La lucha por la reivindicación de las mujeres en el Pacífico caucano
Las mujeres de los municipios de Guapi, Timbiquí y López de Micay se han articulado para visibilizar su papel en el territorio, luchar por sus derechos y hacerle frente a la violencia de género, especialmente la relacionada con el conflicto.
En la costa Pacífica del departamento del Cauca —compuesta por los municipios de Guapi, Timbiquí y López de Micay— predomina la vegetación, los ríos que separan y conectan el territorio, y los lugares de difícil acceso, por la falta de vías y carreteras. En medio de las dificultades para conectar los municipios, las mujeres han tejido redes y creado organizaciones comunitarias para rescatar su papel en la sociedad, recuperar las prácticas ancestrales y buscar la igualdad de derechos y oportunidades para participar en la construcción comunitaria en un ambiente marcado por la violencia de género en el territorio.
“Los derechos de la mujer se han ido reivindicando, pero aún se vulneran mucho. Persiste una violencia estructural relacionada con la falta de oportunidades y porque tienen a su cargo las responsabilidades del hogar. Muchas veces esto no permite que se implemente el enfoque de género y étnico territorial que dé las garantías para la participación política y toma de decisiones. Se han incrementado los índices de violencia intrafamiliar que han terminado en feminicidio. Hay muchos hombres que limitan la participación de las mujeres, porque siguen ejerciendo un control sobre sus vidas y cuerpos que les impide salir a estos espacios”, expresa Isel Micolta, profesional de apoyo de la Secretaría de la Mujer del Cauca en los municipios de la costa Pacífica.
Si bien persisten dichas violencias y no hay cifras de este fenómeno, se sabe que en la mayoría de los casos los feminicidios son perpetrados por las parejas o exparejas de las víctimas tras un ciclo de violencia que va en aumento. “El feminicidio se presenta enmarcado en unas violencias de género que se van configurando. Muchas veces las mujeres han denunciado, pero no se les ha hecho un seguimiento o no se han tomado medidas de protección porque habría que llevar a la mujer hasta Popayán. En otros casos no denuncian por temor a que la situación empeore”, dice Micolta.
Lea: La lucha de las mujeres en la costa caucana y más noticias de Colombia aquí.
Las mujeres no solo han sido vulneradas en sus hogares, sino también por los grupos al margen de la ley que han estado en los municipios de la costa caucana: antes eran las Farc, ahora las disidencias del frente 30 y el Eln. “Hay una instrumentalización del cuerpo de la mujer como botín de guerra. Muchas siguen siendo violentadas sexualmente y esclavizadas para servirles a los grupos armados. Allí se les vulneran todos sus derechos, especialmente los sexuales y reproductivos y la dignidad de la mujer”, asegura Isel Micolta.
La apuesta por la paz y el trabajo comunitario
Las violencias de género y la falta de oportunidades llevaron a que muchas mujeres comenzaran a crear organizaciones y tejer redes para enfrentar la situación y apostarle a la paz. “Empezamos a reconocer que en los procesos organizativos no están participando mucho las mujeres y que hay una situación de desventaja frente a los hombres para el pleno ejercicio de nuestros derechos. La brecha es aún más grande entre las mujeres que están ubicadas en la cabecera municipal frente a las de las zonas rurales, porque hay lugares sin conectividad y ellas no tenían cómo informarse. En nuestra cultura las mujeres tienen un papel fundamental, dado que son las que resguardan las prácticas ancestrales e identitarias. Cuando nace una persona la primera que está antes y durante el parto es una mujer, y durante toda la vida siempre hay una mujer que asume la economía del cuidado, cosa que está muy marcada en nuestro territorio. Está mal, pero lo buscamos disminuir”, explica Mercy Dayana Campaz, integrante de la Fundación Chiyangua, perteneciente a la Red Matamba y Guasá.
Uno de los principales objetivos es liberar a las mujeres del rol cultural que se les ha asignado, que sus proyectos de vida no estén condicionados a lo relativo al hogar y las labores del cuidado. En ese sentido, impulsan su participación en espacios políticos. “Buscamos que haya un empoderamiento de la mujer en temas como la incidencia política y la formación. El hilo conductor del trabajo tiene que ver con la identidad cultural, lo que nos arraiga como comunidades afros. Trabajamos el tema gastronómico; la medicina tradicional, que afianza el proceso de sanación y prevención, y los mecanismos de participación y articulación con la institucionalidad. Todo lo que tiene que ver con el desarrollo propio de la mujer para ejercer el poder que se configura en el territorio”, dice Mirna Rosa Herrera, representante legal de la Asociación Apoyo a la Mujer de la Matamba y Guasá, en Timbiquí.
