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Francisco Martín Moreno quería ser asesino. Ya había sido 14 veces presidente de México, cinco veces presidente de Estados Unidos, papa, cardenal, petrolero, bananero... De todo, pero no asesino. Estaba pensando en la manera de matar a Fidel Castro o a Kim Jong-il cuando apareció su tío Claus, desahuciado por un cáncer en fase terminal, y le cambió la historia de su libro. Con una veintena de obras literarias y 69 años de historias en la espalda, apenas entonces se vino a enterar de que, en vez de buscar excusas para recrear las muertes ficticias de algún mandatario, lo que tenía que hacer era un viaje profundo a su propia vida. Un ejercicio sincero de aproximación a los principales momentos de la historia del siglo XX, pero de la mano de sus padres y abuelos, quienes nunca le contaron de dónde provenía.
¿Cómo fue que su tío moribundo le soltó la perla del origen de su familia?
Me invitó a comer, dijo que tenía tres semanas de vida y no se quería ir de este mundo sin contarme la historia de la familia. Le dije que la conocía y me respondió: “Tú ni siquiera sabes cómo te llamas”. Me llamo Francisco Martín Moreno Biehl, repliqué. Y ahí vino la primera sorpresa: “No, te llamas Francisco Martín. El Moreno te lo puso tu padre porque pensaba que tu apellido sonaba muy feo. Tu apellido es Bielschowsky”. Me sonó como polaco, judío. “Sí, soy judío. Tu madre es judía y tú eres judío”. Yo, que soy escéptico, agnóstico, no lo podía creer. “No vinimos a discutir tus convicciones espirituales”, me regañó el tío Claus.
Y pensar que usted se dice más mexicano que José Alfredo Jiménez...
Quedé absorto. Me contó a grandes zancadas que mi bisabuelo llegó a Alemania en 1890 y arreglaba zapatos en la calle, que después puso un taller y lo expandió hasta tener casi toda la manzana. Que puso fábrica de zapatos en Stuttgart y luego en Hamburgo y Berlín y que en la Primera Guerra Mundial se hizo multimillonario. “¿Sabes por qué tú bisabuelo no se fue en el Titanic? Porque un imbécil llamado (Benjamin) Guggenheim pagó una fortuna para quitarle la suite principal”. A mi ancestro lo salvó la arrogancia del magnate.
Bueno, puede que el tío no tuviera razones para mentir, pero había que comprobarlo todo. ¿No? ¿Cómo hizo para sopesar con cuidado entre lo revelador y lo chocante de la historia?
Cuando le pregunté qué pasó con la familia me dijo que eso lo iba a averiguar yo. Me dio copia de pasaportes, apellidos, direcciones y empezó a llorar. Me pidió ir a Jerusalén, al museo de Yad Vashem, el más importante del mundo sobre el Holocausto. Allí busqué de primero el nombre de mi bisabuelo y decía: “Executed in Auschwitz”. Mi bisabuela, tíos, primos, todos. Imagínate, a mi edad descubrir todo esto. Fue traumático. Y luego encontré que en las cárceles franquistas también habían matado a parte de mi familia paterna.
¿Cómo es ese golpe psicológico de enterarse? ¿Sospechaba que era judío?
Si llegara una señora de 80 años y dijera que es tu tía abuela, ¿la querrías sin conocerla? Tengo amigos judíos, pero no me puedo identificar con el judaísmo por entrar tres veces a una sinagoga. No me siento judío. Igual, de acuerdo a la tradición, lo soy.
Eso es claro, pero, cuando se enteró de que asesinaron a su familia por judía, ¿no se activa un lazo especial de fraternidad?
Te cambia todo. Te cambia la perspectiva, porque te preguntas quién eres, cuál es tu verdadera identidad. Resulta que mi papá y mi mamá son refugiados de diferentes guerras. Se conocieron en Guadalajara y no quisieron que mis hermanos y yo habláramos con la ce ni con la zeta españolas. Y mi mamá jamás nos habló en alemán. Querían que fuéramos absolutamente mexicanos.
Antes de enterarse de esos secretos de su familia, ¿qué tanto interés tenía usted por la Alemania nazi?
