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Los Quimbayas caminan el siglo XXI

Los Kumbas Quimbayas, “hijos del sol y de la luna”, ubicados en la Iberia, corregimiento de Riosucio (Caldas), es una comunidad indígena descendiente de los Quimbayas que lucha por ser reconocida por parte del Estado. El asunto coincide con el interés de un grupo de colombianos por recuperar el Tesoro Quimbaya de las manos españolas, sin que hasta ahora haya sido posible.

Duberney Galvis Cardona
28 de septiembre de 2022 - 08:56 p. m.
La existencia de los Quimbaya según documentos históricos, data del año 500 a.c al 1600 d.c.
La existencia de los Quimbaya según documentos históricos, data del año 500 a.c al 1600 d.c.
Foto: Rodrigo Grajales
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A comienzos de este año el país conoció del interés de un grupo de colombianos por recuperar el Tesoro Quimbaya de las manos españolas, increíblemente, esta gesta ha coincidido con la brega de una comunidad indígena descendiente de los Quimbayas por ser reconocida.

Sucedió que el gobierno de España, en carta de la embajada dirigida a la academia de historia del Quindío, ante su petición para repatriar el tesoro a la luz de la sentencia SU649/17 de la Corte Constitucional; respondió que no lo devolverán. Manifiestan estar abiertos a la cooperación técnica, incluye “conferencias y exposiciones”, y recuerdan la buena fe de España en la posesión y preservación de la colección; acápite para decir que les impide “sea enajenada o exportada”.

La neocolonizadora respuesta, coincidiría en la línea de tiempo con la existencia de las familias de los Kumba Quimbaya, “hijos del sol y de la luna”, ubicados en la Iberia, corregimiento de Riosucio Caldas.

(Lo invitamos a leer: Voceros de la Gran Marcha Nacional le piden al presidente Petro que los reconozca)

La historia.

Su historia afloró con los profesores Guillermo Rendón, y Anielka Ma. Gelemur (E.P.D), ambos acumulan enormes aportes a la cultura nacional, y descifraron la existencia de este pueblo Quimbaya. En el 2016 recopilaron sus hallazgos en el libro “El Misterio del Kirma. Quimbayas hoy”. No obstante, hasta la fecha la comunidad indígena no ha recibido el reconocimiento del Estado, porque pervive el tufillo elitista de la Junta de Independencia que no salvaguardó a plenitud los derechos de los indios, expresado en la actualidad cuando un ministerio no resuelve sus asuntos, o un alcalde, como el actual de Riosucio, invoca la Constitución para abstenerse de responder un derecho de petición sobre el tema.

Los “Cumbas” aparecen en las crónicas de Pedro Cieza de León, escritas a mediados del siglo XVI mientras acompañaba a Jorge Robledo en recorridos hacia la Villa de Anserma, en ellas hay continuas menciones a lugares como el cerro Tauyá, centro ceremonial de los Quimbaya. Además de las crónicas, hay en la etnohistoria y la protohistoria, como expone Guillermo Rendón, recuerdos que dan fe que los Quimbayas habitaron las montañas auríferas al margen derecho del gran río del Santa Martha (el Cauca), mientras en la margen izquierda estaban los Kumba Quimbaya, en montañas del Tauyá. Allí convergían también los vecinos Umbras (Umbra: la lengua que se resiste a desaparecer). Un cruce habitual hacia estas zonas se hacía por Irra, un olvidado corregimiento minero de Quinchía Risaralda, que ha figurado en las planas de la prensa nacional por las tragedias o los conflictos entre los mineros y el Estado.

La existencia de los Quimbaya, según documentos históricos, data del año 500 a.c al 1600 d.c. Desaparecieron tras la conquista española que, en menos de dos décadas, redujo a la mitad una población superior a quince mil integrantes. Ya hacia 1620, en el preámbulo del periodo republicano, se registraban menos de cien sobrevivientes según Juan Friede.

En consecuencia, relata Mario Guerrero Guerrero, actual sabio de los Kumbas -hombres de rasgos humildes y manos que atestiguan las faenas del trabajo rural-, las pocas familias sobrevivientes decidieron ocultar su lengua, por aquello de que: “al que hable lengua córtesele la lengua”; acontecimientos ratificados en el Misterio del Kirma.

