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Cuando Alan Jara Urzola volvió a la libertad, después de más de siete años de secuestro, el 3 de febrero del 2009, nadie en el Meta dudó que regresaba para hacer política. De hecho, su primer discurso, ese mismo día, llamando al Gobierno y a las Farc para sentarse a estructurar un acuerdo humanitario, provocó que el presidente Álvaro Uribe llegara precipitadamente esa noche a su casa para contradecirlo.
Ese es Jara, alguien para debatir ideas y, en medio de una época en que los principales dirigentes del Llano estaban condenados por vínculos con el paramilitarismo e incluso por homicidio –como el caso del exgobernador del Meta Edilberto Castro y el exalcalde de Villavicencio Germán Chaparro–, la figura política de este hombre de baja estatura destellaba incluso en el ámbito nacional.
Al lanzarse como candidato a la Gobernación, pocos dudaron que ganaría, pues la imagen de un hombre renovado, con la experiencia de superar el drama del secuestro y con ganas de darle un vuelco al desarrollo del Meta, se impuso por encima de otros aspirantes.
“Es un hombre especial, todos recordamos su entereza para afrontar el secuestro dictando las clases de inglés, ruso, geopolítica, ese humor que lo caracteriza. Es el ejemplo de resiliencia”, dice un excompañero suyo de secuestro en la selva que prefirió esta vez no dar su nombre.
Sin embargo, solo unos pocos contradictores repararon en ese momento en quiénes envolvían a esa “nueva figura” de la política metense.
“Alan Jara se rodeó de la misma política tradicional de siempre en el departamento. Aquellos que han estado cuestionados pero siguen aferrados al poder”, dice John Jairo Rey, militante del Polo Democrático y uno de los que han criticado el actuar del exgobernador.
Como mandatario del Meta, a medida que iban pasando sus meses de gobierno, la imagen ya no era tan fuerte, pero, por el contrario, la que tenía en el resto del país se fortalecía. Los enredos con el fallido proyecto para construir una refinería, además de los escándalos locales por la contratación de una estrategia de bilingüismo y la excesiva contratación de eventos y talleres para las víctimas, le hicieron perder credibilidad entre los electores, quienes necesitaban obras.
No obstante, en diferentes regiones del país seguía dando conferencias e incluso, al terminar su período se convirtió en delegado del Gobierno Nacional para la defensa del Sí en el plebiscito por la paz.
Una escena reciente
El martes de esta semana, cuando se supo de la cancelación de su visa por parte del gobierno de los Estados Unidos, varios recordaron las veces que entraba y salía de ese país sin problema, dictando conferencias y participando de foros en torno al proceso con las Farc.
La imagen del exgobernador solo con su maleta en un aeropuerto tras la prohibición de entrar a Estados Unidos es la escena más reciente de una serie de episodios en la historia de un Alan Jara que volvió del infierno para estar en el cielo y luego aterrizar en el mundo de los escándalos por corrupción.
De hecho, el encarcelamiento de cuatro de sus amigos más cercanos durante su período de gobierno, también por las irregularidades de la refinería, ratificó el mal momento que atraviesa. Antes, su paso por la Unidad de Víctimas tampoco fue afortunado y muchas organizaciones lo critican por los pocos avances en los planes de reparación colectiva.
El informe de la Contraloría General de la República por el presunto daño patrimonial generado por la refinería es de $18.265 millones y, pese a que la justicia aún no lo condena, los amigos que rodearon a Alan Jara durante sus momentos de poder, hoy ni siquiera responden al teléfono para dar un concepto sobre esa amistad o prefieren no hablar; otros borraron las selfis que tenían con él en las redes sociales.