Las bibliotecas que cambiaron la vida de comunidades afectadas por el conflicto armado
Indígenas, campesinos y excombatientes han usado estos espacios para limar sus diferencias, reconciliarse y construir país.
Yenifer Rodríguez M.
Hace un año se firmó el acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc. Hace un año empezaron las ideas para promover, entre otras cosas, los espacios de reconciliación entre víctimas y victimarios, espacios que también sirvieran para fomentar la cultura de las comunidades afectadas y de aumentar los niveles de lectura en el país. Fue en ese proceso que nació la iniciativa “Bibliotecas Públicas Móviles: ‘Leer es mi cuento’”, que inició su funcionamiento oficial el primero de marzo de 2017.
El proyecto, diseñado desde la Biblioteca Nacional de Colombia y financiado con recursos entregados por la fundación Bill & Melinda Gates al Ministerio de Cultura, se instaló en 20 veredas de 13 departamentos, entre ellos Antioquia, Caquetá, Cauca, Meta, Putumayo, Chocó y La Guajira. Todos los lugares tienen un factor común: funcionan en Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR), antiguas zonas de concentración de las Farc cuando aún no habían dejado las armas.
De acuerdo con la medición que realizó el Centro Nacional de Consultoría para ver el impacto de las Bibliotecas Públicas Móviles – que se dio a conocer durante un evento en la vereda Andalucía, del municipio de Caldono (Cauca)-, entre marzo y octubre las zonas recibieron 176.313 visitas, de las cuales 6.351 fueron de los excombatientes de las Farc. Otro factor importante para resaltar es que los jóvenes tomaron, en mayor medida, el liderazgo y empoderamiento de las bibliotecas.
“Gracias a la biblioteca han cambiado muchas cosas. Estamos muy orgullosos de tener este espacio. La aprovechamos porque la tenemos cerca y no nos toca ir hasta el municipio porque nos toca echar mucha pata. Aquí se reúnen los niños para jugar, los jóvenes para buscar sus tareas y los adultos mayores para tejer o ver documentales”, explica Rosa, una adolescente de 17 años que ve en este espacio una fuente de empoderamiento donde también se pueden crear nuevos proyectos, como danzas, fotografía y programas radiales.
El proceso de paz y la implementación de estas bibliotecas les han dado un nuevo aire a las veredas. El docente José Ramos, de la comunidad de Andalucía, está convencido que los libros ayudan a los niños a que refuercen sus conocimientos y adquieran otros y a que los adultos, que antes tenían la costumbre de pasar el tiempo bebiendo licor, dejen eso de lado y se integren a las actividades de la biblioteca. “Se ha creado un sentido de pertenencia”, subraya.
Pero, ¿Cómo funcionan?
Las Bibliotecas Públicas Móviles fueron equipadas con 460 títulos físicos, entre textos académicos y literarios, y más de 200 textos disponibles en su versión digital. En el inventario entregado también figuran 15 computadores, 17 tabletas, 3 cámaras de video, un sistema de cine con sonido incorporado y juegos de mesa, sin contar con el servicio entregado para garantizar el funcionamiento efectivo de cada biblioteca, como una planta eléctrica.
Estos equipos hacen que las bibliotecas no sólo sean espacios de lectura, ya que le permiten a la comunidad realizar otro tipo de actividades tanto para los niños, jóvenes y adultos mayores.
Los que hicieron posible el funcionamiento de las bibliotecas
Los bibliotecarios encargados de capacitar a la comunidad para que sepan cómo manejar y administrar los equipos son los protagonistas de las bibliotecas. Fueron seleccionados por sus logros, dejaron a sus familias para emprender el viaje a zonas apartadas para llevar la cultura y la tecnología. Hoy ven los resultados del programa.
Entre ellos se destaca José Luis Mejía, bibliotecario de Miranda (Cauca), que trabaja con una población de 400 personas, y Luceli Narváez, quien fue ganadora del Premio Nacional de Bibliotecas en 2016, y está a cargo de la biblioteca de Andalucía, donde su población, de 1235 personas, es índigena, del pueblo Nasa.
El proceso ha sido lento, pero poco a poco lograron lo que se propusieron: conseguir la reconciliación y reintegración de los exguerrilleros con los indígenas y campesinos, desde los más pequeños hasta los ancianos. En su caso, Luceli dice que lo más importante de todo el proceso es ver cómo la comunidad se fue apropiando de un espacio que antes nadie miraba. Ver cómo esa biblioteca se convierte en un lugar de esparcimiento donde se fusiona la literatura, la danza y las tradiciones culturales.