También por oficios de la abogada de los Kumba, Adriana González Correa, sobreviviente a la hoguera a efectos de su labor en la primera eutanasia legal en Colombia; conocimos antiguos registros notariales de la colonia que dan fe de la existencia de este pueblo Quimbaya. Como el establecido para la delimitación de los resguardos indígenas de Riosucio, número 565 de 1953; con pruebas supletorias de las de 1936, porque la notaría municipal se incendió en 1952. Contiene folios con declaraciones de la época, entre esas las del capitán Diego Martín de Guevara, alcalde mayor provincial de la ciudad de Anserma en este sitio de la vega, dadas en abril del 1721; un aparte:

“…le informan que comparecen dicho pueblo de Lomaprieta de dos parcialidades la una llamada Pirza y la otra llamada Cumba y todos la llamaban juricamayo el cual dicho pueblo lo pobló dichas parcialidades vuestro oidor visitador que fue de dicha provincia Don Lemes Espinoza Isarabia por esta dicha Lomaprieta, media legua distante del real de Minas de San Sebastian de Quiebralomo de dicha población por el año pasado de 1727 dando en esta cumplimiento a lo ordenado por nuestra real persona en que mandan se procuren poblar pronto los minerales pueblos de indios y habiendo más de 70 años que están dichos indios poblando en dicho sitio en dónde le señaló tierras y resguardos para para susulabranzas…” [sic]. También quedó escrito ante las autoridades de la época de 1727, que los pueblos de “Lomaprieta de dos parcialidades, la una llamada Pirza y la otra llamada Cumba”, que todos llamaban “juricamayo”, poblaron dicho pueblo.

-Curicamayos, proviene de Kurikamažos, que significa caciques.

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En concordancia, el documento final de recomendaciones para la delimitación y titulación del resguardo de origen colonial Cañamomo y Lomaprieta (2018), del grupo de expertos de la Agencia Nacional de Tierras, contempla elementos concernientes al reconocimiento de los Cumbas y otros pueblos que habitaron zonas adyacentes a la ciudad de Anserma, en los valles de los Pirzas y zonas de Supía. Describe como fueron reducidas sus tierras, despojados de su libertad, sus dioses y lenguas, y adoctrinados en la nueva fe, y mezclados con otras tribus que eran traídos a los reales de minas.

A razón de la abundancia de contenidos, condujimos una y otra vez a Riosucio. Junto a don Mario, nos recibía su hijo Mario Guerrero Cañas, gobernador elegido por el cabildo Kumba. Hay en esta familia marcadas etapas históricas. Al padre, que insiste, sus mayores poblaron estas tierras por generaciones, siglos atrás de las primeras escrituras coloniales; le tocó la época de ocultar la lengua, no solo entre el español, también en el Embera Chamí de la familia lingüística Chocó. Preciso agregar aquí, lo que describiera Eric Werner Cantor en su libro “Ni aniquilados, ni vencidos”, sobre los Embera: sus ascendientes son los Citaraes de las selvas del Atrato. Y “más allá de Lloró, estaba la provincia del Tatamá, tierra de los Chamíes, de San Joseph del Chamí”, (hoy territorios de Pueblo Rico y Mistrató, en Risaralda). Después, en postrimerías de la colonia e inicios del periodo republicano, producto del acumulado saqueo y la colonización antioqueña, se desplazaron a nuevas tierras; tras varios destinos, acabarían llegando también a territorios de Caldas.

Una vez llegada la década de 1990, tras los afanes políticos para definir la participación indígena en el Sistema General de Participaciones, tuvo lugar una especie de salto con garrocha que privilegió la gestión sobre la demostración, entonces sería la vigente etnia Embera Chamí la que terminarían registrando en estas zonas de Caldas; de ahí que los Kumba no sientan afinidad cultural. Se desató así un conflicto interétnico que incluye conatos de confrontaciones y presiones organizadas en desmedro de los Kumba. Aunque en este punto, el sabio de los Kumba, a modo de constancia que diferencia la parte del todo, nos precisa: “mucho le debemos los indígenas de Colombia, a Manuel Quintín Lame y a Carlos Gaviria Díaz, por sus aportes y defensa de nuestros derechos”.

