Las dedicatorias y mis recuerdos con Gabo
(Opinión) Lo de ver plasmado en “Cien años de soledad” dos dedicatorias y no una, me ha llevado a preguntarme, ¿a qué podría deberse esta doble e inesperada complacencia? ¿Qué sería lo que le llamaría la atención de mi libro?
Ricardo López Solano
En 1983, ya teníamos dos años de vivir en Cartagena, un amigo de infancia, Jairo Bohórquez Ospino, que trabajaba en Konklinker, y era el jefe de un sobrino de Gabriel García Márquez, Jorge García, a quien Gabo le iba bautizar a uno de sus hijos, invitó a Jairo y Jairo nos invitó a mí y a mi señora. Invitación que de una aceptamos complacidos. Ni más faltaba.
Pero al momento de salir hacia el bautizo, cuya celebración se iba a llevar a cabo en la casa de los padres de nuestro premio Nobel de Literatura, Gabriel Eligio y Luisa Santiaga, la mayor de mis dos hijas, Margarita Rosa de 7 años, me dijo: “papi yo quiero ir con ustedes para conocer a Gabo, porque cuando yo esté grande o Gabito está muerto o se encontrará muy viejo”. Pero por lo de su corta edad y como el festejo era de noche, decidimos no llevarla con nosotros.
Ya en el bautizo, en el que tuve la oportunidad de conversar con nuestro galardonado Nobel de Literatura, conversación que giró alrededor de “Cien años de soledad”, y en especial sobre la figura de Rebeca, que cuando niña se la pasaba sentada en el rincón más apartado de la casa, balanceándose en su mecedorcito de madera. Un lugar estratégico, desde donde, a escondidas, se dedicaba a raspar las paredes para retirarle las tortas de cal, y a recoger en el patio, puñados de arena húmeda, que a la par con la cal, se las iba comiendo de a poquito.
Experiencia que escogí porque la conocía de primera mano, ya que, en los patios de Fundación, Magdalena, viví desde los ocho años (1955 hasta 1969). Tierras fértiles, que al igual que las de Aracataca y toda la zona bananera, en donde los montículos de tierra húmeda que hacían las lombrices pululaban por todas partes, en especial debajo de los guayabales y de los árboles frutales frondosos.
Y mientras transcurría esta amena charla con Gabriel García Márquez, le comenté la petición que me había hecho mi hija de querer conocerlo y las razones que la motivaban para acompañarnos. Ante lo referido por mi hija, Gabo me dijo: “ve a buscarla”.
Así lo hice y conmigo se vinieron, además de Margarita Rosa, mi hija menor Diana Patricia y una sobrina de mi señora, María Helena Daza.
Después que mis hijas y mi sobrina lo saludaron, nos tomamos una foto, con Gabito sentado en un mecedor, con Margarita Rosa sobre sus piernas, Diana Patricia a su lado derecho, y un poco más hacia atrás, este servidor, mi sobrina María Helena, Jairo Bohórquez y Armando Quintana, otro amigo que también trabajaba en Konkliker.
Después de tomarnos la foto seguí por un buen rato comentando con García Márquez y su padre Gabriel Eligio, sobre otras figuras relevantes de su más afamada novela.
La reunión la animó con sus trucos y encantos, el mago Borletti, un personaje de la región muy admirado y querido por Gabito, y con quien, en parte, ambientó a Melquiades, una de las grandes personalidades de “Cien Años de Soledad”.
Días después de este bautizo, imprevistamente se presentó a mi casa el sobrino de Gabo, Jorge García, y me informó que su tío se encontraba en la casa de sus padres, y que, si me parecía, le diera un libro, que él se lo llevaría para que me lo dedicara. Le dije que no solo sería un libro, sino dos.
El primero, por supuesto, era “Cien años de soledad”, y el segundo, fue algo insólito de mi parte, ya que se trataba de “Muerte en la Tarde” de Ernest Hemingway.
¿Y por qué seleccioné este libro y no otro de Gabo? Porque, por un lado, Hemingway fue uno de sus escritores favoritos, y por el otro, porque una de sus frases la tuvo como un referente en el desarrollo de su formación literaria. Tanto fue así, que, en una de sus narraciones, “Mi Hemingway” personal, la que pueden encontrar en YouTube, la comentó.
