La nueva guerra de los esmeralderos
Heredero de uno de los clanes mineros más grandes del país logró que lo incluyeran como víctima del despojo y la violencia, y que se congelen los bienes de mineras en Boyacá.
Élber Gutiérrez Roa
La guerra por las esmeraldas parece un problema de nunca acabar. Aunque ya no acapare las portadas de los diarios y los pactos de paz de los años 90 lograron menguar su ola de muertes, ahora se libra en escritorios y, lo que es más increíble, el jefe de una de las grandes familias del negocio —el clan de los Quintero— acaba de lograr que lo acrediten como víctima del conflicto interno, camino por el cual pretende recuperar extensos terrenos que la violencia les quitó, especialmente en Chivor, Boyacá.
Una jugada a tres bandas, pues dada la multiplicidad de actores de la guerra verde y la antigüedad de la misma (la Ley de Víctimas sólo reconoce actos ocurridos desde 1985, pero la violencia entre esmeralderos empezó 30 años antes) pocos creían que las quejas de los Quintero fueran admitidas. Incluso lograron más: Wilson Quintero, hijo del patriarca de las esmeraldas en el oriente de Cundinamarca, Víctor Manuel Quintero, también consiguió que se congelen 25 bienes que los hombres de Ernesto Rodríguez Guatavita y Ángel María Roa Castañeda (alias Cagarruta), les habrían quitado en Chivor.
La historia de la usurpación en el oriente de Cundinamarca no está tan documentada como la de la violencia en el occidente de Boyacá por varias razones. En primer lugar, la zona de Coscuez, Otanche y Muzo fue escenario de reiteradas masacres, mientras que en la de Sutatenza, Guateque, Tenza y Chivor el escalamiento del conflicto entre los antiguos guaqueros con ínfulas de poder no alcanzó la misma dimensión. Además, la atención del país se centró rápidamente en Boyacá, porque ahí fue donde se establecieron los más famosos zares de las esmeraldas, como Víctor Feliciano y Víctor Carranza. No obstante, en Cundinamarca se quedó el tercero de los famosos tocayos, Víctor Quintero, a quien los registros periodísticos de los años 80 describen más como un campesino rico aficionado a los caballos que fue perdiendo fuerza en la zona por no aliarse con los paramilitares.
Víctor Manuel Quintero Morales, procedente de Somondoco, llegó a ser dueño de lo que hoy son cinco de las siete minas más importantes de esmeraldas del país. Quintero sobrevivió a todas las guerras verdes y ya octogenario decidió que su hijo Wilson Alexánder se encargara de los negocios de la familia.
El heredero de los Quintero, quienes se autoproclaman como los más pacíficos entre los señores de las esmeraldas, decidió que no sólo administraría las tierras que poseen en tres departamentos (ver recuadro), sino que se la jugaría por recuperar una vasta extensión en el oriente de Cundinamarca y Chivor, de la cual fueron despojados a sangre y fuego por los antiguos socios de su padre. De hecho, Cagarruta y Rodríguez Guatavita se habrían aliado con Pedro Pablo Montenegro, el antiguo administrador de las tierras de los Quintero.
Luego llegaron a la región las Autodefensas del Casanare y después el bloque Centauros, quienes se encargaron de ahogar los reclamos de los Quintero. Uno de los últimos grandes capos de la zona fue alias Cuco Vanoy, a quien los Quintero también se refieren en su denuncia ante la Unidad Administrativa Especial de Restitución de Tierras.
La consecuencia de aquella osadía fue la declaratoria de guerra de varios grupos de esmeralderos que señalan a Quintero de intentar torpedear la paz, que tantos años costó construir en la región. Él no lo piensa así. En diálogo con este diario aseguró que ya está al tanto de que hay una orden de asesinarlo y de que para ello un grupo de esmeralderos recolectó $1.500 millones.
Fue entonces cuando Quintero llevó su caso ante la Unidad para la Atención y Reparación Integral de las Víctimas y logró que lo acreditaran como despojado por la violencia. Después logró que la Oficina de Instrumentos Públicos de Guateque, Boyacá, certificara la congelación de 25 bienes, entre ellos los famosos Chivor 1 y Chivor 2, que según documentos públicos de mediados del siglo XX serían de su familia. Las empresas que administran dichos predios, como la minera San Francisco, representada entre otros por Álvaro Tenjo, Jesús Hernando Sánchez y Víctor Mauricio Fandiño, sostienen que son poseedoras legales y que ya vencieron a los Quintero en juicio.
