La reubicación del pueblo más joven de Colombia
San Cayetano, municipio de Cundinamarca, tuvo que ser evacuado en 1999 por causa de deslizamientos de tierra. Cuatro años después fue reubicado, y ahora enfrenta el reto de desligarse de su pasado. A la sombra de un lugar en ruinas.
Ana Lucía Rodríguez y Juliana Gordillo*
Del pueblo “San Cayetano viejo”, como ahora lo llaman, solo quedan ruinas. El 13 de mayo de 1999, con la protección de la virgen del Chinga en medio de una procesión, el gobernador de Cundinamarca de esa época, Andrés González, ordenó la evacuación de San Cayetano por una suma de hechos catastróficos. Un flujo de tierra de 22 millones de metros cúbicos y el movimiento constante de las placas tectónicas, ocasionó la aparición de grietas en las viviendas que conformaban el casco urbano del municipio ubicado a 98,2 kilómetros al norte de Bogotá. Esto generó fallas en los tendidos eléctricos, tuberías y calles.
(Lo invitamos a leer: Las solicitudes de títulos mineros que preocupan en Quindío)
La Gobernación instauró albergues temporales a 2 kilómetros de la zona afectada. La alcaldía, la iglesia y todas las entidades se ubicaron en carpas y funcionaban de esa manera. Fueron cuatro años en espera de un nuevo hogar y soportando una fuerte temporada de lluvia, lo que dificultó su acceso a los servicios básicos necesarios y a un techo sólido bajo el cual refugiarse. Por las difíciles condiciones de vida, la Gobernación trasladó a los adultos mayores al municipio de Arbeláez, Cundinamarca, mientras otros habitantes decidieron irse por su propia cuenta a distintos lugares del país. Se desconoce la cifra exacta de las personas que tomaron esta decisión porque nunca se hizo el censo.
— “La gente se cansó de vivir así, entonces, quienes no se iban, construían casas en madera. Incluso algunas personas se quedaron a vivir allí. Se trató de estar más cómodos en medio de la dificultad, porque las cocinas, baños y lavaderos eran comunitarios. Hoy lo contamos como anécdota, pero para quienes vivimos el proceso fue muy difícil”— dice Elver Umaña, actual alcalde de San Cayetano, quien en ese entonces tenía 20 años.
Jaime Matiz Ovalle, ingeniero civil, explica que la Gobernación tuvo que entrar a negociar con los habitantes para entregarles una casa pequeña y que no equivalía a las dimensiones y comodidades de su anterior vivienda. Matiz también perteneció a la entidad de Gestión de Riesgos, y participó en la elaboración de los planos del nuevo San Cayetano.
—”Estábamos bien, teníamos dos casas en el mismo terreno y luego el Gobierno nos dio solo una. Además, hubo personas que se aprovecharon del desorden y reclamaron casa cuando ellos previamente no tenían una” — comenta María Carranza*, que desde la reubicación es vendedora ambulante.
Según un informe presentado en 2002 por el periódico El Tiempo, se invirtieron 15.548 millones de pesos, en donde la Presidencia de la República solo aportó 167 millones. La Gobernación de Cundinamarca fue quien adquirió el predio y, con ayuda de la Fundación Compartir, construyó las casas, el palacio municipal, el centro de salud y el colegio. “Se entregó a medias”, es una de las frases recurrentes entre los mil habitantes del municipio. Faltaban muchas cosas por terminar, entre ellas la instalación del servicio de gas, la antena de comunicaciones telefónicas y la iglesia, el lugar sagrado para su gente. La Unión, lugar rodeado de imponentes robles y frondosa vegetación, es el nuevo centro urbano de San Cayetano y fue elegido mediante votación popular, donde los mayores de 15 años tenían derecho a escoger el territorio en el que se realizaría la construcción de este.