Eso sí mucho. Me metieron al colegio alemán para confundir. “A nadie se le iba a ocurrir que a unos niños judíos de México los metiéramos en el colegio alemán”, dijo mi tío. Ya voy entendiendo cosas.
¿Qué les enseñaban en el colegio alemán sobre el nazismo?
Poco. La mayor parte de mis maestros tomaban distancia. Eran nazis refugiados de la guerra y ahora vine a ver que algunos hasta fueron espías después de la Segunda Guerra y luego se quedaron como maestros en México. Además había algo que me exaltaba de manera especial en las clases: en la precisión matemática de los desfiles, en la música. Cuando supe por qué, me sentí engañado.
Se refiere con particular cariño a Postdam, que viene a ser la misma ciudad en la que los presidentes de los países aliados sellaron la alianza para poner fin a la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué tanto afecto por esa ciudad?
Porque de allá son mi mamá y mi tío Claus y ahí creció mi bisabuelo. Fui a la casa de mi madre el año pasado y encontré que mi bisabuelo era un hombre absurdamente rico que se mandaba a hacer los Mercedes a la medida y tenía un Rubens en la cabecera de su cama y una pinacoteca enorme. Hay un grupo de abogados buscando la manera de recuperar todo ese patrimonio que era propiedad de los judíos. Mi hermana se ocupa de eso.
Dicen por ahí que para evitarse dolores de cabeza es mejor no averiguar mucho sobre el pasado. A usted parece poderle más la curiosidad, pero también sacrificó salud por acometer la investigación...
Hasta sufrí un ataque de pánico. No sabía lo que era eso. Sientes que el corazón se está deteniendo y que te va a dar un ataque cardíaco, te duele el brazo, el pecho, no puedes respirar, tienes asfixia, las manos se te hielan, tienes sudor. Después vinieron la gastritis, la colitis, las úlceras, el insomnio, las enfermedades respiratorias, pero terminé mi novela.
¿Y así se le fueron seis años?Es que la tuve que dejar en varios momentos. Incluso escribí otros libros, y cuando volvía a la novela me mareaba, me daba una especie de agonía, no podía.
La descripción de lugares parece muy fiel a la realidad en la mayor parte del libro. ¿Fue usted a todos los escenarios para reconstruir la historia o se trató de un ejercicio elaborado más a partir de los recuerdos?
Al único lugar que no fui —por cobarde, lo reconozco— fue a Auschwitz. Me han dicho que tengo que ir, que tengo que ver la marcha de la vida y de la muerte, pero no pude. Estuve en Jerusalén, en Berlín, en Francia, en España, en Marruecos y, lógico, en México.
Alfredo de la Fe, el violinista, viajó a Colombia por tres meses y decidió quedarse 16 años y ahora se dice más colombiano que cubano. El suyo parece un caso más complejo: es mexicano, de raíces alemanas y españolas, tiene el judío por ahí en la sangre. ¿De dónde siente que es?
¡De México! Tengo 23 novelas dedicadas a México. Toda mi vida es México. Me siento profundamente mexicano y crecí sin ninguna confusión. En España y en Alemania me siento muy a gusto, pero corresponden más a la historia de mi familia.
Una historia que, de todas formas, le duele profundamente, tal como se siente en su alusión al tema de la homosexualidad, en el cual recuerda relatos como los de Scott Lively y Ken Abrams en “La esvástica rosa”.
Aunque no soy homosexual, tengo muchos amigos que sí y son maravillosos conmigo. Por eso me dio coraje, y lo puse en el libro, que Hitler mandara a gasear y asesinar a los homosexuales para lavarse la cara y decir: “Ellos no pertenecen a la superioridad de la raza aria. Hay que matarlos, están podridos”. Me llamó mucho la atención la investigación de La esvástica rosa sobre la homosexualidad de las altas esferas de los nazis, comenzando con Hitler y su documentación con nombre y apellido, con fuentes.
Entonces usted también cree que Eva Brown era fachada...
