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                                                                                                                                  Manifiesto a fuego lento

                                                                                                                                  Hace 25 años se atrevió a hablar de cocina, un tema que, para entonces, no le interesaba a nadie. Hoy, Julián Estrada es el investigador de cocina colombiana más consultado en Antioquia y uno de los más reconocidos de Colombia.

                                                                                                                                  VIVIANA LONDOÑO

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                   En Europa lo marcó la época de Mayo del 68, de la guerra de Vietnam, de los Beatles y del Pop Art. Un momento de discusión constante, de nuevas ideas y de mucha marihuana.

                                                                                                                                  Cuando regresó a Medellín empezó a estudiar Antropología en la Universidad de Antioquia. Cada fin de semana, acompañado de su novia, abría un mapa y ponía a girar un lápiz para que fuera la punta la que decidiera el destino. Entonces Estrada tenía dos propósitos: buscar charcos y quebradas para hacer un inventario y husmear las vitrinas de las fondas de carretera con fritos recalentados por los bombillos. Así recorrió casi todos los municipios de Antioquia y muchos de Colombia. Su casa, diseñada por él mismo, es amplia y agradable. La luz entra por ventanales grandes que dejan ver un paisaje verde y frío. Una biblioteca generosa en libros de gastronomía y una cocina de madera que incita a cualquier preparación son los lugares más llamativos del lugar. Desde muy joven, Estrada se volvió un viajero incansable de la región del Caribe y la sabana cordobesa. En sus recorridos, poco planeados y sin premura, empezó a darse cuenta de la riqueza de la cocina colombiana y a escribir sobre sus hallazgos.

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                                                                                                                                  La tarde empieza a caer y la luz abandona la casa. Estrada se levanta y busca en la biblioteca Mantel de Cuadros, una recopilación de varias de sus columnas sobre cocina. Enciende algunas velas, se acomoda de nuevo en la hamaca, busca entre las hojas. Se pone unos anteojos y lee un emotivo texto sobre Martina, una cocinera de la vía Guarne que atizaba el fogón con arbustos de marihuana.

                                                                                                                                   “Martina, como tantas otras mujeres de su clase, aprendió primero a amasar arepas antes que a pronunciar palabra y puede asegurarse que su vida entera la ha pasado entre ollas, totumas, agua y leña, sin que esto haya frustrado su existencia”. Así reza uno de los extractos de La milagrosa cocina de Martina, uno de los textos más apreciados por Estrada, escrito en los noventa. En la lista de sus amores también está Concepción, una negrona que tiene su fogón en Río Cedro, Córdoba. Sus sabores lo deleitan a tal punto que asegura, convencido, que nunca cambiaría estar en una hamaca en Río Cedro por Nueva York. No se quedan atrás Jacinta, en el Chocó; Mariela, en Támesis, y otras tantas, donde Carmen Rosa se roba el lugar más importante.

                                                                                                                                   A sus cocineras, Julián Estrada quiere rendirles un homenaje; por eso, en este momento, escribe un libro sobre sus historias y sus preparaciones. Por ahora insiste en crear una revolución de la cocina colombiana, de esas de las que hablaban en su época en Bélgica. Un manifiesto de la cocina, así como el nadaísta. Algo contundente que sacuda a la sociedad. Está cansado de dar las mismas respuestas y de que la cocina colombiana todavía no tenga el reconocimiento que merece. Hoy está en busca de un campero para retomar sus citas con los pueblos de Antioquia y de Colombia, quiere volver a las épocas en las que ningún lugar era lejano ni imposible.

                                                                                                                                  Termina sus palabras, se quita las gafas y pone el Mantel de Cuadros sobre la mesa, descansa su cabeza blanca sobre la hamaca. Más tarde, escribirá lo que hizo durante el día, es el rito diario para mantener su prodigiosa memoria. Lo más probable es que siga pensando, creando y escribiendo sobre cocina colombiana.

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                   En Europa lo marcó la época de Mayo del 68, de la guerra de Vietnam, de los Beatles y del Pop Art. Un momento de discusión constante, de nuevas ideas y de mucha marihuana.

                                                                                                                                  Cuando regresó a Medellín empezó a estudiar Antropología en la Universidad de Antioquia. Cada fin de semana, acompañado de su novia, abría un mapa y ponía a girar un lápiz para que fuera la punta la que decidiera el destino. Entonces Estrada tenía dos propósitos: buscar charcos y quebradas para hacer un inventario y husmear las vitrinas de las fondas de carretera con fritos recalentados por los bombillos. Así recorrió casi todos los municipios de Antioquia y muchos de Colombia. Su casa, diseñada por él mismo, es amplia y agradable. La luz entra por ventanales grandes que dejan ver un paisaje verde y frío. Una biblioteca generosa en libros de gastronomía y una cocina de madera que incita a cualquier preparación son los lugares más llamativos del lugar. Desde muy joven, Estrada se volvió un viajero incansable de la región del Caribe y la sabana cordobesa. En sus recorridos, poco planeados y sin premura, empezó a darse cuenta de la riqueza de la cocina colombiana y a escribir sobre sus hallazgos.

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  La tarde empieza a caer y la luz abandona la casa. Estrada se levanta y busca en la biblioteca Mantel de Cuadros, una recopilación de varias de sus columnas sobre cocina. Enciende algunas velas, se acomoda de nuevo en la hamaca, busca entre las hojas. Se pone unos anteojos y lee un emotivo texto sobre Martina, una cocinera de la vía Guarne que atizaba el fogón con arbustos de marihuana.

                                                                                                                                   “Martina, como tantas otras mujeres de su clase, aprendió primero a amasar arepas antes que a pronunciar palabra y puede asegurarse que su vida entera la ha pasado entre ollas, totumas, agua y leña, sin que esto haya frustrado su existencia”. Así reza uno de los extractos de La milagrosa cocina de Martina, uno de los textos más apreciados por Estrada, escrito en los noventa. En la lista de sus amores también está Concepción, una negrona que tiene su fogón en Río Cedro, Córdoba. Sus sabores lo deleitan a tal punto que asegura, convencido, que nunca cambiaría estar en una hamaca en Río Cedro por Nueva York. No se quedan atrás Jacinta, en el Chocó; Mariela, en Támesis, y otras tantas, donde Carmen Rosa se roba el lugar más importante.

                                                                                                                                   A sus cocineras, Julián Estrada quiere rendirles un homenaje; por eso, en este momento, escribe un libro sobre sus historias y sus preparaciones. Por ahora insiste en crear una revolución de la cocina colombiana, de esas de las que hablaban en su época en Bélgica. Un manifiesto de la cocina, así como el nadaísta. Algo contundente que sacuda a la sociedad. Está cansado de dar las mismas respuestas y de que la cocina colombiana todavía no tenga el reconocimiento que merece. Hoy está en busca de un campero para retomar sus citas con los pueblos de Antioquia y de Colombia, quiere volver a las épocas en las que ningún lugar era lejano ni imposible.

                                                                                                                                  Termina sus palabras, se quita las gafas y pone el Mantel de Cuadros sobre la mesa, descansa su cabeza blanca sobre la hamaca. Más tarde, escribirá lo que hizo durante el día, es el rito diario para mantener su prodigiosa memoria. Lo más probable es que siga pensando, creando y escribiendo sobre cocina colombiana.

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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