Esta frase dice así:
“La dignidad de los movimientos de un Iceberg se debe, a que solamente un octavo de su masa aparece fuera del agua”.
Este aparte que desarrollaré en otra oportunidad, y que se encontraba resaltada con lápiz de color rojo, e identificada con un marcapáginas, esto con el fin de que cuando abriera el libro para escribir la dedicatoria, y que además se encontraba resaltada en rojo, le llamara la atención. Lo que debió acontecer.
Como a los tres días Jorge García me trajo de vuelta los dos libros que les había facilitado. Y con cierta curiosidad los empecé a revisar. El primero que escogí fue “Cien años de Soledad”, y al abrir la página donde aparece el título de la novela, encontré una dedicatoria que decía: “Para la colección de mi admirador Ricardo López Solano. Cordialmente, y su firma-año 83″.
Después de leer la dedicatoria, por un acto reflejó, pasé a la siguiente página, la dedicada “para jomi garcía ascot y maría luisa elío”, donde encontré, para mi sorpresa, una segunda dedicatoria. No me lo podría creer, y mucho menos cuando me cercioré de que, se encontraba escrita con una firma diferente a la de la primera página.
Este es su contenido: “Para Ricardo un grano de arena para su colección-seguida de otra de sus firmas-año 83″
Lo de las dos dedicatorias me sorprendió sobremanera, ya que en los escritores no solo pasan de una, sino que, de antemano, las tienen preestablecidas. Y con mayor razón Gabo, que quien sabe cuántos miles de ellas, hasta ese día, había redactado en su vida.
Lo de ver plasmado en “Cien años de soledad” dos dedicatorias y no una, me ha llevado a preguntarme, ¿a qué podría deberse esta doble e inesperada complacencia? ¿Qué sería lo que le llamaría la atención de mi libro?
Lo que acontece es que “Cien Años de Soledad”, que envié a Gabo, un libro que había leído como una siete veces, además de volver y volver a releer un sinnúmero de sus magistrales párrafos, cuenta con una infinidad de apartes subrayados y vueltos a subrayar. Y en el cual, en la parte superior de muchas de sus páginas, así como en la inferior de estas, se encuentran las palabras con su definición de las que en el momento de leerla no conocía su significado, entre otras anotaciones, en mi caso, de gran significación.
Esta minuciosidad de detalles que se encuentra en este libro es lo que debió llevar a nuestro maestro de la literatura universal, es lo que supongo, a tomarse el trabajo de revisar página tras páginas de estas anotaciones. Y de ahí ha redactarme una segunda dedicatoria, incluida la delicadeza de acompañarla con otra de sus firmas, solo restaba un paso.
Ahora en cuanto a “Muerte en la tarde”, que al igual que “Cien años de soledad”, muchos de sus párrafos se encuentran subrayados, y resaltados con lápiz de color rojo, como también con anotaciones en la parte superior e inferior de un buen número de sus páginas, incluido, como ya lo había anotado, el párrafo del Iceberg, el que debió, a mi parecer, haberle llamado su atención. Fue, quizás, la suma de todas estas particularidades, lo que podría haberlo inducido a redactarme la tercera dedicatoria, dedicatoria que dice así: “Para Ricardo con un abrazo del amigo de Hemingway- seguido de una firma igual a la segunda de Cien años de soledad-año 83″.
Pero no todo termina aquí. Como por ese entonces me encontraba inscrito en Cambio-16, año 2002, y como Gabo era uno de sus propietarios, firmó para Cambio mil ejemplares de su autobiografía “Vivir Para Contarla”. Autobiografía que fue impresa en edición de lujo, por el grupo Editorial Norma, las que “Cambio-16, les regaló a sus suscriptores de ese momento. Y por supuesto, yo fui uno de los mil afortunados.
En esta oportunidad se trataba de una firma simplificada, que nuestro Nobel de literatura, optó para cumplir con el compromiso que se había hecho con esta prestigiosa revista, de la que era uno de sus accionistas.
Pero adicional al primer encuentro con nuestro laureado escritor, en el año 2007, que me encontraba en Bocagrande, Gabo con un amigo y sin paquetes de compras, de improviso salió del “Almacén Vélez”, el de la Cr. 2 # 6-164, Local 15-16. Y como para mayor señas, el que se encuentra ubicado a la izquierda de la entrada del “Pasaje Comercial Cartagena Plaza”.
