20 de septiembre de 2016 - 05:34 a. m.
Las primeras tareas de Guillermo Cano en El Espectador
Los secretos del linotipo, las columnas taurinas y las crónicas en la calle fueron los temas con los que comenzó en los años 40.
Redacción El Espectador
Archivo - El Espectador
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Como todo aprendiz de periodismo en los años 40, la primera tarea era entender los secretos del linotipo. Era el periodismo que se hacía con moldes de plomo, que obligaba a leer al revés para encontrar el secreto de los titulares y textos. Esa fue la primera tarea de Guillermo Cano en El Espectador. Después, como todo reportero en formación, la idea fue salir a la calle. A las oficinas públicas, las comisarías de policía, los espectáculos artísticos. Él mismo lo reconoció después: “redactó mucho y le publicaron poco”. (Le puede interesar: Guillermo Cano: el periodista todoterreno)
Su tendencia natural era la tauromaquia, porque en ese escenario se sentía como pez en el agua. Por eso, se hizo cargo de una columna de opinión titulada “Templando y mandando”, que primero firmó como Conchito y después con su propio nombre. Sin embargo, sus mayores y sus jefes le supieron enseñar que ahí no podía quedarse, y por eso antes de que fuera designado como Secretario de Dirección y Redacción en octubre de 1947, se graduó en el género predilecto de todos los tiempos: la crónica. (Lea este texto de Guillermo Cano sobre "Manolete")
Entre 1946 y 1948, en las páginas de El Espectador quedaron publicadas múltiples crónicas de Guillermo Cano sobre aspectos cotidianos que requerían una mirada distinta. El comportamiento de los asistentes a las salas de teatro o de cine, el seguimiento al hábito de los fumadores en distintos escenarios, las fiestas en los clubes sociales o en los cabarets, o los efectos del licor en las personas al paso de las horas. Estas y otras crónicas fueron su antesala antes de entrar a las ligas mayores del periodismo con un poco más de 20 años. (Lea: Darío Bautista: guía de Guillermo Cano)
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Como todo aprendiz de periodismo en los años 40, la primera tarea era entender los secretos del linotipo. Era el periodismo que se hacía con moldes de plomo, que obligaba a leer al revés para encontrar el secreto de los titulares y textos. Esa fue la primera tarea de Guillermo Cano en El Espectador. Después, como todo reportero en formación, la idea fue salir a la calle. A las oficinas públicas, las comisarías de policía, los espectáculos artísticos. Él mismo lo reconoció después: “redactó mucho y le publicaron poco”. (Le puede interesar: Guillermo Cano: el periodista todoterreno)
Su tendencia natural era la tauromaquia, porque en ese escenario se sentía como pez en el agua. Por eso, se hizo cargo de una columna de opinión titulada “Templando y mandando”, que primero firmó como Conchito y después con su propio nombre. Sin embargo, sus mayores y sus jefes le supieron enseñar que ahí no podía quedarse, y por eso antes de que fuera designado como Secretario de Dirección y Redacción en octubre de 1947, se graduó en el género predilecto de todos los tiempos: la crónica. (Lea este texto de Guillermo Cano sobre "Manolete")
Entre 1946 y 1948, en las páginas de El Espectador quedaron publicadas múltiples crónicas de Guillermo Cano sobre aspectos cotidianos que requerían una mirada distinta. El comportamiento de los asistentes a las salas de teatro o de cine, el seguimiento al hábito de los fumadores en distintos escenarios, las fiestas en los clubes sociales o en los cabarets, o los efectos del licor en las personas al paso de las horas. Estas y otras crónicas fueron su antesala antes de entrar a las ligas mayores del periodismo con un poco más de 20 años. (Lea: Darío Bautista: guía de Guillermo Cano)
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Por Redacción El Espectador
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