La menstruación según las indígenas ticunas
Be Girl, la compañía colombiana que revolucionó la menstruación en África mediante la creación de calzones reutilizables para que las niñas no deserten de estudiar, llegó a la comunidad de Nazareth en el Amazonas colombiano.
María Paulina Baena Jaramillo
A 45 minutos en lancha rápida desde Leticia, la capital del departamento del Amazonas, está el resguardo Nazareth, donde viven cerca de 700 indígenas de la etnia ticuna, algunas familias huitotas y otras cocamas. A pocos metros de esa comunidad, selva adentro, sobre una gran extensión de tierra verde y silenciosa viven 140 niños y niñas en el Colegio Técnico Agropecuario María Auxiliadora. El internado recibe también alumnos externos. Eso quiere decir que suma un total de 400 estudiantes, cerca de 12 profesores y algunos perros que dormitan sobre los corredores henchidos de humedad.
En uno de esos salones oscuros y roídos del colegio María Auxiliadora el profesor e indígena Luis Pereira se prepara para dar su clase de etnolingüística, en la que busca recuperar la lengua ticuna y devolvérsela a los estudiantes. Apenas entro al salón agacha la cabeza y me dice “numaé”, que significa “buenos días” en ticuna. Les pide a los alumnos que vayan a recoger leña y señala el pupitre que tiene al frente para que me siente.
Después de permanecer callados unos segundos y clavarme una mirada serena y curiosa le explico que estoy investigando el tema de la menstruación en las indígenas amazónicas. Le digo que vine gracias al apoyo de Fucai, una fundación que trabaja con comunidades indígenas vulnerables donde los niños son prioridad, y como acompañante de las representantes de Be Girl, una empresa que se dedica a diseñar calzones y toallas sanitarias reutilizables que buscan mejorar las condiciones de las niñas alrededor del mundo mientras atraviesan por ese período de sus vidas. (Lee también: La diseñadora colombiana que revolucionó la menstruación en África).
El rito de “la pelazón”
Luis empieza a describir el rito dentro de su comunidad. Cuenta que las niñas son preparadas desde pequeñas para ese momento. Les han tejido un collar especial hecho de semillas, plumas, huesos y colmillos. Cuando les llega su primer período lo cuelgan en algún lugar visible. La mamá, entonces, se entera de que a su hija le llegó la menarquia, o la primera menstruación, y ahí se encarga de llamar a los médicos tradicionales, abuelos, tíos y otros familiares.
Comienza, como explica el profesor Luis, “la fiesta de la pubertad”, tradicionalmente conocida como “la pelazón”. El rito dura ocho días con sus noches: empieza un lunes y termina en la madrugada del siguiente. Contempla varios elementos: una vestimenta especial que consiste en arropar a la niña con una sábana roja que emula la sangre; pintan el cuerpo de ella con huito, un fruto cuya tinta morada permanece por ocho días en la piel; los invitados preparan cantos; se le corta el pelo a ras de la cabeza a la homenajeada para sacar las impurezas; se le perforan las orejas cuando no lo están; hacen un conjuro en el que los invitados llevan toda clase de plantas y materiales para traer abundancia, y finalmente, la ahora “mujer” entra a un baño en el que se fertiliza el agua.
Sin embargo, antes de la fiesta, la niña ha sido encerrada. “Anteriormente eran tres años. Pero en esta época dura un año, seis meses, tres meses y como mínimo un mes”, explica Luis. En el encerramiento recibe instrucciones y consejos de las abuelas, quienes le enseñan a tejer hamacas, mochilas y escobas. Después de ese período de confinamiento es considerada una niña sagrada. “Le estamos dando una ofrenda a Dios. Por medio de esta fiesta armonizamos el mundo en el que vivimos y alejamos los malos espíritus”, dice Luis.
En eso coincide Rosinays Olarte, indígena ticuna y madre de tres hermanos del internado, quien aseguró que a la niña no se le puede mirar porque es sagrada. Con una voz casi inaudible cuenta que “para la fiesta hay que rebuscarse la comida y el preparado de la bebida típica, que es a base de yuca y se llama el payabarú”. En ese momento la interrumpe su esposo, Édgar Macedo, quien asegura que tiene el sueño de hacerle la “pelazón” a su hija, pero entre risa e indignación comenta que “¡uno se gasta más plata en la “pelazón” que en la fiesta de quince!”.
El pelo que se remueve se deja en los árboles, para que dé frutos, como explica la indígena Rosinays Olarte. Además, una vez las niñas son rapadas se les cubre la cabeza con un pañuelo blanco hasta que les vuelva a crecer el pelo. Unos dicen que el pañuelo es simbólico, y otros, que cumple una función práctica, como cubrirse del sol.