Gabito y su amigo ocasional, con toda la tranquilidad del caso comenzaron a caminar por la Avenida San Martín hacía la Cr. 8. De mi parte, sin pensarlo dos veces, me les acerqué y los salude de mano, saludo que correspondieron con afecto. Y con Gabo, en este nuevo y casual encuentro, hablé sobre su obra como unos diez minutos, en los que, de su parte, se mostró muy atento y gentil. Por su rostro no se manifestó, por mi inoportuna presencia, malestar alguno. Sus respuestas a mis inquietudes sobre “Cien años de soledad”, fueron llenas de gentileza y de mucha consideración hacia alguien que lo admiraba y le guardaba mucho respeto.
Después de caminar un buen tramo con tan relevante figura de nuestras letras, y con su ocasional amigo, me despedí, también de mano. Y en silencio, los vi seguir su camino hasta que los perdí de vista. En esa parte de su transitar por la Avenida San Martín, nadie más perturbó su camino.
Lo único que lamento de ese momento irrepetible, es no haber contado con un celular o con cámara, para haberme tomado una segunda foto, con uno de mis escritores favoritos.
Al respecto de la doble dedicatoria a “Cien años de soledad” y la de un libro que no era de su autoría, me he venido preguntando, ¿cuántos de sus admiradores, ocasionales o no, cuentan por lo menos con una foto, con dos dedicatorias en su libro cumbre, al igual que de un libro que Gabo no haya escrito. Incluido, como ñapa, la firma simplificada que plasmó en sus memorias. De verdad que me gustaría saberlo.
De mi parte, que no pertenecí a su círculo de amigos, me siento orgulloso y satisfecho de lo que logré con una figura de la relevancia de la de Gabriel García Márquez, a la que, desde 1967, cuando leí por primera vez a “Cien años de soledad”, le he dedicado tantas horas de lectura y de investigación reflexiva y pormenorizada. De ahí que en mí estudio se encuentre enmarcado la foto referida, y en otro cuadro escaneadas, las tres dedicatorias, incluida la firma simplificada de su autobiografía “Vivir para Contarla”.
Vida eterna para nuestro premio Nóbel de Literatura de 1982… ¡Qué así sea!
En 1983, ya teníamos dos años de vivir en Cartagena, un amigo de infancia, Jairo Bohórquez Ospino, que trabajaba en Konklinker, y era el jefe de un sobrino de Gabriel García Márquez, Jorge García, a quien Gabo le iba bautizar a uno de sus hijos, invitó a Jairo y Jairo nos invitó a mí y a mi señora. Invitación que de una aceptamos complacidos. Ni más faltaba.
Pero al momento de salir hacia el bautizo, cuya celebración se iba a llevar a cabo en la casa de los padres de nuestro premio Nobel de Literatura, Gabriel Eligio y Luisa Santiaga, la mayor de mis dos hijas, Margarita Rosa de 7 años, me dijo: “papi yo quiero ir con ustedes para conocer a Gabo, porque cuando yo esté grande o Gabito está muerto o se encontrará muy viejo”. Pero por lo de su corta edad y como el festejo era de noche, decidimos no llevarla con nosotros.
Ya en el bautizo, en el que tuve la oportunidad de conversar con nuestro galardonado Nobel de Literatura, conversación que giró alrededor de “Cien años de soledad”, y en especial sobre la figura de Rebeca, que cuando niña se la pasaba sentada en el rincón más apartado de la casa, balanceándose en su mecedorcito de madera. Un lugar estratégico, desde donde, a escondidas, se dedicaba a raspar las paredes para retirarle las tortas de cal, y a recoger en el patio, puñados de arena húmeda, que a la par con la cal, se las iba comiendo de a poquito.
Experiencia que escogí porque la conocía de primera mano, ya que, en los patios de Fundación, Magdalena, viví desde los ocho años (1955 hasta 1969). Tierras fértiles, que al igual que las de Aracataca y toda la zona bananera, en donde los montículos de tierra húmeda que hacían las lombrices pululaban por todas partes, en especial debajo de los guayabales y de los árboles frutales frondosos.