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En la costa Pacífica caucana hay 36.792 mujeres, que representa el 50 % de la población total, según las proyecciones del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) para 2021. Dichos datos arrojan que en Guapi hay 27.917 personas, en Timbiquí son 26.824 y en 2018 la entidad estimó que la población afro en ambos municipios era de 15.000 a 30.000 personas, respectivamente. Mientras que López de Micay tiene 19.086 habitantes, de los que de 5.000 a 15.000 serían también de dicho grupo étnico. De allí la importancia que las mujeres les dan a las prácticas y tradiciones de la cultura afro.
Uno de esos elementos de conexión con la ancestralidad son las azoteas, espacios de huertas en la casa donde las mujeres cultivan sus plantas, que tienen un carácter sagrado por su carga simbólica y su relación con la vida. “Las azoteas fueron el espacio de encuentro entre las mujeres de la costa Pacífica, porque desde ahí recuperábamos el saber medicinal y gastronómico. Nos encontramos alrededor de ese proyecto y generamos el apalancamiento cultural que nos identifica como mujeres negras. La comida va ligada a la protección, a la sanación”, añade Mirna Rosa. Por eso en esos lugares cultivan cebolla, albahaca, cilantro, orégano, toronjil y manzanilla, entre otras.
Si bien las azoteas han sido una de las estrategias del trabajo comunitario de las mujeres, han implementado muchas otras. A las que les han dado mayor relevancia han sido a aquellas que les permiten capacitarse, compartir con otras mujeres y hablar de sus derechos. “Hacemos unas escuelas itinerantes con unos módulos de formación sobre la construcción de paz con enfoque de género, que es financiado por Fokus (centro de recursos sobre cuestiones de los derechos de la mujer a escala internacional) y le apuntan a que las mujeres conozcamos sobre el acuerdo de paz y demás. Una de las cosas que son fundamentales para disminuir los índices de vulneración de los derechos en nuestras comunidades es que conozcamos a qué tenemos derecho. Además de construir rutas comunitarias para cuando se presenten hechos de violencia contra la mujer”, relata Mercy.
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En las reuniones las mujeres no solo se forman, también tienen un espacio de encuentro para compartir sus experiencias por medio del tejido de una colcha. “La colcha representa cómo las mujeres desahogamos esas penas que llevamos por dentro. Escribimos alguna forma de violencia que hayamos vivido y también manifestamos allí el querer que cese en nuestro cuerpo y en nuestros territorios la violencia que nos afecta”, expresa Mirna. El propósito de este ejercicio es que allí queden plasmados los sentimientos de múltiples mujeres.
La articulación con la institucionalidad
El trabajo por el reconocimiento de los derechos de las mujeres y la búsqueda por disminuir, prevenir y atender la violencia de género no ha sido solo de las organizaciones sociales, sino que también se ha conjugado con el de aquellas que son el enlace de género con las administraciones locales y buscan mejorar las condiciones de vida de esta población. “Se ha forjado una alianza entre los tres municipios donde los alcaldes y la alcaldesa (Timbiquí) están comprometidos con sacar adelante los municipios como Costa Pacífica, entonces se hace un trabajo conjunto. En López estamos haciendo campañas de prevención de violencia. Allí las mujeres son más vulnerables, porque estamos en un territorio de zona rural disperso y eso las limita para buscar ayuda, muchas veces son dependientes económicamente y no tienen cómo transportarse hasta la cabecera”, declara Yenilsen Alomía, enlace de género del municipio López de Micay.
Por ser municipios de sexta categoría, deben buscar el apoyo financiero de otras entidades y de la Gobernación. “La apuesta es a hacer un fortalecimiento institucional que dé unas garantías de atención a las mujeres víctimas de violencia, la prevención y difusión de sus derechos, y que reconozcan los diferentes tipos de violencia. Muchas ya se han empoderado, pero necesitamos que más lo hagan, esa es la apuesta”, dice Isel Micolta, profesional de apoyo de la Secretaría de la Mujer del Cauca en los municipios de la costa Pacífica.
