La educación que concibe la calidad de otra forma
La pandemia no solo hizo replantear la enseñanza desde la virtualidad, sino también los esquemas en los que se basan los profesores. Esta es la historia de dos maestras que cambiaron su metodología a partir de un eje común: entender la realidad de sus estudiantes.
Mónica Rivera Rueda
El cambio fue la constante de la educación en la pandemia, tanto por los retos y adversidades que representó el paso de la presencialidad a la virtual como por los múltiples debates relacionados con la salud mental, la alimentación de los estudiantes y la capacidad para mantener la calidad en la enseñanza.
Sobre este último punto, el panorama no es alentador. Además de que las brechas entre colegios públicos y privados y rurales y urbanos aumentó hasta siete puntos con en las pruebas de Estado, según el informe del Laboratorio de Economía de la Educación (LEE) de la Universidad Javeriana, también hubo una caída en los resultados de las Pruebas Saber 11, cuyo promedio nacional en 2021 fue de 250 sobre 500, los resultados más bajos en los siete años que lleva el sistema de calificación.
Para Yaneth Chaves Ruales, profesora de la Institución Agroecológica Amazónica Buinaima, esto se puede explicar por las dificultades que tuvieron muchos estudiantes para conectarse a internet, como por las múltiples variables familiares y de su entorno, que también son fundamentales en la educación. “Trabajo en una zona de Florencia, en donde la conectividad no existe. Es una población que no tiene planes de datos sino que hacen recargas; que sobrevive de trabajos informales como la construcción, el mototaxismo y, en el caso de las madres, trabajando en casas de familia por días”.
Pese a que lleva trabajando más de doce años con esta comunidad, solo en la pandemia pudo entender más de cerca la realidad de sus estudiantes. “Tuvimos que hacer un plan de contingencia cuando declararon la cuarentena, con guías; pero lo primero que pensamos de nuestros estudiantes es cómo se iban a alimentar, por lo que con un grupo de amigos de la parroquia comenzamos a recoger alimentos, cuadra por cuadra, y los llevamos a las casas de mis estudiantes, y eso me permitió ver otra realidad. Que tenían celulares de baja gama que no admitían ni documentos en Word ni pdf, que los padres se desentendieron y las madres y abuelas eran las encargadas de la educación de los niños, y que era necesario pensar en integrarse y replantear cómo estábamos enseñando”.
Evidenciar que estaban siguiendo un modelo incorrecto, de acuerdo con la docente, partió de identificar la función social que tenían y la desigualdad que atravesaban sus estudiantes, por eso comenzaron a plantear la enseñanza desde la metodología por proyectos; es decir, que se enfocarían en temas puntuales, que se desarrollarían desde diferentes asignaturas. “Ponerse de acuerdo con el resto de profesores fue muy complejo, pero logramos pasar de largas cartillas en Word por clase a poster en imágenes con la información condensada y con un diseño mucho mejor”, indica Chaves.
Así fue como definieron dos ejes temáticos: el covid-19 y la seguridad alimentaria. Con el primer tema comenzaron a preguntar lo que se sabía de la pandemia, las medidas de bioseguridad y a analizar las cifras de contagios que se iban conociendo en el país, mientras que en el segundo se llevó a la práctica y se motivó a los padres a construir sus propias huertas y obtener algunos alimentos para su consumo. Para evaluar, decidieron solicitar a los estudiantes audios, mientras que a la par continuaron entregando mercados y promoviendo el apadrinamiento para conseguir celulares y recargas de celular para que los estudiantes pudieran recibir y enviar sus actividades.
“Aprendí muchas cosas, como que no se puede planear sin conocer el territorio de mis estudiantes, sin tener la mirada social, porque las familias tienen muchos saberes como necesidades que no se deben ignorar”, manifestó Chaves.
Desde Bogotá, Olga Lucía Castiblanco, profesora de Física de la Universidad Distrital, se planteó una disyuntiva similar. Desde antes de la pandemia, tenía en la cabeza la necesidad de abrir otros caminos para llevar de una manera más amigable la ciencia a la sociedad. “Muchos no estudian la física, la química o la biología porque desde el colegio les castran esa opción y por eso toman la decisión de esquivar hasta las matemáticas”.
