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La historia del sacerdote asesinado por las AUC

Hace 25 años, en Córdoba, la misma tierra donde nacieron las AUC y donde se desmovilizaron, fue asesinado Sergio Restrepo Jaramillo, quien luchó contra la injusticia y las atrocidades de la violencia.

Catalina González Navarro
01 de junio de 2014 - 04:14 p. m.
Sergio Restrepo Jaramillo fue asesinado el 1 de junio de 1989 en Tierralta. /Meridiano de Córdoba
Sergio Restrepo Jaramillo fue asesinado el 1 de junio de 1989 en Tierralta. /Meridiano de Córdoba

El 1 de junio de 1989, hace 25 años, cuando el sol apenas se ocultaba, asesinaron frente a su parroquia San José, situada en el municipio de Tierralta (Córdoba), al sacerdote Sergio Restrepo Jaramillo. Aunque en ese tiempo, el Ejército Popular de Liberación (Epl) hacía presencia en la zona, al igual que las Farc, el asesinato fue atribuido al paramilitarismo de los hermanos Fidel y Carlos Castaño que ya arrasaba con fuerza.

Marino López tiene 84 años, nació en el municipio de Pueblo Nuevo (Magdalena) pero desde hace 57 años reside en Tierralta, situado a dos horas de Montería. En el pueblo fundó el colegio Instituto Tierralta que dirigió durante 40 años. Hoy todos lo llaman “el profesor” y así recuerda la llegada de la Compañía de Jesús: “aparecieron tres padres, Sergio Restrepo Jaramillo, Jesús María Caicedo y Hernando Muñoz”.

El padre Hernando Muñoz vive y ejerce como asesor espiritual en el colegio San Pedro Claver en la ciudad de Bucaramanga. En diálogo con El Espectador recordó que al padre Sergio Restrepo lo conoció en la Universidad Javeriana en Bogotá. “Él había entrado a la Compañía de Jesús en 1957, cinco años antes que yo, y por esa razón no nos formamos juntos. Pero sí coincidimos en la misma facultad eclesiástica, yo estaba en Filosofía y él en Teología”.

La vida los reencontró en la capital antioqueña, ciudad natal de Sergio Restrepo, hijo del exalcalde de Medellín Jorge Restrepo Uribe. Hubiera podido ser arquitecto, arqueólogo o artista, pero la vocación lo llamó. En 1970 se ordenó como sacerdote y se dedicó también a su gran hobby, la botánica. El padre Muñoz refiere que “se iba con el hermano Pedro Ortíz a buscar orquídeas por Colombia. Una vez en Nariño, camino hacia la iglesia de Las Lajas, dieron con la orquídea que había encontrado Humboldt”.

Fue tanta la pasión del padre Sergio Restrepo por las flores que en sus investigaciones encontró una especie de orquídea nueva que hoy lleva su nombre: “Sergius Purpúrea”. Otro testigo de esas épocas es el padre Gustavo Jiménez, hoy establecido en Pasto (Nariño) quien comentó a este diario que Restrepo también era aficionado al conocimiento de las mariposas y que incluso las describía en sus versos. “Él era una mezcla de sentimientos, a veces brusco pero tierno, y siempre embelesado con la naturaleza”.

En el año 1973, el padre Sergio Restrepo ingresó como Vicario a la parroquia María Auxiliadora de Medellín y tres años más tarde dirigió el Instituto Obrero Tomás Villarraga. Ya era notorio su interés por las comunidades, razón por la que un día de 1978 fue convocado por los jesuitas para conocer las necesidades de la población en la región del Alto Sinú y San Jorge, donde desde diez años atrás, la compañía jesuita tenía una prelatura. Ese viaje cambió para siempre su vida.

“Comenzamos a hacer un diagnóstico de la situación de Tierralta. Por ejemplo, conversábamos con los médicos que advertían que el agua debía filtrarse porque era directamente extraída del rio con una motobomba”, cuenta el padre Hernando Muñoz. Lo cierto es que en 1979, ambos se quedaron en la zona del Alto del Sinú y San Jorge, en Córdoba. Dos sacerdotes más se unieron a la cruzada. Fueron diez años en que él ejerció como vicario cooperador de la parroquia de San José.

