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La titánica tarea para encontrar a los pasajeros de la aeronave HK 2803

Más de 150 hombres, entre comandos de las Fuerzas Especiales del Ejército e indígenas, completan 16 días buscando en la selva. Tras encontrar la avioneta, las labores se centraron en hallar a los cuatro niños de quienes hay indicios de que siguen vivos.

Mónica Rivera Rueda
21 de mayo de 2023 - 02:07 p. m.
El viernes el Ejército reforzó el equipo de búsqueda con 50 uniformados de los Comandos Especiales. / Ejército Nacional
El viernes el Ejército reforzó el equipo de búsqueda con 50 uniformados de los Comandos Especiales. / Ejército Nacional
Foto: AFP-PH - HANDOUT
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La esperanza es lo último que se pierde. Aunque suene a cliché, el operativo de búsqueda de los pasajeros de la aeronave tipo Cessna HK 2803 se ha tratado de eso, de una búsqueda sin descanso, y por más de 15 días, entre miembros de los Comandos Especiales del Ejército e indígenas. Un operativo contra el tiempo, a la espera de hallar sobrevivientes, y bajo difíciles condiciones que pueden aparecer en medio de una selva virgen en la Amazonia.

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El 1° de mayo, faltando 15 minutos para las ocho de la mañana, se perdió cualquier contacto con la aeronave tipo Cessna HK 2803, que iba desde el aeropuerto Araracuara, en Caquetá, hasta San José del Guaviare. En ella iban siete personas: el piloto Hernán Murcia, el líder indígena Herman Mendoza, así como Magdalena Mucutuy, junto con sus cuatro hijos: Lesly (13 años), Soleiny (9), Tien Noriel (4) y Cristin Neriman (11 meses).

Tras lo ocurrido se inició la búsqueda de la aeronave, que para el momento del incidente se encontraba sobre los límites de los departamentos de Guaviare y Caquetá, muy cerca del río Apaporis, pero ante la falta de respuestas, para el 5 de mayo se tomó la decisión de enviar a cerca de 60 hombres del Comando de Fuerzas Especiales del Ejército a la zona, para seguir por tierra el camino por el que tuvo que pasar la aeronave.

Se trata de una selva espesa, que Germán Camargo, director operativo de la Defensa Civil de Meta, describe como un terreno muy difícil. “Es una selva virgen, muy tupida y ligada al río Apaporis, por lo que hay partes que se convierten en fangosa y otras que, por los árboles de más de 30 y 50 metros, es difícil de andar por las grandes raíces. A eso se suma el clima, las tormentas, el calor y los animales de la selva”.

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Esto lo supieron desde el primer momento los equipos de búsqueda. A la zona que visualizaban en el radar solo se puede entrar por el río y desde el corregimiento de Cachiporro, en Vaupés, que está a ocho horas de camino. La otra forma es por el aire, pero no es fácil aterrizar, por lo que los primeros uniformados que llegaron tuvieron que bajar por cuerdas y haciendo rappel entre los árboles, mientras improvisaron un helipuerto en medio de la selva.

La comunicación tampoco es fácil. Debe hacerse por radios de alta frecuencia, por lo que con el pasar de los días establecieron horas para comunicarse con el Puesto de Mando Unificado (PMU), que se estableció en San José del Guaviare, desde donde reciben las indicaciones para explorar la zona, kilómetro a kilómetro.

A la par un grupo de indígenas voluntarios llegó a la región con recursos que reunieron resguardos, como el Gran Sábalo, para pagar la avioneta desde San José del Guaviare y de ahí hasta Cachiporro, donde debían tomar la lancha a la zona de búsqueda.

“Airline había contratado un bote y un motor, pero no funcionó. Entonces alquilamos el motor de la comunidad con el compromiso de que lo entregaríamos en mejores condiciones. Le compramos la araña y así fue como nos desplazamos, pero fue difícil. Nosotros salimos el domingo y llegamos a la zona el martes en la noche (9 de mayo)”, dijo a este diario Edwin Paki, uno de los ocho indígenas que acompañaron la búsqueda.

Junto a él estaba Manuel Ranoque, el padre de los niños, y Delio Mendoza, hermano del líder que también iba en la avioneta, así como los indígenas Néstor Andoque, Faustino Fiagama Hernández, Jair Rodríguez Mendoza, Miller Manuel Ranoque, Harvy Gómez Furia y Henry Guerrero.

Primero comenzaron a buscar en un sector más arriba del río de donde ya habían buscado otros de sus compañeros. “En cinco días recorrimos 26 kilómetros hacia arriba del río y tres hacia adentro, pero no encontramos nada”, explicó Paki, quien añadió que como las quebradas estaban altas debieron tener precaución por la aparición de caimanes y babillas.

Pero para el domingo un compañero, Andrés Pinima, quien tiene una empresa de turismo en Vaupés, entró en un helicóptero al punto y los llevó donde había oído una señal, que estaba muy cerca de la zona donde ya habían buscado sus compañeros. Paki dice que “el misterio era que las autoridades nos habían dicho que en la zona había minas quiebrapatas y el Ejército no nos dejaba pasar, pero estábamos convencidos de entrar como fuera, porque no les creíamos. Quién iba a querer poner esas cosas en una zona donde no llega nadie”.