Hoy, después de más de seis meses de funcionamiento y muchos altibajos, sienten alegría porque saben que cada miembro de los Nasa, campesinos, la fuerza pública y los movilizados de las Farc -que están ubicados cerca de la vereda- se pueden sentar en la misma mesa sin la sensación de resentimiento, pueden convivir y compartir de una tertulia y participar sin miedo.
Los tropiezos y lo que sigue
Pero no todo es color rosa. Aunque las bibliotecas en las diferentes zonas ya están funcionando, muchos de los bibliotecarios hicieron hasta lo imposible para conseguir los recursos que les hacían falta y que debían ser entregados por las administraciones municipales, y que por razones de presupuesto o falta de interés no dieron. “Los que veían que tenían votos en el lugar, ponían dinero. Los que no, no”, dice Luceli.
José, al igual que su compañera, relata que algunos de sus colegas acudieron a las “rifas, a galleras o vendieron tamales para conseguir recursos” y adecuar los lugares para poner a funcionar todos los equipos que les entregó el Ministerio de Cultura. El apoyo de la comunidad también fue vital porque muchos se unieron e hicieron donaciones.
Por su parte, la directora de la Biblioteca Nacional de Colombia, Consuelo Gaitán, dijo que las alcaldías tienen que hacerse cargo del mantenimiento, del pago al bibliotecario y de garantizar y continuar con todos los servicios bibliotecarios de primera calidad.
Aunque los bibliotecarios aún no saben si hay una fase de seguimiento, Gaitán aseveró que una vez las bibliotecas se entreguen a las administraciones, “entran a formar parte de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas que nosotros coordinamos” y tendrán el acompañamiento y los beneficios que tienen las 1460 bibliotecas que hay en Colombia.
Pese a los contratiempos que hubo en algunas zonas, las bibliotecas públicas lograron cumplir su finalidad: unir a quienes estaban separados, generar hábitos de lectura y promover proyectos entre militares, campesinos, indígenas y excombatientes. Una lección para un país que sigue dividido.
* yrodriguezm@elespectador.com
Hace un año se firmó el acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc. Hace un año empezaron las ideas para promover, entre otras cosas, los espacios de reconciliación entre víctimas y victimarios, espacios que también sirvieran para fomentar la cultura de las comunidades afectadas y de aumentar los niveles de lectura en el país. Fue en ese proceso que nació la iniciativa “Bibliotecas Públicas Móviles: ‘Leer es mi cuento’”, que inició su funcionamiento oficial el primero de marzo de 2017.
El proyecto, diseñado desde la Biblioteca Nacional de Colombia y financiado con recursos entregados por la fundación Bill & Melinda Gates al Ministerio de Cultura, se instaló en 20 veredas de 13 departamentos, entre ellos Antioquia, Caquetá, Cauca, Meta, Putumayo, Chocó y La Guajira. Todos los lugares tienen un factor común: funcionan en Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR), antiguas zonas de concentración de las Farc cuando aún no habían dejado las armas.
De acuerdo con la medición que realizó el Centro Nacional de Consultoría para ver el impacto de las Bibliotecas Públicas Móviles – que se dio a conocer durante un evento en la vereda Andalucía, del municipio de Caldono (Cauca)-, entre marzo y octubre las zonas recibieron 176.313 visitas, de las cuales 6.351 fueron de los excombatientes de las Farc. Otro factor importante para resaltar es que los jóvenes tomaron, en mayor medida, el liderazgo y empoderamiento de las bibliotecas.
“Gracias a la biblioteca han cambiado muchas cosas. Estamos muy orgullosos de tener este espacio. La aprovechamos porque la tenemos cerca y no nos toca ir hasta el municipio porque nos toca echar mucha pata. Aquí se reúnen los niños para jugar, los jóvenes para buscar sus tareas y los adultos mayores para tejer o ver documentales”, explica Rosa, una adolescente de 17 años que ve en este espacio una fuente de empoderamiento donde también se pueden crear nuevos proyectos, como danzas, fotografía y programas radiales.