Tan pronto como obtuvo estas dos victorias jurídicas, Quintero fue objeto de nuevas amenazas, que lo acaban de obligar a salir del país. Según sus denuncias ante las autoridades competentes, los predios de su familia fueron usurpados por Ángel María Roa, en una seguidilla de hechos en los que fueron asesinados varios de los colaboradores de su padre.
Lo que vino después fue un confuso entramado legal, en el que los Quintero terminaron sin las tierras y señalados de no pagar impuestos por más de $10.000 millones. El argumento de esta familia de esmeralderos es que no podían pagar porque habían sido despojados desde 1989 y hasta dicen que ya consiguieron documentos de la Procuraduría en los que consta que luego de que fueron sacados por la fuerza (y de que padre e hijo tuvieron que salir del país a comienzos de los 90), su contraparte explotó sin problema las minas allí ubicadas.
Sólo en 2014 se habrían extraído más de US$30 millones en esmeraldas en la zona de las minas en litigio. Según los Quintero, su idea, al recuperarlas, es repartir la tierra entre los habitantes de la región. Una propuesta que no les gusta a los actuales tenedores de los predios y que, por supuesto, no convence a todos. Entre tanto, Wilson Quintero seguirá fuera del país esperando a que la justicia decida sobre su inusual reclamo.
El huidizo emporio de los Quintero
Víctor Manuel Quintero Morales es un campesino de Somondoco (Boyacá) que hizo fortuna en el negocio de las esmeraldas en los años 50 y 60, pero con el paso de los años terminó cediendo ante el asedio de sus antiguos socios a las tierras que poseía en la zona occidental de Cundinamarca. Hoy sus herederos reclaman derechos sobre tierras de Guateque y Somondoco (Boyacá), Chivor, Ubalá y Gachalá (Cundinamarca) y en el área que da hacia los Llanos Orientales, por San Luis de Gaceno. El Espectador supo que también son propietarios de fincas en Monterrey, Villanueva, Sabanalarga, Tauramena y Maní, en Casanare.
Además de su influencia en el negocio de las esmeraldas, los Quintero son conocidos por su pasión por los caballos. En 1984 Víctor Quintero fue dueño de Contrapunto, campeón mundial de paso fino, con el que compitió en Puerto Rico. Los medios de comunicación de la época se referían a él como el campesino más rico del país. Cuando comenzaron las investigaciones acerca de sus negocios, quedó en evidencia que también poseía más minas que aquellos a quienes la prensa llamaba entonces los “zares”.
egutierrez@elespectador.com
La guerra por las esmeraldas parece un problema de nunca acabar. Aunque ya no acapare las portadas de los diarios y los pactos de paz de los años 90 lograron menguar su ola de muertes, ahora se libra en escritorios y, lo que es más increíble, el jefe de una de las grandes familias del negocio —el clan de los Quintero— acaba de lograr que lo acrediten como víctima del conflicto interno, camino por el cual pretende recuperar extensos terrenos que la violencia les quitó, especialmente en Chivor, Boyacá.
Una jugada a tres bandas, pues dada la multiplicidad de actores de la guerra verde y la antigüedad de la misma (la Ley de Víctimas sólo reconoce actos ocurridos desde 1985, pero la violencia entre esmeralderos empezó 30 años antes) pocos creían que las quejas de los Quintero fueran admitidas. Incluso lograron más: Wilson Quintero, hijo del patriarca de las esmeraldas en el oriente de Cundinamarca, Víctor Manuel Quintero, también consiguió que se congelen 25 bienes que los hombres de Ernesto Rodríguez Guatavita y Ángel María Roa Castañeda (alias Cagarruta), les habrían quitado en Chivor.
La historia de la usurpación en el oriente de Cundinamarca no está tan documentada como la de la violencia en el occidente de Boyacá por varias razones. En primer lugar, la zona de Coscuez, Otanche y Muzo fue escenario de reiteradas masacres, mientras que en la de Sutatenza, Guateque, Tenza y Chivor el escalamiento del conflicto entre los antiguos guaqueros con ínfulas de poder no alcanzó la misma dimensión. Además, la atención del país se centró rápidamente en Boyacá, porque ahí fue donde se establecieron los más famosos zares de las esmeraldas, como Víctor Feliciano y Víctor Carranza. No obstante, en Cundinamarca se quedó el tercero de los famosos tocayos, Víctor Quintero, a quien los registros periodísticos de los años 80 describen más como un campesino rico aficionado a los caballos que fue perdiendo fuerza en la zona por no aliarse con los paramilitares.
Víctor Manuel Quintero Morales, procedente de Somondoco, llegó a ser dueño de lo que hoy son cinco de las siete minas más importantes de esmeraldas del país. Quintero sobrevivió a todas las guerras verdes y ya octogenario decidió que su hijo Wilson Alexánder se encargara de los negocios de la familia.
