La dama de los volcanes
El Gobierno mantiene una alerta nacional y anuncia la inversión de 6.000 millones de pesos para monitorearlos.
El Gobierno mantiene una alerta nacional y anuncia la inversión de 6.000 millones de pesos para monitorearlos.
Nelson Fredy Padilla
En 1985 nadie le prestaba atención a Martha Lucía Calvache y a “la manada de locos” que decidieron estudiar el potencial destructivo del Nevado del Ruiz. Eran geólogos que acababan de recibir 500 horas de instrucción de expertos de las escuelas italianas de Nápoles y Pizza. Habían entendido que el origen y el futuro de la especie humana están marcados por los volcanes. Inspirados en Pablo Neruda, decidieron vivir en las cimas de los Andes tras el rastro de “los estremecimientos del planeta... en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo”. Subían una y otra vez al cráter Arenas para hacer monitoreos rudimentarios. Un mes antes de que hiciera erupción y una avalancha sepultara a los 23 mil habitantes de Armero, habían elaborado el primer mapa de riesgo, al que nadie le prestó atención a pesar de que llegó hasta el Congreso Nacional.
Ella trabajaba con la Central Hidroeléctrica de Caldas y, una vez fue testigo de la magnitud de la tragedia, hizo su tesis sobre el Ruiz y dedicó su carrera a estudiar “las montañas de fuego” para prevenir este tipo de desastres. Pronto encontró en el norteamericano Stanley Williams a su mejor aliado. Este profesor de la Universidad de Arizona es uno de los PhD. en volcanes más reconocidos del mundo. Martha Calvache se doctoró junto a él en Estados Unidos y ambos estaban en el cráter del Galeras en 1993 cuando hizo explosión y mató a nueve de sus compañeros. Williams sufrió graves heridas y la colombiana, ilesa, ayudó a rescatarlo, como el científico lo narra en su libro Surviving Galeras, un best-seller en Norteamérica y Europa. Discovery Channel ha presentado dos documentales sobre este hombre.
Ahora a esta nariñense, nacida en tierra de volcanes y posdoctorada en volcanes japoneses, como el Fuji, hay que prestarle mucha atención: es la subdirectora de Amenaza Geológica del Ingeominas y su trabajo tiene tal importancia que durante este año el ministro del Interior, Carlos Holguín Sardi, se ha reunido con ella más veces que con muchos políticos. La razón: los volcanes de Colombia están en una etapa de reactivación intensa. El primer aviso lo dio el Galeras, en Pasto, en 2004, y este año las emergencias se han sucedido una tras otra.
El 18 de enero la geóloga y el ministro presidieron un consejo de seguridad en la capital de Nariño ante una inminente erupción que los llevó a declarar la alerta máxima. El 21 de enero la reunión fue en el Ministerio del Interior y se concentró en el caso del volcán Machín, “uno de los de mayor potencialidad de daño en Colombia”. Después de 800 años puede explotar de nuevo en cualquier momento y afectar zonas de los departamentos de Tolima, Quindío, Valle y Cundinamarca, donde habita un millón de personas. Esta semana el que prendió las alarmas fue el Nevado del Huila, que ya el 19 de febrero del año pasado había explotado.
Montañas jóvenes
¿Qué pasa? Campesinos como Doris Parra, de la vereda El Barrancón, en inmediaciones del Galeras, dicen que “cuando la montaña brama es que mi Dios nos manda señales”. La respuesta científica está en los estudios de Ingeominas: “Colombia es una zona de muy alta complejidad tectónica, en donde las placas de Nazca, Suramericana y del Caribe se friccionan”.
En su oficina repleta de mapas y sismogramas, Martha Calvache explica que “las cordilleras colombianas son muy jóvenes en millones de años, comparadas con otras que ya dejaron de crecer y ahora disminuyen en tamaño, como los Apalaches en Estados Unidos, o con zonas volcánicas de Brasil y Canadá que ya desaparecieron”. Su tono pedagógico transmite serenidad, como lo reseñó la semana pasada Manuel Jota Escobar, en el El Enjambre, el periódico que circula en la región de Páez, Cauca, con el único fin de concientizar a los habitantes de las faldas del Nevado del Huila sobre el riesgo de vivir junto a
un volcán. “Vino la doctora con esa calma y esa sencillez de vocabulario propias de las personas que tienen la experiencia y el suficiente conocimiento de causa, y nos dijo que esos volcanes no se quedan dormidos 500 años para luego despertarse y tirarse dos vientecitos, que deberíamos esperar cosas mayores”.