Su imagen de hombre alto, delgado y de gafas con marco grande se hizo conocida en la región. En aquella tierra rica en ganado y productora de madera se convirtió en voz de aliento de las comunidades que reclamaban justicia por las atrocidades que empezaban a cometer los violentos. Era un hombre instruido con vocación social. “Tenía deseos de ayudar a los pobres. Lo visité varias veces como viceprovincial y evidencié su trabajo, lo mismo que los peligros que empezaba a correr su vida”, recalca Gustavo Jiménez.


El desarrollo de Tierralta

Cuando el padre Sergio Restrepo ya estaba asentado en Córdoba, Víctor Pantoja era un niño de 11 años. Con la preparación de la Congregación de la Madre Laura, el Jueves Santo de 1979 hizo su primera comunión. Ese día no sólo conoció al sacerdote sino que desde entonces fue su ayudante. Se sigue considerando discípulo del padre Restrepo, y lo que entonces comenzó tocando las campanas, se volvió amistad. “Yo era quien le conseguía el abono para las plantas”, rememora.

Víctor Pantoja evoca el patio de enredaderas y palmas que acondicionó en su casa, con sus propias manos, el padre Restrepo. Y cómo logró la arborización del parque Santiago, donde aún se reúnen los habitantes de Tierralta. Casi tres décadas después, la mayoría de esos árboles permanecen en pie. ¡Y qué decir de la iglesia! “Cuando llegó parecía una fábrica de cemento, sucia y con un caparazón de mal gusto. El padre Sergio, con sus propios recursos, la transformó en un templo que invitaba a la oración y al recogimiento”, agrega el padre Hernando Muñoz.

El dinamismo del padre Sergio Restrepo era tan intenso que le alcanzó para organizar la biblioteca ‘Casa Campesina’ y el Museo arqueológico Zenú. La gente acudía tanto a su iglesia como a los demás sitios que fue creando para que la cultura del pueblo fuera superior a la violencia que lo circundaba. Sin embargo, para los paramilitares que se extendían a sus anchas por la región, los mensajes del sacerdote no encajaban en sus postulados de guerra. Mucho menos cuando empezó a denunciar desde el púlpito lo que estaba sucediendo ante los ojos de las autoridades.
Por ejemplo, no ahorró palabras para denunciar la agresión de la que había sido objeto el exsacerdote Bernardo Betancur. Antiguo párroco de Tierralta, Betancur había decidido quedarse en la región y traducía la palabra de Dios a los indígenas emberá katíos. Los paramilitares lo tachaban de “cura loco y guerrillero”. Las autoridades de Policía, en vez de protegerlo, lo detuvieron varias veces. En una de tales ocasiones lo torturaron y el padre Restrepo se hizo escuchar desde el púlpito. El 3 de noviembre de 1988 lo mataron a pesar de sus protestas.

Estas y otras acciones similares llevaron al padre Sergio a tomar la decisión que aceleró su sacrificio. En las paredes de la iglesia ordenó pintar un mural que mostrara las atrocidades de la guerra. Conocido como “El mural de Cuaresma”, así lo recuerda el padre Hernando Muñoz: “Era la historia de la salvación por escenas. Una de ellas representaba la violencia y la tortura. El artista plasmó con tanta fidelidad los rasgos físicos del sacerdote y los camuflados de los agresores, que el pueblo lo entendió como una denuncia. A los militares asentados en Tierralta les incomodó mucho.

Según se relata en la obra “Aquellas muertes que hicieron resplandecer la vida”, editada por el padre jesuita Javier Giraldo, el entonces capitán César Augusto Valencia, comandante de la Base Militar de Tierralta, presionó repetidas veces a los sacerdotes para que modificaran el mural. Fue tal el alboroto causado que en una misma visita fueron a verlo el prelado del Alto Sinú y San Jorge, monseñor Alfonso Sánchez Peña, y el alcalde militar. Después de observarlo, éste último dijo que no le parecía tan grave pero que las órdenes eran órdenes. El obispo nunca entendió.