Y mientras transcurría esta amena charla con Gabriel García Márquez, le comenté la petición que me había hecho mi hija de querer conocerlo y las razones que la motivaban para acompañarnos. Ante lo referido por mi hija, Gabo me dijo: “ve a buscarla”.
Así lo hice y conmigo se vinieron, además de Margarita Rosa, mi hija menor Diana Patricia y una sobrina de mi señora, María Helena Daza.
Después que mis hijas y mi sobrina lo saludaron, nos tomamos una foto, con Gabito sentado en un mecedor, con Margarita Rosa sobre sus piernas, Diana Patricia a su lado derecho, y un poco más hacia atrás, este servidor, mi sobrina María Helena, Jairo Bohórquez y Armando Quintana, otro amigo que también trabajaba en Konkliker.
Después de tomarnos la foto seguí por un buen rato comentando con García Márquez y su padre Gabriel Eligio, sobre otras figuras relevantes de su más afamada novela.
La reunión la animó con sus trucos y encantos, el mago Borletti, un personaje de la región muy admirado y querido por Gabito, y con quien, en parte, ambientó a Melquiades, una de las grandes personalidades de “Cien Años de Soledad”.
Días después de este bautizo, imprevistamente se presentó a mi casa el sobrino de Gabo, Jorge García, y me informó que su tío se encontraba en la casa de sus padres, y que, si me parecía, le diera un libro, que él se lo llevaría para que me lo dedicara. Le dije que no solo sería un libro, sino dos.
El primero, por supuesto, era “Cien años de soledad”, y el segundo, fue algo insólito de mi parte, ya que se trataba de “Muerte en la Tarde” de Ernest Hemingway.
¿Y por qué seleccioné este libro y no otro de Gabo? Porque, por un lado, Hemingway fue uno de sus escritores favoritos, y por el otro, porque una de sus frases la tuvo como un referente en el desarrollo de su formación literaria. Tanto fue así, que, en una de sus narraciones, “Mi Hemingway” personal, la que pueden encontrar en YouTube, la comentó.
Esta frase dice así:
“La dignidad de los movimientos de un Iceberg se debe, a que solamente un octavo de su masa aparece fuera del agua”.
Este aparte que desarrollaré en otra oportunidad, y que se encontraba resaltada con lápiz de color rojo, e identificada con un marcapáginas, esto con el fin de que cuando abriera el libro para escribir la dedicatoria, y que además se encontraba resaltada en rojo, le llamara la atención. Lo que debió acontecer.
Como a los tres días Jorge García me trajo de vuelta los dos libros que les había facilitado. Y con cierta curiosidad los empecé a revisar. El primero que escogí fue “Cien años de Soledad”, y al abrir la página donde aparece el título de la novela, encontré una dedicatoria que decía: “Para la colección de mi admirador Ricardo López Solano. Cordialmente, y su firma-año 83″.
Después de leer la dedicatoria, por un acto reflejó, pasé a la siguiente página, la dedicada “para jomi garcía ascot y maría luisa elío”, donde encontré, para mi sorpresa, una segunda dedicatoria. No me lo podría creer, y mucho menos cuando me cercioré de que, se encontraba escrita con una firma diferente a la de la primera página.
Este es su contenido: “Para Ricardo un grano de arena para su colección-seguida de otra de sus firmas-año 83″
Lo de las dos dedicatorias me sorprendió sobremanera, ya que en los escritores no solo pasan de una, sino que, de antemano, las tienen preestablecidas. Y con mayor razón Gabo, que quien sabe cuántos miles de ellas, hasta ese día, había redactado en su vida.
Lo de ver plasmado en “Cien años de soledad” dos dedicatorias y no una, me ha llevado a preguntarme, ¿a qué podría deberse esta doble e inesperada complacencia? ¿Qué sería lo que le llamaría la atención de mi libro?
Lo que acontece es que “Cien Años de Soledad”, que envié a Gabo, un libro que había leído como una siete veces, además de volver y volver a releer un sinnúmero de sus magistrales párrafos, cuenta con una infinidad de apartes subrayados y vueltos a subrayar. Y en el cual, en la parte superior de muchas de sus páginas, así como en la inferior de estas, se encuentran las palabras con su definición de las que en el momento de leerla no conocía su significado, entre otras anotaciones, en mi caso, de gran significación.
