Las flores colombianas buscan su lugar en la reapertura del mundo
Con casi todo el planeta cerrado, una industria que exporta el 97 % de su producción imaginó lo peor. Incluso, al principio, algunas empresas picaron las flores. Ahora intentan ver cuáles espacios tienen en la nueva normalidad global para dar algo de tranquilidad a los 150.000 colombianos que trabajan en el sector.
David Carranza Muñoz - dcarranza@elespectador.com
“La primera semana no podíamos socializar con todos los afiliados el decreto, las empresas se paralizaron y algunas entraron en shock. Empezaron a picar las flores y sintieron como un desconsuelo, una incertidumbre”, dice Lina Mejía, directora nacional de pequeños productores de la Asociación Colombiana de Exportadores de Flores (Asocolflores), cuando recuerda el período más complicado que vivió durante la pandemia. Augusto Solano, presidente de la organización, sintió los pasos de animal grande de esta crisis desde febrero, un mes antes de que se registrara el primer caso de coronavirus en el país. “En ese mes empezaron a cancelarnos pedidos. Pensamos que ahí venía algo, pero nunca pensamos que fuera tan fuerte”.
También le puede interesar: Alarma entre los floricultores por consecuencias económicas del coronavirus
La industria de flores, uno de los sectores emblemáticos de la economía colombiana, está entre un 10 y un 15 % por debajo de las ventas del año pasado, cuando se generaron transacciones cercanas a los US$1.500 millones. Las regiones del país donde se cultiva son la sabana de Bogotá, que ocupa el 65 % del mercado y se dedica especialmente a rosas, claveles y astromelias; Antioquia, con el 32 %, especializada en crisantemos y hortensias, y el Eje Cafetero, con sus heliconias y el follaje, tiene entre el 1 y el 2 %. El poco porcentaje que queda lo ocupan otros departamentos con pequeños productores como el Cauca.
La floricultura en Colombia fue pensada desde el inicio como un negocio exportador. Incluso, el modelo fue sugerido al país por David Cheever, un estudiante estadounidense de la maestría de horticultura de la Universidad de Colorado, cuya tesis para su grado fue una investigación titulada “Bogotá, Colombia, como exportador de flores para los mercados del mundo”. Cheever resaltó las condiciones naturales, geográficas y de distribución para abastecer de flores a su país durante el invierno.
El crecimiento de Colombia en este mercado fue tan rápido que en 55 años se consolidó como el segundo exportador mundial de flores después de Holanda. Estos productos nacionales se venden a cien países, pero el principal cliente es Estados Unidos, adonde llega el 80 % de la producción. Este sector tuvo permiso durante todo el aislamiento preventivo obligatorio para seguir con las actividades, obviamente con el compromiso de aplicar los protocolos de bioseguridad correspondientes. Esta excepción se dio porque los ciclos de las plantas no se pueden interrumpir.
Más sobre información sobre la floricultura en: La ruta de las flores cultivadas en Colombia
“Cuando se empezó a hablar de cerrar, la principal preocupación fueron los trabajadores y segundo cómo podíamos seguir operando, porque un cultivo de flores se acaba si se cierra, se lo comen los bichos. Eso es como si usted cierra la fábrica y la deja incendiar”, dice Solano. El presidente del gremio asegura que por mucho se han perdido el 2 % de los empleos en una industria que genera 150.000 puestos de trabajo y se enorgullece de que el 65 % de su personal son mujeres cabeza de familia. Sin embargo, hay algunas críticas que la industria arrastra desde hace años: la tercerización laboral y las desventajas contractuales de algunos de sus empleados.
Fernanda Cubides, coordinadora encargada del Centro de Atención Laboral del Sector Floricultor, un proyecto de la Escuela Nacional Sindical apoyado por el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos, asegura que durante la época de pandemia ha recibido varias denuncias por conductas poco éticas de las empresas. Pone como ejemplo las amenazas de despido que sufrieron algunos empleados para firmar licencias no remuneradas, las cláusulas adicionales a los contratos para trabajar por horas y la imposibilidad de usar recursos de apelación ante procesos disciplinarios que terminaron en despidos. Cubides hace la salvedad de que no se pueden tomar estas conductas como una generalidad en la industria, pero que son realidades innegables.