Por su parte, a Mario, el hijo, le ha correspondido el periodo del “redescubrimiento”. Por ende, profundiza la enseñanza y difusión de sus tradiciones. Enfatiza que, parten de su identidad, “para la recuperación de la memoria ancestral, por eso están recorriendo antiguos caminos Quimbayas.” Para hacerlo, los Kumbas cuentan con un asentamiento, cultura y versión histórica.

Valga mencionar, lejos de las chozas hacia las que divaga la imaginación de algunos lectores cuando se abordan temas de estas comunidades, La Iberia es un corregimiento campesino, colmado de minifundios agrícolas en laderas. Unido al casco urbano por una abandonada y quebrada carretera, que hace sentir en cada tramo la realidad escondida tras los lentes fotográficos contratados por políticos locales. Y en épocas de cambios climáticos en que las distintas potencias mundiales han socializado al mundo los efectos contaminantes, allí sopla el viento con fiereza, los vendavales rompen y elevan pedazos de techos de las casas y doblan hasta el suelo las matas de plátano.

Aunque los tiempos de vientos menos abruptos, son bienvenidos por Mario, porque le permiten afinar el uso de sus instrumentos musicales. Entendérselo resulta ameno, porque la inclinación de los Kumba por el desarrollo de los sonidos en instrumentos de guadua, era una fuente de terror para muchos de quienes crecimos o visitábamos el campo en la niñez, pues los estremecedores sonidos desatados en los flexibles guaduales cuando el viento se filtra entre los orificios, solían ser aprovechados por algunos adultos para reforzar temores relacionados con los espantos de los mitos y leyendas, que castigarían por igual travesuras y desobediencias. Pero puesta a prueba, ha sido un insumo instrumental para Mario, cuyos frutos nos enseñó él una vez ascendimos al cerro ceremonial Tabuyá, uno de los cinco cerros tutelares, entre los que también están el Kimaná, Timzá, Sinifaná y Tindaná; tierras de los primeros Quimbayas.

Desde el cerro, nos señala la línea hacia el Kumanday, actual Nevado del Ruiz. Hasta allí viajaron meses atrás, y estando en el valle de las tumbas, celaron un alba de verano para realizar una ceremonia espiritual con la que iniciaron su recorrido por los caminos del siglo XXI.

A estos dos Guerreros, padre e hijo, los abriga la paciencia, al punto que no son pocos los vericuetos del comodín denominado estrés, en los que han puesto a deambular a quienes los acompañan en la brega por su reconocimiento. Precisamente de escucharlos con sosiego, ha sido posible empezar a conocer su versión histórica del carnaval del diablo de Riosucio, y la del uso del poporo, la pieza quimbaya que rotó por millones de manos colombianas, estampada en el billete y la moneda de veinte pesos, con los que otrora se podía adquirir el extinto pan del mismo valor, antes de la apertura económica que también redujo el trigo nacional a nivel de museo.

(Lo invitamos a leer: Salvar el territorio sagrado: la apuesta de Dwiarinmarku)

Ellos abordan estos temas, probablemente disruptivos, confiando que ahora no les cortarán la lengua, aunque desconocen qué suerte corran sus alas. Aparte del reconocido Carnaval del Diablo, al que le atribuyen un importante valor cultural, tienen el suyo, el originario festival del Cañarí. Procedente en las ceremonias ante su dios Tupinambá: incluía cortejos bajo cada ciclo lunar como único establecido para el nacimiento de los hijos, los que no nacieran bajo este periodo, eran sacrificados. Entonces los clérigos españoles, apegados a la civilización, lo prohibieron; pero aferrados a la iglesia, sentenciaron a los nacidos allí como hijos del demonio. En épocas modernas, los Kumbas celebran el carnaval con actos artísticos, gastronómicos y deportivos, siendo concebido como un festival de la agricultura, la cosecha y la abundancia.