El Nuevo San Cayetano
Los habitantes tuvieron que pasar del poncho a la ruana. El poncho es una prenda liviana de algodón que se suele portar en sitios cálidos y frescos, y la ruana está hecha de lana de oveja y se usa para cobijarse en climas fríos. La Mercedes, lugar en donde se situaba el “pueblo viejo”, estaba a 1800 metros de altura, con una temperatura promedio de 18°C. Con la reubicación, el casco urbano quedó a 2650 metros de altura con temperaturas de 12°C.
Para los sancayetanenses el cambio fue drástico, no solo por el clima, sino por las nuevas distancias, la migración de los pobladores, las pérdidas materiales y, con ellas, los lugares representativos que guardaban sus recuerdos. “Sí, tenemos un pueblo bonito y organizado rodeado de naturaleza, pero no deja de generar tristeza el haber tenido que irnos de nuestro hogar” —dice Myriam Cendales, ex habitante del municipio, y agrega — “En las ferias, nos reuníamos en el atrio, que era el símbolo de las fiestas, para ver los juegos pirotécnicos, hacer presentaciones y ver los desfiles. Era algo muy hermoso”. Esto trajo consigo una serie de cambios notorios en este nuevo territorio. Tradiciones como sentarse el 25 de diciembre en los banquitos del parque principal para abrir los regalos de navidad y compartir en comunidad es algo que hoy en día ya no sucede y pocos recuerdan.
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Otro cambio, producto de la reubicación del pueblo, fue que hasta finales de los 2000, Pacho, pueblo que colinda con San Cayetano y que fue financiado y controlado en gran parte por el narcotraficante y paramilitar Gonzalo Rodríguez Gacha, alias El Mexicano, generó la llegada de grupos armados al margen de la ley. Según fuentes que pidieron no revelar su identidad, pocos habitantes recuerdan que, en el panorama de 1999, la evacuación de San Cayetano se hizo con el permiso de un grupo paramilitar y el de uno de los frentes de las extintas guerrillas de las FARC que, para entonces, operaban en la zona.
Ahora bien, en la actualidad el municipio registra cero delitos. Hace más de diez años no hay un solo homicidio. — “La tranquilidad que tenemos acá es enorme, si alguien quiere vivir tranquilo se viene para San Cayetano” — dice el alcalde Elver Umaña.
A pesar de esta aparente tranquilidad, los principales problemas de San Cayetano son el mal estado de sus vías, lo que dificulta la conectividad con las veredas, un sistema de salud ineficiente, la escasez de empresas en el territorio y la sombra de un viejo pueblo derrumbado que no ha dejado brillar al nuevo.
Vías y conexiones
Aunque el nuevo casco urbano queda a 45 km de Cogua, las vías sin pavimentar, los barrancos y montañas con alto riesgo de derrumbe, sumado a los dos años de fuerte invierno, dificultan el recorrido. A su vez, la reubicación del pueblo generó que veredas como Toviejo, que antes quedaban a media hora del casco urbano a pie, ahora tengan trayectos en camperos de más de una hora. El transporte urbano solo llega a las veredas de Pinipai y Camacha, y el transporte escolar, que, si comunica el centro poblado con todas las veredas, ha logrado su funcionamiento debido a que la Gobernación asume la mitad del costo total, que son 650 millones de pesos anuales.
Germán Ramos, conductor de bus escolar en San Cayetano nuevo, asegura que ha pasado más tiempo con los niños que transporta que con sus propios hijos. “Las carreteras están en mal estado. En invierno sufrimos demasiado y en el colegio molestan mucho si llegamos tarde” — afirma Germán, quien lleva seis años desempeñando esta labor, y añade — “Este trabajo es de paciencia y sacrificio”.
Salud
Beatriz Salcedo, matrona y curandera del viejo pueblo, fue quien recibió a todos los niños que nacieron allí porque no había centro médico y era muy difícil trasladarse hasta el hospital de Pacho. — “Curaba casi cualquier cosa, desde una dislocación, hasta malestares estomacales y fiebres altas” — recuerda Myriam Cendales con nostalgia.