En la cadena de producción de la floricultura hay eslabones que no son visibles para quienes están por fuera del negocio. Este es el caso de las casas hibridadoras, empresas que crean variedades de flores y las registran. En este modelo, las compañías venden los derechos a los cultivadores y cobran por cada flor producida. David Marín es el representante para Latinoamérica de Deliflor, una compañía holandesa que se dedica al mejoramiento genético de los crisantemos y tiene su base en Colombia en Rionegro, Antioquia. “Los exportadores al principio de la pandemia bajaron la producción hasta en un 70 y 80 %, entonces obviamente eso se ve reflejado en lo nuestro”.
Marín cuenta que para mantener los puestos tuvieron que dar licencias remuneradas y mandar a vacaciones a algunos empleados. Luego pasaron a turnos escalonados para evitar tener gente en las áreas comunes. “A todos les dimos kit de aseo, mercado cada quince días y unos bonos adicionales, porque muchos familiares de los trabajadores fueron despedidos de otras industrias, entonces a nuestros trabajadores les tocaba asumir esa carga”.
Los crisantemos representan el 12 % de la floricultura colombiana. Los cultivos de esa flor se concentran en el oriente antioqueño. De las 900 hectáreas sembradas con crisantemos, 700 están en esa región, lo que genera unos 10.000 puestos de trabajo. Marín asegura que los ingresos bajaron entre un 45 y un 50 %. Sin embargo, explica que la mayor parte de sus compradores dependen de las exportaciones a Estados Unidos, especialmente a los supermercados de ese país que nunca cerraron. Por eso, ve una mejoría en la situación.
“Los supermercados se han mantenido abiertos y ese es nuestro principal mercado. El sector más afectado ha sido el de eventos, matrimonios, grados, convenciones... Eso se acabó. Esto es muy heterogéneo. Cada cultivo decide qué flores siembra, a qué país lo manda y a qué canal le vende, entonces la afectación ha sido diferente para cada empresa”, dice Solano para explicar la imposibilidad de hablar de la floricultura colombiana como un todo.
Más sobre la industria y el coronavirus en: Gremio de floricultores dona equipos de laboratorio para análisis de muestras de COVID-19
Para un sector cuyo 97 % de producción depende de las exportaciones, la limitación en el transporte durante el tiempo de la pandemia fue uno de los mayores obstáculos. “A veces hemos tenido mercado, pero no ha habido transporte aéreo. Hubo escasez de aviones porque las aerolíneas de carga se fueron para Asia, donde estaban pagando más. Nos dejaron viendo un chispero. Algunas flores no alcanzaban a salir o salían tarde”, cuenta Solano. Asocolflores, el gremio que lidera, respaldó el préstamo de US$370 millones del Gobierno a Avianca, aerolínea que maneja el 50 % del transporte de las flores del país.
El mercado interno de flores representa solo el 3 % de la producción total. En su gran mayoría el abastecimiento está a cargo de pequeños productores y algunos pocos exportadores que decidieron incursionar. Con la prohibición de eventos y fiestas, las ventas en el país cayeron un 70 %. “Cuando esto sucedió, nosotros los apoyamos con jornadas de formación y seminarios online para que hicieran un viraje en sus negocios. Las vías de distribución tenían que cambiar porque las plazas y los centros de distribución grandes estaban cerrados, entonces tenía que ser una estrategia más complicada, más de uno a uno.
Eso implica una mayor logística: redes sociales, marketing digital, etc.”, cuenta Lina Mejía, de Asocolflores. Las expectativas para lo que queda de este año con la reactivación económica en marcha en Colombia es que los pequeños cultivadores traten de desaprender y busquen nuevos canales para llegar a diferentes tipos de consumidores. Además, que se aprovechen los eventos que se permitan de aquí en adelante.