Desde ahí se enfocó en ayudar a que sus estudiantes en la universidad encontraran su identidad profesional, que para ella es que entiendan su rol y que dedicarse a la docencia no significa alejarse de la investigación. “Lo que yo busco no es decirles cómo enseñar, darles las tecnologías y las guías, porque eso es imponerles una forma que no es propia y termina generalizándose”.
Por ello, planteo la educación desde un modelo de tres dimensiones. La primera está relacionada con el reconocimiento del discurso científico y tener plena certeza de lo que se habla; es decir, de tener el conocimiento de la materia. El segundo está enfocado en la dimensión sociocultural, las diferencias de enseñar ciencia a un niño o un adulto y hasta el ambiente en el que se encuentra, pero Castiblanco advierte que no se trata de infantilizar ni ridiculizar la física, por ejemplo, sino de modificar los discursos y aprender a identificar las sensibilidades del ambiente escolar.
Por último, está la dimensión interaccional, donde les enseñan a los maestros a producir su propio material y preparar clase; una práctica que en medio de la investigación evidenciaron que muchos no realizan o que en su vida como docentes no hicieron más de cinco veces. “Está el anacrónico que se mantiene con lo mismo siempre y otros que improvisan siguiendo el guion que les entregan en las instituciones, lo que termina siendo acrítico, irreflexivo y deriva en una enseñanza que no crea discusiones o innova en los lenguajes. Incluso, mantienen implícita la discriminación por género, lo que es terrible, porque es lo más dañino”.
Con el regreso a la presencialidad, ambos modelos se siguen aplicando con la idea de mantenerlos, dados los aprendizajes que dejaron los retos de la pandemia. En el caso de Castiblanco, este es un trabajo que se ha ido estructurando con los años y que ahora, cuando ha empezado a tener reconocimiento, aprovecha para masificar. “Esto es como una bola de nieve, porque en cada evento donde participo se abren nuevas conexiones y ventanas que, a la vez, lo abren a uno a nuevos caminos y yo estoy dispuesta a lo que venga, porque esta vida es muy cortica”, concluye Castiblanco.
El cambio fue la constante de la educación en la pandemia, tanto por los retos y adversidades que representó el paso de la presencialidad a la virtual como por los múltiples debates relacionados con la salud mental, la alimentación de los estudiantes y la capacidad para mantener la calidad en la enseñanza.
Sobre este último punto, el panorama no es alentador. Además de que las brechas entre colegios públicos y privados y rurales y urbanos aumentó hasta siete puntos con en las pruebas de Estado, según el informe del Laboratorio de Economía de la Educación (LEE) de la Universidad Javeriana, también hubo una caída en los resultados de las Pruebas Saber 11, cuyo promedio nacional en 2021 fue de 250 sobre 500, los resultados más bajos en los siete años que lleva el sistema de calificación.
Para Yaneth Chaves Ruales, profesora de la Institución Agroecológica Amazónica Buinaima, esto se puede explicar por las dificultades que tuvieron muchos estudiantes para conectarse a internet, como por las múltiples variables familiares y de su entorno, que también son fundamentales en la educación. “Trabajo en una zona de Florencia, en donde la conectividad no existe. Es una población que no tiene planes de datos sino que hacen recargas; que sobrevive de trabajos informales como la construcción, el mototaxismo y, en el caso de las madres, trabajando en casas de familia por días”.
Pese a que lleva trabajando más de doce años con esta comunidad, solo en la pandemia pudo entender más de cerca la realidad de sus estudiantes. “Tuvimos que hacer un plan de contingencia cuando declararon la cuarentena, con guías; pero lo primero que pensamos de nuestros estudiantes es cómo se iban a alimentar, por lo que con un grupo de amigos de la parroquia comenzamos a recoger alimentos, cuadra por cuadra, y los llevamos a las casas de mis estudiantes, y eso me permitió ver otra realidad. Que tenían celulares de baja gama que no admitían ni documentos en Word ni pdf, que los padres se desentendieron y las madres y abuelas eran las encargadas de la educación de los niños, y que era necesario pensar en integrarse y replantear cómo estábamos enseñando”.