En el colegio los profesores también se involucran en la menstruación de las niñas. Tanto así que como cuenta Wenceslao Masicaya, profesor de técnica agropecuaria, “cuando una niña está en su período no siembra y no se acerca al cultivo, porque lo seca”. Las niñas, dice Masicaya, no van al colegio, faltan meses y los profesores consideran eso a la hora de evaluarlas. De hecho, muchos de ellos dictan tutorías en las malokas para que puedan ir a la par del trabajo hecho en clase.
Calzones reusables para el Amazonas
María Belén Castellanos hace parte del equipo de Diana Sierra, la colombiana que revolucionó la menstruación en África al diseñar unos calzones y toallas reutilizables que evitan la deserción escolar de niñas en ese continente. La idea ya ha recorrido 14 países si se cuenta esta comunidad amazónica.
Mientras María Belén dibuja en un tablero el aparato reproductivo de la mujer, les explica a más de 60 niñas cómo funciona el ciclo menstrual, cuáles son los ovarios, óvulos, útero y vagina; de pronto del público empiezan a surgir algunas preguntas que dejan ver el vacío de información que las niñas tienen de sus propios cuerpos: (Lee también: Hablar de la regla).
“¿Por qué duele tener el período? ¿Si me meto a una quebrada y hay un espermatozoide de un animal suelto puedo quedar embarazada? ¿Puedo tener relaciones sexuales cuando tengo el período? ¿Cuándo los senos se me hinchan es que estoy embarazada? ¿Es normal que tenga flujo?”.
Según Carolina Encinales, acompañante de las niñas del internado, “no es un tema que se hable de manera institucional y no sé por qué no se habla”, dice. “No les damos instrucción cuando les llega la menstruación y de alguna u otra forma me he convertido en su guía para el tema menstrual”, remata.
De acuerdo con el padre Jorge Eliécer Mazo, rector del Colegio María Auxiliadora, “no soy el indicado para enseñarles cómo se hace. Porque al enseñarles educación sexual y los métodos anticonceptivos estamos induciendo la promiscuidad”. El padre es un hombre que llegó al Amazonas en 1990, cuando tenía 28 años, y ahora con 54 no se le borra el acento paisa, tiene el pelo blanco, mide 1,65 m y comenta orgulloso que casi todos los indígenas son católicos y están bautizados. (Te puede interesar: El tabú de la regla).
Primero estuvo en Chorrera, luego se trasladó a Mirití y Pedrera, y durante 15 años estuvo en Araracuara. Desde el 1° de febrero de 2015 llegó al Colegio María Auxiliadora y desde ahí no se quita el machete terciado y las botas de caucho. “Aquí las niñas tienen bebés muy jóvenes. Me doy cuenta cuando voy a la comunidad a hacer bautizos y tomo los datos”, continúa. “No proveemos toallas higiénicas porque no nos alcanza la plata. Para el Ministerio de Educación, los internados no existimos”, asegura vehemente, soltando una pulla.
Pero así como los internados parecen invisibles a los ojos del Gobierno, como cuenta el padre Mazo, la menstruación es un tema del que no se habla y que les llega por sorpresa a muchas niñas de este rincón de la Amazonia. “Me bajó una cosa caliente y me sentí afligida”, recuerda la vieja indígena cocama María Marlene; “fue incómodo porque nadie me había hablado de eso”, dice Claudia, de 13 años; “las toallas se consiguen lejos, en Leticia, y me irritan la entrepierna”, sostuvo Carol Stephany, de 16 años, “por eso estos calzones me parecen geniales”, concluye con una sonrisa blanca.
Finalmente, María Belén Castellanos, de Be Girl, interpela al padre, mientras le explica el proyecto. La misión de la empresa es apoyar a niñas en África, Oriente Medio, Estados Unidos y en el Amazonas colombiano. Al fin y al cabo las niñas lo son en cualquier lugar del mundo y la idea es conocer sus vivencias, sus similitudes y diferencias para avanzar en un movimiento global. “Con los calzones queremos empoderarlas a ellas de su cuerpo, porque cuando les llega la menstruación tienen más control de sus acciones", aseguró. "Se trata de volver a escuchar nuestros cuerpos", dijo.
Tan es así que el rito de estas indígenas amazónicas es armonizar la sexualidad con la naturaleza, algo completamente desdibujado de la cultura occidental. Por eso decidieron lanzar la campaña “Yo quiero que sepas – I want you to know”, en la que más que donar calzones, éstos llegarán acompañados con cartas de personas de todas partes del mundo que les recuerdan a estas niñas que no están solas.
