La vocación que se está perdiendo: el futuro del sacerdocio en Colombia
La Iglesia católica pasó de tener 2.400 a 1.900 jóvenes dedicados al apostolado de 2020 a 2022. La tendencia para aumentar, pues la influencia social y las formas de enseñanza tradicionalistas impactan en la poca cantidad de seminaristas.
Erika Juliana Obando - Universidad de la Sabana
Luego de ir al templo parroquial a hacer la petición del día, se puso su camisa con el lema “Demos el primer paso” y emprendió su viaje a Bogotá. Era el 6 de septiembre de 2017, día en que el papa Francisco realizaría su visita apostólica en Colombia. Edwin Flórez, quien en ese momento tenía 14 años, se desplazó desde la ciudad de Fusagasugá hasta la capital para conocer al sumo pontífice. “No le teman al futuro. Atrévanse a soñar a lo grande. A ese sueño los quiero invitar”, fue el mensaje del papa que originó un cambio de vida para el fusagasugueño.
“Mi vocación se sembró desde que ingresé a la infancia misionera y se fortaleció con el apostolado del monaguillo, la catequesis y los grupos juveniles”, afirma Flórez. Sus padres fueron el elemento representativo para la crianza de un ámbito religioso que se consolidó desde sus primeros años de vida y se ha desarrollado a través de la adolescencia. “Uno de los momentos más significativos fue una ordenación ministerial en la diócesis de Girardot. Tuve la oportunidad de ir por la parroquia de mi barrio. Ese día me surgió la pregunta de: ¿qué tal me veo ante ese llamado que debo responderle al Señor?”, asegura.
En el 2020, apenas se graduó del colegio, tomó la decisión de seguir el camino sacerdotal. “Desde ese momento me dediqué completamente a Dios, fundé bases académicas, pastorales y comunitarias que potenciaron mi desarrollo integral”, declara Flórez. Pese a ello, dos años después se retiró del seminario. “A mediados de 2022 empecé a estudiar en una universidad, era una de mis principales metas. He adquirido experiencia laboral y ahora trabajo en la parte pastoral de un colegio”, dice.
El padre Hanners Díaz, formador del Seminario Mayor La Inmaculada Concepción de Girardot, menciona que aun cuando los individuos tomen diferentes rumbos profesionales, la formación del seminario nunca es de sobra. Narró que desde 2020 ha habido un descenso en la participación de jóvenes en la vida sacramental por el discernimiento vocacional.
Influencia social
“En 2021 se presentó un aumento significativo en la deserción de seminaristas”, analiza el padre Manuel Vega, director de los Departamentos de Ministerios Ordenados y Vida Consagrada de la Conferencia Episcopal de Colombia. Añadió que se han registrado estadísticas desde 1990, año en que se tuvo la cantidad más alta de seminaristas en el país, con 5.800. Desde ese punto, cada cinco años se han reducido los apostolados. En 2020 se tenían 2.400, mientras que en 2021 bajaron a 1.700. En 2022 ascendieron a 1.900 seminaristas.
La deserción de vocaciones de 1990 a 2020 se interpreta desde cambios familiares, sociales y culturales. En 1980, las familias tenían alrededor de cuatro a cinco hijos, mientras que los nuevos hogares se componen de uno a dos hijos, manifiesta el padre Vega. “Esta disparidad se evidencia en regiones como la antioqueña, donde había núcleos familiares grandes y se tenían aproximadamente 500 seminaristas. Hoy existen 170″, afirma. Además de las cifras de natalidad, existe un ambiente distinto desde la educación de casa. “Los abuelos fueron creyentes, pero instruyeron con menos espiritualidad a sus hijos, por lo cual la nueva generación es educada con pocos criterios eclesiales. Los niños llegan a los sacramentos de iniciación cristiana con muy poco conocimiento básico de lo que se debería enseñar en la familia”, explica.