Junio 1 de 1989

Quienes lo oyeron si dedujeron la sentencia de muerte que se cumplió el 1 de junio de 1989. Ese día fue trágico. Apenas aclaraba el cielo y salía el sol cuando asesinaron a Jesús Yáñez Plata, un conductor del pueblo. Seis horas más tarde sucedió lo mismo con el comerciante Juan José Ortega. Al caer de la tarde, mientras conversaban animadamente a una cuadra de la iglesia, el padre Restrepo dijo a sus contertulios, el odontólogo de Tierralta y su amigo Marino López: “Es mejor que cada quien coja para su casa. Ya mataron el del desayuno y el del almuerzo, quién sabe a quién le tocará esta tarde”.

El señalado era él mismo. Marino López recuerda que se despidieron y a la distancia, cuando avanzaba en su bicicleta, vio como una muchacha se le acercó al sacerdote con un retablo en sus manos. Eran los planos con los que se pensaba construir el museo y la biblioteca. El sacerdote y la joven cruzaron la calle hasta la iglesia. De inmediato se escuchó la ráfaga de balas y apareció en la escena otro religioso gritando: “Mataron a Sergio”. Apenas lo mataron empezó a llover a cántaros, era “como si el cielo reclamara toda la sangre que se derramó ese día”, añade Víctor Pantoja.

Dos días estuvo su cuerpo sin vida en cámara ardiente en el pueblo pero su corazón quedó guardado en la iglesia de Tierralta. El 4 de junio fue cremado en Medellín. Y no se necesitaban muchas pesquisas para que todos supieran quiénes habían sido los victimarios. La orden fue del jefe paramilitar Fidel Castaño y la impartió en su cuartel general de Valencia, a poca distancia de la parroquia. Aunque los jesuitas contemplaron la idea de abandonar la zona, su vocación lo impidió. Pronto llegó a recoger los frutos del mártir su compañero de hábitos, Gustavo Jiménez.

Hoy el padre Jiménez vive en Pasto, donde coordina algunos programas de la emisora Ecos de Paz. Rememorando aquellos días tristes de junio de 1989, reconoce que cuando llegó a Tierralta veía enemigos por todos lados, por eso vivía prevenido. “Llegué con recelo de todo el mundo. Y para mostrarle a la gente la gravedad de los hechos decidí llevar un record de los muertos. Era una especie de termómetro para ver cómo crecíamos en criminalidad. Pero fue imposible. Eran tantos los muertos que nunca pude saber cuántos murieron. Solo supe de los que llevaron a enterrar”.

Cuando Sergio Restrepo Jaramillo fue asesinado le faltaba un mes y 18 días para celebrar sus 50 años. Desde ese día y cada año, en su honor, no solo se realiza una misa de aniversario sino que se deposita una ofrenda floral en el sitio donde cayó acribillado por las balas criminales. Este año no es la excepción. En 1990 se inauguraron el museo y la biblioteca con los que siempre soñó el padre Sergio. Además, se creó el festival de cultura “Sergio Restrepo” que cada 365 días promueve actividades de danza, música, poesía, cuentos y artesanías. “Todo lo que le gustaba al padre”, recalca Víctor Pantoja.

Ya no es aquel niño que le ayudaba con el abono de las plantas a su maestro. Hoy es ingeniero agroforestal, dirige la emisora comunitaria SR Estero y coordina el museo arqueológico Zenú, además de la biblioteca Casa Campesina que cuenta con más de 20.000 libros. Todas labores sociales que nacieron de las enseñanzas que recibió de Sergio Restrepo Jaramillo, a quien siempre vio recogiendo indigentes o movilizando ropa desde Medellín para dar a los enfermos, con la mezcla de aristocracia e informalidad con la que hoy también lo recuerda su amigo desde los 19 años, el padre Francisco de Roux.

 

 

cgonzalez@elespectador.com

Por Catalina González Navarro

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