Esta minuciosidad de detalles que se encuentra en este libro es lo que debió llevar a nuestro maestro de la literatura universal, es lo que supongo, a tomarse el trabajo de revisar página tras páginas de estas anotaciones. Y de ahí ha redactarme una segunda dedicatoria, incluida la delicadeza de acompañarla con otra de sus firmas, solo restaba un paso.
Ahora en cuanto a “Muerte en la tarde”, que al igual que “Cien años de soledad”, muchos de sus párrafos se encuentran subrayados, y resaltados con lápiz de color rojo, como también con anotaciones en la parte superior e inferior de un buen número de sus páginas, incluido, como ya lo había anotado, el párrafo del Iceberg, el que debió, a mi parecer, haberle llamado su atención. Fue, quizás, la suma de todas estas particularidades, lo que podría haberlo inducido a redactarme la tercera dedicatoria, dedicatoria que dice así: “Para Ricardo con un abrazo del amigo de Hemingway- seguido de una firma igual a la segunda de Cien años de soledad-año 83″.
Pero no todo termina aquí. Como por ese entonces me encontraba inscrito en Cambio-16, año 2002, y como Gabo era uno de sus propietarios, firmó para Cambio mil ejemplares de su autobiografía “Vivir Para Contarla”. Autobiografía que fue impresa en edición de lujo, por el grupo Editorial Norma, las que “Cambio-16, les regaló a sus suscriptores de ese momento. Y por supuesto, yo fui uno de los mil afortunados.
En esta oportunidad se trataba de una firma simplificada, que nuestro Nobel de literatura, optó para cumplir con el compromiso que se había hecho con esta prestigiosa revista, de la que era uno de sus accionistas.
Pero adicional al primer encuentro con nuestro laureado escritor, en el año 2007, que me encontraba en Bocagrande, Gabo con un amigo y sin paquetes de compras, de improviso salió del “Almacén Vélez”, el de la Cr. 2 # 6-164, Local 15-16. Y como para mayor señas, el que se encuentra ubicado a la izquierda de la entrada del “Pasaje Comercial Cartagena Plaza”.
Gabito y su amigo ocasional, con toda la tranquilidad del caso comenzaron a caminar por la Avenida San Martín hacía la Cr. 8. De mi parte, sin pensarlo dos veces, me les acerqué y los salude de mano, saludo que correspondieron con afecto. Y con Gabo, en este nuevo y casual encuentro, hablé sobre su obra como unos diez minutos, en los que, de su parte, se mostró muy atento y gentil. Por su rostro no se manifestó, por mi inoportuna presencia, malestar alguno. Sus respuestas a mis inquietudes sobre “Cien años de soledad”, fueron llenas de gentileza y de mucha consideración hacia alguien que lo admiraba y le guardaba mucho respeto.
Después de caminar un buen tramo con tan relevante figura de nuestras letras, y con su ocasional amigo, me despedí, también de mano. Y en silencio, los vi seguir su camino hasta que los perdí de vista. En esa parte de su transitar por la Avenida San Martín, nadie más perturbó su camino.
Lo único que lamento de ese momento irrepetible, es no haber contado con un celular o con cámara, para haberme tomado una segunda foto, con uno de mis escritores favoritos.
Al respecto de la doble dedicatoria a “Cien años de soledad” y la de un libro que no era de su autoría, me he venido preguntando, ¿cuántos de sus admiradores, ocasionales o no, cuentan por lo menos con una foto, con dos dedicatorias en su libro cumbre, al igual que de un libro que Gabo no haya escrito. Incluido, como ñapa, la firma simplificada que plasmó en sus memorias. De verdad que me gustaría saberlo.
De mi parte, que no pertenecí a su círculo de amigos, me siento orgulloso y satisfecho de lo que logré con una figura de la relevancia de la de Gabriel García Márquez, a la que, desde 1967, cuando leí por primera vez a “Cien años de soledad”, le he dedicado tantas horas de lectura y de investigación reflexiva y pormenorizada. De ahí que en mí estudio se encuentre enmarcado la foto referida, y en otro cuadro escaneadas, las tres dedicatorias, incluida la firma simplificada de su autobiografía “Vivir para Contarla”.
Vida eterna para nuestro premio Nóbel de Literatura de 1982… ¡Qué así sea!