Evidenciar que estaban siguiendo un modelo incorrecto, de acuerdo con la docente, partió de identificar la función social que tenían y la desigualdad que atravesaban sus estudiantes, por eso comenzaron a plantear la enseñanza desde la metodología por proyectos; es decir, que se enfocarían en temas puntuales, que se desarrollarían desde diferentes asignaturas. “Ponerse de acuerdo con el resto de profesores fue muy complejo, pero logramos pasar de largas cartillas en Word por clase a poster en imágenes con la información condensada y con un diseño mucho mejor”, indica Chaves.
Así fue como definieron dos ejes temáticos: el covid-19 y la seguridad alimentaria. Con el primer tema comenzaron a preguntar lo que se sabía de la pandemia, las medidas de bioseguridad y a analizar las cifras de contagios que se iban conociendo en el país, mientras que en el segundo se llevó a la práctica y se motivó a los padres a construir sus propias huertas y obtener algunos alimentos para su consumo. Para evaluar, decidieron solicitar a los estudiantes audios, mientras que a la par continuaron entregando mercados y promoviendo el apadrinamiento para conseguir celulares y recargas de celular para que los estudiantes pudieran recibir y enviar sus actividades.
“Aprendí muchas cosas, como que no se puede planear sin conocer el territorio de mis estudiantes, sin tener la mirada social, porque las familias tienen muchos saberes como necesidades que no se deben ignorar”, manifestó Chaves.
Desde Bogotá, Olga Lucía Castiblanco, profesora de Física de la Universidad Distrital, se planteó una disyuntiva similar. Desde antes de la pandemia, tenía en la cabeza la necesidad de abrir otros caminos para llevar de una manera más amigable la ciencia a la sociedad. “Muchos no estudian la física, la química o la biología porque desde el colegio les castran esa opción y por eso toman la decisión de esquivar hasta las matemáticas”.
Desde ahí se enfocó en ayudar a que sus estudiantes en la universidad encontraran su identidad profesional, que para ella es que entiendan su rol y que dedicarse a la docencia no significa alejarse de la investigación. “Lo que yo busco no es decirles cómo enseñar, darles las tecnologías y las guías, porque eso es imponerles una forma que no es propia y termina generalizándose”.
Por ello, planteo la educación desde un modelo de tres dimensiones. La primera está relacionada con el reconocimiento del discurso científico y tener plena certeza de lo que se habla; es decir, de tener el conocimiento de la materia. El segundo está enfocado en la dimensión sociocultural, las diferencias de enseñar ciencia a un niño o un adulto y hasta el ambiente en el que se encuentra, pero Castiblanco advierte que no se trata de infantilizar ni ridiculizar la física, por ejemplo, sino de modificar los discursos y aprender a identificar las sensibilidades del ambiente escolar.
Por último, está la dimensión interaccional, donde les enseñan a los maestros a producir su propio material y preparar clase; una práctica que en medio de la investigación evidenciaron que muchos no realizan o que en su vida como docentes no hicieron más de cinco veces. “Está el anacrónico que se mantiene con lo mismo siempre y otros que improvisan siguiendo el guion que les entregan en las instituciones, lo que termina siendo acrítico, irreflexivo y deriva en una enseñanza que no crea discusiones o innova en los lenguajes. Incluso, mantienen implícita la discriminación por género, lo que es terrible, porque es lo más dañino”.
Con el regreso a la presencialidad, ambos modelos se siguen aplicando con la idea de mantenerlos, dados los aprendizajes que dejaron los retos de la pandemia. En el caso de Castiblanco, este es un trabajo que se ha ido estructurando con los años y que ahora, cuando ha empezado a tener reconocimiento, aprovecha para masificar. “Esto es como una bola de nieve, porque en cada evento donde participo se abren nuevas conexiones y ventanas que, a la vez, lo abren a uno a nuevos caminos y yo estoy dispuesta a lo que venga, porque esta vida es muy cortica”, concluye Castiblanco.