A 45 minutos en lancha rápida desde Leticia, la capital del departamento del Amazonas, está el resguardo Nazareth, donde viven cerca de 700 indígenas de la etnia ticuna, algunas familias huitotas y otras cocamas. A pocos metros de esa comunidad, selva adentro, sobre una gran extensión de tierra verde y silenciosa viven 140 niños y niñas en el Colegio Técnico Agropecuario María Auxiliadora. El internado recibe también alumnos externos. Eso quiere decir que suma un total de 400 estudiantes, cerca de 12 profesores y algunos perros que dormitan sobre los corredores henchidos de humedad.
En uno de esos salones oscuros y roídos del colegio María Auxiliadora el profesor e indígena Luis Pereira se prepara para dar su clase de etnolingüística, en la que busca recuperar la lengua ticuna y devolvérsela a los estudiantes. Apenas entro al salón agacha la cabeza y me dice “numaé”, que significa “buenos días” en ticuna. Les pide a los alumnos que vayan a recoger leña y señala el pupitre que tiene al frente para que me siente.
Después de permanecer callados unos segundos y clavarme una mirada serena y curiosa le explico que estoy investigando el tema de la menstruación en las indígenas amazónicas. Le digo que vine gracias al apoyo de Fucai, una fundación que trabaja con comunidades indígenas vulnerables donde los niños son prioridad, y como acompañante de las representantes de Be Girl, una empresa que se dedica a diseñar calzones y toallas sanitarias reutilizables que buscan mejorar las condiciones de las niñas alrededor del mundo mientras atraviesan por ese período de sus vidas. (Lee también: La diseñadora colombiana que revolucionó la menstruación en África).
El rito de “la pelazón”
Luis empieza a describir el rito dentro de su comunidad. Cuenta que las niñas son preparadas desde pequeñas para ese momento. Les han tejido un collar especial hecho de semillas, plumas, huesos y colmillos. Cuando les llega su primer período lo cuelgan en algún lugar visible. La mamá, entonces, se entera de que a su hija le llegó la menarquia, o la primera menstruación, y ahí se encarga de llamar a los médicos tradicionales, abuelos, tíos y otros familiares.
Comienza, como explica el profesor Luis, “la fiesta de la pubertad”, tradicionalmente conocida como “la pelazón”. El rito dura ocho días con sus noches: empieza un lunes y termina en la madrugada del siguiente. Contempla varios elementos: una vestimenta especial que consiste en arropar a la niña con una sábana roja que emula la sangre; pintan el cuerpo de ella con huito, un fruto cuya tinta morada permanece por ocho días en la piel; los invitados preparan cantos; se le corta el pelo a ras de la cabeza a la homenajeada para sacar las impurezas; se le perforan las orejas cuando no lo están; hacen un conjuro en el que los invitados llevan toda clase de plantas y materiales para traer abundancia, y finalmente, la ahora “mujer” entra a un baño en el que se fertiliza el agua.
Sin embargo, antes de la fiesta, la niña ha sido encerrada. “Anteriormente eran tres años. Pero en esta época dura un año, seis meses, tres meses y como mínimo un mes”, explica Luis. En el encerramiento recibe instrucciones y consejos de las abuelas, quienes le enseñan a tejer hamacas, mochilas y escobas. Después de ese período de confinamiento es considerada una niña sagrada. “Le estamos dando una ofrenda a Dios. Por medio de esta fiesta armonizamos el mundo en el que vivimos y alejamos los malos espíritus”, dice Luis.
En eso coincide Rosinays Olarte, indígena ticuna y madre de tres hermanos del internado, quien aseguró que a la niña no se le puede mirar porque es sagrada. Con una voz casi inaudible cuenta que “para la fiesta hay que rebuscarse la comida y el preparado de la bebida típica, que es a base de yuca y se llama el payabarú”. En ese momento la interrumpe su esposo, Édgar Macedo, quien asegura que tiene el sueño de hacerle la “pelazón” a su hija, pero entre risa e indignación comenta que “¡uno se gasta más plata en la “pelazón” que en la fiesta de quince!”.
El pelo que se remueve se deja en los árboles, para que dé frutos, como explica la indígena Rosinays Olarte. Además, una vez las niñas son rapadas se les cubre la cabeza con un pañuelo blanco hasta que les vuelva a crecer el pelo. Unos dicen que el pañuelo es simbólico, y otros, que cumple una función práctica, como cubrirse del sol.