Ese es el trabajo de la subdirectora de Amenaza Geológica y de un equipo de 30 personas del Instituto Colombiano de Geología y Minería que, desde los observatorios de Manizales, Cali y Pasto, viven pendientes de los 38 volcanes que hay en el país, la mitad “vivitos y coleando”.
Un día la emergencia es en Pasto y las fuerzas se concentran allí: Martha Calvache, quien fue directora de ese observatorio, se prepara para hacer un sobrevuelo, con el apoyo de la Fuerza Aérea, para ver cómo amanecieron sus hijos. Empieza a llamar cada cráter por su nombre, a tomar notas y fotos. “Besolima, normal; Chavas, normal; Deformes, no se alcanza a ver; Joyería, normal; Portillas, normal; Calvache (bautizado en su honor), normal; El Pinta, ¡El Pinta se derrumbó!”.
En tierra su equipo, formado en escuelas de vulcanología de Costa Rica, Alemania, Estados Unidos y Japón, toma muestras de gases, rocas, azufre. También mide si la montaña se está inflando con la ayuda de inclinómetros y le hace mantenimiento a las estaciones de monitoreo satelital que rodean los volcanes; limpia los paneles solares, revisa baterías y antenas y da salticos sobre los sismógrafos enterrados para comprobar que captan desde el más leve tremor hasta un terremoto en Japón. Todo es reportado al observatorio para enriquecer las bases de datos.
Hoy cuenta con tecnología digital de última generación (ver recuadro). “Tuvo que pasar lo de Armero y el terremoto de Popayán para que el país entendiera la importancia de nuestro trabajo”. Sin embargo, se cura en salud y sigue usando los sismógrafos analógicos. Cada cinco minutos suena un reloj cu-cú. Es el aviso para que alguno de los ocho funcionarios ajuste un centímetro la aguja que registra sobre papel ahumado los movimientos incesantes del Galeras. Sólo hay sobresaltos cuando aparecen los “tornillos” o reportes gráficos de sismos provenientes de alguna de las ocho estaciones de vigilancia. Luego mira por la ventana hacia el volcán que amenaza a 500 mil personas que viven en su entorno, “porque es mejor estar sobreseguros”. Al día siguiente el “acelere” es por el del Huila y la rutina se repite con precisión.
Parece mecánico, pero la respiración de cada volcán es distinta. “Unos duermen plácidos, otros roncan”. Es en esas etapas donde Martha y su equipo se aventuran hacia los cráteres, porque las mejores muestras de estudio son las de “las gargantas de las montañas”, como las llamaba Neruda. Recurren a pruebas de carbono 14 para reconstruir la historia hasta 20 mil años atrás.
Una lección
Stanley Williams dice que de los 300 gurús de la vulcanología en el mundo, muy pocos se arriesgan a trabajar parados sobre un cráter humeante, menos después de que junto a él murieran en el Galeras el ruso Igor Menyailov, el inglés Geoff Brown y los colombianos Néstor García, Fernando Cuenca, José Arles Zapata, Efraín Guerrero, Alexánder Guerrero y Henry Vásquez. Williams perdió una pierna y aun así regresó a Urcunina, “montaña de fuego” en quechua.
A Martha Calvache y al norteamericano los invitan a todos los congresos y a todos los volcanes del mundo. Ella puede ser la mujer que ha estado parada sobre más monstruos activos: el Vesubio, el Estrómboli y el Etna, en Italia; el monte Santa Helena y Hawai, en Norteamérica; el Pacaya, en Guatemala, etc.. Ella, quien durante 25 años ha mantenido el bajo perfil, dice que “es un poquito exagerado” lo que se cuenta sobre su vida.
A la colombiana lo que le preocupa es que cada día más colombianos se interesen por los volcanes, “porque el futuro, la planeación y el desarrollo de un país andino como el nuestro debe partir de este conocimiento”. La gente olvida que de las montañas, de los glaciares y de las profundidades de los volcanes provienen recursos básicos como el agua para sobrevivir.