Hoy en día no nacen niños en San Cayetano, pues sigue sin haber un hospital. Solo cuenta con un centro de salud capacitado únicamente para brindar primeros auxilios y no puede atender emergencias. Por ende, las madres que van a dar a luz deben trasladarse al hospital de Zipaquirá o al de Pacho. Esto quiere decir que desde 2002 no han nacido sancayetanences, hecho que sugiere con mayor fuerza la pérdida de la identidad que por tantos años unió al municipio.
Por esta razón es necesaria la construcción de un centro médico de mayor nivel, con las condiciones necesarias para que las mujeres den a luz y no tengan que trasladarse a otros municipios, lo que favorecería al propósito de que la tasa de natalidad se reactive.
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Economía
La tierra es su fuente principal de trabajo, es un municipio agropecuario que, al tener clima de páramo, y también temperaturas superiores a los 18°C es posible cultivar de todo. Café, caña, panela, tomate, y papa, son algunos de los ejemplos. “Lo que usted quiera sembrar acá, se va a dar”. El municipio lleva su nombre en homenaje a “San Cayetano”, el patrón que protege a los ganaderos, hecho que resulta paradójico considerando que el deslizamiento de tierra que destruyó la cabecera municipal fue producto de la excesiva ganadería y tala de árboles. Sin embargo, este acontecimiento no ha cambiado la cultura ganadera, pues en el lugar se producen diariamente 40.000 litros de leche.
En el olvido
“A veces nos quejamos, pero si vemos la realidad, si no fuera por la Gobernación, no tendríamos nada. Los seres humanos somos inconformes y no reconocemos que sí nos ayudan”. —asegura Elver Umaña, alcalde de San Cayetano, y agrega — “No es un pueblo de personas adineradas, pero no hay mendicidad”. No obstante, ha quedado en el olvido de la sociedad, pues muchos no saben de su existencia ni de su historia, o si la saben, no les interesa conocer esta nueva etapa.
Esto provoca la falta de turismo, las escasas oportunidades laborales y demás actividades que podrían beneficiar la vida de los pobladores. El simple y llano morbo de ir a ver las ruinas y lo que quedó del viejo pueblo, debería transformarse en curiosidad e intriga para las personas y lograr que visiten lo que hay hoy.
Con el transcurrir de los años, son las nuevas generaciones las que se deben encargar y deben tomar las riendas del nuevo pueblo. Para lograr que San Cayetano salga del recuerdo de una tragedia que lo opaca, debe empezar trabajando en la consolidación de su economía y su identidad cultural.
Andrés Rojas, ingeniero ambiental que ha visitado la zona, asevera que al poseer nacederos de agua potable que caen del páramo y desembocan allí, construir una planta de tratamiento de agua para embotellar podría ser la mayor fuente de empleo del municipio. — “Es difícil tramitar las licencias ambientales para poder comercializar agua de los páramos, pero llevado a cabo con responsabilidad sí es posible y daría muy buenos resultados en la región” —relata Andrés y concluye: — “Un claro ejemplo de ello es la embotelladora Agua de Soto Norte, la cual embotella agua proveniente del páramo de Santurbán”.
Otro método para fomentar el turismo y ayudar a la economía del sector es por medio del deporte. Su ubicación geográfica cuenta con terrenos montañosos, los cuales son óptimos para el ciclomontañismo. —”Cuando las personas vienen a entrenar o a competir a la región, mueve todo un conjunto de intereses, desde la participación de nuestra población joven, hasta la reactivación de la economía por medio del comercio. —cuenta Fernando Castañeda, coordinador de deportes y cultura de San Cayetano nuevo. Busca integrar de manera más participativa a todos los miembros de la comunidad como adultos mayores, población vulnerable, entre otros, en torno al deporte.
Estos cambios en las condiciones mencionadas implicarían que tanto los residentes de San Cayetano, como quienes abandonaron su pueblo y personas provenientes de cualquier otro lugar se motiven por descubrir lo que el nuevo San Cayetano tiene por ofrecer, y de esta manera, hacerlo cada vez más visible ante una sociedad que veía su territorio con ojos de tragedia.