En el colegio los profesores también se involucran en la menstruación de las niñas. Tanto así que como cuenta Wenceslao Masicaya, profesor de técnica agropecuaria, “cuando una niña está en su período no siembra y no se acerca al cultivo, porque lo seca”. Las niñas, dice Masicaya, no van al colegio, faltan meses y los profesores consideran eso a la hora de evaluarlas. De hecho, muchos de ellos dictan tutorías en las malokas para que puedan ir a la par del trabajo hecho en clase.
Calzones reusables para el Amazonas
María Belén Castellanos hace parte del equipo de Diana Sierra, la colombiana que revolucionó la menstruación en África al diseñar unos calzones y toallas reutilizables que evitan la deserción escolar de niñas en ese continente. La idea ya ha recorrido 14 países si se cuenta esta comunidad amazónica.
Mientras María Belén dibuja en un tablero el aparato reproductivo de la mujer, les explica a más de 60 niñas cómo funciona el ciclo menstrual, cuáles son los ovarios, óvulos, útero y vagina; de pronto del público empiezan a surgir algunas preguntas que dejan ver el vacío de información que las niñas tienen de sus propios cuerpos: (Lee también: Hablar de la regla).
“¿Por qué duele tener el período? ¿Si me meto a una quebrada y hay un espermatozoide de un animal suelto puedo quedar embarazada? ¿Puedo tener relaciones sexuales cuando tengo el período? ¿Cuándo los senos se me hinchan es que estoy embarazada? ¿Es normal que tenga flujo?”.
Según Carolina Encinales, acompañante de las niñas del internado, “no es un tema que se hable de manera institucional y no sé por qué no se habla”, dice. “No les damos instrucción cuando les llega la menstruación y de alguna u otra forma me he convertido en su guía para el tema menstrual”, remata.
De acuerdo con el padre Jorge Eliécer Mazo, rector del Colegio María Auxiliadora, “no soy el indicado para enseñarles cómo se hace. Porque al enseñarles educación sexual y los métodos anticonceptivos estamos induciendo la promiscuidad”. El padre es un hombre que llegó al Amazonas en 1990, cuando tenía 28 años, y ahora con 54 no se le borra el acento paisa, tiene el pelo blanco, mide 1,65 m y comenta orgulloso que casi todos los indígenas son católicos y están bautizados. (Te puede interesar: El tabú de la regla).
Primero estuvo en Chorrera, luego se trasladó a Mirití y Pedrera, y durante 15 años estuvo en Araracuara. Desde el 1° de febrero de 2015 llegó al Colegio María Auxiliadora y desde ahí no se quita el machete terciado y las botas de caucho. “Aquí las niñas tienen bebés muy jóvenes. Me doy cuenta cuando voy a la comunidad a hacer bautizos y tomo los datos”, continúa. “No proveemos toallas higiénicas porque no nos alcanza la plata. Para el Ministerio de Educación, los internados no existimos”, asegura vehemente, soltando una pulla.
Pero así como los internados parecen invisibles a los ojos del Gobierno, como cuenta el padre Mazo, la menstruación es un tema del que no se habla y que les llega por sorpresa a muchas niñas de este rincón de la Amazonia. “Me bajó una cosa caliente y me sentí afligida”, recuerda la vieja indígena cocama María Marlene; “fue incómodo porque nadie me había hablado de eso”, dice Claudia, de 13 años; “las toallas se consiguen lejos, en Leticia, y me irritan la entrepierna”, sostuvo Carol Stephany, de 16 años, “por eso estos calzones me parecen geniales”, concluye con una sonrisa blanca.
Finalmente, María Belén Castellanos, de Be Girl, interpela al padre, mientras le explica el proyecto. La misión de la empresa es apoyar a niñas en África, Oriente Medio, Estados Unidos y en el Amazonas colombiano. Al fin y al cabo las niñas lo son en cualquier lugar del mundo y la idea es conocer sus vivencias, sus similitudes y diferencias para avanzar en un movimiento global. “Con los calzones queremos empoderarlas a ellas de su cuerpo, porque cuando les llega la menstruación tienen más control de sus acciones", aseguró. "Se trata de volver a escuchar nuestros cuerpos", dijo.
Tan es así que el rito de estas indígenas amazónicas es armonizar la sexualidad con la naturaleza, algo completamente desdibujado de la cultura occidental. Por eso decidieron lanzar la campaña “Yo quiero que sepas – I want you to know”, en la que más que donar calzones, éstos llegarán acompañados con cartas de personas de todas partes del mundo que les recuerdan a estas niñas que no están solas.