Eso ya lo entendió el Gobierno y, a través de la subdirección de Recursos del Subsuelo de Ingeominas, estudia el potencial mineral de estas regiones con influencia en la mitad del territorio nacional. “Por poder difundir esto, por mi profesión, es que me considero muy afortunada; dediqué mi vida a los volcanes y, después de haber vivido situaciones tan difíciles como la del
Galeras, puedo decir que el poder de la naturaleza es inmenso, infinito, que a veces somos muy pretenciosos creyendo que con el conocimiento que tenemos podemos controlar todo, cuando lo único que podemos hacer es prevenir”.
Se siente orgullosa de lo que se ha avanzado desde el desastre del Ruiz. Se fortaleció el Ingeominas, se creó el Sistema Nacional de Prevención de Desastres, se especializaron los sistemas de monitoreo, se trabaja en concientizar desde al Presidente de la República hasta labriegos como Doris Parra, quien insiste en que el Galeras “sólo nos bota cenicita”. Sin embargo, admite que falta mucha educación y obras sismorresistentes para asegurar que los colombianos están a salvo de sus volcanes.
¿Y el riesgo que asume ella? No hay tiempo para más explicaciones, Martha Calvache está de paso en Bogotá, debe ocuparse de un posible desastre en Soacha y de una de las reuniones con la Comisión Colombiana del Océano –porque también le toca estar atenta a la amenaza de un tsunami que puede arrasar a Tumaco– antes de volver al Nevado del Huila, para actualizar los datos y revisar una vez más los planes de contingencia.
Ir y venir de los volcanes, como si el magma los atrajera como un imán. La escritora norteamericana Susan Sontag intentó comprenderlos para su novela El amante del volcán, y concluyó que “se sienten más seguros en el ascenso a la montaña hirviente que en ningún otro lugar. La montaña les procura una experiencia distinta a cualquier otra”. Vivir sobre los candentes “estratos de la historia”.
LO BUENO
El Gobierno nacional acaba de autorizar la compra de equipos de monitoreo por $6.084 millones para consolidar, de aquí al 2011, el Programa de Reducción de la Vulnerabilidad Fiscal del Estado frente a los desastres naturales. La licitación pública internacional LPI 001 de diciembre de 2007 permitirá la adquisición de veinte lotes de equipos especializados entre sismómetros de banda ancha, digitalizadores, sistemas de comunicación satelital, radios analógicos y digitales, antenas, inclinómetros, acelerógrafos, tarjetas de adquisición sismológica, micrófonos de baja frecuencia; equipos de laboratorio, elctromagnetismo, topografía, gavimetría y geoquímica. Aumentará la cobertura del Sistema Vulcanológico Nacional y de la Red Sismológica Nacional. Hay nueve volcanes en vigilancia y la meta en tres años son 14. Están a punto de inaugurarse estaciones sismológicas en Montería, Capurganá, La Guajira y Barrancabernmeja para vigilar temblores de tierra. En total, Colombia contará con 40 estaciones satelitales para medir sismos. El país asumirá la vanguardia latinoamericana en materia vulcanológica y sismológica, lo que le ha valido el apoyo de colegas norteamericanos y europeos. El Servicio Geológico de Estados Unidos, por ejemplo, donó una estación de detección de flujos volcánicos, incluyendo repetidoras.
LO MALO
El Espectador tuvo acceso al Plan Estratégico Institucional 2007-2010 del Ingeominas, y allí se reconoce que “las políticas de reducir el tamaño del Estado han dejado, después de dos reestructuraciones, un Servicio Geológico inoperante”. Según el documento, “el instituto contaba con el cuerpo de especialistas necesario para adelantar la cartografía geológica del país”. Pero la privatización del servicio implicó “la pérdida de recurso humano con formación específica”. Y el balance del outsourcing es desolador: “Demuestra claramente que no es posible contratar con la empresa privada los servicios que debe ofrecer el Servicio Geológico. Tiene la necesidad de obtener un beneficio económico y en ese sentido hará todo lo posible por mantener sus gastos al mínimo. No es posible hacer interventoría... hay que recibir la información y confiar en que se ha hecho un trabajo honesto y responsable. Los trabajos recibidos presentan problemas que sugieren que se podrían haber hecho mejor si se hubiese adoptado una óptica más científica y no principalmente pecuniaria”. Esta semana el Ingeominas lanza nuevos mapas. Habrá que verlos. También hay fallas en las regiones. En el departamento del Huila, las evidencia un documento de la Gobernación sobre identificación de riesgos frente a posibles emergencias naturales. Con alerta roja califica el 37 por ciento de las responsabilidades por: “Inapropiada base de datos del inventario de desastres, desinterés de los comités regionales y locales en la ejecución de sus funciones, inapropiados procedimientos por parte de las Secretarías”. En amarillo, nivel de “alta probabilidad”, quedaron el 41 por ciento de los compromisos por: “Inapropiada aplicación y seguimiento al Plan Territorial de Prevención y Atención de Desastres, incumplimiento del objeto de programas contratados y de metas del Plan de Desarrollo Departamental”.
