poquito. Con el ministro se habló de muchas cosas que iban a mejorar, que iba a hacer. Que la Alcaldía iba a atender a los líderes, a la gente del campo, que iba a haber buen comercio para nosotros poder vender nuestras cositas en el municipio y afuera. También quedamos en que nos iban a pavimentar cuatro kilómetros del pueblo hacia acá, igual que prometieron mejoramiento de vivienda, apoyo para los cultivos, el pago a tiempo de contratistas, que si empiezan una obra la terminan. Todo muy bien, lo importante es que lo cumplan.
¿Qué garantías de seguridad tuvieron para el retorno?
En el pueblo la Policía y el Ejército estuvieron muy pendientes de la salida, igual que la administración. Y ya cada presidente y las directivas se hacían cargo de que las comunidades llegaran bien. Yo estuve pendiente de que todo saliera bien, que no se me fuera a quedar ningún niño. Ya cuando llegamos lo primero era informarle a la administración que todo había salido bien. Preferimos que fuera así y que el Ejército y la Policía se mantuvieran un poco alejados y no entramos con ellos a las veredas porque sabemos que eso es más bien para un problema para nosotros mismos. Hemos aprendido que es mejor así.
¿Cree que se puede volver a dar otro desplazamiento?
Pues ojalá no se volviera a presentar, pero digo que, así como ha pasado tanto en otras veredas, pueda suceder otra vez. Nosotros lo único que hablamos después de que llegamos es que debemos estar muy preparados. Uno no sabe cuándo nos volvería a tocar esto, pero estaremos preparados para salir al casco urbano si nos toca, ojalá no.
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¿Han recibido alguna otra comunicación del grupo armado que los desplazó?
No, hasta ahora no.
¿Cómo ha sido volver?
Todo ha estado muy bien. Nosotros llegamos el lunes en la noche y el mismo martes en la mañana arrancamos a darle vuelta a los sembrados, a los animales, el ganado. Las mujeres han estado organizando el ranchito, lavando la ropa y todo ha estado muy bien. Estamos animados trabajando otra vez. La comunidad está contenta, con los que he podido hablar me dicen que no hay como estar en casa. Así sea pasando necesidades, pero al menos está uno en casa. Uno ve los niños felices jugando en el campo y eso es muy bueno.