*Estudiantes de Comunicación Social de la Universidad de La Sabana. Este texto forma parte de la alianza El Espectador-Universidad de La Sabana.
Del pueblo “San Cayetano viejo”, como ahora lo llaman, solo quedan ruinas. El 13 de mayo de 1999, con la protección de la virgen del Chinga en medio de una procesión, el gobernador de Cundinamarca de esa época, Andrés González, ordenó la evacuación de San Cayetano por una suma de hechos catastróficos. Un flujo de tierra de 22 millones de metros cúbicos y el movimiento constante de las placas tectónicas, ocasionó la aparición de grietas en las viviendas que conformaban el casco urbano del municipio ubicado a 98,2 kilómetros al norte de Bogotá. Esto generó fallas en los tendidos eléctricos, tuberías y calles.
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La Gobernación instauró albergues temporales a 2 kilómetros de la zona afectada. La alcaldía, la iglesia y todas las entidades se ubicaron en carpas y funcionaban de esa manera. Fueron cuatro años en espera de un nuevo hogar y soportando una fuerte temporada de lluvia, lo que dificultó su acceso a los servicios básicos necesarios y a un techo sólido bajo el cual refugiarse. Por las difíciles condiciones de vida, la Gobernación trasladó a los adultos mayores al municipio de Arbeláez, Cundinamarca, mientras otros habitantes decidieron irse por su propia cuenta a distintos lugares del país. Se desconoce la cifra exacta de las personas que tomaron esta decisión porque nunca se hizo el censo.
— “La gente se cansó de vivir así, entonces, quienes no se iban, construían casas en madera. Incluso algunas personas se quedaron a vivir allí. Se trató de estar más cómodos en medio de la dificultad, porque las cocinas, baños y lavaderos eran comunitarios. Hoy lo contamos como anécdota, pero para quienes vivimos el proceso fue muy difícil”— dice Elver Umaña, actual alcalde de San Cayetano, quien en ese entonces tenía 20 años.
Jaime Matiz Ovalle, ingeniero civil, explica que la Gobernación tuvo que entrar a negociar con los habitantes para entregarles una casa pequeña y que no equivalía a las dimensiones y comodidades de su anterior vivienda. Matiz también perteneció a la entidad de Gestión de Riesgos, y participó en la elaboración de los planos del nuevo San Cayetano.
—”Estábamos bien, teníamos dos casas en el mismo terreno y luego el Gobierno nos dio solo una. Además, hubo personas que se aprovecharon del desorden y reclamaron casa cuando ellos previamente no tenían una” — comenta María Carranza*, que desde la reubicación es vendedora ambulante.
Según un informe presentado en 2002 por el periódico El Tiempo, se invirtieron 15.548 millones de pesos, en donde la Presidencia de la República solo aportó 167 millones. La Gobernación de Cundinamarca fue quien adquirió el predio y, con ayuda de la Fundación Compartir, construyó las casas, el palacio municipal, el centro de salud y el colegio. “Se entregó a medias”, es una de las frases recurrentes entre los mil habitantes del municipio. Faltaban muchas cosas por terminar, entre ellas la instalación del servicio de gas, la antena de comunicaciones telefónicas y la iglesia, el lugar sagrado para su gente. La Unión, lugar rodeado de imponentes robles y frondosa vegetación, es el nuevo centro urbano de San Cayetano y fue elegido mediante votación popular, donde los mayores de 15 años tenían derecho a escoger el territorio en el que se realizaría la construcción de este.
El Nuevo San Cayetano
Los habitantes tuvieron que pasar del poncho a la ruana. El poncho es una prenda liviana de algodón que se suele portar en sitios cálidos y frescos, y la ruana está hecha de lana de oveja y se usa para cobijarse en climas fríos. La Mercedes, lugar en donde se situaba el “pueblo viejo”, estaba a 1800 metros de altura, con una temperatura promedio de 18°C. Con la reubicación, el casco urbano quedó a 2650 metros de altura con temperaturas de 12°C.