TESTIMONIOS
“Ella me salvó la vida”
STANLEY WILLIAMS ha recorrido los cinco continentes, siempre estudiando el comportamiento de los volcanes. Pero fue en 1993, en el cráter del volcán Galeras, cuando sobrevivió a una lluvia de rocas incandescentes. Lo rescataron Martha Calvache y la científica estadounidense, Patty Mothes. Su experiencia la narra en el libro ‘Surviving Galeras’, publicado en 2001 y en el que insiste en que no estaría vivo si no fuera por la valentía de su alumna y amiga Martha Calvache. Desde la Universidad de Arizona, donde es profesor, le dijo a El Espectador que sólo tiene para la colombiana “agradecimiento y admiración”.
“Es una heroína”
VICTORIA BRUCE es una geóloga norteamericana que se interesó por las erupciones del Nevado del Ruiz y el volcán Galeras. Así conoció a Stanley Williams y a Martha Calvache. Reconstruyó las dos historias en este libro de la prestigiosa editorial HarperCollins. Ha hecho documentales sobre Colombia y otras colombianas como Íngrid Betancourt para la BBC y National Geographic. Consultada sobre la vulcanóloga colombiana, dice que después de investigar su vida, le quedó claro que se trata de “una heroína fabulosa”, no sólo por haber rescatado a Williams, sino por lo que hace para evitar que se repita la tragedia de Armero.
En 1985 nadie le prestaba atención a Martha Lucía Calvache y a “la manada de locos” que decidieron estudiar el potencial destructivo del Nevado del Ruiz. Eran geólogos que acababan de recibir 500 horas de instrucción de expertos de las escuelas italianas de Nápoles y Pizza. Habían entendido que el origen y el futuro de la especie humana están marcados por los volcanes. Inspirados en Pablo Neruda, decidieron vivir en las cimas de los Andes tras el rastro de “los estremecimientos del planeta... en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo”. Subían una y otra vez al cráter Arenas para hacer monitoreos rudimentarios. Un mes antes de que hiciera erupción y una avalancha sepultara a los 23 mil habitantes de Armero, habían elaborado el primer mapa de riesgo, al que nadie le prestó atención a pesar de que llegó hasta el Congreso Nacional.
Ella trabajaba con la Central Hidroeléctrica de Caldas y, una vez fue testigo de la magnitud de la tragedia, hizo su tesis sobre el Ruiz y dedicó su carrera a estudiar “las montañas de fuego” para prevenir este tipo de desastres. Pronto encontró en el norteamericano Stanley Williams a su mejor aliado. Este profesor de la Universidad de Arizona es uno de los PhD. en volcanes más reconocidos del mundo. Martha Calvache se doctoró junto a él en Estados Unidos y ambos estaban en el cráter del Galeras en 1993 cuando hizo explosión y mató a nueve de sus compañeros. Williams sufrió graves heridas y la colombiana, ilesa, ayudó a rescatarlo, como el científico lo narra en su libro Surviving Galeras, un best-seller en Norteamérica y Europa. Discovery Channel ha presentado dos documentales sobre este hombre.