En la costa Pacífica del departamento del Cauca —compuesta por los municipios de Guapi, Timbiquí y López de Micay— predomina la vegetación, los ríos que separan y conectan el territorio, y los lugares de difícil acceso, por la falta de vías y carreteras. En medio de las dificultades para conectar los municipios, las mujeres han tejido redes y creado organizaciones comunitarias para rescatar su papel en la sociedad, recuperar las prácticas ancestrales y buscar la igualdad de derechos y oportunidades para participar en la construcción comunitaria en un ambiente marcado por la violencia de género en el territorio.
“Los derechos de la mujer se han ido reivindicando, pero aún se vulneran mucho. Persiste una violencia estructural relacionada con la falta de oportunidades y porque tienen a su cargo las responsabilidades del hogar. Muchas veces esto no permite que se implemente el enfoque de género y étnico territorial que dé las garantías para la participación política y toma de decisiones. Se han incrementado los índices de violencia intrafamiliar que han terminado en feminicidio. Hay muchos hombres que limitan la participación de las mujeres, porque siguen ejerciendo un control sobre sus vidas y cuerpos que les impide salir a estos espacios”, expresa Isel Micolta, profesional de apoyo de la Secretaría de la Mujer del Cauca en los municipios de la costa Pacífica.
Si bien persisten dichas violencias y no hay cifras de este fenómeno, se sabe que en la mayoría de los casos los feminicidios son perpetrados por las parejas o exparejas de las víctimas tras un ciclo de violencia que va en aumento. “El feminicidio se presenta enmarcado en unas violencias de género que se van configurando. Muchas veces las mujeres han denunciado, pero no se les ha hecho un seguimiento o no se han tomado medidas de protección porque habría que llevar a la mujer hasta Popayán. En otros casos no denuncian por temor a que la situación empeore”, dice Micolta.
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Las mujeres no solo han sido vulneradas en sus hogares, sino también por los grupos al margen de la ley que han estado en los municipios de la costa caucana: antes eran las Farc, ahora las disidencias del frente 30 y el Eln. “Hay una instrumentalización del cuerpo de la mujer como botín de guerra. Muchas siguen siendo violentadas sexualmente y esclavizadas para servirles a los grupos armados. Allí se les vulneran todos sus derechos, especialmente los sexuales y reproductivos y la dignidad de la mujer”, asegura Isel Micolta.
La apuesta por la paz y el trabajo comunitario
Las violencias de género y la falta de oportunidades llevaron a que muchas mujeres comenzaran a crear organizaciones y tejer redes para enfrentar la situación y apostarle a la paz. “Empezamos a reconocer que en los procesos organizativos no están participando mucho las mujeres y que hay una situación de desventaja frente a los hombres para el pleno ejercicio de nuestros derechos. La brecha es aún más grande entre las mujeres que están ubicadas en la cabecera municipal frente a las de las zonas rurales, porque hay lugares sin conectividad y ellas no tenían cómo informarse. En nuestra cultura las mujeres tienen un papel fundamental, dado que son las que resguardan las prácticas ancestrales e identitarias. Cuando nace una persona la primera que está antes y durante el parto es una mujer, y durante toda la vida siempre hay una mujer que asume la economía del cuidado, cosa que está muy marcada en nuestro territorio. Está mal, pero lo buscamos disminuir”, explica Mercy Dayana Campaz, integrante de la Fundación Chiyangua, perteneciente a la Red Matamba y Guasá.
Uno de los principales objetivos es liberar a las mujeres del rol cultural que se les ha asignado, que sus proyectos de vida no estén condicionados a lo relativo al hogar y las labores del cuidado. En ese sentido, impulsan su participación en espacios políticos. “Buscamos que haya un empoderamiento de la mujer en temas como la incidencia política y la formación. El hilo conductor del trabajo tiene que ver con la identidad cultural, lo que nos arraiga como comunidades afros. Trabajamos el tema gastronómico; la medicina tradicional, que afianza el proceso de sanación y prevención, y los mecanismos de participación y articulación con la institucionalidad. Todo lo que tiene que ver con el desarrollo propio de la mujer para ejercer el poder que se configura en el territorio”, dice Mirna Rosa Herrera, representante legal de la Asociación Apoyo a la Mujer de la Matamba y Guasá, en Timbiquí.