Empezaron a buscar y tres kilómetros más adelante encontraron a uno de los Comandos Especiales. No los siguieron, los indígenas vieron que ellos iban muy despacio porque iban muy pesados, por lo que siguieron su camino y a las tres de la tarde del lunes pasado (15 de mayo) encontraron la avioneta, por lo que se devolvieron a buscar a los uniformados del Ejército, quienes le dijeron que de ahí en adelante ellos se hacían cargo.

“Les dijimos que había sobrevivientes porque estaba abierta la pañalera. Nosotros nos regresamos porque estábamos a cuatro kilómetros del río y ya estaba oscureciendo. Como nos habíamos dividido en grupos, cuando llegamos, les contamos al papá de los niños y al hermano de Herman, y al otro día los del Ejército nos dijeron que éramos unos berracos y que nos iban a colaborar”, narró Paki.

La confusión

Luego de que los indígenas acordaron la colaboración con el Ejército, Paki salió con otros de sus compañeros hacia Cachiporro, porque tenía una molestia en la rodilla izquierda que ya no lo dejaba caminar bien. Se fueron el miércoles 17 y avisaron por radioteléfonos que iban para la comunidad. “Dijimos que iban tres compañeros de la comisión y los otros iban a buscar a los niños en el centro, pero como no se escuchaba bien, un promotor de salud, el compañero Dumar, entendió que iban los niños. Nosotros llegamos como a las ocho de la noche cansados y mojados, yo solo quería dormir, por lo que solo hasta el otro día es que me entero de que el señor había escuchado mal y que había dado esa información al Hospital de Mitú”.

Parte de esa comunicación fue la que conoció la directora del ICBF, Astrid Cáceres, y fue la que entregó al presidente Gustavo Petro, quien no dudó, en la tarde del miércoles, en publicar un trino dando la noticia de que los cuatro niños habían aparecido con vida. En la tarde las Fuerzas Militares aseguraron que no tenían a los menores de edad en su poder, y aunque el ICBF señaló que podrían estar con vida en manos de alguna comunidad, a la mañana siguiente, la del jueves, el presidente borró el trino y publicó otro señalando que la información no había podido ser corroborada.

Por ello, la búsqueda continuó. Desde el martes, luego de que se encontró la aeronave y los cuerpos de los tres adultos fallecidos, se intensificó el operativo con apoyo del avión Fantasma, que lanzó luces de bengala sobre la zona de búsqueda para facilitar la visibilidad de los uniformados en la noche, mientras que helicópteros del Ejército Nacional han estado emitiendo con perifoneo un mensaje de la abuela de los niños.

“Lesly, le pido un favor, que yo soy su abuelita Fátima. Tiene que estar quieta porque el Ejército los están buscando para bien de ustedes. Hija, le agradezco que esté quieta. Si usted escucha micrófonos, hija, esté parada ahí para que ellos la encuentren y la traigan”.

En tierra, otros hacen perifoneo nombrando a la niña mayor, también hacen ruido, aplauden y chiflan tratando de llamar la atención de los menores de edad, pues además del tetero que halló el Ejército y el cambuche en el que encontraron tijeras y moñas para el cabello, apareció una fruta mordida y huellas de un pie mediano que conducían a un riachuelo, en donde se perdió el rastro.

Con la esperanza viva, el Ejército envió el viernes pasado un equipo de 50 uniformados de los Comandos Especiales para reforzar la búsqueda, mientras que los indígenas cambiaron la metodología para el acceso de víveres debido a que ese mismo día la búsqueda ya iba muy adentro de la selva.

Durante el fin de semana, se lanzaron kits de supervivencia en puntos estratégicos con agua, sueros oral, galletas, bocadillos, fariña, geles energizantes y encendedores de fuego, mientras que las autoridades indicaron que más uniformados reforzarán la búsqueda.

***

Aunque la tropa no ha encontrado señales de animales grandes de amenaza, como tigrillos o cerdos de selva, los indígenas indican que sí han vistos rastros de jaguar, pero confían como el Ejército que los niños, de origen indígena, están preparados para atender adversidades, que tal vez otros no.

Desde las comunidades uitotas aseguran que los niños pueden estar escondidos y asustados por las señales sonoras a las que no están acostumbrados y a las luces de bengala que pueden aturdirlos, “lo cierto es que los niños estarán vivos por cuestiones espirituales y pueden salir con un estado delicado por la falta de comida, pero sí esperamos su pronta salida. Desde nuestros espacios de mambeadero estamos enviando mensajes y pedimos a la madre naturaleza que los regrese y los cuide”, indicó uno de los líderes.

Aparte de las falsas expectativas que se generaron sobre el hallazgo de los niños con vida, viendo cómo quedó la aeronave hay una idea mayor de lo que pasó antes del accidente. Según explicó el director de la Aerocivil, Sergio París Mendoza, cuando ocurren estas fallas en este tipo de aeronaves hay dos procedimientos a seguir. El primero es el arborizaje, la opción que eligió el piloto Murcia, o buscar un río donde acuatizar. Sin embargo, por la ubicación del aparato y el trayecto, se cree que él vio un espacio posible para hacer el arborizaje y decidió hacer un viraje, pero la altura de los árboles lo hizo caer en picada.

Mónica Rivera Rueda

Por Mónica Rivera Rueda

Periodista de planeación, hábitat, salud y educación. Estudiante de la maestría de análisis de problemas políticos, económicos e internacionales contemporáneos.@Yomonrivermrivera@elespectador.com

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