La Casa del Salto del Tequendama será un museo
Este lugar regresa para el disfrute de más generaciones con la ayuda de una universidad y una fundación. Su reto, recuperar su ecosistema y cambiar la percepción fantasmal que tiene la ciudadanía del mismo.
Diana Carolina Cantillo E.
Quizás esta semana haya marcado el final de las décadas de olvido y abandono en las que ha estado la Casa del Salto del Tequendama, ubicada en Soacha (Cundinamarca). Hoy existe una iniciativa para remodelar la estructura de cinco niveles y arquitectura francesa, construida en 1923, que está anclada al precipicio junto a la legendaria cascada. El proyecto está a cargo de la Fundación Granja Ecológica El Porvenir y el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional (ICN). Ayer este lugar reabrió sus puertas con un nuevo nombre: Casa Museo del Salto del Tequendama.
Sin embargo, se necesitan $2.000 millones para restaurarla y dejarla como en sus años mozos, cuando, en el siglo pasado, servía como estación de la línea sur de Ferrocarriles Nacionales de Colombia, restaurante y hotel. Época dorada que fue desapareciendo en el tiempo debido a la contaminación del río Bogotá y el abandono de una de las principales vías del sistema ferrovial, a cargo entonces de la extinta empresa estatal.
Si bien la casa, tradicionalmente conocida como el Hotel del Salto, es un lugar que lleva a cuestas el suicidio de personas, para la historia colombiana fue uno de los parajes más visitados por turistas extranjeros y nacionales en siglo XX, y especialmente por bogotanos que hacían sus acostumbrados paseos sabaneros.
Aunque no hay acceso a los sótanos y pisos de la casona, el salón principal, bautizado como el Gran Salón de la Biodiversidad, se está acondicionando. Actualmente se lleva a cabo allí la exposición Cavernas : ecosistemas subterráneos, que ilustra a los visitantes acerca de los diferentes mundos subterráneos que han sido explorados en Colombia.
El proyecto ha estado a cargo de la Dirección de Museos y Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional y hoy es una realidad gracias a que la Fundación Granja Ecológica El Porvenir compró la casa a su último dueño y encargado de su mantenimiento durante años, don Roberto Arias, quien fue además el fundador de la primera caja de compensación familiar de Colombia, Colsubsidio.
La Casa del Salto del Tequendama del siglo XXI tendrá el objetivo de retornar al imaginario colombiano como un sitio agradable, que lucha por conjurar su fantasmal historia para convertirse en un lugar de exposición de estudios científicos y culturales. Para ello necesita de alianzas públicas y privadas que no sólo ayuden financieramente a reestructurar el lugar, sino que apoyen la conservación del ecosistema en su entorno.
De acuerdo con María Victoria Blanco, directora ejecutiva de la Fundación Granja Ecológica El Porvenir, que ha venido trabajando desde hace 17 años para rescatar el patrimonio ambiental y cultural de la edificación y sus alrededores, “se ha determinado impulsar la recuperación del río Bogotá, y hace cuatro años nos acompaña el ICN de la Universidad Nacional, pues nos preocupa la alta contaminación que llega a la cascada por este río”.
Blanco asegura que “otra preocupación que tenemos son las pocas acciones de mitigación ambiental de empresas que se lucran con el agua para obtener energía eléctrica, pero no son capaces de ayudar al mantenimiento real del río y no respetan la ley ambiental en el sentido de que no tienen en cuenta dejar un mínimo nivel de caudal necesario para que los ecosistemas puedan subsistir. Un ejemplo de esto es el olor putrefacto que despide la cascada y, en general, el río”.
La alianza entre la fundación y el ICN ha permitido inventariar la flora y la fauna del Salto del Tequendama. Aparte de trabajar por la senda de la protección ambiental, las dos instituciones se han impuesto el reto de cambiar la percepción negativa que tienen los ciudadanos sobre el lugar. “Para las personas, este lugar, que es un patrimonio cultural, es sinónimo de suicido y fantasmas, mientras que para las empresas es una ventana publicitaria. Y definitivamente este ecosistema y la casa tienen un significado totalmente diferente. Estamos en el proceso de sensibilización”, explica Blanco.