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En la costa Pacífica caucana hay 36.792 mujeres, que representa el 50 % de la población total, según las proyecciones del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) para 2021. Dichos datos arrojan que en Guapi hay 27.917 personas, en Timbiquí son 26.824 y en 2018 la entidad estimó que la población afro en ambos municipios era de 15.000 a 30.000 personas, respectivamente. Mientras que López de Micay tiene 19.086 habitantes, de los que de 5.000 a 15.000 serían también de dicho grupo étnico. De allí la importancia que las mujeres les dan a las prácticas y tradiciones de la cultura afro.
Uno de esos elementos de conexión con la ancestralidad son las azoteas, espacios de huertas en la casa donde las mujeres cultivan sus plantas, que tienen un carácter sagrado por su carga simbólica y su relación con la vida. “Las azoteas fueron el espacio de encuentro entre las mujeres de la costa Pacífica, porque desde ahí recuperábamos el saber medicinal y gastronómico. Nos encontramos alrededor de ese proyecto y generamos el apalancamiento cultural que nos identifica como mujeres negras. La comida va ligada a la protección, a la sanación”, añade Mirna Rosa. Por eso en esos lugares cultivan cebolla, albahaca, cilantro, orégano, toronjil y manzanilla, entre otras.
Si bien las azoteas han sido una de las estrategias del trabajo comunitario de las mujeres, han implementado muchas otras. A las que les han dado mayor relevancia han sido a aquellas que les permiten capacitarse, compartir con otras mujeres y hablar de sus derechos. “Hacemos unas escuelas itinerantes con unos módulos de formación sobre la construcción de paz con enfoque de género, que es financiado por Fokus (centro de recursos sobre cuestiones de los derechos de la mujer a escala internacional) y le apuntan a que las mujeres conozcamos sobre el acuerdo de paz y demás. Una de las cosas que son fundamentales para disminuir los índices de vulneración de los derechos en nuestras comunidades es que conozcamos a qué tenemos derecho. Además de construir rutas comunitarias para cuando se presenten hechos de violencia contra la mujer”, relata Mercy.
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En las reuniones las mujeres no solo se forman, también tienen un espacio de encuentro para compartir sus experiencias por medio del tejido de una colcha. “La colcha representa cómo las mujeres desahogamos esas penas que llevamos por dentro. Escribimos alguna forma de violencia que hayamos vivido y también manifestamos allí el querer que cese en nuestro cuerpo y en nuestros territorios la violencia que nos afecta”, expresa Mirna. El propósito de este ejercicio es que allí queden plasmados los sentimientos de múltiples mujeres.
La articulación con la institucionalidad
El trabajo por el reconocimiento de los derechos de las mujeres y la búsqueda por disminuir, prevenir y atender la violencia de género no ha sido solo de las organizaciones sociales, sino que también se ha conjugado con el de aquellas que son el enlace de género con las administraciones locales y buscan mejorar las condiciones de vida de esta población. “Se ha forjado una alianza entre los tres municipios donde los alcaldes y la alcaldesa (Timbiquí) están comprometidos con sacar adelante los municipios como Costa Pacífica, entonces se hace un trabajo conjunto. En López estamos haciendo campañas de prevención de violencia. Allí las mujeres son más vulnerables, porque estamos en un territorio de zona rural disperso y eso las limita para buscar ayuda, muchas veces son dependientes económicamente y no tienen cómo transportarse hasta la cabecera”, declara Yenilsen Alomía, enlace de género del municipio López de Micay.
Por ser municipios de sexta categoría, deben buscar el apoyo financiero de otras entidades y de la Gobernación. “La apuesta es a hacer un fortalecimiento institucional que dé unas garantías de atención a las mujeres víctimas de violencia, la prevención y difusión de sus derechos, y que reconozcan los diferentes tipos de violencia. Muchas ya se han empoderado, pero necesitamos que más lo hagan, esa es la apuesta”, dice Isel Micolta, profesional de apoyo de la Secretaría de la Mujer del Cauca en los municipios de la costa Pacífica.