Para los sancayetanenses el cambio fue drástico, no solo por el clima, sino por las nuevas distancias, la migración de los pobladores, las pérdidas materiales y, con ellas, los lugares representativos que guardaban sus recuerdos. “Sí, tenemos un pueblo bonito y organizado rodeado de naturaleza, pero no deja de generar tristeza el haber tenido que irnos de nuestro hogar” —dice Myriam Cendales, ex habitante del municipio, y agrega — “En las ferias, nos reuníamos en el atrio, que era el símbolo de las fiestas, para ver los juegos pirotécnicos, hacer presentaciones y ver los desfiles. Era algo muy hermoso”. Esto trajo consigo una serie de cambios notorios en este nuevo territorio. Tradiciones como sentarse el 25 de diciembre en los banquitos del parque principal para abrir los regalos de navidad y compartir en comunidad es algo que hoy en día ya no sucede y pocos recuerdan.
(Le puede interesar: Casi 100 municipios están en alerta roja por riesgo de inundación)
Otro cambio, producto de la reubicación del pueblo, fue que hasta finales de los 2000, Pacho, pueblo que colinda con San Cayetano y que fue financiado y controlado en gran parte por el narcotraficante y paramilitar Gonzalo Rodríguez Gacha, alias El Mexicano, generó la llegada de grupos armados al margen de la ley. Según fuentes que pidieron no revelar su identidad, pocos habitantes recuerdan que, en el panorama de 1999, la evacuación de San Cayetano se hizo con el permiso de un grupo paramilitar y el de uno de los frentes de las extintas guerrillas de las FARC que, para entonces, operaban en la zona.
Ahora bien, en la actualidad el municipio registra cero delitos. Hace más de diez años no hay un solo homicidio. — “La tranquilidad que tenemos acá es enorme, si alguien quiere vivir tranquilo se viene para San Cayetano” — dice el alcalde Elver Umaña.
A pesar de esta aparente tranquilidad, los principales problemas de San Cayetano son el mal estado de sus vías, lo que dificulta la conectividad con las veredas, un sistema de salud ineficiente, la escasez de empresas en el territorio y la sombra de un viejo pueblo derrumbado que no ha dejado brillar al nuevo.
Vías y conexiones
Aunque el nuevo casco urbano queda a 45 km de Cogua, las vías sin pavimentar, los barrancos y montañas con alto riesgo de derrumbe, sumado a los dos años de fuerte invierno, dificultan el recorrido. A su vez, la reubicación del pueblo generó que veredas como Toviejo, que antes quedaban a media hora del casco urbano a pie, ahora tengan trayectos en camperos de más de una hora. El transporte urbano solo llega a las veredas de Pinipai y Camacha, y el transporte escolar, que, si comunica el centro poblado con todas las veredas, ha logrado su funcionamiento debido a que la Gobernación asume la mitad del costo total, que son 650 millones de pesos anuales.
Germán Ramos, conductor de bus escolar en San Cayetano nuevo, asegura que ha pasado más tiempo con los niños que transporta que con sus propios hijos. “Las carreteras están en mal estado. En invierno sufrimos demasiado y en el colegio molestan mucho si llegamos tarde” — afirma Germán, quien lleva seis años desempeñando esta labor, y añade — “Este trabajo es de paciencia y sacrificio”.
Salud
Beatriz Salcedo, matrona y curandera del viejo pueblo, fue quien recibió a todos los niños que nacieron allí porque no había centro médico y era muy difícil trasladarse hasta el hospital de Pacho. — “Curaba casi cualquier cosa, desde una dislocación, hasta malestares estomacales y fiebres altas” — recuerda Myriam Cendales con nostalgia.
Hoy en día no nacen niños en San Cayetano, pues sigue sin haber un hospital. Solo cuenta con un centro de salud capacitado únicamente para brindar primeros auxilios y no puede atender emergencias. Por ende, las madres que van a dar a luz deben trasladarse al hospital de Zipaquirá o al de Pacho. Esto quiere decir que desde 2002 no han nacido sancayetanences, hecho que sugiere con mayor fuerza la pérdida de la identidad que por tantos años unió al municipio.