“Cuando llegan los turistas en busca de experiencias con el más allá, siempre les he advertido que aquí abundan los fantasmas: el de la contaminación ambiental y el de la indiferencia”, afirma Efraín Torres, el encargado de dirigir la remodelación de la casona.
Quizás esta semana haya marcado el final de las décadas de olvido y abandono en las que ha estado la Casa del Salto del Tequendama, ubicada en Soacha (Cundinamarca). Hoy existe una iniciativa para remodelar la estructura de cinco niveles y arquitectura francesa, construida en 1923, que está anclada al precipicio junto a la legendaria cascada. El proyecto está a cargo de la Fundación Granja Ecológica El Porvenir y el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional (ICN). Ayer este lugar reabrió sus puertas con un nuevo nombre: Casa Museo del Salto del Tequendama.
Sin embargo, se necesitan $2.000 millones para restaurarla y dejarla como en sus años mozos, cuando, en el siglo pasado, servía como estación de la línea sur de Ferrocarriles Nacionales de Colombia, restaurante y hotel. Época dorada que fue desapareciendo en el tiempo debido a la contaminación del río Bogotá y el abandono de una de las principales vías del sistema ferrovial, a cargo entonces de la extinta empresa estatal.
Si bien la casa, tradicionalmente conocida como el Hotel del Salto, es un lugar que lleva a cuestas el suicidio de personas, para la historia colombiana fue uno de los parajes más visitados por turistas extranjeros y nacionales en siglo XX, y especialmente por bogotanos que hacían sus acostumbrados paseos sabaneros.
Aunque no hay acceso a los sótanos y pisos de la casona, el salón principal, bautizado como el Gran Salón de la Biodiversidad, se está acondicionando. Actualmente se lleva a cabo allí la exposición Cavernas : ecosistemas subterráneos, que ilustra a los visitantes acerca de los diferentes mundos subterráneos que han sido explorados en Colombia.
El proyecto ha estado a cargo de la Dirección de Museos y Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional y hoy es una realidad gracias a que la Fundación Granja Ecológica El Porvenir compró la casa a su último dueño y encargado de su mantenimiento durante años, don Roberto Arias, quien fue además el fundador de la primera caja de compensación familiar de Colombia, Colsubsidio.
La Casa del Salto del Tequendama del siglo XXI tendrá el objetivo de retornar al imaginario colombiano como un sitio agradable, que lucha por conjurar su fantasmal historia para convertirse en un lugar de exposición de estudios científicos y culturales. Para ello necesita de alianzas públicas y privadas que no sólo ayuden financieramente a reestructurar el lugar, sino que apoyen la conservación del ecosistema en su entorno.
De acuerdo con María Victoria Blanco, directora ejecutiva de la Fundación Granja Ecológica El Porvenir, que ha venido trabajando desde hace 17 años para rescatar el patrimonio ambiental y cultural de la edificación y sus alrededores, “se ha determinado impulsar la recuperación del río Bogotá, y hace cuatro años nos acompaña el ICN de la Universidad Nacional, pues nos preocupa la alta contaminación que llega a la cascada por este río”.
Blanco asegura que “otra preocupación que tenemos son las pocas acciones de mitigación ambiental de empresas que se lucran con el agua para obtener energía eléctrica, pero no son capaces de ayudar al mantenimiento real del río y no respetan la ley ambiental en el sentido de que no tienen en cuenta dejar un mínimo nivel de caudal necesario para que los ecosistemas puedan subsistir. Un ejemplo de esto es el olor putrefacto que despide la cascada y, en general, el río”.
La alianza entre la fundación y el ICN ha permitido inventariar la flora y la fauna del Salto del Tequendama. Aparte de trabajar por la senda de la protección ambiental, las dos instituciones se han impuesto el reto de cambiar la percepción negativa que tienen los ciudadanos sobre el lugar. “Para las personas, este lugar, que es un patrimonio cultural, es sinónimo de suicido y fantasmas, mientras que para las empresas es una ventana publicitaria. Y definitivamente este ecosistema y la casa tienen un significado totalmente diferente. Estamos en el proceso de sensibilización”, explica Blanco.
“Cuando llegan los turistas en busca de experiencias con el más allá, siempre les he advertido que aquí abundan los fantasmas: el de la contaminación ambiental y el de la indiferencia”, afirma Efraín Torres, el encargado de dirigir la remodelación de la casona.