A esto, el padre Díaz añade: “cada vez se vive menos la experiencia religiosa en la vida cristiana. Se ven temas de infidelidad entre padres como un acto normal en el seno familiar. El primer testimonio es la familia y no todas viven la fe ni la oración. No hay respuesta a los llamados divinos”.
En general, el relativismo moral actual influye en la fe de los jóvenes. “La falta de formación en las comunidades católicas ha creado una sociedad líquida. No hay disposición para enfrentar las inquietudes de los muchachos con respecto a su vida consagrada, porque este concepto encierra exigencias que no han sido enfrentadas. Hasta que no se luche frente a las creencias culturales, no pueden surgir este tipo de estilos de vida religiosos”, argumenta Flórez.
Formación teológica y eclesiástica
El pensamiento juvenil desestima la predicación tradicionalista. “La nueva generación percibe la opción evangelizadora como algo aburrido, que deja a un lado la afectividad, y esto baja la devoción”, dice Flórez. Los métodos teológicos que se aplican en los seminarios repercuten en algunos rasgos ideológicos que los principiantes al apostolado traen desde casa. “Cuando vi filosofía se alteró mi creencia, porque muchos pensadores eran ateos. Al entrar al curso de teología establecí bases nuevas para renovar mis pensamientos. Como venimos de un mundo donde la esperanza es muy vaga, la filosofía y la teología modifican eso. Se hace con el fin de educar a los buenos sacerdotes”, reconoce Jorge Garzón, seminarista retirado.
En 2016, el papa Francisco cuestionó la formación que dictan los seminarios, teniendo en cuenta el ambiente moderno juvenil. A finales de ese año, La Santa Sede instauró la Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, un documento orientativo para instruir a los futuros presbíteros. “Yo tuve la gracia de acompañar la escritura de este texto con rectores de ciertos seminarios y equipos de formadores. Descubrimos que por mucho tiempo hubo una excesiva preocupación por la parte académica. Un alumno estudiaba tres años filosofía y cuatro años, teología, y si le iba bien académicamente, le iba bien en todo”, explica el padre Vega. Sin embargo, el papa hizo un cambio en la instrucción al ministerio sacerdotal. El principio unificador del proceso debía ser la espiritualidad, antes que el intelecto. “Este es un componente esencial en la síntesis vocacional. Procuramos que la persona tenga experiencias de encuentro con Jesús”, añade el padre Vega.
Sumado a esto, el padre Hanners Díaz dice que “los muchachos tienen todos los días un momento de reflexión con la Palabra, la eucaristía y adoración al Santísimo. Les motivamos a que tengan espacios personales de oración. El reto es mantener estas vivencias también fuera del seminario. Que recen con la comunidad y su familia”.
Dentro de la línea formativa se toman en cuenta algunas dificultades de la realidad eclesiástica. “Un factor que incide en la consagración de los aspirantes al apostolado son los escándalos de la Iglesia. Existen casos de sacerdotes con problemas de pederastia, abuso de menores, y falta de testimonio desde la parroquia que limitan la entrada de creyentes. Algunos curas no son el ejemplo ideal para apuntar un sí en la predicación de la Palabra”, menciona el padre Díaz.
El padre Vega añade en este aspecto que la Iglesia brinda herramientas para trabajar en espacios como los retiros pastorales. “Sin embargo, debido a los malos sucesos que empañan la imagen de la Iglesia, a algunos clérigos les da temor enseñar a niños y adolescentes. Estamos fallando en la manera de engendrar las vocaciones.”, señala.
Impacto en los feligreses
La disminución en el número de sacerdotes debilita la fe de las comunidades. “La gente sufre cuando hay pocos seminaristas, piensan en el futuro de sus parroquias. Un profeta que se va representa menos eucaristías, comuniones, bautizados, confesados y menos enfermos ungidos”, expresa el padre Díaz.
Además de la escasez sacerdotal, hay reducción de los lugares de culto. “En Europa, la gran parte de las iglesias tienen pocos jóvenes en la vida ministerial. Se han cerrado iglesias y otras las han convertido en negocios con fines lucrativos”, afirma Flórez.