Por esta razón es necesaria la construcción de un centro médico de mayor nivel, con las condiciones necesarias para que las mujeres den a luz y no tengan que trasladarse a otros municipios, lo que favorecería al propósito de que la tasa de natalidad se reactive.
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Economía
La tierra es su fuente principal de trabajo, es un municipio agropecuario que, al tener clima de páramo, y también temperaturas superiores a los 18°C es posible cultivar de todo. Café, caña, panela, tomate, y papa, son algunos de los ejemplos. “Lo que usted quiera sembrar acá, se va a dar”. El municipio lleva su nombre en homenaje a “San Cayetano”, el patrón que protege a los ganaderos, hecho que resulta paradójico considerando que el deslizamiento de tierra que destruyó la cabecera municipal fue producto de la excesiva ganadería y tala de árboles. Sin embargo, este acontecimiento no ha cambiado la cultura ganadera, pues en el lugar se producen diariamente 40.000 litros de leche.
En el olvido
“A veces nos quejamos, pero si vemos la realidad, si no fuera por la Gobernación, no tendríamos nada. Los seres humanos somos inconformes y no reconocemos que sí nos ayudan”. —asegura Elver Umaña, alcalde de San Cayetano, y agrega — “No es un pueblo de personas adineradas, pero no hay mendicidad”. No obstante, ha quedado en el olvido de la sociedad, pues muchos no saben de su existencia ni de su historia, o si la saben, no les interesa conocer esta nueva etapa.
Esto provoca la falta de turismo, las escasas oportunidades laborales y demás actividades que podrían beneficiar la vida de los pobladores. El simple y llano morbo de ir a ver las ruinas y lo que quedó del viejo pueblo, debería transformarse en curiosidad e intriga para las personas y lograr que visiten lo que hay hoy.
Con el transcurrir de los años, son las nuevas generaciones las que se deben encargar y deben tomar las riendas del nuevo pueblo. Para lograr que San Cayetano salga del recuerdo de una tragedia que lo opaca, debe empezar trabajando en la consolidación de su economía y su identidad cultural.
Andrés Rojas, ingeniero ambiental que ha visitado la zona, asevera que al poseer nacederos de agua potable que caen del páramo y desembocan allí, construir una planta de tratamiento de agua para embotellar podría ser la mayor fuente de empleo del municipio. — “Es difícil tramitar las licencias ambientales para poder comercializar agua de los páramos, pero llevado a cabo con responsabilidad sí es posible y daría muy buenos resultados en la región” —relata Andrés y concluye: — “Un claro ejemplo de ello es la embotelladora Agua de Soto Norte, la cual embotella agua proveniente del páramo de Santurbán”.
Otro método para fomentar el turismo y ayudar a la economía del sector es por medio del deporte. Su ubicación geográfica cuenta con terrenos montañosos, los cuales son óptimos para el ciclomontañismo. —”Cuando las personas vienen a entrenar o a competir a la región, mueve todo un conjunto de intereses, desde la participación de nuestra población joven, hasta la reactivación de la economía por medio del comercio. —cuenta Fernando Castañeda, coordinador de deportes y cultura de San Cayetano nuevo. Busca integrar de manera más participativa a todos los miembros de la comunidad como adultos mayores, población vulnerable, entre otros, en torno al deporte.
Estos cambios en las condiciones mencionadas implicarían que tanto los residentes de San Cayetano, como quienes abandonaron su pueblo y personas provenientes de cualquier otro lugar se motiven por descubrir lo que el nuevo San Cayetano tiene por ofrecer, y de esta manera, hacerlo cada vez más visible ante una sociedad que veía su territorio con ojos de tragedia.
*Estudiantes de Comunicación Social de la Universidad de La Sabana. Este texto forma parte de la alianza El Espectador-Universidad de La Sabana.