Ahora a esta nariñense, nacida en tierra de volcanes y posdoctorada en volcanes japoneses, como el Fuji, hay que prestarle mucha atención: es la subdirectora de Amenaza Geológica del Ingeominas y su trabajo tiene tal importancia que durante este año el ministro del Interior, Carlos Holguín Sardi, se ha reunido con ella más veces que con muchos políticos. La razón: los volcanes de Colombia están en una etapa de reactivación intensa. El primer aviso lo dio el Galeras, en Pasto, en 2004, y este año las emergencias se han sucedido una tras otra.
El 18 de enero la geóloga y el ministro presidieron un consejo de seguridad en la capital de Nariño ante una inminente erupción que los llevó a declarar la alerta máxima. El 21 de enero la reunión fue en el Ministerio del Interior y se concentró en el caso del volcán Machín, “uno de los de mayor potencialidad de daño en Colombia”. Después de 800 años puede explotar de nuevo en cualquier momento y afectar zonas de los departamentos de Tolima, Quindío, Valle y Cundinamarca, donde habita un millón de personas. Esta semana el que prendió las alarmas fue el Nevado del Huila, que ya el 19 de febrero del año pasado había explotado.
Montañas jóvenes
¿Qué pasa? Campesinos como Doris Parra, de la vereda El Barrancón, en inmediaciones del Galeras, dicen que “cuando la montaña brama es que mi Dios nos manda señales”. La respuesta científica está en los estudios de Ingeominas: “Colombia es una zona de muy alta complejidad tectónica, en donde las placas de Nazca, Suramericana y del Caribe se friccionan”.
En su oficina repleta de mapas y sismogramas, Martha Calvache explica que “las cordilleras colombianas son muy jóvenes en millones de años, comparadas con otras que ya dejaron de crecer y ahora disminuyen en tamaño, como los Apalaches en Estados Unidos, o con zonas volcánicas de Brasil y Canadá que ya desaparecieron”. Su tono pedagógico transmite serenidad, como lo reseñó la semana pasada Manuel Jota Escobar, en el El Enjambre, el periódico que circula en la región de Páez, Cauca, con el único fin de concientizar a los habitantes de las faldas del Nevado del Huila sobre el riesgo de vivir junto a
un volcán. “Vino la doctora con esa calma y esa sencillez de vocabulario propias de las personas que tienen la experiencia y el suficiente conocimiento de causa, y nos dijo que esos volcanes no se quedan dormidos 500 años para luego despertarse y tirarse dos vientecitos, que deberíamos esperar cosas mayores”.
Ese es el trabajo de la subdirectora de Amenaza Geológica y de un equipo de 30 personas del Instituto Colombiano de Geología y Minería que, desde los observatorios de Manizales, Cali y Pasto, viven pendientes de los 38 volcanes que hay en el país, la mitad “vivitos y coleando”.
Un día la emergencia es en Pasto y las fuerzas se concentran allí: Martha Calvache, quien fue directora de ese observatorio, se prepara para hacer un sobrevuelo, con el apoyo de la Fuerza Aérea, para ver cómo amanecieron sus hijos. Empieza a llamar cada cráter por su nombre, a tomar notas y fotos. “Besolima, normal; Chavas, normal; Deformes, no se alcanza a ver; Joyería, normal; Portillas, normal; Calvache (bautizado en su honor), normal; El Pinta, ¡El Pinta se derrumbó!”.
En tierra su equipo, formado en escuelas de vulcanología de Costa Rica, Alemania, Estados Unidos y Japón, toma muestras de gases, rocas, azufre. También mide si la montaña se está inflando con la ayuda de inclinómetros y le hace mantenimiento a las estaciones de monitoreo satelital que rodean los volcanes; limpia los paneles solares, revisa baterías y antenas y da salticos sobre los sismógrafos enterrados para comprobar que captan desde el más leve tremor hasta un terremoto en Japón. Todo es reportado al observatorio para enriquecer las bases de datos.
Hoy cuenta con tecnología digital de última generación (ver recuadro). “Tuvo que pasar lo de Armero y el terremoto de Popayán para que el país entendiera la importancia de nuestro trabajo”. Sin embargo, se cura en salud y sigue usando los sismógrafos analógicos. Cada cinco minutos suena un reloj cu-cú. Es el aviso para que alguno de los ocho funcionarios ajuste un centímetro la aguja que registra sobre papel ahumado los movimientos incesantes del Galeras. Sólo hay sobresaltos cuando aparecen los “tornillos” o reportes gráficos de sismos provenientes de alguna de las ocho estaciones de vigilancia. Luego mira por la ventana hacia el volcán que amenaza a 500 mil personas que viven en su entorno, “porque es mejor estar sobreseguros”. Al día siguiente el “acelere” es por el del Huila y la rutina se repite con precisión.