En similar orden, como es habitual con las comunidades y los vestigios que dan fe de su existencia, los Kumbas no han puesto pie en el Museo del Oro de Bogotá, aunque anhelan hacerlo. A este punto llegamos conversando, no del oro, sino de alimentos; y tal vez por un sesgo melífero del autor que además añora los versos de Shakespeare que incluían a las abejas, ahondamos en la miel. De igual modo el Misterio del Kirma recopila el uso de la miel de abeja, “ñǎkši”, en su dieta. Es por demás, un hecho en la línea universal de que el dulce, aunque de variadas fuentes, ha sido de los cinco sabores básicos de la humanidad, aceptado por todas las culturas y etnias del mundo como uno de los más placenteros. Precisamente el sabio kumba relata, “era este un alimento sagrado para los Quimbayas, provenía de muchas especies de abejas, no solo la angelita que era la más menudita, sino una que se llamaba enredadora, producía mucha miel, y hacía sus nidos en troncos de palo; entonces era común cortar el tronco y llevarlo para las viviendas”.

En este instante Mario, su hijo, vio un atajo para enlazar los puntos; interrumpió, y explicó que el uso atribuido al poporo en el país, no corresponde al real. Cuenta, el poporo no era para almacenar cales para las hojas de coca, como se ha presentado, “este recipiente era para guardar la miel y consumirla. La pieza que lo acompaña, parecida a una pinza, hacía las veces del pico del colibrí para extraer la miel y chuparla; de hecho, entre los Kumba solo tenían derecho a ‘poporear’, el cacique y el médico ancestral, siendo una pieza exclusiva en oro. Por eso nosotros no tenemos vestigios de poporos en materiales vegetales, como sí los tienen y de diferentes formas, los hermanos de la Sierra Nevada, con otros usos.” Así, sin reservas, nos dio la versión de los Kumba Quimbaya sobre el uso del poporo, la pieza con la que la red cultural del Banco de la República inició en 1939, la colección del Museo del Oro.

-Una “versión de los vencidos”, que valdría la pena estudiar a la luz de los profesionales.

Van retomando los caminos.

“Los caminos de los Quimbayas eran hostiles, por eso caminábamos uno detrás de otro, y se iban volviendo canelones apretados, pero hasta aquí hemos sabido llegar. Sobrevivimos a la colonia que casi nos aniquiló, y a la república que nos dispersó. Y ahora caminamos en busca del reconocimiento cultural; somos testimonios que tampoco pudieron borrar los historiadores de la corona o los que aquí quedaron, que nos incluyen a todos como uno solo pueblo, siendo que somos diferentes a los Embera llegados del Chamí y de Sonsón”. Fueron estas las palabras de cierre de los Guerreros Kumba la última vez que nos encontramos en las plazas de Riosucio, que lucen solitarias los domingos.

Desde el cerro Tabuyá en La Iberia, en Riosucio, Caldas, reportamos su presencia. Cantan al ritmo de los sonidos de los instrumentos de Mario. Mientras tanto su padre reflexiona acerca del conflicto interétnico: “tal vez sea cercano el día en que como lo hicimos en el pasado entre Turzagas (Umbras) y Cumbas (Kumbas), tras definir los linderos de Riosucio, entre nuestras tierras planas y las suyas de la montaña, arranquemos yerbas de cada suelo y las arrojemos al lado contrario, como un pacto de amistad.”

Por ahora el país, a la brega patriótica por repatriar el Tesoro Quimbaya, le puede agregar el reconocimiento, la discusión y protección de la existencia de los descendientes de este pueblo, testigos vivientes de una cultura indígena muy avanzada en épocas precoloniales, apreciados entre los grandes orfebres de la humanidad. Los Kumba por su parte, apoyan que éste regrese a Colombia. Por lo demás, quedan a la expectativa de si quienes lleguen a ocupar la Agencia Nacional de Tierras, les darán la atención que no han recibido de los anteriores gobiernos. Hasta ahora ha sucedido con ellos, como respondiera Manuel Quintín Lame en 1924 al diario El Espectador, ante la pregunta si creía que las autoridades lo iban a atender: “hace cuatro siglos que esperamos ser atendidos, a pesar de ello, aún confiamos”.

Por Duberney Galvis Cardona

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