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El llanto de la bebé, Cristin, lo escucharon fuerte y claro en un anoche en la selva. Sabían que estaban cerca, pero la sabiduría ancestral dictaba que las horas de búsqueda eran entre las cinco de la mañana y las cinco de la tarde, ya que el resto del tiempo había que respetar el paso de los otros seres que habitan la zona.
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Alrededor de 200 comandos especiales de la Fuerzas Militares andaban con la precaución de encontrar grupos armados y con el despliegue de toda su tecnología para facilitar la búsqueda de los cuatro niños indígenas desaparecidos después de la caída de una aeronave en la selva del Guaviare. No estaban solos iban de la mano de más de 90 indígenas de todo el país que acompañaron el operativo con su sabiduría sobre el terreno y prácticas tradicionales a las que se aferraron para encontrarlos.
Como lo indicó la directora del ICBF, Astrid Cáceres, “no se trata de quien hace qué, sino que todos hagamos todo lo posible” esa fue una de las premisas a la hora de trabajar en conjunto entre las Fuerzas Militares y los indígenas, quienes el pasado viernes 9 de junio encontraron con vida a los cuatro menores de edad, que según Fidencio Valencia, abuelo de los niños, sobrevivieron de fariña y de los kits que fueron lanzados en la selva por el equipo de búsqueda.
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“Esa zona es muy tupida en términos de árboles. Miras para cualquier lado y son idénticos los árboles y hasta nosotros nos perdíamos, por eso la combinación de la tecnología y lo cultural, lo espiritual y estratégico de conocer la selva, más la capacidad técnica y militar permitieron que las cosas se nos dieran”, dice Luis Acosta, coordinador nacional de la Guardia Indígena, quien dirigió la logística y táctica del grupo con el que entró a la selva del Caquetá.
Llegaron a los 15 días de búsqueda, poco después de que los indígenas de la Araracuara encontraron el avión y tras la confusión por el falso hallazgo de los niños. La comisión indígena la integraron voluntarios de Caquetá, Putumayo, de la guardia koreguaje, Sicuani, nukak, murui y uitotos de la comunidad de donde salieron los menores de edad, entre los que se destaca su padre, Manuel Ranoque.
Sobre esto, Patricia Tobón, directora de la Unidad de Víctimas, explica que en un principio el equipo de indígenas era pequeño e insuficiente, por lo que el presidente Gustavo Petro les pidió a ella y a Giovani Yule, director de la Unidad de Restitución de Tierras, articular esfuerzos con las guardias indígenas y comunidades. “En principio venían muchas delegaciones de muchas partes, pero le dimos prioridad a los que estaban más cerca del territorio”.
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Buscaban personas que fueran rescatistas y tuvieran experiencia en la selva y así llegaron apoyos de comunidades de los murui, del predio Putumayo, quienes fueron los que finalmente estaban en el grupo que encontró a los niños en la selva.
La articulación fue clave. Tobón resalta que a la llegada de cada grupo debía hacer articulaciones y explicar a la Fuerza Pública que comunidad entraba y a los indígenas, quienes eran los militares con los que iban a trabajar. “Por décadas ha habido mucha desconfianza (…) Esto hizo que la gente llegara a ayudar superando muchas cosas, pero además la Fuerza pública se sorprendió de la ubicación y conocimiento de los indígenas de la selva”.
La búsqueda
Ya adentró se organizaron por grupos integrados por indígenas y comandos especiales. “Cada escuadra estaba compuesta por 10 que se tenían que conocer, porque se tenían que ver la espalda. Era fácil perderse”, señala Acosta, líder de la guardia indígena.
Al iniciar la jornada, se dividían las cuadrillas (cuadros de terreno de un kilómetro) y se iban en bloque buscando sobre los caños, que fue donde hallaron las huellas. De hecho, cuenta Acosta, que en los últimos días encontraron pasos de los niños y el perro Wilson cerca de una cueva, pero cuando entraron los menores de edad ya no estaban.
Vivir dentro de la selva no fue fácil. En la búsqueda hallaron serpientes, venados y todo tipo de insectos. A varios los picaron hormigas conocidas como congas que dejan un dolor intenso por varios días, mientras que con el paso del tiempo tuvieron que aprender a dormir con las arañas, y con el sonido del tigre, que sabían que siempre estaba cerca. En el día soportaban el calor que se genera en una selva muy húmeda, que a la par, por las mismas condiciones propicia que en la madrugada solo se vea niebla y con ello se sienta el frío hasta en los huesos.
En cuanto a la comida, al igual que los niños, vivieron de fariña, de lo que pudieron encontrar en los kits y de los enlatados que cargaban los militares, así como de un combinado de agua y complemento rojo, que utilizaban para hidratarse en el día. Hubo varios que se enfermaron de diarrea e incidentes puntuales como el de dos comandos que se cayeron y se hirieron en un ojo una mano.
El día antes de encontrar a los niños, los mayores dentro de la selva hicieron un trabajo espiritual muy grande. Varios, como los murui y los siona tomaron yajé e hicieron sus trabajos y cuando salieron sentenciaron que la selva les iba a permitir encontrar a los niños, resalta Tobón. Al respecto, Acosta señala que eso les permitió abrir el espíritu. “Cuando tú tomas yajé, la selva te habla, te muestra el camino del jaguar, de la boa y si hay algo espiritual lo identificas. Por eso ellos fueron los que lograron encontrarlos”.
La noticia llegó por radioteléfono. El equipo que halló a los niños dio aviso por el satelital, tomó la foto y enviaron el mensaje: se dijo cuatro veces milagro. Aquí sobran las explicaciones, hubo muchas lágrimas, felicidad y un nuevo operativo para garantizar la salida con vida de los menores de edad indígenas.
Sobre las razones por las que sobrevivieron los niños tantos días en una selva tan difícil, Acosta señala que desde muy pequeños se forma a los indígenas para quererla, entenderla y cuidarla. “Es más, les hacen rituales de amarre en la selva para que los respete y los cuide. La niña grande ha tenido un recorrido muy fuerte de como identificar sonidos, de como diferencias de una mata venenosa y cuál no, de cómo buscar los ríos y desde todos los territorios indígenas del país se hicieron ceremonias para darles la fuerza para seguir”.
Para Tobón esto fue el resultado de la unión de todos desde sus conocimientos. “Colombia tiene una realidad rural inmensa, en donde hay más territorio que Estado y esto nos deja una experiencia de que podemos trabajar con la comunidad en otros proyectos”.
Las lecciones son diversas. Tobón destaca que la vida de todos vale y el esfuerzo no fue en vano, que el trabajo con las comunidades fue valioso y se debe continuar articulándose con ellas y que se deben tener protocolos para atender emergencias como esta, y añade: “por último está que estos niños venían huyendo de la violencia, el avión se cae y si todo el país no se vuelca, esos niños no hubieran tenido opción. Esos niños dan un mensaje de esperanza para el país, pero esos niños también tienen una situación de extrema vulnerabilidad y el Estado debe garantizarles a ellos su protección, pero es la situación de muchos niños indígenas en situaciones precarias y nos pone a pensar de nuestro papel como instituciones del cuidado de estos niños”.
Al Hospital Militar, donde se encuentran internados los cuatro niños, han ido llegando maestros y sabedores indígenas a realizar sus rituales, a la espera de aportar en la sanación y el proceso que viene ahora para los menores de edad. Por lo pronto, se espera que este episodio no sea una excepción y que el trabajo conjunto pueda plantearse en otros escenarios de la realidad que atraviesa el país.