Parece mecánico, pero la respiración de cada volcán es distinta. “Unos duermen plácidos, otros roncan”. Es en esas etapas donde Martha y su equipo se aventuran hacia los cráteres, porque las mejores muestras de estudio son las de “las gargantas de las montañas”, como las llamaba Neruda. Recurren a pruebas de carbono 14 para reconstruir la historia hasta 20 mil años atrás.
Una lección
Stanley Williams dice que de los 300 gurús de la vulcanología en el mundo, muy pocos se arriesgan a trabajar parados sobre un cráter humeante, menos después de que junto a él murieran en el Galeras el ruso Igor Menyailov, el inglés Geoff Brown y los colombianos Néstor García, Fernando Cuenca, José Arles Zapata, Efraín Guerrero, Alexánder Guerrero y Henry Vásquez. Williams perdió una pierna y aun así regresó a Urcunina, “montaña de fuego” en quechua.
A Martha Calvache y al norteamericano los invitan a todos los congresos y a todos los volcanes del mundo. Ella puede ser la mujer que ha estado parada sobre más monstruos activos: el Vesubio, el Estrómboli y el Etna, en Italia; el monte Santa Helena y Hawai, en Norteamérica; el Pacaya, en Guatemala, etc.. Ella, quien durante 25 años ha mantenido el bajo perfil, dice que “es un poquito exagerado” lo que se cuenta sobre su vida.
A la colombiana lo que le preocupa es que cada día más colombianos se interesen por los volcanes, “porque el futuro, la planeación y el desarrollo de un país andino como el nuestro debe partir de este conocimiento”. La gente olvida que de las montañas, de los glaciares y de las profundidades de los volcanes provienen recursos básicos como el agua para sobrevivir.
Eso ya lo entendió el Gobierno y, a través de la subdirección de Recursos del Subsuelo de Ingeominas, estudia el potencial mineral de estas regiones con influencia en la mitad del territorio nacional. “Por poder difundir esto, por mi profesión, es que me considero muy afortunada; dediqué mi vida a los volcanes y, después de haber vivido situaciones tan difíciles como la del
Galeras, puedo decir que el poder de la naturaleza es inmenso, infinito, que a veces somos muy pretenciosos creyendo que con el conocimiento que tenemos podemos controlar todo, cuando lo único que podemos hacer es prevenir”.
Se siente orgullosa de lo que se ha avanzado desde el desastre del Ruiz. Se fortaleció el Ingeominas, se creó el Sistema Nacional de Prevención de Desastres, se especializaron los sistemas de monitoreo, se trabaja en concientizar desde al Presidente de la República hasta labriegos como Doris Parra, quien insiste en que el Galeras “sólo nos bota cenicita”. Sin embargo, admite que falta mucha educación y obras sismorresistentes para asegurar que los colombianos están a salvo de sus volcanes.
¿Y el riesgo que asume ella? No hay tiempo para más explicaciones, Martha Calvache está de paso en Bogotá, debe ocuparse de un posible desastre en Soacha y de una de las reuniones con la Comisión Colombiana del Océano –porque también le toca estar atenta a la amenaza de un tsunami que puede arrasar a Tumaco– antes de volver al Nevado del Huila, para actualizar los datos y revisar una vez más los planes de contingencia.
Ir y venir de los volcanes, como si el magma los atrajera como un imán. La escritora norteamericana Susan Sontag intentó comprenderlos para su novela El amante del volcán, y concluyó que “se sienten más seguros en el ascenso a la montaña hirviente que en ningún otro lugar. La montaña les procura una experiencia distinta a cualquier otra”. Vivir sobre los candentes “estratos de la historia”.