El proceso de paz y la implementación de estas bibliotecas les han dado un nuevo aire a las veredas. El docente José Ramos, de la comunidad de Andalucía, está convencido que los libros ayudan a los niños a que refuercen sus conocimientos y adquieran otros y a que los adultos, que antes tenían la costumbre de pasar el tiempo bebiendo licor, dejen eso de lado y se integren a las actividades de la biblioteca. “Se ha creado un sentido de pertenencia”, subraya.
Pero, ¿Cómo funcionan?
Las Bibliotecas Públicas Móviles fueron equipadas con 460 títulos físicos, entre textos académicos y literarios, y más de 200 textos disponibles en su versión digital. En el inventario entregado también figuran 15 computadores, 17 tabletas, 3 cámaras de video, un sistema de cine con sonido incorporado y juegos de mesa, sin contar con el servicio entregado para garantizar el funcionamiento efectivo de cada biblioteca, como una planta eléctrica.
Estos equipos hacen que las bibliotecas no sólo sean espacios de lectura, ya que le permiten a la comunidad realizar otro tipo de actividades tanto para los niños, jóvenes y adultos mayores.
Los que hicieron posible el funcionamiento de las bibliotecas
Los bibliotecarios encargados de capacitar a la comunidad para que sepan cómo manejar y administrar los equipos son los protagonistas de las bibliotecas. Fueron seleccionados por sus logros, dejaron a sus familias para emprender el viaje a zonas apartadas para llevar la cultura y la tecnología. Hoy ven los resultados del programa.
Entre ellos se destaca José Luis Mejía, bibliotecario de Miranda (Cauca), que trabaja con una población de 400 personas, y Luceli Narváez, quien fue ganadora del Premio Nacional de Bibliotecas en 2016, y está a cargo de la biblioteca de Andalucía, donde su población, de 1235 personas, es índigena, del pueblo Nasa.
El proceso ha sido lento, pero poco a poco lograron lo que se propusieron: conseguir la reconciliación y reintegración de los exguerrilleros con los indígenas y campesinos, desde los más pequeños hasta los ancianos. En su caso, Luceli dice que lo más importante de todo el proceso es ver cómo la comunidad se fue apropiando de un espacio que antes nadie miraba. Ver cómo esa biblioteca se convierte en un lugar de esparcimiento donde se fusiona la literatura, la danza y las tradiciones culturales.
Hoy, después de más de seis meses de funcionamiento y muchos altibajos, sienten alegría porque saben que cada miembro de los Nasa, campesinos, la fuerza pública y los movilizados de las Farc -que están ubicados cerca de la vereda- se pueden sentar en la misma mesa sin la sensación de resentimiento, pueden convivir y compartir de una tertulia y participar sin miedo.
Los tropiezos y lo que sigue
Pero no todo es color rosa. Aunque las bibliotecas en las diferentes zonas ya están funcionando, muchos de los bibliotecarios hicieron hasta lo imposible para conseguir los recursos que les hacían falta y que debían ser entregados por las administraciones municipales, y que por razones de presupuesto o falta de interés no dieron. “Los que veían que tenían votos en el lugar, ponían dinero. Los que no, no”, dice Luceli.
José, al igual que su compañera, relata que algunos de sus colegas acudieron a las “rifas, a galleras o vendieron tamales para conseguir recursos” y adecuar los lugares para poner a funcionar todos los equipos que les entregó el Ministerio de Cultura. El apoyo de la comunidad también fue vital porque muchos se unieron e hicieron donaciones.
Por su parte, la directora de la Biblioteca Nacional de Colombia, Consuelo Gaitán, dijo que las alcaldías tienen que hacerse cargo del mantenimiento, del pago al bibliotecario y de garantizar y continuar con todos los servicios bibliotecarios de primera calidad.
Aunque los bibliotecarios aún no saben si hay una fase de seguimiento, Gaitán aseveró que una vez las bibliotecas se entreguen a las administraciones, “entran a formar parte de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas que nosotros coordinamos” y tendrán el acompañamiento y los beneficios que tienen las 1460 bibliotecas que hay en Colombia.
Pese a los contratiempos que hubo en algunas zonas, las bibliotecas públicas lograron cumplir su finalidad: unir a quienes estaban separados, generar hábitos de lectura y promover proyectos entre militares, campesinos, indígenas y excombatientes. Una lección para un país que sigue dividido.
* yrodriguezm@elespectador.com