Por eso es que Hitler la mata. Por eso cuando están en el búnker, en abril del 45, se casan y 15 minutos después entran a un cuarto pequeño y él la mata. No podía permitir que ella contara la vida sexual al lado de Hitler. Imagínate si tú vas y haces un libro con cualquier editor alemán, o francés o inglés y cuentas todo esto. Es terrible cuando te dicen que era coprófago y Eva Braun también.
¿Y le convence a usted la evidencia histórica recaudada acerca del posible ancestro judío del Führer?
Lo estuve estudiando y no creas que es tan evidente. Parece que la abuela, pero no es claro y por eso no lo puse con esa claridad. La tentación estaba, pero si le pierdo el respeto a la historia, el lector me va a perder el respeto a mí y yo no puedo darme ese lujo.
Pero sí se dio el lujo de poner a un papa y su amante a tener sexo en la Capilla Sixtina...
Me llegó un libro que se llama La papisa, que es la vida de Pascalina Lehnert. Ahí lo pongo en el libro: una monja preciosa que vivía en Baviera, en Múnich, en 1918. En la nunciatura llega Eugenio Pacelli, que después fue el papa Pío XII, ahí conoce a esta monja y desde entonces se hacen amantes, desde 1918 hasta 1958, cuando fallece el papa. Evidentemente los hago hacer el amor en la Capilla Sixtina porque yo los vi, y también en la basílica de San Pedro, porque también les encantaba hacerlo ahí. Había que contarlo y lo cuento. Lo documento y le doy vida en un libro en el que no todo es la historia de mi familia, de la guerra, sino también el perfil de los grandes personajes de la historia. Cómo eran, por qué eran así, cómo eran el padre y la madre de Stalin. Encuentras un común denominador de rencor, de resentimiento, de apetito de venganza. Son antisociales por definición.
Y otra vez en sus novelas queda en evidencia la aversión hacia la religión...
No me meto con la teología, pero sí con la institución clerical, porque la Iglesia es el peor enemigo que ha tenido México en su historia y hasta ayudó al ascenso de Hitler al poder.
¿Cree que los jerarcas de la Iglesia católica no cuentan eso para cubrirse o porque no son conscientes del daño que se hizo?
El papa Juan Pablo II pidió perdón por las omisiones, el silencio y la indolencia de la Iglesia católica. Tuvo por lo menos las agallas para pedir perdón, pero no es suficiente, había que condenarlos. No condenan nada. A los sacerdotes pederastas simplemente se les prohíbe decir la misa, a los sacerdotes que se robaron millones de euros del Banco Ambrosiano, del banco vaticano, tampoco les hacen nada. Eso es parte del cinismo. Con que me digas que estás muy arrepentido y con la confesión ya tienes el perdón, con lo cual te conviertes en un cínico.
¿Será que en países como México y Colombia nos sobra religión?
Creo que nunca la debimos haber tenido. Compara un país como Colombia, México, Guatemala o Perú, que vivieron los errores de la Inquisición durante 300 años, con un país que nunca tuvo Inquisición: Australia, Estados Unidos, Nueva Zelanda. Allá hubo un surgimiento democrático prácticamente inmediato a la descolonización, mientras que en América Latina no. La Inquisición fue feroz porque fue un cogobierno con el virreinato y por eso dio paso a caciques, caudillos, dictadores, tiranos, todos de la mano con los católicos, que nos convirtieron en un país de cínicos. Hoy me robo esta escultura y mañana voy con el cura y le digo: “Acúsome padre”, y él dice: “Ah bueno, pues mira: reza tres padrenuestros y deja dinero en las urnas” y se acabó. En la tarde me robo otra.
Y no se le estará yendo la mano en generalizaciones a la hora de hacer sus críticas sobre este tema.
Es que soy un crítico feroz de todos estos ensotanados que tanto daño le han hecho al mundo. Cómo es posible que hoy en día exista la venta de indulgencias. El cardenal mexicano hace poco todavía dijo: “Quien entre a la puerta de la catedral de México entre el 15 de agosto y el 28 de noviembre tendrá concedida la indulgencia plenaria”. Entonces es momento para todos los narcotraficantes, pederastas y hampones de la peor ralea, quienes con pasar por debajo de la puerta y dejar el dinero en la urna ya tienen el fast track para ir al cielo.