La academia, con las botas puestas
La Universidad Militar Nueva Granada, por ejemplo, ha desarrollado prótesis que valen $2 millones, que en el mercado se consiguen por US$30 mil.
María José Medellín Cano
Al robot diseñado para desactivar explosivos, que se armó en los laboratorios de la Universidad Militar Nueva Granada, lo bautizaron con el nombre de Vali: vehículo antiexplosivo ligero. Su brazo, que se maneja desde un computador que tiene la visión de tres cámaras conectadas al cuerpo, le da la exactitud necesaria para desactivar cargas explosivas. Vali, que además es el nombre del dios nórdico de la arquería y la puntería, es un ejemplo más de la alianza que desde el año 2000 se ha forjado entre la academia y la industria militar.
La sociedad comenzó como una alternativa para utilizar los excedentes de los recursos financieros de la Industria Militar de Colombia (Indumil) en proyectos de investigación y desarrollo de tecnología. “Necesitábamos contar con instituciones interesadas en trabajar este tema y que tuvieran la infraestructura y una mano de obra de calidad”, explica el ingeniero Gustavo Parra, director de la división de investigación y desarrollo de esta empresa del sector de defensa.
A partir de la obtención del permiso para concretar los convenios y de una juiciosa revisión de los lugares ideales para invertir los recursos, la dirección de investigación de Indumil definió que las universidades Militar, Javeriana, La Salle y los Andes serían los centros académicos que recibirían su respaldo económico.
Aunque este acercamiento estuvo determinado por los recursos y la iniciativa de la empresa, la Universidad Javeriana ya llevaba la delantera a través de una alianza con la Armada desde el año 2000. Dos oficiales obtuvieron maestrías allí en el desarrollo de antenas para buques y un sistema de seguimiento de lanchas rápidas, y el departamento de ingeniería empezó a desarrollar un vehículo para tierra y aire que detecta minas antipersonas. La Javeriana hizo luego un proyecto con Indumil para desarrollar una semilla que ayudara a regenerar el suelo donde se habían sembrado minas, aunque, según Indumil, no tuvo éxito.
A la Universidad de los Andes se le encomendaron seis proyectos con un presupuesto total de $14.211 millones. Según Parra, tres de ellos obtuvieron los resultados más exitosos del convenio: el sistema detector de minas, las municiones aéreas con sistemas inteligentes y el sistema de protección balística. La Universidad Militar Nueva Granada, por su parte, estuvo a cargo de dos iniciativas: el vehículo para desactivar explosivos que bautizaron Vali y la reingeniería de prótesis para brazos y piernas, con un total de $1.847 millones.
Ningún proyecto tuvo que someterse a la presión de un plazo estipulado. Por eso, el decano de la Facultad de Ingeniería de los Andes, Eduardo Behrentz, asegura que se “trata de proyectos soñados, ideales para una facultad. Son de mediano plazo, que empiezan con una idea de innovación que requiere el tiempo de una investigación seria”. Además del apoyo financiero para herramientas y materiales técnicos, el trabajo desarrollado en esta universidad contó con la financiación de dos doctorados y dos maestrías de estudiantes que participaron en la investigación del detector de minas.
“La universidad puso sus instalaciones y nuestra experiencia, e Indumil, el incentivo económico. De esta alianza se benefician todos los estudiantes de la facultad, que son unos 3.000, más dos jóvenes que obtuvieron su maestría trabajando en estos proyectos”, asegura Óscar Avilés, profesor y director del grupo de investigación Davinci de la Universidad Militar. Con los resultados en el desarrollo de Vali y la construcción de prótesis en fibra de vidrio y carbono por parte de esta institución, Avilés y su equipo de trabajo dan cuenta de las posibilidades de producir este tipo de herramientas en Colombia.
“Una prótesis puede valer US$30.000 o US$40.000. La de nosotros no vale más de $2 millones. Pasa lo mismo con un robot comercial, que puede estar costando US$250.000. Vali cuesta US$70.000”, aseguró la cabeza del grupo ‘Davinci’, quien agregó que la manufactura de muchas piezas utilizadas en sus proyectos se ha hecho en el barrio Ricaurte, en el occidente de Bogotá. Pero, más allá de la reducción de costos y de tener productos hechos en Colombia, las universidades han visto en este tipo de proyectos la oportunidad ideal para aplicar sus conocimientos en torno a problemáticas sociales.
“Yo soy de la filosofía de que la academia debe estar al servicio del país, nuestro quehacer debe estar relacionado con necesidades vitales de una sociedad”, asegura Behrentz. Lo mismo opina el doctor Roberto Bustamante, uno de los líderes del proyecto del detector de minas de la Universidad de los Andes. “La motivación de los estudiantes es primordial, pues deben entender que lo que aprenden no son un montón de ecuaciones y teoría aburrida, sino que le están haciendo un bien al país”.