El padre Vega dice que “en Colombia, la diócesis de Soacha ha acabado algunas de sus parroquias. Como no hay lugares para los templos, las misas se celebran en los salones comunitarios de los conjuntos cerrados. Para los despachos parroquiales se buscan locales en arriendo”, sostuvo.
“Con certeza nunca faltarán discípulos, porque la Iglesia arrancó con 12 y floreció”, asegura el padre Díaz, mientras que para Flórez, los feligreses no necesitan una gran cantidad de orientadores, sino personas de calidad.
Pastoral vocacional
“En 2013, los seminarios llamaban a las parroquias de su diócesis a preguntar si había solicitantes para el grupo vocacional. Llegaban alrededor de 40 candidatos. De esos entraban 15 al camino de la vida consagrada. De los 15 terminaban diez y se ordenaban. Hoy no hay aspirantes. Nos toca buscarlos en los colegios”, precisa el padre Vega. Añade que se promueve el uso de estrategias como “salir, ver y llamar” mediante los semilleros vocacionales. “Nos hace falta un acompañamiento adecuado a los niños desde pequeños”.
En ciudades como Armenia, Barranquilla y Cali la motivación empieza desde experiencias cristianas inmersivas para niños y adolescentes. “Un día al año se reúnen más de 1.200 pequeños monaguillos. El arzobispo preside una eucaristía y les impone roquetes con ornamento. Se emplean este tipo de actividades para motivar al tema misionero”, comenta el padre Vega.
Jorge Garzón y Edwin Flórez aún reflexionan sobre su paso por el seminario. Sienten que se necesita un gran coraje para decidir hasta qué punto se sacrifican las metas del mundo exterior con el fin de no cerrar el ciclo evangelizador.
“La entrega a una vida religiosa reconoce el esfuerzo de atender los llamados de Dios con gran fuerza interior humana”, aclara Garzón. Él se retiró del seminario por la necesidad de una vida social y familiar. Algunas variantes filosóficas ponían en tela de juicio su compromiso al apostolado.
“Mi vocación aún no se ha apagado; a veces siento la necesidad de estar allá. Todos los días hago mi oración. Mi vida continúa al servicio de Dios”, concluye Garzón.
Luego de ir al templo parroquial a hacer la petición del día, se puso su camisa con el lema “Demos el primer paso” y emprendió su viaje a Bogotá. Era el 6 de septiembre de 2017, día en que el papa Francisco realizaría su visita apostólica en Colombia. Edwin Flórez, quien en ese momento tenía 14 años, se desplazó desde la ciudad de Fusagasugá hasta la capital para conocer al sumo pontífice. “No le teman al futuro. Atrévanse a soñar a lo grande. A ese sueño los quiero invitar”, fue el mensaje del papa que originó un cambio de vida para el fusagasugueño.
“Mi vocación se sembró desde que ingresé a la infancia misionera y se fortaleció con el apostolado del monaguillo, la catequesis y los grupos juveniles”, afirma Flórez. Sus padres fueron el elemento representativo para la crianza de un ámbito religioso que se consolidó desde sus primeros años de vida y se ha desarrollado a través de la adolescencia. “Uno de los momentos más significativos fue una ordenación ministerial en la diócesis de Girardot. Tuve la oportunidad de ir por la parroquia de mi barrio. Ese día me surgió la pregunta de: ¿qué tal me veo ante ese llamado que debo responderle al Señor?”, asegura.
En el 2020, apenas se graduó del colegio, tomó la decisión de seguir el camino sacerdotal. “Desde ese momento me dediqué completamente a Dios, fundé bases académicas, pastorales y comunitarias que potenciaron mi desarrollo integral”, declara Flórez. Pese a ello, dos años después se retiró del seminario. “A mediados de 2022 empecé a estudiar en una universidad, era una de mis principales metas. He adquirido experiencia laboral y ahora trabajo en la parte pastoral de un colegio”, dice.
