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No, no lo conocí. Solo nos encontramos unas pocas veces en Bogotá y conversamos trivialmente, principalmente en la cocina en la casa del equipo de una ONG muy conocida. Mientras yo estaba sentado allí hablando con las cocineras, se acercaba a veces, tomaba café, hacía una broma con su distintivo acento italiano y desaparecía de nuevo en la oficina.
Mario Paciolla comenzó a ser voluntario dos años después de mi salida de la organización. En marzo de 2016 fue uno de los “recién llegados” que se reunieron en la casa del equipo en Bogotá. Yo había regresado el mismo mes a Colombia para seguir mi camino como periodista. Estuve en la fiesta de bienvenida dos semanas después de su llegada. En una foto que muestra a Mario en los brazos de su grupo de voluntarios, se ve un muchacho rubio, barbudo, de menos de 30 años de edad, sonriendo, lleno de vida, hijo y hermano de un pueblo cerca de Nápoles, a donde en estos días retorna su cuerpo sin vida.
Al igual que cada uno de los “recién llegados”, también tuvo que presentarse en el sitio web de la ONG. Mario escribió en ese momento: “El viaje es largo, pero como siempre pasa en los aeropuertos, se puede aprovechar las esperas entre un vuelo y otro, para adivinar el destino de las personas que están a tu lado y que miran las pantallas de salidas y llegadas. Una vez en Colombia, después de engañar al tiempo, la oscuridad de la noche bogotana convierte al insomnio en adrenalina, envolviéndote en su manta de clima caluroso-húmedo-frío-seco... Y, de repente, descubres que lo imprevisible va a tener el ritmo de una cumbia callejera tocada en la Carrera Séptima”.
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Todavía no se sabe qué sucedió en San Vicente de Caguán en la noche del pasado martes 14 de julio. Aunque la investigación judicial está en curso, observadores descartan la hipótesis del suicidio de Mario que mencionaron las autoridades al comienzo. Su madre lo niega categóricamente. En el periódico italiano La Repubblica, uno de los más importantes de la península, ella informa de varias conversaciones por Skype que tuvo en los últimos seis días con su hijo y en las que Mario estaba preocupado “por algo que había visto, entendido, intuido”. Parece que no lo quería contar por teléfono. Pero, según su madre, en una ocasión le dijo que tuvo una reunión con sus jefes en cual había “hablado claro” a ellos. A su madre Mario mencionó que se “había metido en un lio”.
Según el medio Caquetá al Día el cuerpo de Mario fue encontrado “con laceraciones en manos y ahorcado”, pero poco después la revista Semana publicó que tuvo “varias heridas con arma blanca”. No se conoce todavía los resultados de la autopsia, pero con la autoridad de la intuición maternal su madre aclaró ya a los medios italianos: “lo mataron”. Otro argumento contra la hipótesis del suicidio es que Mario se había asegurado un vuelo de regreso a Italia poco antes de su muerte – quería volver a Nápoles. Así también lo había dicho según su madre: “Mamá, tengo que volver a Nápoles, me siento sucio, absolutamente, tengo que venir y bañarme en las aguas de Nápoles”. Pocos días después confirmó a su madre: “Mamá, encontré el boleto de avión, para regresar, me voy el 20 de julio”. La salida a Bogotá era prevista para el miércoles antes, el mismo día de su muerte.
Las circunstancias que rodean el fallecimiento de Mario, un hombre que ha trabajado por los derechos humanos en diferentes lugares del mundo, pero más que todo en Colombia, hacen que todo sea más insoportable, más absurdo. Porque Mario se había quedado en Colombia para ayudar y apoyar a la paz que muchos colombianos anhelan. Después de acompañar a defensores de derechos humanos durante más de dos años, asumió la tarea de ayudar como voluntario en la Misión de Verificación de la ONU para la implementación del acuerdo de paz entre las FARC y el Gobierno colombiano.
Este acuerdo es frágil, muchos excombatientes de las FARC ya han sido asesinados, al igual que cientos de activistas, defensores de los derechos humanos y partidarios de los movimientos sociales. Las medidas de cuarentena a nivel nacional por causa de la pandemia del COVID-19 también facilitan los asesinatos. Encerrados en sus hogares, muchos están aún más expuestos a las bandas criminales. Mario también estaba en cuarentena en su casa en San Vicente de Caguán. Su boleto para uno de los pocos vuelos humanitarios de regreso a Europa solo cinco días después de su muerte permaneció sin usar.
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La muerte de Mario apremia las relaciones diplomáticas de Colombia e Italia. En Nápoles manifestaron y desenrollaron en el balcón de la alcaldía una pancarta con la foto de Mario Paciolla. El alcalde mismo de la tercera ciudad más grande de la península, Luigi de Magistris, pidió “verdad para Mario”. De Magistris es también un famoso ex fiscal anticorrupción y ex miembro del parlamento europeo. Un duro que no aceptará ningún juego político y avisó ya que no quiere otro “caso Regeni”. Giulio Regeni era un estudiante italiano que fue torturado y asesinado hace un tiempo en Egipto.
En Colombia unos se acordarán del caso del joven italiano Giacomo Turra que murió hace casi 25 años en custodia de la policía de Cartagena y bajo circunstancias nunca aclaradas en su totalidad. Los amigos de Mario ya abrieron una página en Facebook y publicaron una petición que pide del Ministerio de Asuntos Exteriores de este país mediterráneo investigar las circunstancias de la muerte de Mario. Hasta el domingo tenían ya más de 13mil firmas. Ayer hubo la primera reunión por videoconferencia entre funcionarios de la Fiscalía colombiana, del Ministerio de Asuntos Exteriores italiano y la familia de Mario. El martes llegarán sus familiares para llevarse el cuerpo de su hijo a Nápoles.
Para los voluntarios extranjeros y defensores colombianos que trabajan para la paz y los derechos humanos la muerte de Mario Paciolla es un golpe duro. Muchos pensarán en él si algún día tienen que esperar en un aeropuerto. Acordándose de sus palabras lo buscarán entre los viajeros frente a las pantallas de salida y llegada. El viaje es largo e impredecible, dijo Mario, lo fue para él y lo es para Colombia y todos los que anhelan la paz.
*Stephan Kroener trabajó como voluntario en Colombia desde 2012 a 2014. Desde 2016 vive, estudia y trabaja como periodista independiente en Bogotá.