Al robot diseñado para desactivar explosivos, que se armó en los laboratorios de la Universidad Militar Nueva Granada, lo bautizaron con el nombre de Vali: vehículo antiexplosivo ligero. Su brazo, que se maneja desde un computador que tiene la visión de tres cámaras conectadas al cuerpo, le da la exactitud necesaria para desactivar cargas explosivas. Vali, que además es el nombre del dios nórdico de la arquería y la puntería, es un ejemplo más de la alianza que desde el año 2000 se ha forjado entre la academia y la industria militar.
La sociedad comenzó como una alternativa para utilizar los excedentes de los recursos financieros de la Industria Militar de Colombia (Indumil) en proyectos de investigación y desarrollo de tecnología. “Necesitábamos contar con instituciones interesadas en trabajar este tema y que tuvieran la infraestructura y una mano de obra de calidad”, explica el ingeniero Gustavo Parra, director de la división de investigación y desarrollo de esta empresa del sector de defensa.
A partir de la obtención del permiso para concretar los convenios y de una juiciosa revisión de los lugares ideales para invertir los recursos, la dirección de investigación de Indumil definió que las universidades Militar, Javeriana, La Salle y los Andes serían los centros académicos que recibirían su respaldo económico.
Aunque este acercamiento estuvo determinado por los recursos y la iniciativa de la empresa, la Universidad Javeriana ya llevaba la delantera a través de una alianza con la Armada desde el año 2000. Dos oficiales obtuvieron maestrías allí en el desarrollo de antenas para buques y un sistema de seguimiento de lanchas rápidas, y el departamento de ingeniería empezó a desarrollar un vehículo para tierra y aire que detecta minas antipersonas. La Javeriana hizo luego un proyecto con Indumil para desarrollar una semilla que ayudara a regenerar el suelo donde se habían sembrado minas, aunque, según Indumil, no tuvo éxito.
A la Universidad de los Andes se le encomendaron seis proyectos con un presupuesto total de $14.211 millones. Según Parra, tres de ellos obtuvieron los resultados más exitosos del convenio: el sistema detector de minas, las municiones aéreas con sistemas inteligentes y el sistema de protección balística. La Universidad Militar Nueva Granada, por su parte, estuvo a cargo de dos iniciativas: el vehículo para desactivar explosivos que bautizaron Vali y la reingeniería de prótesis para brazos y piernas, con un total de $1.847 millones.
Ningún proyecto tuvo que someterse a la presión de un plazo estipulado. Por eso, el decano de la Facultad de Ingeniería de los Andes, Eduardo Behrentz, asegura que se “trata de proyectos soñados, ideales para una facultad. Son de mediano plazo, que empiezan con una idea de innovación que requiere el tiempo de una investigación seria”. Además del apoyo financiero para herramientas y materiales técnicos, el trabajo desarrollado en esta universidad contó con la financiación de dos doctorados y dos maestrías de estudiantes que participaron en la investigación del detector de minas.
“La universidad puso sus instalaciones y nuestra experiencia, e Indumil, el incentivo económico. De esta alianza se benefician todos los estudiantes de la facultad, que son unos 3.000, más dos jóvenes que obtuvieron su maestría trabajando en estos proyectos”, asegura Óscar Avilés, profesor y director del grupo de investigación Davinci de la Universidad Militar. Con los resultados en el desarrollo de Vali y la construcción de prótesis en fibra de vidrio y carbono por parte de esta institución, Avilés y su equipo de trabajo dan cuenta de las posibilidades de producir este tipo de herramientas en Colombia.
“Una prótesis puede valer US$30.000 o US$40.000. La de nosotros no vale más de $2 millones. Pasa lo mismo con un robot comercial, que puede estar costando US$250.000. Vali cuesta US$70.000”, aseguró la cabeza del grupo ‘Davinci’, quien agregó que la manufactura de muchas piezas utilizadas en sus proyectos se ha hecho en el barrio Ricaurte, en el occidente de Bogotá. Pero, más allá de la reducción de costos y de tener productos hechos en Colombia, las universidades han visto en este tipo de proyectos la oportunidad ideal para aplicar sus conocimientos en torno a problemáticas sociales.
“Yo soy de la filosofía de que la academia debe estar al servicio del país, nuestro quehacer debe estar relacionado con necesidades vitales de una sociedad”, asegura Behrentz. Lo mismo opina el doctor Roberto Bustamante, uno de los líderes del proyecto del detector de minas de la Universidad de los Andes. “La motivación de los estudiantes es primordial, pues deben entender que lo que aprenden no son un montón de ecuaciones y teoría aburrida, sino que le están haciendo un bien al país”.