El padre Hanners Díaz, formador del Seminario Mayor La Inmaculada Concepción de Girardot, menciona que aun cuando los individuos tomen diferentes rumbos profesionales, la formación del seminario nunca es de sobra. Narró que desde 2020 ha habido un descenso en la participación de jóvenes en la vida sacramental por el discernimiento vocacional.
Influencia social
“En 2021 se presentó un aumento significativo en la deserción de seminaristas”, analiza el padre Manuel Vega, director de los Departamentos de Ministerios Ordenados y Vida Consagrada de la Conferencia Episcopal de Colombia. Añadió que se han registrado estadísticas desde 1990, año en que se tuvo la cantidad más alta de seminaristas en el país, con 5.800. Desde ese punto, cada cinco años se han reducido los apostolados. En 2020 se tenían 2.400, mientras que en 2021 bajaron a 1.700. En 2022 ascendieron a 1.900 seminaristas.
La deserción de vocaciones de 1990 a 2020 se interpreta desde cambios familiares, sociales y culturales. En 1980, las familias tenían alrededor de cuatro a cinco hijos, mientras que los nuevos hogares se componen de uno a dos hijos, manifiesta el padre Vega. “Esta disparidad se evidencia en regiones como la antioqueña, donde había núcleos familiares grandes y se tenían aproximadamente 500 seminaristas. Hoy existen 170″, afirma. Además de las cifras de natalidad, existe un ambiente distinto desde la educación de casa. “Los abuelos fueron creyentes, pero instruyeron con menos espiritualidad a sus hijos, por lo cual la nueva generación es educada con pocos criterios eclesiales. Los niños llegan a los sacramentos de iniciación cristiana con muy poco conocimiento básico de lo que se debería enseñar en la familia”, explica.
A esto, el padre Díaz añade: “cada vez se vive menos la experiencia religiosa en la vida cristiana. Se ven temas de infidelidad entre padres como un acto normal en el seno familiar. El primer testimonio es la familia y no todas viven la fe ni la oración. No hay respuesta a los llamados divinos”.
En general, el relativismo moral actual influye en la fe de los jóvenes. “La falta de formación en las comunidades católicas ha creado una sociedad líquida. No hay disposición para enfrentar las inquietudes de los muchachos con respecto a su vida consagrada, porque este concepto encierra exigencias que no han sido enfrentadas. Hasta que no se luche frente a las creencias culturales, no pueden surgir este tipo de estilos de vida religiosos”, argumenta Flórez.
Formación teológica y eclesiástica
El pensamiento juvenil desestima la predicación tradicionalista. “La nueva generación percibe la opción evangelizadora como algo aburrido, que deja a un lado la afectividad, y esto baja la devoción”, dice Flórez. Los métodos teológicos que se aplican en los seminarios repercuten en algunos rasgos ideológicos que los principiantes al apostolado traen desde casa. “Cuando vi filosofía se alteró mi creencia, porque muchos pensadores eran ateos. Al entrar al curso de teología establecí bases nuevas para renovar mis pensamientos. Como venimos de un mundo donde la esperanza es muy vaga, la filosofía y la teología modifican eso. Se hace con el fin de educar a los buenos sacerdotes”, reconoce Jorge Garzón, seminarista retirado.
En 2016, el papa Francisco cuestionó la formación que dictan los seminarios, teniendo en cuenta el ambiente moderno juvenil. A finales de ese año, La Santa Sede instauró la Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, un documento orientativo para instruir a los futuros presbíteros. “Yo tuve la gracia de acompañar la escritura de este texto con rectores de ciertos seminarios y equipos de formadores. Descubrimos que por mucho tiempo hubo una excesiva preocupación por la parte académica. Un alumno estudiaba tres años filosofía y cuatro años, teología, y si le iba bien académicamente, le iba bien en todo”, explica el padre Vega. Sin embargo, el papa hizo un cambio en la instrucción al ministerio sacerdotal. El principio unificador del proceso debía ser la espiritualidad, antes que el intelecto. “Este es un componente esencial en la síntesis vocacional. Procuramos que la persona tenga experiencias de encuentro con Jesús”, añade el padre Vega.