En la medida en que el mundo vuelve a abrirse, la industria de las flores busca cómo acomodarse en la nueva realidad. Augusto Solano dice que la sensación en el gremio es de optimismo con incertidumbre: “No sabemos cómo planear”. Mientras tanto, David Marín, desde Antioquia, siente temor en el sector frente a un rebrote del virus y las consecuencias comerciales que esto podría traer, pero comenta que “hay gente que ya se la está jugando por volver a los niveles de producciones anteriores a la pandemia”.
“La primera semana no podíamos socializar con todos los afiliados el decreto, las empresas se paralizaron y algunas entraron en shock. Empezaron a picar las flores y sintieron como un desconsuelo, una incertidumbre”, dice Lina Mejía, directora nacional de pequeños productores de la Asociación Colombiana de Exportadores de Flores (Asocolflores), cuando recuerda el período más complicado que vivió durante la pandemia. Augusto Solano, presidente de la organización, sintió los pasos de animal grande de esta crisis desde febrero, un mes antes de que se registrara el primer caso de coronavirus en el país. “En ese mes empezaron a cancelarnos pedidos. Pensamos que ahí venía algo, pero nunca pensamos que fuera tan fuerte”.
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La industria de flores, uno de los sectores emblemáticos de la economía colombiana, está entre un 10 y un 15 % por debajo de las ventas del año pasado, cuando se generaron transacciones cercanas a los US$1.500 millones. Las regiones del país donde se cultiva son la sabana de Bogotá, que ocupa el 65 % del mercado y se dedica especialmente a rosas, claveles y astromelias; Antioquia, con el 32 %, especializada en crisantemos y hortensias, y el Eje Cafetero, con sus heliconias y el follaje, tiene entre el 1 y el 2 %. El poco porcentaje que queda lo ocupan otros departamentos con pequeños productores como el Cauca.
La floricultura en Colombia fue pensada desde el inicio como un negocio exportador. Incluso, el modelo fue sugerido al país por David Cheever, un estudiante estadounidense de la maestría de horticultura de la Universidad de Colorado, cuya tesis para su grado fue una investigación titulada “Bogotá, Colombia, como exportador de flores para los mercados del mundo”. Cheever resaltó las condiciones naturales, geográficas y de distribución para abastecer de flores a su país durante el invierno.
El crecimiento de Colombia en este mercado fue tan rápido que en 55 años se consolidó como el segundo exportador mundial de flores después de Holanda. Estos productos nacionales se venden a cien países, pero el principal cliente es Estados Unidos, adonde llega el 80 % de la producción. Este sector tuvo permiso durante todo el aislamiento preventivo obligatorio para seguir con las actividades, obviamente con el compromiso de aplicar los protocolos de bioseguridad correspondientes. Esta excepción se dio porque los ciclos de las plantas no se pueden interrumpir.
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“Cuando se empezó a hablar de cerrar, la principal preocupación fueron los trabajadores y segundo cómo podíamos seguir operando, porque un cultivo de flores se acaba si se cierra, se lo comen los bichos. Eso es como si usted cierra la fábrica y la deja incendiar”, dice Solano. El presidente del gremio asegura que por mucho se han perdido el 2 % de los empleos en una industria que genera 150.000 puestos de trabajo y se enorgullece de que el 65 % de su personal son mujeres cabeza de familia. Sin embargo, hay algunas críticas que la industria arrastra desde hace años: la tercerización laboral y las desventajas contractuales de algunos de sus empleados.
Fernanda Cubides, coordinadora encargada del Centro de Atención Laboral del Sector Floricultor, un proyecto de la Escuela Nacional Sindical apoyado por el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos, asegura que durante la época de pandemia ha recibido varias denuncias por conductas poco éticas de las empresas. Pone como ejemplo las amenazas de despido que sufrieron algunos empleados para firmar licencias no remuneradas, las cláusulas adicionales a los contratos para trabajar por horas y la imposibilidad de usar recursos de apelación ante procesos disciplinarios que terminaron en despidos. Cubides hace la salvedad de que no se pueden tomar estas conductas como una generalidad en la industria, pero que son realidades innegables.