LO BUENO
El Gobierno nacional acaba de autorizar la compra de equipos de monitoreo por $6.084 millones para consolidar, de aquí al 2011, el Programa de Reducción de la Vulnerabilidad Fiscal del Estado frente a los desastres naturales. La licitación pública internacional LPI 001 de diciembre de 2007 permitirá la adquisición de veinte lotes de equipos especializados entre sismómetros de banda ancha, digitalizadores, sistemas de comunicación satelital, radios analógicos y digitales, antenas, inclinómetros, acelerógrafos, tarjetas de adquisición sismológica, micrófonos de baja frecuencia; equipos de laboratorio, elctromagnetismo, topografía, gavimetría y geoquímica. Aumentará la cobertura del Sistema Vulcanológico Nacional y de la Red Sismológica Nacional. Hay nueve volcanes en vigilancia y la meta en tres años son 14. Están a punto de inaugurarse estaciones sismológicas en Montería, Capurganá, La Guajira y Barrancabernmeja para vigilar temblores de tierra. En total, Colombia contará con 40 estaciones satelitales para medir sismos. El país asumirá la vanguardia latinoamericana en materia vulcanológica y sismológica, lo que le ha valido el apoyo de colegas norteamericanos y europeos. El Servicio Geológico de Estados Unidos, por ejemplo, donó una estación de detección de flujos volcánicos, incluyendo repetidoras.
LO MALO
El Espectador tuvo acceso al Plan Estratégico Institucional 2007-2010 del Ingeominas, y allí se reconoce que “las políticas de reducir el tamaño del Estado han dejado, después de dos reestructuraciones, un Servicio Geológico inoperante”. Según el documento, “el instituto contaba con el cuerpo de especialistas necesario para adelantar la cartografía geológica del país”. Pero la privatización del servicio implicó “la pérdida de recurso humano con formación específica”. Y el balance del outsourcing es desolador: “Demuestra claramente que no es posible contratar con la empresa privada los servicios que debe ofrecer el Servicio Geológico. Tiene la necesidad de obtener un beneficio económico y en ese sentido hará todo lo posible por mantener sus gastos al mínimo. No es posible hacer interventoría... hay que recibir la información y confiar en que se ha hecho un trabajo honesto y responsable. Los trabajos recibidos presentan problemas que sugieren que se podrían haber hecho mejor si se hubiese adoptado una óptica más científica y no principalmente pecuniaria”. Esta semana el Ingeominas lanza nuevos mapas. Habrá que verlos. También hay fallas en las regiones. En el departamento del Huila, las evidencia un documento de la Gobernación sobre identificación de riesgos frente a posibles emergencias naturales. Con alerta roja califica el 37 por ciento de las responsabilidades por: “Inapropiada base de datos del inventario de desastres, desinterés de los comités regionales y locales en la ejecución de sus funciones, inapropiados procedimientos por parte de las Secretarías”. En amarillo, nivel de “alta probabilidad”, quedaron el 41 por ciento de los compromisos por: “Inapropiada aplicación y seguimiento al Plan Territorial de Prevención y Atención de Desastres, incumplimiento del objeto de programas contratados y de metas del Plan de Desarrollo Departamental”.
TESTIMONIOS
“Ella me salvó la vida”
STANLEY WILLIAMS ha recorrido los cinco continentes, siempre estudiando el comportamiento de los volcanes. Pero fue en 1993, en el cráter del volcán Galeras, cuando sobrevivió a una lluvia de rocas incandescentes. Lo rescataron Martha Calvache y la científica estadounidense, Patty Mothes. Su experiencia la narra en el libro ‘Surviving Galeras’, publicado en 2001 y en el que insiste en que no estaría vivo si no fuera por la valentía de su alumna y amiga Martha Calvache. Desde la Universidad de Arizona, donde es profesor, le dijo a El Espectador que sólo tiene para la colombiana “agradecimiento y admiración”.
“Es una heroína”
VICTORIA BRUCE es una geóloga norteamericana que se interesó por las erupciones del Nevado del Ruiz y el volcán Galeras. Así conoció a Stanley Williams y a Martha Calvache. Reconstruyó las dos historias en este libro de la prestigiosa editorial HarperCollins. Ha hecho documentales sobre Colombia y otras colombianas como Íngrid Betancourt para la BBC y National Geographic. Consultada sobre la vulcanóloga colombiana, dice que después de investigar su vida, le quedó claro que se trata de “una heroína fabulosa”, no sólo por haber rescatado a Williams, sino por lo que hace para evitar que se repita la tragedia de Armero.