Sumado a esto, el padre Hanners Díaz dice que “los muchachos tienen todos los días un momento de reflexión con la Palabra, la eucaristía y adoración al Santísimo. Les motivamos a que tengan espacios personales de oración. El reto es mantener estas vivencias también fuera del seminario. Que recen con la comunidad y su familia”.
Dentro de la línea formativa se toman en cuenta algunas dificultades de la realidad eclesiástica. “Un factor que incide en la consagración de los aspirantes al apostolado son los escándalos de la Iglesia. Existen casos de sacerdotes con problemas de pederastia, abuso de menores, y falta de testimonio desde la parroquia que limitan la entrada de creyentes. Algunos curas no son el ejemplo ideal para apuntar un sí en la predicación de la Palabra”, menciona el padre Díaz.
El padre Vega añade en este aspecto que la Iglesia brinda herramientas para trabajar en espacios como los retiros pastorales. “Sin embargo, debido a los malos sucesos que empañan la imagen de la Iglesia, a algunos clérigos les da temor enseñar a niños y adolescentes. Estamos fallando en la manera de engendrar las vocaciones.”, señala.
Impacto en los feligreses
La disminución en el número de sacerdotes debilita la fe de las comunidades. “La gente sufre cuando hay pocos seminaristas, piensan en el futuro de sus parroquias. Un profeta que se va representa menos eucaristías, comuniones, bautizados, confesados y menos enfermos ungidos”, expresa el padre Díaz.
Además de la escasez sacerdotal, hay reducción de los lugares de culto. “En Europa, la gran parte de las iglesias tienen pocos jóvenes en la vida ministerial. Se han cerrado iglesias y otras las han convertido en negocios con fines lucrativos”, afirma Flórez.
El padre Vega dice que “en Colombia, la diócesis de Soacha ha acabado algunas de sus parroquias. Como no hay lugares para los templos, las misas se celebran en los salones comunitarios de los conjuntos cerrados. Para los despachos parroquiales se buscan locales en arriendo”, sostuvo.
“Con certeza nunca faltarán discípulos, porque la Iglesia arrancó con 12 y floreció”, asegura el padre Díaz, mientras que para Flórez, los feligreses no necesitan una gran cantidad de orientadores, sino personas de calidad.
Pastoral vocacional
“En 2013, los seminarios llamaban a las parroquias de su diócesis a preguntar si había solicitantes para el grupo vocacional. Llegaban alrededor de 40 candidatos. De esos entraban 15 al camino de la vida consagrada. De los 15 terminaban diez y se ordenaban. Hoy no hay aspirantes. Nos toca buscarlos en los colegios”, precisa el padre Vega. Añade que se promueve el uso de estrategias como “salir, ver y llamar” mediante los semilleros vocacionales. “Nos hace falta un acompañamiento adecuado a los niños desde pequeños”.
En ciudades como Armenia, Barranquilla y Cali la motivación empieza desde experiencias cristianas inmersivas para niños y adolescentes. “Un día al año se reúnen más de 1.200 pequeños monaguillos. El arzobispo preside una eucaristía y les impone roquetes con ornamento. Se emplean este tipo de actividades para motivar al tema misionero”, comenta el padre Vega.
Jorge Garzón y Edwin Flórez aún reflexionan sobre su paso por el seminario. Sienten que se necesita un gran coraje para decidir hasta qué punto se sacrifican las metas del mundo exterior con el fin de no cerrar el ciclo evangelizador.
“La entrega a una vida religiosa reconoce el esfuerzo de atender los llamados de Dios con gran fuerza interior humana”, aclara Garzón. Él se retiró del seminario por la necesidad de una vida social y familiar. Algunas variantes filosóficas ponían en tela de juicio su compromiso al apostolado.
“Mi vocación aún no se ha apagado; a veces siento la necesidad de estar allá. Todos los días hago mi oración. Mi vida continúa al servicio de Dios”, concluye Garzón.