En la cadena de producción de la floricultura hay eslabones que no son visibles para quienes están por fuera del negocio. Este es el caso de las casas hibridadoras, empresas que crean variedades de flores y las registran. En este modelo, las compañías venden los derechos a los cultivadores y cobran por cada flor producida. David Marín es el representante para Latinoamérica de Deliflor, una compañía holandesa que se dedica al mejoramiento genético de los crisantemos y tiene su base en Colombia en Rionegro, Antioquia. “Los exportadores al principio de la pandemia bajaron la producción hasta en un 70 y 80 %, entonces obviamente eso se ve reflejado en lo nuestro”.
Marín cuenta que para mantener los puestos tuvieron que dar licencias remuneradas y mandar a vacaciones a algunos empleados. Luego pasaron a turnos escalonados para evitar tener gente en las áreas comunes. “A todos les dimos kit de aseo, mercado cada quince días y unos bonos adicionales, porque muchos familiares de los trabajadores fueron despedidos de otras industrias, entonces a nuestros trabajadores les tocaba asumir esa carga”.
Los crisantemos representan el 12 % de la floricultura colombiana. Los cultivos de esa flor se concentran en el oriente antioqueño. De las 900 hectáreas sembradas con crisantemos, 700 están en esa región, lo que genera unos 10.000 puestos de trabajo. Marín asegura que los ingresos bajaron entre un 45 y un 50 %. Sin embargo, explica que la mayor parte de sus compradores dependen de las exportaciones a Estados Unidos, especialmente a los supermercados de ese país que nunca cerraron. Por eso, ve una mejoría en la situación.
“Los supermercados se han mantenido abiertos y ese es nuestro principal mercado. El sector más afectado ha sido el de eventos, matrimonios, grados, convenciones... Eso se acabó. Esto es muy heterogéneo. Cada cultivo decide qué flores siembra, a qué país lo manda y a qué canal le vende, entonces la afectación ha sido diferente para cada empresa”, dice Solano para explicar la imposibilidad de hablar de la floricultura colombiana como un todo.
Más sobre la industria y el coronavirus en: Gremio de floricultores dona equipos de laboratorio para análisis de muestras de COVID-19
Para un sector cuyo 97 % de producción depende de las exportaciones, la limitación en el transporte durante el tiempo de la pandemia fue uno de los mayores obstáculos. “A veces hemos tenido mercado, pero no ha habido transporte aéreo. Hubo escasez de aviones porque las aerolíneas de carga se fueron para Asia, donde estaban pagando más. Nos dejaron viendo un chispero. Algunas flores no alcanzaban a salir o salían tarde”, cuenta Solano. Asocolflores, el gremio que lidera, respaldó el préstamo de US$370 millones del Gobierno a Avianca, aerolínea que maneja el 50 % del transporte de las flores del país.
El mercado interno de flores representa solo el 3 % de la producción total. En su gran mayoría el abastecimiento está a cargo de pequeños productores y algunos pocos exportadores que decidieron incursionar. Con la prohibición de eventos y fiestas, las ventas en el país cayeron un 70 %. “Cuando esto sucedió, nosotros los apoyamos con jornadas de formación y seminarios online para que hicieran un viraje en sus negocios. Las vías de distribución tenían que cambiar porque las plazas y los centros de distribución grandes estaban cerrados, entonces tenía que ser una estrategia más complicada, más de uno a uno.
Eso implica una mayor logística: redes sociales, marketing digital, etc.”, cuenta Lina Mejía, de Asocolflores. Las expectativas para lo que queda de este año con la reactivación económica en marcha en Colombia es que los pequeños cultivadores traten de desaprender y busquen nuevos canales para llegar a diferentes tipos de consumidores. Además, que se aprovechen los eventos que se permitan de aquí en adelante.
En la medida en que el mundo vuelve a abrirse, la industria de las flores busca cómo acomodarse en la nueva realidad. Augusto Solano dice que la sensación en el gremio es de optimismo con incertidumbre: “No sabemos cómo planear”. Mientras tanto, David Marín, desde Antioquia, siente temor en el sector frente a un rebrote del virus y las consecuencias comerciales que esto podría traer, pero comenta que “hay gente que ya se la está jugando por volver a los niveles de producciones anteriores a la pandemia”.