El heredero de los Quintero, quienes se autoproclaman como los más pacíficos entre los señores de las esmeraldas, decidió que no sólo administraría las tierras que poseen en tres departamentos (ver recuadro), sino que se la jugaría por recuperar una vasta extensión en el oriente de Cundinamarca y Chivor, de la cual fueron despojados a sangre y fuego por los antiguos socios de su padre. De hecho, Cagarruta y Rodríguez Guatavita se habrían aliado con Pedro Pablo Montenegro, el antiguo administrador de las tierras de los Quintero.
Luego llegaron a la región las Autodefensas del Casanare y después el bloque Centauros, quienes se encargaron de ahogar los reclamos de los Quintero. Uno de los últimos grandes capos de la zona fue alias Cuco Vanoy, a quien los Quintero también se refieren en su denuncia ante la Unidad Administrativa Especial de Restitución de Tierras.
La consecuencia de aquella osadía fue la declaratoria de guerra de varios grupos de esmeralderos que señalan a Quintero de intentar torpedear la paz, que tantos años costó construir en la región. Él no lo piensa así. En diálogo con este diario aseguró que ya está al tanto de que hay una orden de asesinarlo y de que para ello un grupo de esmeralderos recolectó $1.500 millones.
Fue entonces cuando Quintero llevó su caso ante la Unidad para la Atención y Reparación Integral de las Víctimas y logró que lo acreditaran como despojado por la violencia. Después logró que la Oficina de Instrumentos Públicos de Guateque, Boyacá, certificara la congelación de 25 bienes, entre ellos los famosos Chivor 1 y Chivor 2, que según documentos públicos de mediados del siglo XX serían de su familia. Las empresas que administran dichos predios, como la minera San Francisco, representada entre otros por Álvaro Tenjo, Jesús Hernando Sánchez y Víctor Mauricio Fandiño, sostienen que son poseedoras legales y que ya vencieron a los Quintero en juicio.
Tan pronto como obtuvo estas dos victorias jurídicas, Quintero fue objeto de nuevas amenazas, que lo acaban de obligar a salir del país. Según sus denuncias ante las autoridades competentes, los predios de su familia fueron usurpados por Ángel María Roa, en una seguidilla de hechos en los que fueron asesinados varios de los colaboradores de su padre.
Lo que vino después fue un confuso entramado legal, en el que los Quintero terminaron sin las tierras y señalados de no pagar impuestos por más de $10.000 millones. El argumento de esta familia de esmeralderos es que no podían pagar porque habían sido despojados desde 1989 y hasta dicen que ya consiguieron documentos de la Procuraduría en los que consta que luego de que fueron sacados por la fuerza (y de que padre e hijo tuvieron que salir del país a comienzos de los 90), su contraparte explotó sin problema las minas allí ubicadas.
Sólo en 2014 se habrían extraído más de US$30 millones en esmeraldas en la zona de las minas en litigio. Según los Quintero, su idea, al recuperarlas, es repartir la tierra entre los habitantes de la región. Una propuesta que no les gusta a los actuales tenedores de los predios y que, por supuesto, no convence a todos. Entre tanto, Wilson Quintero seguirá fuera del país esperando a que la justicia decida sobre su inusual reclamo.
El huidizo emporio de los Quintero
Víctor Manuel Quintero Morales es un campesino de Somondoco (Boyacá) que hizo fortuna en el negocio de las esmeraldas en los años 50 y 60, pero con el paso de los años terminó cediendo ante el asedio de sus antiguos socios a las tierras que poseía en la zona occidental de Cundinamarca. Hoy sus herederos reclaman derechos sobre tierras de Guateque y Somondoco (Boyacá), Chivor, Ubalá y Gachalá (Cundinamarca) y en el área que da hacia los Llanos Orientales, por San Luis de Gaceno. El Espectador supo que también son propietarios de fincas en Monterrey, Villanueva, Sabanalarga, Tauramena y Maní, en Casanare.
Además de su influencia en el negocio de las esmeraldas, los Quintero son conocidos por su pasión por los caballos. En 1984 Víctor Quintero fue dueño de Contrapunto, campeón mundial de paso fino, con el que compitió en Puerto Rico. Los medios de comunicación de la época se referían a él como el campesino más rico del país. Cuando comenzaron las investigaciones acerca de sus negocios, quedó en evidencia que también poseía más minas que aquellos a quienes la prensa llamaba entonces los “zares”.
egutierrez@elespectador.com